¿Los jóvenes que dieron un vuelco a la historia?

¿Los jóvenes que dieron un vuelco a la historia?

Denisse de Jesús Cejudo Ramos
Programa de Becas Posdoctorales, IISUE, UNAM.

En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm.  42.

Para interpretar los sucesos estudiantiles de 1968 y la respuesta violenta del Estado hay que echar una mirada a los primeros ejercicios de protesta de los años cincuenta y en diferentes partes del país. Hasta la explosión de octubre, la participación de los jóvenes con esperanzas de cambio tuvo diversos matices: los más visibles que encabezaron los reclamos de libertades, quienes acompañaban, quienes boteaban o intentaban convencer en el campo, las fábricas o en cada casa, las mujeres, los que estaban del otro lado –en el ejército y la oposición a la lucha– y hasta aquellos que estuvieron al margen.

El movimiento estudiantil de 1968 es un episodio de la vida política y social de México que, según las interpretaciones más conocidas, marcó un antes y un después en la época contemporánea. Su memoria y su historia han permeado en las posturas políticas, las reivindicaciones sociales y las luchas por los espacios educativos en las últimas cinco décadas. Para algunos se trató del momento de ruptura con los discursos dominantes y las imposiciones del partido de la Revolución, para otros, fue un despertar sorpresivo hacia la democracia en el que los estudiantes tuvieron el deber y el privilegio de ser los protagonistas.

A cincuenta años de este suceso, estamos en el mejor momento para discutir el escenario heterogéneo y diverso de esta movilización que reanimó las inquietudes políticas de nuestro país. Todavía quedan por escribirse historias alrededor del movimiento estudiantil de 1968, por fortuna cada vez tenemos mayor acceso a fuentes que pueden mostrarnos otras aristas. En este texto se busca echar luz sobre algunos de las decenas de problemas que aún nos falta visibilizar y analizar. También se plantean preguntas, se sugiere a los lectores pensar desde su experiencia política para cuestionar y hacer nuevas preguntas a este pasado reciente que, aunque ha sido traumático, no debemos permitir que se convierta en un mito intocable y se petrifique.

Aunque su historia se ha contado a través de experiencias directas o indirectas, múltiples testimonios escritos, documentales y libros académicos, la memoria de este episodio se ha concentrado, por razones obvias, en el momento de mayor represión: el trágico 2 de octubre de 1968. Pero recordar e historiar desde este trauma histórico, que no debemos olvidar, ha nublado otros espacios de experiencia como la construcción del movimiento estudiantil, su cotidianidad, las discusiones y las nuevas formas de comunicarse que fueron visibles ese año, es decir, todo aquello que quedó fuera del ámbito de las negociaciones políticas.

Es buen momento de preguntarnos también por aquello que conformó al movimiento estudiantil: ¿qué pasó entre mayo y octubre de 1968? ¿quiénes eran los estudiantes? ¿cómo se logró la fuerza organizativa? Estas interrogantes, aunque haya corrido mucha tinta sobre el tema, aún están por develarse, por lo que consideramos que las conmemoraciones, además de construir memoria sobre el evento trágico, nos permiten revisar qué tanto sabemos o qué damos por sentado de un proceso como este que es considerado el parteaguas de la historia del siglo XX mexicano.

Las movilizaciones estudiantiles mexicanas no se iniciaron en 1968, ni sucedieron sólo en la UNAM. Lo vivido en la Ciudad de México a lo largo de ese año fue expresión de experiencias previas y parte de un proceso, una estrella en una galaxia de sucesos históricos. 1968, pensado desde el análisis de los movimientos estudiantiles, no se trató de una irrupción espontánea de los jóvenes en el espacio público. Considerarlo así sería quitarles todo su bagaje, el conocimiento previo y las posibilidades de lectura que lo estudiantes tuvieron para tomar la decisión de organizarse. También sería eliminar de la historia a los jóvenes que no participaron.


Experiencias

Una cantidad importante de historiadores han considerado que las movilizaciones estudiantiles en las regiones de México son antecedentes o consecuencias de la de 1968, propuesta que nos ha llevado a creer que 1968 estaba destinado a existir en una línea del tiempo de nuestro país, aquella que consolidaría la tan anhelada democracia. Pero podríamos cambiar la pregunta de partida: ¿por qué no pensar que una comunicación en ambos sentidos, entre los estudiantes de las diferentes regiones de México y los de la Ciudad de México, fue lo que les permitió conocer, probar y refinar sus prácticas políticas?

