Emmanuel Rodríguez Baca
Universidad Panamericana
En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 64
Felipe Benicio Berriozábal fue un personaje relevante de la segunda mitad del siglo XIX mexicano al permanecer en la escena política y militar por más de medio siglo. Ocupó distintos ministerios en las administraciones de Benito Juárez, José María Iglesias y Porfirio Díaz, además de participar en algunas de las batallas más importantes de la guerra de reforma, la intervención francesa y el segundo imperio. No obstante, su destacada trayectoria e injerencia en la vida nacional, su infancia y juventud han sido poco estudiadas, de ahí que ahondar y explicar su temprana edad permitirá entender de qué manera ese contexto influyó y determinó su edad adulta.
Este artículo analiza cómo la preponderancia minera de Zacatecas de 1820 a 1840, el interés por profesionalizar la actividad minera, así como las relaciones que la familia Berriozábal tuvo con connotados mineros de esa jurisdicción, perfilaron el devenir profesional de Felipe Benicio.
Berriozábal nació en la ciudad de Zacatecas el 23 de agosto de 1829 en el seno de una familia minera, una de las tantas que se dedicaban a la extracción de plata en esa urbe y en los antiguos reales de minas diseminados en el estado. Fue su padre el español Juan José Berriozábal Urrutia, originario de Elorrio, señorío de Vizcaya, avecindado desde 1810 en la capital zacatecana. Los vascos tenían una significativa presencia en esa entidad, en la que se asentaron desde el siglo xvi para dedicarse al comercio y a la minería. Su madre, María de la Soledad Basabe Márquez, era una criolla, natural de la villa de Jerez. En ambos casos sus progenitores tuvieron una vida itinerante de solteros, su padre vivió en Sombrerete y en los reales mineros de Pinos y de Catorce; mientras que la madre, además de su pueblo natal y Zacatecas, residió por algún tiempo en Guadalupe.
Soledad y Juan José contrajeron nupcias en mayo de 1815 en la parroquia de Santo Domingo de la ciudad de Zacatecas, en un contexto convulso debido al estado de guerra que atravesaba el virreinato de Nueva España y al que la intendencia de la que eran vecinos no permaneció ajena. Lo itinerante de sus padres y la conflagración que en ese momento se vivía parecían ser un vaticinio de lo que le esperaba a Felipe en los años venideros.
Efectuada la ceremonia religiosa, Juan José se asentó en el Mineral de Vetagrande, a seis kilómetros al norte de Zacatecas. Es probable que allí invirtiera en una mina, lo que le permitiría contar con un capital mediano sin llegar a ser de los propietarios más prósperos de esa región. Soledad por su parte, con el resto de la familia, fijó su residencia en la capital del estado que presentaba mejores condiciones para ella y sus hijos. El factor económico parecía serles favorable; no obstante, un hecho vino a interrumpir su sosiego: el decreto federal de expulsión de españoles expedido en diciembre de 1827.
Si bien muchos peninsulares abandonaron la república mexicana a consecuencia de la referida ordenanza, Zacatecas fue una de las entidades federativas que concedieron mayor número de excepciones; de ahí que los Berriozábal no se vieran afectados. Además, el artículo 2º del mismo señalaba que “el gobierno podrá exceptuar de la disposición anterior: primero, a los casados con mexicana que hagan vida maridal: segundo, a los que tengan hijos que no sean españoles…” Juan José cumplía con estos preceptos por lo que pudo permanecer en México, no sin antes prestar en Vetagrande, “con plena voluntad”, el juramento de sostener la independencia de la nación mexicana el 15 de febrero de 1828.
Llegamos así al año de 1829 que fue trascendental para la familia Berriozábal Basabe, no sólo por el nacimiento de Felipe, sino porque en él acontecieron sucesos políticos de relevancia a nivel nacional que la afligieron. El 20 de marzo fue expedido un segundo decreto de expulsión que obligaba a todos los españoles a salir el país, motivo por el cual un sinfín de ellos se desplazaron hacia los puertos del Golfo de México, de donde se embarcaron rumbo al exilio en Cuba, Francia y Nueva Orleans. A esta última población fue a la que se dirigió Juan José. Sin embargo, su familia permaneció en México, quizá por el gasto que un viaje de tal envergadura implicaba, por la esperanza de regresar pronto a México o bien para no exponer a su esposa e hijos, lo que era razonable si atendemos que Soledad estaba embarazada y próxima a dar a luz. El temor no era infundado debido a lo adverso de las condiciones de los españoles refugiados en el puerto estadunidense; no pocos llegaron en circunstancias de pobreza, ya fuera por costear el viaje o por dejar la mayor parte de sus capitales en México para el sostenimiento familiar. Por otra parte, un alto porcentaje contrajo fiebre amarilla, enfermedad que los llevó a la muerte. Tal fue el caso de Juan José, fallecido en Nueva Orleans en agosto de 1829.
