La visita de André Breton a México

La visita de André Breton a México

Arturo Garmendia

En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 59.

Arropado por Diego Rivera, en su ansiada visita al país en 1938, el padre del surrealismo hizo un recorrido de cuatro meses que lo llevó por diversos estados, acompañado, entre otros, por el muralista y León Trotski. A su regreso a Europa contribuyó con elogios y recomendaciones para difundir a México entre su círculo intelectual.

Diego Rivera, León Trotsky y André Bretón en la ciudad de México, 1938. Fotografía de Manuel Álvarez Bravo.

André Breton recordaba que desde que era adolescente había querido visitar México, motivado por la lectura de un popular folletín de moda en aquellos tiempos, titulado El Indio Costal: “México era un país que, en mi mente, siempre había asociado con la idea de la lucha con la liberación”. Este deseo se reavivó al conocer las experiencias entre los tarahumaras del escritor, actor teatral y cinematográfico y precursor en el uso de las drogas (el peyote) Antonín Artaud. Su deseo se hizo realidad en 1938, cuando el Ministerio de Relaciones Exteriores le patrocinó una estancia de cuatro meses en este país para dictar una serie de conferencias sobre el arte y la literatura francesas.

Nacido en Normandía en 1896, André Breton era un poeta influido originalmente por el simbolismo francés, movimiento que abandonó para ponerse a la vanguardia, cediendo el paso a una nueva forma de pensar y de crear. El Manifiesto del surrealismo, que publicó en 1924, definía esta nueva corriente como un “automatismo psíquico puro por el cual se pretende expresar, ya sea verbalmente, por escrito o de cualquier otra manera, el funcionamiento real del pensamiento en ausencia de todo control ejercido por la razón; fuera de cualquier preocupación estética o moral”. El objetivo era anular las fronteras entre realidad e imaginación, pues en el mundo que él concibió “lo imaginario es aquello que tiende a volverse real”. Para dar cumplimiento a este programa, los surrealistas crearon una serie de técnicas o procedimientos como la libre asociación de ideas, la escritura automática, los cadáveres exquisitos, el collage,y exploraron nuevos territorios como el subconsciente y el mundo de los sueños. Louis Aragon, Paul Éluard, Robert Desnos, Antonin Artaud y Georges Bataille se sumaron al llamado desde las letras; Max Ernst, Salvador Dalí, René Magritte, Joan Miró y muchos otros lo hicieron desde la pintura. Luis Buñuel y Salvador Dalí incorporaron el cine al movimiento

Al arribar al puerto de Veracruz, Breton y su esposa Jacqueline se dieron cuenta de que la embajada francesa en el país no había puesto demasiada atención a su visita: no contaban con alojamiento ni viáticos y consideraron conveniente regresar a su patria en el mismo barco en el que llegaron. Diego Rivera, que estaba ahí para recibirlos, se hizo cargo de la situación. Los trasladó a la ciudad de México y los alojó en una de las casas que el arquitecto O’Gorman había construido para él y Frida en el barrio de San Ángel, toda vez que, en ese momento, en la Casa Azul, tenían otro huésped ilustre, León Trotski.

El hospedaje al que fueron conducidos los Breton era una de las casas más modernas de la época. Se trataba de dos pequeños cubos de cristal, unidos por un pequeño pasillo sin barandal a la altura del techo. Ahí, una sirvienta indígena preparaba las comidas para las familias en el jardín sobre una fogata, bajo los árboles, donde en completa libertad corría un oso hormiguero gigante (mismo que fue designado inmediatamente como nahual –animal totémico– de Bretón). “La vida con Diego y Frida Rivera no podía ser más fascinante”, reconoció Breton.

Retrato de André Bretón en la ciudad de México, 1938. Fotografía de Manuel Álvarez Bravo. © Archivo Manuel Álvarez Bravo, S.C.