Desde inicios del siglo XX los estudiantes organizados del país habían pedido la voz, salieron a las calles para disputar la toma de decisiones, buscaron espacios de oportunidad en las instituciones educativas y también habían sido fuertemente reprimidos. Como ha expresado en 2003 el historiador Jaime Pensado en su libro Rebel Mexico, la década de 1950 es fundamental para comprender a los estudiantes como un problema nacional, debido a que dejaron de ser un sector complaciente con los gobiernos autoritarios y empezaron a configurarse como una voz crítica. A finales de la década de los sesenta, asistimos a un momento de polarización que dio lugar a una visible politización de los jóvenes estudiantes a lo largo de México, como fue el caso de los michoacanos y los sonorenses.

Un 2 de octubre, pero de 1966, en las calles de Morelia, Michoacán, los estudiantes encabezaron una manifestación contra el alza del transporte. La respuesta fueron golpes y balazos por grupos conocidos como porros que quitaron la vida a uno de los alumnos. Al día siguiente inició una semana convulsa, se catearon viviendas de profesores, se vaciaron las casas de estudiantes, se dispersó violentamente a los manifestantes y la universidad fue tomada por los militares al mando del general José Hernández Toledo. La fuerza organizativa de esos jóvenes michoacanos estuvo marcada por su necesidad, o necedad, de conformar un movimiento estudiantil nacional en el que se representara a todo el país; por ello siempre estuvieron atentos de lo que sucedía en otras latitudes, solidarizándose y apoyando desde sus propias experiencias.

Durante los primeros meses de 1967 en Sonora, apareció un conflicto que se disputaba en las filas del priismo. Los protagonistas fueron los estudiantes organizados, se presentaron como aquellos que buscaban nuevas formas de participación en la política. Sus manifestaciones fueron desde la huelga general apoyada por todo el sistema educativo sonorense, las huelgas de hambre y la quema de prensa en las calles. En un pie de foto del periódico El Imparcial de 1967, durante un plantón en el museo universitario, se lee lo siguiente: “con decisión y firmeza una jovencita universitaria se atrevió ayer a discutir con el general José Hernández Toledo, comandante de paracaidistas… la discusión fue hasta cordial, dejaron bien definidas sus posturas, la del ejército y la de los universitarios.” El resultado fue la toma de la Universidad, decenas de detenidos y muchos más autoexiliados.

Los casos anteriores pueden ser vistos como parte de estas movilizaciones que, si bien tienen una dinámica propia dependiendo de los espacios en que sucedieron, estaban construyendo una agenda común entre los estudiantes del país, aquella que evidenciaría las fisuras del sistema autoritario mexicano. Aunque desde esta perspectiva han sido poco estudiados, los estudiantes estaban consolidando espacios, formas de comunicarse y objetivos por todos los puntos de nuestro país, pero que fueron más visibles en la Ciudad de México entre los meses de mayo y octubre de 1968, quizá por tratarse de jóvenes de clase media, tener el respaldo del rector de la UNAM o disputarse en el espacio de concentración de los poderes políticos.

Heterogéneos

Podemos identificar una diversidad de experiencias fuera de la Ciudad de México, pero también dentro del espacio metropolitano logramos diferenciar la participación estudiantil. Hasta el día de hoy, la institución que ha sido la referencia para hablar sobre 1968 es la UNAM y en menor medida el IPN. Pero durante los meses de movilización podemos ubicar otros polos de solidaridad y participación, como la de los estudiantes de la Universidad Iberoamericana y la Escuela Nacional de Agricultura (ENA) que un año después se convirtió en la Universidad Autónoma de Chapingo.

Los estudiantes de la ENA vivían una cotidianidad que les permitió conocer el poder coercitivo del Estado en muchas ocasiones. En distintos momentos de su historia fueron un polo de disputa muy importante para todo el sector educativo agrícola y rural, por lo que, al llegar la década de 1960, su experiencia política estuvo atravesada por incursiones constantes del ejército a sus instalaciones y la consolidación de vertientes ideológicas tendientes al socialismo. Pero los “chapingueros” ya habían probado en sus espacios el volanteo, boteo y los mítines relámpago en cualquier espacio en el que pudieran aparecer.