Soledad asumió la responsabilidad de la familia integrada por al menos tres hijos: María del Refugio, Francisco y el recién nacido Felipe, para cuya manutención y educación debió contar con el capital restante de su marido y, es probable, con el apoyo de algún pariente. Sin embargo, la situación económica se complicó en ese agosto de 1829 cuando el congreso del estado de Zacatecas decretó que las propiedades de los españoles expulsados fueran embargadas, disposición que sin duda tuvo que afectarla. Las condiciones en las que Felipe llegaba al mundo parecían no ser las más favorables.
En el ambiente político y social descrito y bajo la protección de su madre, habría de transcurrir la infancia del futuro ministro de Guerra. Fue en su ciudad natal donde recibió la educación primaria o de primeras letras, instrucción que habría de serle útil años más tarde al llegar a la capital del país. En 1835, Soledad contrajo segundas nupcias con el minero Hermenegildo Real, natural del Fresnillo, a donde se trasladó la familia, incluido Felipe de once años por entonces.
Establecerse en Fresnillo representó no sólo un cambio sino una encrucijada relevante en la vida de Felipe. Ahí trabajó como empleado de la mina del padrastro, una de las más prósperas del estado, donde conoció al director, José González Echeverría –con el tiempo sería gobernador del Estado–, quien asumió el papel de mentor e impulsó a Felipe para que continuara sus estudios. Gracias a su patrocinio, a principios de 1842, con trece años, se trasladó a la ciudad de México para estudiar en el Colegio Nacional de Minería. Uno de los objetivos del Colegio fue introducir a los estudiantes en la protección de los recursos mineros como nuevas técnicas en la extracción y purificación de los metales. Para ello contaba con el patrocinio económico de los dueños de minas, quienes contribuían a la manutención de los estudiantes a fin de que cada centro minero del país contara con ingenieros y peritos instruidos en la materia. Esto puede explicar por qué González Echeverría apoyó al joven Berriozábal.
Berriozábal Basabe ingresó al Colegio Nacional como estudiante de dotación, o de beca de gracia, para estudiar la carrera de ingeniero agrimensor –se graduaban en cuatro años–, en la que se impartían las asignaturas de elementos de mecánica racional, teoría del calórico, de la electricidad y el magnetismo, elementos de óptica, de acústica, de meteorología, idioma inglés y delineación. Al finalizar sus estudios, los agrimensores debían realizar una práctica en la que ponían a prueba los conocimientos teóricos, la cual se realizaba en el campo o en un mineral bajo la supervisión de un profesor.
Para ingresar a esa institución educativa debió cumplir con algunos requerimientos como presentar su fe de bautismo, certificar que descendía de mineros, “que carecía de recursos para pagar su educación, tener buena salud, ser de costumbres arregladas, saber leer, escribir y dominar las cuatro primeras operaciones de aritmética”. El colegio exigía contar entre 16 y 20 años para ingresar, pero Felipe solo tenía trece años, lo que no representó un problema por ser protegido de uno de los patrocinadores de la institución.
Su ingreso fue trascendental para él. Las autoridades escolares consideraban que la enseñanza técnica representaba un eslabón en la educación general de los jóvenes, motivo por el cual procuraron que recibieran una instrucción más completa que permitiera formar ciudadanos con las capacidades de desarrollar una conciencia cívica y social. Felipe Benicio, con sus compañeros, combinaba las actividades académicas con las culturales, sin olvidar que dentro y fuera de la escuela los alumnos debían mostrar buen comportamiento e instrucción, con la finalidad de conservar el prestigio de que gozaba el colegio en la capital del país.
Felipe destacó por obtener buenas calificaciones y ocupar los primeros premios en los actos públicos en los que participó entre 1844 y 1846. En el colegio entabló amistad con Blas Múzquiz, José Joaquín Herrera y Manuel Gil Pérez, los dos primeros hijos de expresidentes de la república. Junto a ellos, en diciembre de 1844, ofreció sus servicios para defender la ciudad de México de Antonio López de Santa Anna, quien al frente de su ejército se dirigía a ella, como resultado de una de las tantas revueltas de esos años. En la solicitud que los colegiales enviaron al gobierno para tal fin expusieron:
Nosotros, jóvenes en quienes el ardor sagrado del amor a la patria arde tanto como en que más, y dignos de llamarnos mexicanos, esperábamos que en la presente crisis […] se contará con nosotros, con nuestros pechos para oponerlos al fuego del Nerón mexicano […] ¡Cuánto más honroso será morir defendiendo la patria que arrastrar después duras cadenas!