Breton se sintió de inmediato identificado con el recio y jovial muralista, pero sobre todo quedó prendado de Frida Kahlo. Impresionado por las violentas y alegóricas pinturas que combinaban una iconografía mexicana con los motivos de un Bosco la declaró surrealista. A ella, sin embargo, Breton le pareció pomposo, arrogante y latosamente intelectual. “El problema con el señor Breton es que se toma demasiado en serio” –le comentó a sus amigos– y “me dijo que yo era surrealista, cuando yo misma no sé lo que soy”. En cambio, sintió mayor simpatía por Jacqueline Landa, la mujer de Breton.

El surrealista trató de apegarse a su papel de embajador cultural francés y habló brevemente en la inauguración de una exposición pictórica y dictó una conferencia en la Universidad Nacional Autónoma de México sobre “Las transformaciones modernas en el arte y el surrealismo”. A ella debían seguir otras nueve intervenciones, pero el rector de la UNAM y el pasmo burocrático subsecuente, más el enrarecimiento del ambiente político por las consecuencias de la expropiación petrolera y el levantamiento del general Cedillo, lo impidieron. Ni la UNAM, ni la embajada francesa ni el gobierno mexicano se dieron prisa por retomar sus actividades, por lo que Breton quedó libre para explorar el país, bajo la guía de Diego Rivera.

Juntos visitaron diversos pueblos en la periferia de la ciudad, para localizar en iglesitas semiderruidas maravillosos exvotos, herencia de varias generaciones de artistas populares, que Breton comenzó a guardarse bajo el saco. Decía no sentir escrúpulos por ello, dada su antirreligiosidad. Otro objeto de su codicia eran las figurillas prehispánicas que los campesinos les vendían por unas cuantas monedas. Y ambos sentían preferencia por las representaciones eróticas, una muestra de las cuales todavía puede verse en el museo Anahacalli erigido por el muralista.

Arte y surrealismo

De regreso a la ciudad de México, a mediados del mes de mayo, Breton hace la presentación en la premier de Un perro andaluz en el Palacio de Bellas Artes. El poeta Efraín Huerta le dedica un artículo pleno de ironía:

En fin, que los mármoles del Palacio, no mentimos, se cuarteaban de pavor, de asombro y piedad. ¿Qué va a pasar aquí, se preguntaban, con tanto señor, medio señor y señoras intelectuales? ¿Qué clase de bicho raro es ese perro del que tanto se habla? […] Luego aparecen André Breton y su cabellera. Pronuncia varios lugares comunes sobre el surrealismo –¿por qué el surrealismo no había de tener también lugares comunes?– […]

“Un filme sensacional”, esto es lo que piensa la gran mayoría del público que ha visto Un perro andaluz. ¿Qué podemos hacer para contradecir a estos adictos a la novedad, a cualquier novedad, aunque ésta lastime sus más lastimosas convicciones? Este público imbécil que califica de “maravilloso” y “poético” este filme, que es sólo una pasional invitación desesperada a perpetrar asesinatos…

Una película crispante, en suma, todavía aceptable, Salimos al mundo primaveral. En un prado de la Alameda Central, con las pupilas rotas y el desengaño a cuestas, un modesto perrillo racional ladra soezmente a la luna.

Huerta no fue el único en mostrarse escéptico sobre la importancia de la visita del surrealista; incluso la afirmación del visitante de que México era el país surrealista, fue vista con suspicacia, toda vez que la izquierda mexicana en ese momento tenía gran influencia de la URSS. Breton asiste a banquetes y ofrece entrevistas a los diarios, primero más o menos hostiles, pero unánimemente antisurrealistas después del escándalo de la proyección de Un perro andaluz,de Buñuel y Dalí.

La fecha más importante del periplo de Breton en nuestro país fue el 25 de junio, cuando se presentó en el Palacio de Bellas Artes para leer la ponencia “Perspectivas del surrealismo” y protagonizar una lectura de poesía junto con Xavier Villaurrutia, quien hizo la traducción.

Arte, política y turismo

Desde la década de 1920 Breton había preconizado que el surrealismo no sólo era un movimiento artístico, sino también político, pues pretendía acabar con el pensamiento burgués y “cambiar” al mundo. En consecuencia, había constreñido a sus seguidores a que se afiliaran al Partido Comunista Francés. No obstante, a la muerte de Lenin y con el arribo de los Juicios de Moscú que permitieron a Stalin a desembarazarse de Trotski, la situación había cambiado. El revolucionario ruso exilado en Noruega fue rescatado por Diego Rivera, quien consiguió que Lázaro Cárdenas le diera asilo e incluso enviara desde Michoacán un tren para conducirlo a la ciudad de México.

