Héctor L. Zarauz López
Instituto Mora
En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 27.
México apuntó a ser una potencia petrolera, pero con el paso de las décadas se transformó en importador de petróleo. Es una industria que bajó la producción, perdió reservas y exportaciones, sus instalaciones quedaron obsoletas y, además, sin posibilidades de hacer reinversiones porque sufre altas cargas fiscales. La polémica reforma energética de 2013 que apuesta a la inversión privada en el sector sigue generando dudas.
En los últimos años se ha dado en nuestro país un intenso debate sobre el curso que debe tomar la explotación del petróleo. En torno a ello han surgido básicamente dos posiciones encontradas. La primera postula la necesidad de liberar a esta industria de los principios estatizadores de la expropiación decretada en 1938 y que, en consecuencia, se permita la participación de capitales privados en las diversas fases de este proceso (exploración, extracción, procesamiento y distribución) aduciendo la necesidad de recursos económicos y modernización de instalaciones, a cambio, desde luego, de compartir las ganancias derivadas de toda esta cadena.
La segunda postura sigue considerando como tabú la participación del capital privado y señala el carácter estratégico de esta industria como impulsora de la economía y principal fuente de re- cursos públicos. Los debates en diversos foros han sido intensos y en ocasiones álgidos. Ello prueba la enorme importancia del tema del petróleo en distintos campos. Desde la perspectiva económica, por ser fundamental en el desarrollo de infraestructura para promover la industrialización como generador de empleo y motor de crecimiento en el país, pero también en el plano de la política, como reducto ideológico del nacionalismo.
En diciembre del año 2013, la llamada reforma energética fue aprobada terminando con uno de los paradigmas del Estado nacionalista emanado de la Revolución Mexicana. Tal decisión fue urdida y ejecutada por el mismo partido político que 75 años antes (con gran consenso social y político) diera origen al decreto expropiatorio y que ahora, transmutado en agrupación neoliberal, dio marcha en sentido contrario. Ante tales eventos vale la pena desde hoy hacer una reflexión y un balance histórico y actual en torno al significado de estos eventos.
De los inicios al crecimiento con caos
La explotación del petróleo y su uso industrial en nuestro país se remonta a mediados del siglo XIX. Entonces ya se comercializaba básicamente como iluminante, lubricante y combustible. De hecho, bajo el mandato imperial de Maximiliano se otorgó la primera de una serie de concesiones que se darían a lo largo de los años siguientes para llevar a cabo la explotación petrolera, con resultados más bien limitados.
En años posteriores, se aplicaron medidas para impulsar el desarrollo de esta creciente industria. En 1884 se dio el primer paso para desarrollar la producción local de petróleo y carbón con una nueva ley minera que revocó el derecho de la nación sobre los recursos del subsuelo y lo traspasó al dueño de la superficie. Con la misma idea, en 1901 se decretó la primera ley petrolera que autorizaba al ejecutivo a otorgar directamente con- cesiones de explotación a particulares en terrenos de propiedad federal.
Bajo esas condiciones, empresarios extranjeros invirtieron en el negocio, explotando los enormes yacimientos en México. Los iniciadores de esta industria fueron el estadounidense Edward L. Doheny y el constructor británico Weetman D. Pearson, quienes con sus firmas Mexican Petroleum Company y Compañía Mexicana de Petróleo El Águila, respectivamente, dominaron la industria petrolera nacional durante el primer cuarto del siglo XX.
Así inició una industria que, por su complejidad y enormes requerimientos de capital, tal vez no se hubiera desarrollado de manera endógena. Vale señalar que sorprendentemente el verdadero crecimiento se dio en una coyuntura que más bien parecía adversa a las inversiones: el caos revolucionario.
La Revolución iniciada en noviembre de 1910 generó una gran inestabilidad debido a la lucha armada y a los diversos cambios de gobierno. Por si fuera poco en todo este periodo, desde Francisco I. Madero hasta Álvaro Obregón, se establecieron nuevas legislaciones y requerimientos fiscales a las compañías petroleras, las cuales resistieron hasta el límite de sus posibilidades (incluyendo un amplio rango de medidas que fueron desde acciones legales e inconformidad diplomática, hasta el apoyo a rebeliones contrarevolucionarias). Sin embargo, por primera vez debieron pagar impuestos al erario. Pronto los recursos provenientes del petróleo fueron vitales para las finan- zas nacionales y ya en 1920 representaban el 21.5% de los ingresos federales
Ni la Revolución ni el cobro de impuestos lograron impedir el desarrollo de esta industria y en ello fueron fundamentales un par de factores ajenos a la realidad nacional: el primero fue que se generalizó en el mundo el uso del motor de combustión interna, que se había ido mejorando desde la segunda mitad del siglo XIX cuando Karl Benz construyó un modelo que funcionaba con gasolina. Este invento hizo que, en pocos años, cambiara radicalmente el patrón de consumo energético, sustituyéndose el carbón por gasolina. Ello propició el desarrollo de la industria automotriz, en la cual se había aplicado esta innovación tecnológica.
El segundo factor fueron algunas convulsiones internacionales, principalmente la llamada Gran Guerra (1914- 1918), que incrementaron el consumo de petróleo, pues la maquinaria bélica se movía con él. Tal contexto convirtió a México en el segundo productor mundial, al punto que entre 1920 y 1922, uno de cada cuatro barriles de petróleo extraídos en el orbe, provenían de suelo nacional.