Evocaciones de una familia poblana

Evocaciones de una familia poblana

Alfredo Gómez Ruvalcaba
Facultad de Filosofía y Letras, unam

En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 61.

Una serie de cartas entre una madre y sus hijos permiten revisar la vida de la gente común en tiempos del porfiriato y la posrevolución. Allí se abordan las enfermedades, la migración, la religión, los abusos, el trabajo y el desempleo, así como los miedos, culpas y sufrimiento.

Gracias a que mi abuelo, Manuel Cecilio Gómez, localizó, pero sobre todo conservó a lo largo de varias décadas las cartas que alguna vez pertenecieron a su abuela, esto es, a mi tatarabuela, Amada López Campos, oriunda de Amozoc, Puebla, puedo ahora comprender y valorar la riqueza de mi historia familiar. Aunque la pandemia del coronavirus Sars-CoV2 nos separó a todos de nuestras familias, de manera especial el aislamiento de los primeros años propició que me acercara a mi abuelo, como nunca, con el propósito de conocer y registrar con minuciosidad las experiencias de mis antepasados. Para mi fortuna, mi abuelo mencionó unas comunicaciones que decidió rescatar de la soledad y el polvo del mueble de mi bisabuela en su casa de Buenavista-Guerrero.

Por supuesto, la correspondencia que mi abuelo me entregó resulta entrañable para mí, pues su lectura y estudio me han causado, sin duda, nostalgia y sentimientos. Consultadas por primera vez, me valgo de seis cartas fechadas, por una parte, en el cambio de siglo: 1901, 1903, 1904 y 1905; por la otra, en el año de 1930 y remitidas desde Orizaba, Veracruz y la ciudad de México con destino a Puebla. Se trata del intercambio entre Encarnación López Campos e Inés Campos García, así como entre el mismo Encarnación y Josefa López. Y a su vez, entre Josefa y Bernarda López, o sea, hermano, mamá y hermanas de mi tatarabuela, respectivamente, todos nacidos en Amozoc. Las cartas aparecen a renglón seguido, casi todas con extensión de una cuartilla en hoja rayada, dominando la tinta sobre el lápiz y sólo una en papel con un curioso relieve de mariposa. Es muy probable que no fueran escritas del puño y letra de mis ancestros, lo cual se explorará en las siguientes líneas, sino por un amanuense.

Ahora bien, lejos de que estos documentos representen algo íntimo, la razón para examinarlos estriba en que sus testimonios tienen algo que decir no sólo para mí y mis parientes, sino que someterlos a un análisis posibilita conocer el problema, como ha expresado la historiadora Silvia Arrom, de “la fuerte división de los roles sexuales en el mundo decimonónico”, lo cual llevó a presuponer que la mujer no debía participar en la vida social y económica al concebir que su único rol estaba en la esfera doméstica y privada de la familia. Por ello, el objetivo de este artículo es mostrar que en virtud de sus talentos no necesariamente había una dependencia económica de los hombres. En resumidas cuentas, que las mujeres podían ser las jefas de familia.

De igual forma, merece la pena subrayar que las cartas se analizarán desde el punto de vista de las clases inferiores y de la pobreza rural a la cual pertenecieron los personajes que aparecen en ellas. En suma, se trata de una historia genealógica que abarca seis generaciones y pretende contribuir a la historiografía del porfiriato y del México posrevolucionario sobre personas invisibles, ordinarias, gente común; en fin, a ese grupo de personas marginadas.

En primer lugar, es preciso saber un poco acerca de los temas que ofrecen las cartas: la familia, las enfermedades, la migración, la religión, los abusos, el trabajo y el desempleo; además de emociones como la culpa, el miedo, el enojo, el sufrimiento y la desesperación. Y es que, a través de la vida difícil y azarosa de Inés Campos y Encarnación López, cabe preguntarnos: ¿cómo afrontó Inés el mantener a una familia numerosa al enviudar y ser pobre en un país rural?, ¿cómo se ganó la vida?, ¿qué le implicó el tránsito del hogar al trabajo en el exterior?, ¿qué significó para Encarnación migrar de su natal Puebla hacia Veracruz y a la ciudad de México en busca de empleo? y ¿ante la necesidad de sobrevivir, a qué obstáculos se enfrentaron ambos?

No entraré en detalles sobre el contexto histórico en que está situado el objeto de estudio, si bien las circunstancias ayudan a comprender por qué el autor escribió lo que escribió. Tan sólo señalaré que podemos reconocer al porfiriato tardío, en particular desde principios del siglo xx, como años clave para el debilitamiento de la dictadura autocrática, que confluirían en la crisis política y en levantamientos populares de la revolución de 1910. Según apunta Alan Knight: “En la década de 1900 esta popularidad y con ella la legitimidad del régimen había declinado”. A fin de cuentas, diferentes grupos dentro de la sociedad, no beneficiados y desposeídos expresaban su profundo descontento y resentimiento ante las injusticias, la precariedad, el autoritarismo, la opresión, la concentración de tierra, la servidumbre por deudas; en suma, la desigualdad y la conducta represora del régimen de Porfirio Díaz (del presidente a los caciques locales, jefes políticos y los rurales, por mencionar algunos).