Durante el movimiento del 68, tuvieron representantes en el Consejo Nacional de Huelga (CNH) y, aunque no pudieron tomar la dirección de las decisiones, formaron parte activa de las diferentes formas de participación dentro de la Ciudad. A través de varios testimonios es posible reconocer que la presencia de las tanquetas y militares, a los alrededores de las grandes marchas después de julio, los urgían a prepararse para futuros posibles como tener que convertir su lucha pública en una clandestina.

Por otro lado, unidos a los mismos objetivos, también estuvieron estudiantes católicos organizados como los del Movimiento Estudiantil Profesional. Desafiando las posturas de las asociaciones católicas tradicionales, estos jóvenes discutieron y se organizaron junto a todos los grupos de izquierda para disputar un espacio político libre, en el que se les permitiera señalar los abusos de las fuerzas policiales.

Pero también hubo católicos como los del Movimiento Universitario de Renovadora Orientación (MURO), que por su larga tradición lucharon contra lo que consideraban una enfermedad comunista en las universidades. También estaban los llamados porros y los integrantes de la Federación Nacional de Estudiantes Técnicos (FNET), todos estos aparecieron como oponentes en los pliegos petitorios del CNH. Debemos considerar también las experiencias de estos jóvenes, oponentes o provocadores, como se les ha llamado, pero que configuraron el ambiente político de ese año y que tenían ya trayectorias consolidadas. Sin olvidar que en las fotografías más conocidas de Tlatelolco y San Ildefonso también aparecen otros jóvenes: los militares.

Fuera de las disputas por las universidades también hubo jóvenes que, por miedo, desconfianza o desinterés en la política, no fueron parte ni a favor ni en contra. Si de la diversidad interna de los organizados sabemos poco, de sus oponentes menos, de los poco interesados en la política, estos grupos dispersos de estudiantes y jóvenes, no sabemos casi nada. Este es sólo uno de los puntos nublados que aún nos falta por indagar.

Como es visible, el universo de las juventudes y estudiantes son heterogéneos, tanto por sus condiciones de clase, las prácticas políticas que los antecedieron, como por los perfiles ideológicos y la dinámica en las instituciones educativas que tienen contextos muy específicos. Cada uno en sus espacios logró interactuar con diferentes sectores sociales, como campesinos, comerciantes, obreros, sindicalizados y burócratas, lo que les permitió dar a conocer los objetivos de la movilización más allá de las fronteras de Ciudad Universitaria o el Politécnico.

¿Mujeres?

Como señaló en 2011 el investigador Héctor Jiménez en su tesis “El 68 y sus rutas de interpretación”, la narración de los hechos se ha centrado en las memorias de los líderes varones, quienes fueron los que llevaron a cabo las negociaciones y las figuras más visibles. Pero dentro de las argumentaciones más comunes encontramos afirmaciones sobre la relevancia de la participación de las mujeres y su aparición en la calle, si bien ¿qué sabemos de ellas?

Las estudiantes que integraron el movimiento han sido conocidas a través de dos figuras que pueden ser las más relevantes por haber pertenecido al CNH, Ignacia “La Nacha” Rodríguez y Tita Avendaño, quienes también estuvieron presas en el penal de Santa Martha. Además de ellas, que fueron voces fuertes en el órgano de representación, hubo cientos de mujeres que, como afirman en 1993 Deborah Cohen y Lessie Joe Frazier en su trabajo “Historia inédita de la otra mitad del 68”: no sólo cocinaban.

La participación de las mujeres fue indispensable en la construcción del movimiento estudiantil de 1968, ya que formaron parte de todas las estrategias de organización como la cocina, las brigadas, el volanteo, el boteo, entre otras acciones. Según algunos testimonios conocidos, además de los espacios que por su tiempo estaban asignadas a su género, las estudiantes crearon sus propias formas de comunicarse con otras mujeres ajenas a los discursos ideológicos, como aquellas que encontraban en los mercados, fábricas, parques o en el transporte público.

