Agustín Cadena
Universidad de Debrecen
En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 36.
Poco antes de que el primer cohete estallara en el cielo y las campanas de la iglesia comenzaran a llamar, el forajido Armadillo Berlín despertó de una pesadilla. Estaba dormido “en su sueño se veía dormido” en la misma habitación que su madre, en una cama próxima a la suya. De repente empezó a soñar “dentro de su sueño empezaba a soñar” que una mexicana a quien ya despierto reconocería como Clementina Aguiar le daba la espalda y lo dejaba solo en medio de un llano oscuro. Caminaba desnuda y por sus muslos escurría la sangre de su desfloración. Pero no había sido él quien la violara, sino otro hombre: un ser oscuro, invisible, que surgió de entre las sombras y vino a despojarlo. Armadillo Berlín intentó gritar; soló que lo hacía: lanzaba gritos muy negros, desesperados, que sacudieron su sueño y rebotaron dentro de él como en el interior de una tumba. Gritaba en español la palabra “puta” para llamar a Clementina Aguiar, para recuperarla. Gritaba también para que su madre despertara y se levantara a consolarlo metiéndole en la boca su pezón envejecido, diciéndole, mientras lo arrullaba, que todo había sido una pesadilla. Pero ni una ni otra podían oírlo y él seguía gritando. En su sueño quería escapar del sueño del llano, pero no podía.
Ese sueño ya lo había tenido antes, otras veces. Clementina lo provocaba en su hombría, desafiándolo; lo miraba como si quisiera que él la protegiera, con esos ojos de Ángel mestizo y esa mirada de demonio que tenía; lo miraba sonriéndole, invitándolo. Ella lo había hecho cobarde, lo había hecho tentarse demasiado el corazón, olvidar que en la vida había que aceptarlo todo y no hacer cuentos de nada, no preguntarse nada. En el sueño, los pechos oscuros de la mexicana se erguían hacia íl hinchados de desprecio.
Armadillo Berlín venía de una familia ilustre. Era nieto por línea materna del capitán Kenneth Moon, que había participado en la guerra de Texas. Y su padre era médico militar y había salvado del escorbuto a varias poblaciones. En esa época optimista servía de mucho pertenecer a una familia respetable. Había grandes esperanzas de que las cosas mejoraran. El presidente Lincoln estaba cumpliendo las promesas que hiciera para su nuevo período presidencial: terminar de unir la nación y luego curar sus heridas. En el pueblo de Armadillo Berlín, para empezar, se habían restablecido las guarniciones de los fuertes. Esto mantenía a raya a los indios comanches, kiowas y kikapoos, que aterraban a las poblaciones texanas. Los soldados habían logrado desviarlos hacia la frontera. De ese modo, los únicos que seguían haciendo incursiones en territorio civilizado eran los indios mescaleros y las partidas de bandidos blancos y mexicanos que andaban por todas partes. Al principio, Armadillo Berlin peleó contra ellos.