Por aquellos años mi tras-tata, Inés, y sus hijos tuvieron que valerse por sí mismos. Así, un año antes de la primera comunicación que llegó a mí, de 1901, se publicó el periódico Regeneración. Cuando le escribe tres años después, en 1904, Francisco I. Madero organizaba sus primeras actividades políticas y se inauguró en la ciudad de México el Palacio de Comunicaciones. También, en el mismo año de 1905 en que Encarnación se dirige a Inés, José Y. Limantour colocó a México en el patrón oro.

En Puebla, que para 1900 registraba, según el censo de ese año, 1 021 000 habitantes, gobernaba por entonces nada menos que Mucio P. Martínez, quien durante 18 años hizo de Puebla un espacio de corrupción y arbitrariedad, como dice Knight, de quien retomo los términos. Desde luego, no hay que olvidar el papel de este estado hacia 1910 con el cruel asesinato de los hermanos Aquiles y Máximo Serdán, partidarios de Madero.

Por otra parte, 1930 (fecha de las últimas dos cartas) fue una coyuntura de diversos cambios. Las misivas se inscriben en los tiempos del Maximato, donde sin importar el presidente en turno, Plutarco Elías Calles dirigía la política posrevolucionaria a través del Partido Nacional Revolucionario (pnr). Fueron años de institucionalización y estructuración del poder, que intentaron reordenar la decadente economía. Empero, como ha señalado Itzel Toledo, “el proyecto de reconstrucción económica del Estado posrevolucionario no difiere considerablemente del modelo de modernización de Porfirio Díaz […]”. En otras palabras, el antiguo orden no cambió tanto como el pueblo aspiraba, a pesar de la búsqueda de estabilidad política y económica.

Considérese que paralelamente a este proceso Josefa y Bernarda están intercambiando noticias. Pongo por caso que en el mismo año de estas cartas, se proclamó la doctrina Estrada y al año siguiente México ingresó a la Sociedad de las Naciones. Asimismo, un año antes, en 1929, tuvo lugar la rebelión escobarista, se dio fin al conflicto cristero, así como la gran depresión, a saber, la crisis económica en Estados Unidos que también afectó a los mexicanos. Como mostraré más adelante, este último hecho es palpable en las misivas. Por lo que se refiere al entorno poblano, que para 1930 registró, según el censo de ese año, 1 150 000 habitantes, Leónides A. Almazán fungía como gobernador, enfrentando serios problemas de inseguridad y de tensión municipal.

Pero ¿qué sabemos de Inés Campos, de Encarnación y Amada López? De Inés y Encarnación muy poco; sin embargo, gracias a la encomiable labor del sitio Family Search y a los datos con que los validó mi abuelo, tengo más detalles sobre ellos: Inés, hija de José María Campos y Salvadora García (o sea, mis segundos tras-tatarabuelos) de una familia de alfareros, pudo haber nacido en Puebla en 1850 o 1855. Murió en la misma entidad el 14 de julio de 1915, debido a una enterocolitis crónica. Se casó con Antonio López quien, como indica el acta encontrada, murió antes que ella. No acabamos de saber bien a bien su fecha de fallecimiento, aunque deduzco que, si acaso, fue antes de 1901, pues desde la primera carta no hay referencia a él. En cuanto a Encarnación, estimo que nació en 1880 y falleció en Amozoc, Puebla, el 19 de octubre de 1905, a causa de tuberculosis; muerte que, conjeturando, pudo estar relacionada con su oficio, herrería. Era soltero. Esto se explica, entre otras cosas, por el contexto de la baja esperanza de vida en el porfiriato, que se mantuvo en un promedio de 30 años, siendo la mortalidad infantil del 30 por ciento.

No podemos olvidarnos de Amada, mi tatarabuela, que, si bien no se encuentra en estos intercambios, dio pretexto a esta pesquisa. Nació en Amozoc, Puebla, el 13 de septiembre de 1884. Ya Fanny Calderón de la Barca dijo sobre esta localidad: “un pequeño pueblo, con no más de una posada y pocas casas pobres y todas muy sucias”, con un gran bandidaje y muchos “léperos”. A riesgo de cometer un anacronismo, hoy en día continúa siendo un pueblo predominantemente de indígenas muy pobres. Conviene recordar aquí la fuerte impronta religiosa de Puebla y que para 1910 tanto como para 1930 era “una de las ciudades más importantes del país, quizá la segunda”. Amada migró en 1910 a la ciudad de México porque, según me contó mi abuelo, como trabajaba como parte de la servidumbre de uno de los cabecillas inmiscuidos con los Serdán, prefirió abandonar todo al enterarse del rumor de un movimiento armado, de que las autoridades estaban al tanto. Murió el 21 de septiembre de 1981, a la edad de 97 años.