Además de las estudiantes, también estuvieron las madres, la Unión Nacional de Mujeres Mexicanas, que apoyaron activamente el movimiento estudiantil, así como otras jóvenes que no formaron parte de los ambientes escolares pero que encontraron un espacio para construirse políticamente en la cotidianidad del movimiento. Aunque son señaladas, poco se ha escrito sobre su participación y tampoco se discute que, sin todo lo que se produce en estos espacios ocultos en las narrativas de la política, no podría haber un movimiento estudiantil que perdurara en el tiempo.

En este 2018 ha sido muy importante que los entonces estudiantes del IPN levantaran la voz para señalar que la historia del movimiento se había centrado en la UNAM, por lo que los propios actores interpelaron las narrativas conocidas hasta hoy sobre su participación. Con esto, ellos han iniciado sus propios proyectos de memoria y escritura para ir edificando un escenario más completo y cercano a la realidad.

En 1988, Ignacia Rodríguez declaró para la revista Nexos que el movimiento del 68 se estaba institucionalizando. Habló de listas de excompañeros que en ese entonces ya formaban parte del PRI, de sus organizaciones clientelares o que se insertaron como burócratas. Quizá lo que intentaba decir es que, al convertirse la memoria del movimiento en monolito, lo condenamos a quedarse estático, cuando no vemos en él fallos o contradicciones lo condenamos también a no discutir y no aprender de lo vivido.

Sin dejar atrás la relevancia de la violencia del Estado, en los últimos años asistimos a una relectura de los sucesos para comprender la complejidad del evento en términos culturales, sociales y políticos, cuyo impacto, aunque duró alrededor de tres meses, perdurará por siempre en las trayectorias de cientos de estudiantes y familias mexicanas.

Es importante que en la conmemoración de su 50 aniversario nos demos a la tarea de identificar todo aquello que ha sido nublado por el sombrío desenlace, que recuperemos testimonios, dialoguemos con aquellos que de alguna forma lo vivieron para reconocer también la fortaleza de su construcción, la diversidad de jóvenes que lo conformaron, la participación de las mujeres, la variedad de los discursos, el impacto de las luchas estudiantiles de las regiones de México así como su trascendencia en el ámbito global.  

El movimiento estudiantil de 1968 es una representación de la fuerza organizativa, así como de la experiencia y la potencia de los estudiantes confluyendo en diversos espacios y redes. Es momento de empezar a humanizar a aquellos que se atrevieron a levantar la voz para que su ejercicio político, aún contradictorio o excluyente, pudiera ser útil para el aprendizaje ciudadano.

En este año se han publicado nuevas investigaciones que empiezan a amueblar el escenario, proponiendo que hay muchos actores sociales para los que este suceso no fue relevante, en los que no impactó o aquellos que vivían realidades muy distintas. Cuando vemos críticamente nuestro presente, podemos darnos cuenta que no toda la sociedad tuvo interés o conocimiento sobre los sucesos políticos, con esto en mente también podemos empezar a hacer otras preguntas al pasado reciente. Retomemos la frase de Ignacia en Nexos como punto de partida: “es un poco el desencanto y la rabia. Yo creí que después del 2 de octubre cambiaría el país”.

Varios textos que aparecieron este año, las novedosas investigaciones académicas y las fotografías que acompañan este texto son muestra importante de que lo político se construye en la diversidad de las experiencias, la cotidianidad y las contradicciones de los sujetos. Las sonrisas, las emociones y la diversión, o como llamó Luis González de Alba, “la fiesta”, no debería ser eliminada, porque en ella también se construyó esta historia.

PARA SABER MÁS

  • Collado Herrera, María Del Carmen, “La Guerra Fría, el movimiento estudiantil de 1968 y el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz. La mirada de las agencias de seguridad de Estados Unidos” en Secuencia, número 98, mayo-agosto de 2017, pp. 158-203, disponible en: http://secuencia.mora.edu.mx/index.php/Secuencia/article/view/1394/1643
  • Pensado, Jaime, Rebel Mexico: Student Unrest and Authoritarian Political Culture During the Long Sixties, Stanford, Stanford University Press, 2013.
  • Jiménez, Santiago, Mario Virgilio y Denisse Cejudo Ramos, Revisitando el movimiento estudiantil de 1968. La historia contemporánea y del tiempo presente en México, México, UNAM, 2018.
  • Colección México 1968, Archivo Histórico de la UNAM (AHUNAM), 2018, disponible en: http://www.ahunam.unam.mx/68/

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