Martha Eva Rocha Islas
Dirección de Estudios Históricos, INAH
En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 22.
Se cumplen seis décadas de la entrada en vigor de la ley que puso en pie de igualdad el derecho a votar de la mujer mexicana. Pero ya en 1915 un grupo de mujeres había colocado el tema en discusión a través de los clubes femeniles y la difusión en la prensa. El Congreso Constituyente de 1916 le dio un eco poderoso, donde si bien no permearon las propuestas por el sufragio femenino, dotó de legitimidad su reclamo democrático.
El debate legislativo sobre el voto femenino en México se dio por primera vez en el Congreso Constituyente de 1916. El país aún no estaba en paz, sin embargo la facción carrancista se vislumbraba como la vencedora. Allí se presentaron tres iniciativas a discusión, resultado de la activa participación que habían llevado a cabo las mujeres como propagandistas en la revolución mexicana y que algunas de ellas iniciaron desde la primera década del siglo XX
La revolución mexicana involucró a las familias y sus acciones no podrían entenderse si no se mira el entramado de relaciones sociales y de parentesco que las sustentan; las mujeres propagandistas resolvieron la logística organizativa mediante la formación de clubes políticos femeniles, aunque algunas se integraron a los clubes presididos por hombres que operaban en distintas poblaciones del interior del país.
Los primeros clubes femeniles que se formaron fueron el Josefa Ortiz de Domínguez, en Puebla, en 1909; y el Hijas de Cuauhtémoc, en la ciudad de México, en junio de 1910. En la segunda etapa revolucionaria encabezada por Venustiano Carranza, bajo la bandera de la legalidad constitucional suscrita en el Plan de Guadalupe, el 26 de marzo de 1913, se llamó una vez más a los mexicanos a sublevarse. Unido a la lucha bélica, el despliegue de las campañas de propaganda por parte de los distintos grupos revolucionarios –constitucionalistas, zapatistas, villistas– era fundamental para lograr el triunfo de sus programas. El compromiso de las mujeres propagandistas en esta etapa adquirió una relevancia inusitada y se fundaron nuevos clubes. Atala Apodaca dirigía el círculo Josefa Ortiz de Domínguez, en Guadalajara, Jalisco; Mercedes Olivera estaba al frente del club del mismo nombre en Juchitán, Oaxaca; el club Plan de Guadalupe fue organizado por Mercedes Rodríguez Malpica, en Veracruz. Hay que mencionar, además, el club Melchor Ocampo en la región de Atlixco, Puebla; la Segunda Junta Revolucionaria Constitucionalista de Puebla-Tlaxcala, el club Mariano Escobedo del cual era vicepresidenta Josefina Ierena; el club Lealtad que presidió María Arias Bernal, y que fundó en el Panteón Francés, el 22 de marzo de 1913, un mes después de ocurridos los asesinatos de Francisco I. Madero y José María Pino Suárez, y el club Democrático Feminista, ambos formados en la ciudad de México.
Los clubes constituyeron un lazo de unión entre los rebeldes en armas y la población civil a la que había que convencer buscando la adhesión de voluntarios que engrosaran las filas constitucionalistas. Las integrantes de los clubes eran también espías, correos, agentes confidenciales, enfermeras, conseguían y transportaban armas y material de guerra así como medicamentos y alimentos a los campamentos bélicos, lo que las hizo padecer cateos, detenciones y encarcelamientos..