Respecto a las cartas, sólo la primera no indica el mes en que fue escrita y dice nada más el día 23 de 1901. Las demás están fechadas el 10 de octubre de 1903; 25 de noviembre de 1904; 7 de enero de 1905; 5 de noviembre de 1930; y, 25 de noviembre de 1930. No fueron las únicas letras intercambiadas entre mis parientes y así se desprende de su lectura, pero las demás quizá se perdieron. Sin embargo, basta con ellas para sacar cosas en limpio sobre mis antepasados. Es de suponerse que “otro” escribió lo que ellos iban dictándole ya que Inés, Encarnación y compañía no formaron parte de la población con acceso a una educación, de ahí la importancia de ese otro, los amanuenses.

Es evidente cómo Encarnación lidió con la necesidad de trabajo, en un espacio alejado del vínculo familiar. Es decir, se ve la lucha interna por la culpa que le genera la distancia y el no poder apoyar a su madre, así como la tristeza gracias a que no sabía nada de la vida de sus hermanas; de modo que expresa su amor por ellas, y que a fin de cuentas parecen ser una motivación.

Al mismo tiempo, las cartas revelan las palabras y las formas en que se expresaban en esos años. Por ejemplo, se usa “linimento” para hablar de una pomada, “tentación” para referirse a una preocupación, “desgenere” en alusión a ser irresponsable o malagradecido, “timbre” que designaba al envío del mensaje, el cual debía pagarse y “reciban expresiones” que es como hoy decir “abrazos” o “saludos cordiales”. El tono es cariñoso, pero sobre todo respetuoso y de usted al iniciar con “mi muy querida mamacita” o “mi querida mamá de todo mi aprecio y cariño”. Igualmente, para despedirse hay una expresión singular: “es cuanto te dice”.

En la carta del 23 de 1901, por ejemplo, sobre el dilema de socorrer a su familia apartado del terruño y lidiando con la inseguridad laboral, Encarnación escribió: “yo quisiera tener oportunidad para decirle a usted cuanto fuera necesario, pero mis fuerzas no me alcanzan para hacerlo. Quiero me haga usted el favor de mandarme a decir cómo se encuentra usted, si es cuestión de que su enfermedad de usted no siga mejor para que, aunque no tenga, yo haré lo posible para ello”.

Esta misma carta es reveladora porque da cuenta de que a la muerte de su esposo Antonio, Inés no quedó atenida a una figura masculina, esto es, a su hijo Encarnación: “no como usted me dice que no más son apariencias, pues no son, sino lo que hago es para poder tener manera de auxiliar a usted, bien está que usted nunca me pide nada ni me exige usted que yo le dé, pero mi deber y derecho es hacerlo”. Pero ¿cuáles eran los pensamientos de mi antecesor ante desafío? Bien dice Estela Roselló que “había muchas mujeres que vivían solas y que trabajaban para sostenerse, es decir, eran jefas del hogar […] tomaron muchas decisiones, trabajaron y participaron intensamente de la vida social y económica”. Esta letra es prueba de ello.

Luego entonces, ¿cómo se ganó la vida Inés? Según Gloria Tirado, podríamos suponer que desempeñándose en el orden doméstico, o como vendedora de comida, quizá como tlacualera, costurera o trabajando en alguna fábrica. En general, en labores propias de su sexo, como se consideraba entonces (serían las mujeres de clase media y alta las que tendrían más oportunidades de romper ese ideal de recogimiento femenino). También es comprensible que Amada haya trabajado como “sirvienta” o ama de llaves, pues seguramente aprendió estas habilidades de Inés.

En otro orden de cosas, la carta fechada el 10 de octubre de 1903 nos deja asomar a la economía de subsistencia que padeció Encarnación: “acabé el trabajo que estaba yo haciendo y a última hora no llegó el dueño y el maestro me fue dando como quiso. A mí no me convino y me separé de allí”. Pero es por la carta fechada el 25 de noviembre de 1904, que conocemos su oficio, herrero: “díganle a Antonio [hijo] que salude a Rafael Prieto de mi parte y que le diga si ya puso la fragua para que me venga a trabajar”. Tampoco es casual que tuviese empleos ocasionales, era la inseguridad laboral y la figura del “trabajador eventual” de fines del porfiriato. Asimismo, que se mudara de Puebla a la ciudad de México, a la calle de Tacuba, retrató “la fuerte movilidad del campo a la ciudad”. Incluso las cartas nos dan más detalles respecto a sus varios cambios de residencia, como la calle primera de la industria Herrería Tacuba; la primera calle de Persica en Orizaba, hasta los planes de un viaje a Mérida, o sea información importante que sitúa las zonas donde se estableció probablemente en barrios periféricos. Sin olvidar que también Josefa emigró al Distrito Federal, al igual que Amada, como se vio líneas arriba, pues así lo indican ambas cartas de 1930. Habría que agregar que los desplazamientos los efectuaron por el Ferrocarril Mexicano, como constata la carta de 1903.

