Los orígenes de la Escuela Nacional de Sordomudos

Los orígenes de la Escuela Nacional de Sordomudos

Axel Uriel Terrazas Tovar
Facultad de Filosofía y Letras, UNAM

En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 65 

En la sede de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, en 1868, ante los ojos de la numerosa prensa, Édouard Huet y su esposa Catalina aplicaron exámenes de gramática, matemática básica y canto a un grupo de ocho niños sordos. El modelo pedagógico empleado fue construido a partir del trabajo realizado por los Huet y su experiencia en otros países, aunado al programa de la educación pública nacional de nivel básico y la realización de talleres de oficios.

Clases para sordomudos, ca. 1925, inv. 208800, SINAFO-FN. Secretaría de Cultura-INAH-MÉX. Reproducción autorizada por el INAH.

Los primeros datos para la incorporación a la educación de las personas sordas nos llevan a Puebla hacia la década de 1830. El matrimonio de Édouard y Catalina Huet sería sus principal impulsor y Benito Juárez quien la incorporaría a la enseñanza oficial.

Al asistir a la conmemoración del Día Nacional de las Personas Sordas, los 28 de noviembre, es posible encontrar al menos tres retratos que adornan los paredes de escuelas y monumentos que corresponden a Charles-Michel de l’Épée, religioso francés a quien se considera padre de la educación moderna para sordos; Édouard Huet, sordo francés que trabajó como primer director de la Escuela Nacional de Sordomudos; y Benito Juárez, a quien se atribuye la creación de dicha escuela en la ciudad de México el 28 de noviembre de 1867.

Afortunadamente en años recientes la lucha de las personas sordas por el reconocimiento de sus derechos y su cultura ha permitido el surgimiento de espacios para visibilizar, por ejemplo, su idioma, sus necesidades y su memoria. Si bien pueden identificarse distintas tradiciones, en su conjunto coinciden en señalar la creación de la Escuela Nacional de Sordomudos (ENS) como el primer momento en que el Estado reconoció a las personas sordas como ciudadanos plenos, pues les permitió disfrutar del derecho constitucional, negado hasta ese momento, de acceso a la educación.

En su momento, que la Ley de Instrucción Pública del Distrito Federal ordenara la creación de esta escuela en 1867 fue reconocido como un motivo de orgullo para el régimen juarista en materia educativa. Se alegaba que representaba una iniciativa sin precedentes en el país fruto del esfuerzo liberal y que, en palabras de Juárez, acercaba a México a contarse entre las “naciones cultas” de la tierra. El peso otorgado por el régimen liberal y por la memoria de la comunidad sorda contemporánea a la apertura de esta institución es un fenómeno al que se han dedicado numerosos trabajos académicos.

La razón por la que la comunidad sorda se reúne en monumentos a la memoria del presidente oaxaqueño es que, de forma popular, se atribuye a Juárez la idea de crear la ENS, de firmar la ley que le dio su carácter nacional y de haber extendido la invitación que llevó a Édouard Huet, quien había fundado instituciones similares en Francia y Brasil, a abandonar sus anteriores puestos de trabajo para viajar a México y convertirse en el primer director de la ENS. Sin embargo, resulta importante aclarar que la creación de la ENS no fue resultado de los esfuerzos de un solo hombre ni de un solo gobierno. Es posible encontrar las bases de esta institución en el largo proceso que precedió su inauguración y los muchos misterios que lo rodean.

Ya desde el siglo XVIII existió un creciente interés por la educación de los mal llamados “sordomudos” alrededor del mundo, particularmente en Francia. En territorio nacional podemos encontrar varios tutores particulares que los enseñaron a comunicarse mediante la escritura e incluso, en algunos casos, a hablar a hijos de familias acomodadas, así como escuelas de asistencia para familias pobres ofrecida por el clero. Tratándose de escuelas estatales, existieron diez países donde se abrieron antes de 1867, entre los que se contaron Brasil, Chile y Estados Unidos. Es más, casi 30 años antes, Juan Francisco Vergara, profesor particular de niños sordos, presentó al gobierno de Puebla una iniciativa para fundar una escuela especializada que estuviera bajo administración gubernamental, propuesta que contó con el apoyo de dos exgobernadores, pero que no logró realizarse por falta de fondos y personal capacitado.

Al igual que en el resto de las naciones, durante el siglo XIX la educación laica se consolidó como el vehículo del cual dependían todas las aspiraciones de las élites liberales para el país. Las anheladas estabilidad política, abundancia material y reconocimiento internacional se entendían como consecuencias naturales de extender la alfabetización entre el grueso de la población, lo cual incluía a sectores que anteriormente habían sido excluidos del sistema educativo, como las mujeres, los indígenas y las personas con alguna discapacidad. De forma particular, se veía a las personas sordas como sujetos aislados del resto de la sociedad, incapaces de cualquier forma de comunicación, de contribuir con el progreso del país y, en cierta forma, carentes de plena humanidad.