Una de las intenciones de la visita de Breton al país consistía precisamente en entrevistarse con Trotski, en busca de conformar una Federación de Artistas Independientes europea, americana y latinoamericana. Trotski mismo recibiría la visita de Breton con gran interés. Cada vez más aislado, sabía que Breton tenía un valor estratégico como uno de los pocos intelectuales franceses que abiertamente lo había respaldado en todo momento. Al tanto de la cuestión, Rivera propició el encuentro entre ambos que resultó muy afortunado. Como después dijo Trotski: “no podía ser sectario en asuntos ideológicos cuando los aliados eran tan difíciles de encontrar”.

Iniciaron así una serie de conversaciones, difíciles de conciliar, dada la limitada comprensión de cuestiones estéticas por parte de Trotski y las carencias de Breton en asuntos políticos, pero la buena voluntad los hizo avanzar.

Para facilitar la conversación y dar gusto a los impulsos turísticos de Breton, dispusieron visitar en caravana distintos puntos de la geografía nacional. Los viajes se realizaban en varios coches, algunos de ellos ocupados por la escolta personal del revolucionario ruso. A nadie se le escapaba que la policía secreta soviética tenía órdenes de matarlos a él y a su familia. Incluso dos meses antes del arribo de Breton a México, su hijo, León Sedov, había sido asesinado en una clínica de París.

Durante los meses de junio y julio, Breton y Trotski exploraron Toluca, Cuernavaca, Tenayuca y otros pueblos llenos de sabor mexicano e indígena. Visitaron el volcán Popocatépetl y subieron las pirámides de Xochicalco. Una noche, en un pueblito, Trotski aprovechó la presencia de sus invitados para darse una rara licencia: ir al cine. A pesar de las amonestaciones de Rivera, Trotski ‒en compañía de su esposa Natalia‒, Breton, Jacqueline y una docena de guardaespaldas y sirvientes, vieron un western de tercera categoría con sumo placer.

Trotski y Breton también dieron rienda suelta a su pasión por la naturaleza; hicieron caminatas por el campo, pescaron ajolotes, cazaron mariposas…

Fue todo muy feliz –recordó Jacqueline–. Ambos pescaban con las manos. Se quitaban los zapatos, se arremangaban los pantalones y caminaban en el agua, que las más de las veces estaba helada. Recuerdo sus conversaciones sobre la belleza de las mariposas. Fue una completa sorpresa para André, quien ciertamente no esperaba de Trotski que estuviera interesado en las mariposas.

Retrato de André Bretón en la ciudad de México, 1938. Fotografía de Manuel Álvarez Bravo. © Archivo Manuel Álvarez Bravo, S.C.

Desde luego, no fue una relación idílica, y la ira de Trotski explotó finalmente, en el curso de un viaje a Guadalajara. Los detalles de la discusión nunca se han revelado, pero el hecho es que, en medio del trayecto, el auto de Trotski se detuvo abruptamente y de él descendió confundido y disgustado Breton, que fue a reunirse al vehículo que conducía a Frida y Jacqueline. Durante los días que permanecieron en Guadalajara no se reunieron una sola vez.

Por su parte, Breton se salió de sus casillas cuando Trotski se refería a su perro favorito como su “amigo” y le preguntó a Breton si no le parecía que el animal tenía “una apariencia humana”. Desconcertado Breton comentó que llamar “amistoso” a un perro era tan disparatado como decir que un mosquito era “cruel” o un cangrejo “reaccionario”. Pero Trotski se aferró a su posición, para concluir finalmente, con una risa, que sólo una tercera criatura, “mitad perro, mitad hombre” podía zanjar la cuestión. Breton siguió molesto por el incidente, y a su regreso a París le contó a Luis Buñuel: “¿Puedes creer que alguien como Trotski pudiera decir una cosa tan estúpida? ¡Un perro no tiene apariencia humana! ¡Un perro tiene una apariencia de perro!”

