Sofía Crespo y Ramón Aureliano
BiCentenario #9
El régimen de Porfirio Díaz dio tal importancia a la conmemoración del Centenario de la Independencia que una Comisión Nacional se consagraría organizarlos y coordinar las actividades en cada rincón de la república desde abril de 1907. El gobierno tendría, naturalmente, un papel relevante. Se propuso exaltar a los héroes mexicanos, como Miguel Hidalgo y Benito Juárez, aunque en el panteón patrio el presidente Díaz ocupó un lugar a su lado, en uniforme de gala y con el pecho cubierto de condecoraciones.
Resultado de este afín celebrador fue, por el lado del gobierno, la inauguración de instituciones, monumentos, edificios y otras obras públicas así como el despilfarro de recursos para obsequiaría las delegaciones extranjeras a lo largo del año de 1910. Por su lado, distintas asociaciones privadas organizaron congresos, exposiciones y concursos. Y desde luego abundaron los desfiles, los conciertos y las escenificaciones teatrales.
Los recuerdos del Centenario fueron un componente primordial de los festejos. Las empresas dedicadas a la producción de objetos especiales para la conmemoración, bien como negocio, bien como encargo oficial, mismos que se multiplicaron, en especial, las tarjetas postales y fotografías, aunque también hubo monedas, medallas, estampillas, monedas, insignias, galardones, libros, fistoles, gallardetes, partituras, carteles, hojas sueltas, menús, invitaciones, programas, etcétera. Estos “recuerdos” gozaron de un valor altamente afectivo, pues quienes los hicieron suyos –mediante la compra o incluso el robo– debieron valerse más tarde de ellos para evocar un momento o unos días extraordinarios, en especial durante los tiempos aciagos que estaban por llegar.
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