Eran de la idea de que su iniciativa debía causar eco y servir de ejemplo a otros jóvenes, en particular a los que se mostraban displicentes. De ahí que exhortaran al ministro de Guerra para que obligara a todos los hombres de la ciudad aptos físicamente, entre los 17 y 50 años de edad, a tomar las armas y prestar al gobierno constitucional obediencia y protección.
José Joaquín de Herrera, en su calidad de presidente, y Pedro García Conde como ministro de Guerra, quedaron sobrecogidos por la conducta espontánea de los ingenieros en ciernes. Si bien les agradecieron dar “a su patria una gran prueba de lo que ella vale y de lo que puede llegar a ser”, les hicieron saber que únicamente se les requeriría en “circunstancias extremas”, pues no creían conveniente exponerlos sin consideración. Esta actitud evidencia un tránsito entre la infancia y la juventud no sólo de nuestro personaje sino de sus compañeros, habitual entre las generaciones de ese periodo, debido en parte al contexto político y social de México.
La relación con Muzquiz, Herrera y Gil Pérez se estrechó en los años siguientes. Evidencia de esto es que en octubre de 1846, durante la guerra con Estados Unidos, el mismo grupo de amigos requirió del gobierno patente de guerrilla, petición que fue rechazada por las autoridades, al considerar más oportuno que permanecieran en las aulas. Esto no detuvo a Felipe quien en junio de 1847 se separó del colegio de manera temporal para enlistarse en el ejército, en el que fue admitido como teniente de ingenieros gracias a los estudios que hasta entonces había cursado. Desde entonces y hasta 1900 en que murió, siendo secretario de Guerra y como decano de los generales de división de la república, Berriozábal estaría ligado a esa institución castrense y a la historia nacional.
La conflagración cambió su proyecto de vida, o al menos el que se había trazado al llegar a la ciudad de México. Incorporado a las fuerzas armadas ya no podría regresar a Zacatecas para desempeñarse profesionalmente en la minería. El servicio militar, la guerra civil y la lucha contra el enemigo extranjero, lo llevarían a distintos puntos de la república e incluso fuera de ella.
Es posible afirmar que el contexto nacional y zacatecano en las décadas de 1820 y 1830 y el entorno familiar en el que creció, determinaron parte del actuar de Felipe Berriozábal en la política nacional. Su interés en estudiar ingeniería, la adaptación a los cambios y a las coyunturas políticas, así como diversas circunstancias, le permitieron sacar el mejor provecho para destacar. Permite, además, distinguir algunas dinámicas de los niños-jóvenes de esa época que se trasladaban a la ciudad de México para cursar sus estudios profesionales y cómo el contexto nacional fue un factor que no pocas veces los obligó a definirse políticamente a temprana edad, a tomar las armas en defensa del territorio nacional ante las agresiones de las naciones extranjeras y de sus ideales políticos. Fueron los jóvenes de esta generación de la reforma, en la que figuraron connotados militares, intelectuales, políticos y científicos, quienes participaron en la guerra civil y contra la intervención francesa, quienes dirigieron al país en la segunda mitad del siglo xix. Felipe, como ya se señaló, no volvió a establecerse en su Zacatecas natal, pero su salida lo llevó a forjarse una trayectoria en la carrera de las armas y en la política, de ahí que en su momento Ireneo Paz apuntó que era “un general distinguido, un ingeniero hábil, un ciudadano ilustre y un honrado patriota que es uno de los hombres más honorables de México”.
PARA SABER MÁS
- García González, Francisco, Familia y sociedad en Zacatecas. La vida de un microcosmos minero novohispano, 1750-1830, México, El Colegio de México, Centro de Estudios Históricos/Universidad Autónoma de Zacatecas, 2000.
- Ortiz Macial, Jorge Eduardo, “Ágora José González Echeverría: vestigio del desarrollo de la minería, educación y cultura en Fresnillo, Zacatecas (siglos XIX, XX, XXI)”, Revista Chicomoztoc, 2019, en <https://cutt.ly/rw92eT76>
- Rodríguez Baca, Emmanuel, “El Colegio Nacional de Minería comprometido con enfrentar al invasor”, Bicentenario. El ayer y hoy de México, 2017, en <https://cutt.ly/zw92eBrl>
- _______________, “Liberal de corazón y por convicciones. La vida política y militar del general Felipe B. Berriozábal”, México, Facultad de Filosofía y Letras, UNAM, 2007, en <https://cutt.ly/Tw92rsWG>
- Ruiz de Gordejuela Urquijo, Jesús, La expulsión de los españoles de México y su destino incierto, 1821-1836, Sevilla, Universidad de Sevilla, Diputación de Sevilla, 2006.