Marisa Pérez Domínguez
Instituto Mora
En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 34.
El general tuvo múltiples agasajos y realizó un buen número de inauguraciones de obras a su paso por Mérida, a principios de 1906. Pero su presencia significó también un fuerte respaldo a los hacendados henequeneros, denunciados por el maltrato laboral y las prácticas esclavistas de sus jornaleros.
Como fecha “memorable” fue calificada la llegada del general Porfirio Díaz a tierras yucatecas en los primeros días del mes de febrero de 1906. El viaje presidencial, o “Las Fiestas Presidenciales”, como fue bautizada la inédita visita, revestía gran importancia, pues por primera vez honraba al Estado la visita de un presidente de la República.
El acontecimiento adquiría aún mayor relevancia porque, desde 1902, se había obtenido finalmente la “pacificación” de los mayas rebeldes, que habían permanecido en pie de lucha en el entonces territorio de Quintana Roo. Consumado este esfuerzo, el general Díaz arribaría a Mérida para inaugurar las mejoras materiales realizadas por la administración de Olegario Molina, recién reelecto como gobernador, y que representaban “el progreso de Yucatán”.
La insistencia local en conseguir que don Porfirio visitara Yucatán también respondía a preocupaciones de otro orden, relacionadas con una polémica campaña que algunos periódicos de la ciudad de México habían iniciado años atrás, acusando a los hacendados henequeneros de prácticas esclavistas contra los jornaleros yucatecos. La presencia del presidente significaba así para los terratenientes la ocasión de demostrar que las denuncias eran falsas, producto de una campaña instrumentada en la capital y que, lo que se vivía en Yucatán, distaba mucho de lo que la prensa nacional aseveraba.
La visita tendría una amplia cobertura por parte de la prensa nacional e internacional, particularmente la de La Habana, Cuba, que dio cuenta de los detalles del viaje con una gran cantidad de fotografías, como fue el caso de El Fígaro. Revista Universal Ilustrada, quien le dedicó un número especial. Empero, la mirada de esta fuente representaría la visión parcial de un sector de la sociedad yucateca, que contrastaba con las lamentables condiciones laborales que imperaban en las haciendas henequeneras.
El 1 de enero de 1906, durante la comparecencia de Olegario Molina ante la Legislatura del Estado, se anunció que el general Díaz había sido invitado para concurrir a la inauguración de las obras recién erigidas en Mérida. Se trataba del nuevo Hospital O’Horán y el Asilo Ayala, entre otras.
La “fiesta” presidencial, como señaló el cronista de la misma, Rafael de Zayas Enríquez, “debía ser una verdadera marcha triunfal y tener caracteres de apoteosis”, ya que “venía a destruir la excepción que por circunstancias especiales se había hecho de la península, porque esa visita vendría a robustecer más aún los vínculos fraternales que la unen con los demás estados”. Asimismo, apuntaba que la presencia del presidente era excepcional por el número y la calidad de los huéspedes, y excepcional también tenía que ser el recibimiento y los festejos con que se obsequiase a quienes concurrían.
El entusiasmo que la noticia ocasionó fue más que patente. Los miembros de la élite yucateca, para estar a tono con el acontecimiento, pusieron a trabajar a sastres y modistas de la capital y el extranjero; se gastaron una fortuna en joyas, carruajes y troncos de caballos de pura sangre; las fachadas de las casas y edificios públicos fueron pintadas. Se invirtieron muchos recursos económicos en los preparativos.