Dispuestos a aprovechar al máximo el tiempo que le quedaba a Breton en el país, los líderes de ambos movimientos hubieron de reconsiderar su situación y decidieron reunirse en Pátzcuaro para producir un manifiesto, mediante el cual llamarían a artistas e intelectuales de todo el mundo a fundar asociaciones bajo el rubro de “arte independiente y revolucionario”. Rivera se unió al proyecto y se dirigieron a Michoacán para desarrollar una serie de conversaciones sobre arte y política. Sin embargo, los conflictos resurgieron cuando la discusión se centró sobre la sociedad del futuro. Breton sostenía que ni siquiera una sociedad sin clases sería capaz de eliminar los conflictos, tesis que Trotski se negó a aceptar, afirmando en cambio que en la sociedad del futuro el arte simplemente desaparecería y no habría nadie que quisiera pintar un pedazo de tela. Las Conversaciones de Pátzcuaro no siguieron adelante después de la primera noche, pues los conflictos ideológicos prosiguieron y, además, Breton enfermó de laringitis y hubo que regresar a la ciudad de México.

Para zanjar la cuestión, el secretario de Trotski, que había asistido a las discusiones y había tomado notas, produjo un borrador, que fue corregido y aumentado por Breton y luego por Trotski hasta adoptar su forma definitiva. A última hora el líder ruso decidió no firmar el documento y sugirió que fuera Diego Rivera quien lo avalara.

Regreso

Deslumbrados por sus experiencias en México, los Breton regresaron a Europa. Sus maletas iban repletas de máscaras, cerámica, barrocos marcos ornamentales, muñecas, silbatos, exvotos, calaveras de azúcar, cajas de madera y otros ejemplos del arte popular mexicano.

La situación política había cambiado radicalmente. La guerra civil española se inclinaba irremisiblemente en favor de Franco; en tanto Hitler, en poder de Austria, se preparaba para invadir Polonia. Breton comenzó a convencer a otros artistas de su círculo parisino para que se unieran con él en México. Dedicó el último número de su revista surrealista, Minotauro, de 1939, al arte que encontró ahí, la llenó de reproducciones de obras de Kahlo, Rivera y Álvarez Bravo y no paraba de decir que México era el país donde “la realidad había superado el esplendor sobre el arte y política prometido por los sueños”.

A mediados de 1940, Leonora Carrington, Remedios Varo, José y Kati Horna, Wolfgang Paalen y Alice Rahon ya habían seguido el ejemplo de Breton y entablado relaciones con artistas locales como Lola Álvarez Bravo y Gunther Gerzso, quien ya había incorporado imágenes de ensueño en sus lienzos.

Al llegar a México el surrealismo adquirió nuevo vigor y los artistas mexicanos ampliaron su lugar en el mundo. Puede decirse que esto ocurrió en particular con la Exposición Internacional del Surrealismo que abrió en la Galería de Arte Mexicano, dirigida por Inés Amor, en 1940, organizada por el austriaco Wolfgang Paalen, que reunió el trabajo de surrealistas europeos y mexicanos (Dalí, Ernst, Rivera, Varo, Manuel Álvarez Bravo, Jean Harp, ReneMagritte y más) y dio a conocer una de las pinturas más importantes de Frida Kahlo, su obra de 1939, Las dos Fridas.

En suma, si bien es discutible catalogar a un país como surrealista (o expresionista, cubista, etc.,), lo cierto es que la visita de Breton a México, la difusión que hizo sobre el país en los círculos sociales que frecuentaba y su recomendación a los artistas plásticos de visitar el país en momentos álgidos de la conflagración bélica mundial, contribuyeron a fortalecer a esta corriente artística, una de las más importantes de la vanguardia mexicana.

PARA SABER MÁS

  • Bradu, Fabienne, André Breton en México, México, Fondo de Cultura Económica, 2012.
  • Polizzotti, Mark, Revolución de la mente. La vida de André Breton, México, Fondo de Cultura Económica/Turner, 2009.

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