Una de las ocasiones en que se vio reflejada esta percepción fue en una ceremonia celebrada en la sede de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, en 1868, en la que, ante los ojos de la numerosa prensa, Édouard Huet y su esposa Catalina aplicaron exámenes de gramática, matemática básica y canto a un grupo de ocho niños sordos. A los favorables resultados de estos exámenes, se les calificó como redención de “las carencias del efecto humano” que hasta ese momento habían aquejado a estos alumnos. Episodios como este dejan ver que el interés por integrar a las juventudes silentes al sistema educativo se encontraba motivado por dos razonamientos complementarios. Por un lado, se trataba de un acto humanitario y caritativo, de una conquista del progreso científico sobre una desgracia natural que arrebataba su completa humanidad a quienes vivían con ella. En segundo lugar, contaba con un sentido práctico, en tanto que podía inculcarse a esta población los valores cívicos que harían de ellos ciudadanos partícipes de la futura vida económica y política del país.

Esta no fue una perspectiva exclusiva de los juaristas, ni siquiera de los gobiernos liberal-demócratas. Como ya se mencionó, países como Brasil, que contaba con un régimen monárquico, habían puesto en marcha instituciones públicas para la población sorda varios años antes de que se estableciera en México. De hecho, bien podría incluirse un cuarto retrato en las celebraciones del 28 de noviembre, uno a quien algunos investigadores atribuyen la famosa invitación al matrimonio Huet para que viniera al país: el de Maximiliano de Habsburgo. Y es que para el momento en que las tropas imperiales ocuparon el puerto de Veracruz en 1862, la escuela descrita por la ley era más bien una intención -carecía de ubicación, financiamiento, personal o programa curricular-, y la legislación promulgada por Juárez en 1861 únicamente establecía su carácter público, objetivo general y su sujeción al gobierno de la ciudad.

El segundo emperador mexicano mostró simpatía por la mayoría de las políticas educativas juaristas, incluso la creación de la escuela para niños sordos, por lo que la incorporó en su propia Ley de Instrucción Pública y ordenó la apertura de la Escuela Municipal de Sordomudos en 1866. Ubicada primero en uno de los salones el Colegio Imperial de San Juan de Letrán y posteriormente en el edificio del antiguo Colegio de San Gregorio, fue financiada mediante un fondo creado a partir del porcentaje donado por la taquilla de “todas las empresas de diversiones y espectáculos públicos” celebrados en la ciudad.

Sordomudo en clases, ca. 1925, inv. 208798, SINAFO-FN. Secretaría de Cultura-INAH-MÉX. Reproducción autorizada por el INAH.

Aun con una estructura poco definida y problemas constantes de dinero, la escuela municipal operó atendiendo niños de entre cinco y diez años durante el periodo monárquico, a lo largo del cual se ofrecieron numerosas demostraciones públicas de la efectividad del método empleado por el matrimonio francés. Si bien la prensa y asociaciones científicas se pronunciaron en apoyo de la escuela, se sabe que Édouard Huet reclamó varias veces la falta de pago de su sueldo y la constante insuficiencia de dinero para realizar reparaciones al edificio o contratar personal necesario. En contra de todo obstáculo, él y Catalina, su esposa, lograron en esta primera etapa asentar las bases del sistema pedagógico que más tarde sería retomado por la ENS, así como divulgar los alcances de la educación de las infancias sordas mediante exámenes públicos que cautivaron a los vecinos capitalinos y a la prensa nacional.

Tras el fusilamiento de Maximiliano, las instituciones del sistema educativo fueron adaptadas a los objetivos del régimen republicano. En el caso de la Escuela Municipal de Sordomudos se le asignó una nueva sede en el exconvento de Capuchinas, nuevo director y la categoría de escuela nacional. De acuerdo con estos parámetros, Ramón Isaac Alcaraz, literato, político y director de distintas instituciones dedicadas a la enseñanza, relevó a Huet en las labores administrativas para vincular a la ENS con el proyecto educativo nacional y expandir sus ambiciones. Sumó a lo estipulado por la ley un programa de becas para financiar el traslado de los estudiantes a la capital (pues en su mayoría provenían de zonas rurales), su sustento durante el período que vivían en la escuela y un pequeño porcentaje para su gasto corriente los días de asueto en que podían salir de la escuela. De forma paralela, se abrió una “caja de ahorros”, la cual retenía parte de dichas becas para depositarlas en el Monte de Piedad como inversión, con el fin de que los réditos fueron entregados a los tutores del estudiante, con el compromiso de utilizar la mayor parte del dinero para la apertura de un negocio que permitiese al niño poner en práctica lo aprendido en la ENS y sustentarse por sí mismo.

Por su parte, el matrimonio francés continuó a la cabeza de las aulas, sumando la formación de jóvenes de entre 18 y 22 años que aspiraban a incorporarse como profesores en esta u otras escuelas de futura creación. Y es que el gobierno federal tenía la pretensión de abrir nuevas escuelas alrededor de toda la república, que siguieran el modelo de la nacional capitalina, por lo que las modificaciones realizadas por la administración de Alcaraz tuvieron por objetivo consolidar un modelo institucional que sirviera como base para la educación de personas sordas en México. En suma, el modelo pedagógico empleado fue construido a partir del trabajo realizado por los Huet y su experiencia en otros países, aunado al programa de la educación pública nacional de nivel básico y la realización de talleres de oficios. Estos últimos pretendían ser un paso que permitiera a los alumnos sordos alcanzar la independencia económica e integrarse a la industria de la capital como obreros.

Los cambios realizados tras la nacionalización de la antigua escuela municipal fueron anunciados como un rotundo éxito, puesto que se había logrado pasar de una decena de alumnos reunidos en un salón, a un amplio edificio que llegó a contar con una creciente plantilla de inscripciones, así como con los servicios necesarios para solventar las necesidades de los residentes, tales como dormitorios, aulas, enfermería, lavandería, cocina, comedor, talleres, biblioteca, huerto y un pequeño viñedo que generaba réditos extras durante la temporada de cosecha.

Mas tarde, durante el gobierno de Porfirio Díaz, la ENS fue considerada como uno de los proyectos más exitosos en materia educativa, así como uno de los de mayor vanguardia del país, no sólo por estar especializada en atender infancias silentes, sino por emprender iniciativas que más tarde se integraron al resto del sistema de educación pública, como la enseñanza de los mismos contenidos a hombres y mujeres, sesiones de gimnasia, lectura de la Constitución, catecismo cívico y talleres de oficios. De igual forma, la experiencia de la ENS sirvió como antecedente para posteriores proyectos educativos dirigidos a distintos sectores de la población, como la Escuela Nacional para Ciegos, fundada en 1870, y las escuelas para profesores, como la Escuela Normal Veracruzana de 1886 y la abierta en la ciudad de México en 1887.

Sordomuda expresando su lenguaje, ca. 1920, 208796, SINAFO-FN. Secretaría de Cultura-INAH-MÉX. Reproducción autorizada por el INAH.

La elección del 28 de noviembre como fecha representativa de la comunidad sorda se debe a que la ENS fue la primera institución pública pensada desde su apertura como una forma de integrar a las personas sordas a la sociedad mexicana y significó un paso importante en su reconocimiento como ciudadanos con pleno derecho. Más que contribuir a su consagración como efeméride patriótica, conocer el largo proceso del cual fue resultado permite reconocer, por un lado, el idealismo reflejado en el trabajo de los Huet, los aspirantes a profesores y los discursos registrados por la prensa; y por el otro, el convencimiento de que la ENS constituía una herramienta capaz no solo de superar la marginación en que se encontraban las personas sordas, sino de contribuir a que la nación en su conjunto alcanzara la tan anhelada prosperidad.

Por otra parte, también es importante señalar que la creación de esta institución se encontró indudablemente ligada a los objetivos prácticos del estado liberal, puesto que desde un primer momento fue ensalzada como elemento de prestigio de la élite gobernante, además de ser empleada como campo de pruebas para políticas educativas que se consideraban demasiado radicales o cuya forma de llevarse a cabo aún no se encontraba del todo definida, al tiempo que buscaba incorporar como fuerza obrera a una población que anteriormente permanecía, en muchas ocasiones, vinculada a su núcleo familiar y a la comunidad rural de origen.

La creación de la ENS es una oportunidad de visibilizar un pasado al que no se le ha permitido expresar su propia forma de hablar. Entender este y otros sucesos de la historia silente desde las fuentes redactadas por y para oyentes es apenas rozar la superficie, pero un llamado a sumergirnos en una cultura compleja, viva y en constante interacción con el resto; una en la que el silencio permite conocer nuevas formas de observar y ser observados.

PARA SABER MÁS

  • Sacks, Oliver, Viaje al mundo de los sordos, España, Anagrama, 2003.
  • Zermeño, Santiago, Mira el silencio, México, 2023, 30 min.
  • Academia de Lengua de Señas Mexicana, Gobierno de la Ciudad de México, en https://cutt.ly/qep2g9Qa
  • Cultura-sorda.org, Asociación Aguste Bébian E.V., Alemania, en https://cutt.ly/Xep2hqc9