El momento donde se muestra el desempleo es en la carta del 5 de noviembre de 1930 en la que Josefa habla de que “me dijo la señora que mi compadrito no tenía trabajo. Lo siento mucho, pero tú sabes qué canijos están muy malos por todas partes”. Se refiere al esposo de Bernarda y no es fortuito esto si recordamos la crisis de 1929, pues “a pesar de los esfuerzos, el empleo cayó entre 30 y 50 por ciento en diferentes ramas durante el periodo 1929-1932”.

En lo que respecta a las tradiciones populares, estas residen en las letras fechadas el 25 de noviembre de 1904 y la del 5 de noviembre de 1930. Escribe Encarnación a Inés “estoy por acá, no más quiero pasar de doce de diciembre y venirme luego”. Y le dice Josefa a Bernarda: “tú sabes que cada año voy a pasar Todos Santos [a] Amozoc a esperar a nuestros padres allá”. Resulta evidente que guardaba el día de la veneración católica a la Virgen de Guadalupe, identidad fundamental de los mexicanos, así como la celebración del Día de Muertos mediante una ofrenda a los seres queridos.

Acabaré mencionando un tono repetitivo a lo largo de las cartas, a saber, el enojo por ser ‒acaso deliberadamente‒ olvidados e ignorados. Así, cada uno se quejó amargamente de la demora para responder de los otros, en especial entre hermanos, pero se esfuerzan por justificarse. Véase, por ejemplo, el reclamo que hace Encarnación, en 1904, a su madre, Inés: “y me hace usted favor de saludar a Josefa y a todas las muchachas que siquiera yo me acuerdo de ellas, pero ellas de mí no, ni un recado he tenido de ninguna de ellas”. Escribe ahora Encarnación a Josefa, que parece ser que tenía su domicilio en la calle de Espejo, en 1905: “yo hace unos cuantos días que te escribí para tener contestación, pero creo que tú haces poco aprecio”. Mientras que, en 1930, Josefa dice a Bernarda: “lo que me mandas a decir que yo estoy enojada, pues no es cierto. Que no he podido contestarte no porque no he querido […] los tengo en mi mente. Ustedes son los que se olvidan de nosotros”. Ese asunto no parece extraño en la actualidad cuando, paradójicamente, la mensajería instantánea atiende a la brevedad.

Por último, el valor histórico de estas cartas no es otro, sino que permite reconocer a los sin voz, en especial a las mujeres. En fin, brindan una perspectiva sobre la vida cotidiana. Lo que interesa, diría Joan Pagés, es invitar a las personas que “se sientan en la historia, no sólo que sepan historia, sino que se sientan ellos mismos protagonistas”. Como ya dije, varias cartas se perdieron, pero nos dan una idea de diversos aspectos: de cómo eran la vía de comunicación de la mayoría de la población, nos indican cómo de ellas sale el gran analfabetismo existente y, por ende, la importancia de los amanuenses, muestran también cómo cambian de dirección y los barrios en los que se situaron, marcan la inseguridad laboral y la migración de los pueblos a las urbes y, después de todo, por eso tienen un valor testimonial para la historia de la familia y las relaciones respetuosas entre sus miembros. Así son las cartas en las que he modernizado la ortografía y de las que una se transcribe a continuación.

México 23 de 1901

Señora Inés Campos

Puebla,

Mi muy querida mamacita,

Deseo que al ser la presente en su poder se conserve usted bien lo que celebraré con verdadero gusto.

Siento mucho su enfermedad de usted, ni se puede usted figurar lo que me apena y Dios quiera que a vista de la presente ya esté mejorcita. No crea usted que no me vaya porque ya no quiera a usted, ni porque desgenere ni tampoco me olvido. No si no, que hay cosas imposibles, pero le aseguro a usted que dentro de un mes nos vemos por allá sin pretexto ninguno, no como usted me dice que no más’ son apariencias, pues no son, sino lo que hago es para poder tener manera de auxiliar a usted, bien está que usted nunca me pide nada ni me exige usted que yo le dé, pero mi deber y derecho es hacerlo como lo hago. Yo quisiera tener oportunidad para decirle a usted cuanto fuera necesario, pero mis fuerzas no me alcanzan para hacerlo. Quiero me haga usted el favor de mandarme a decir cómo se encuentra usted, si es cuestión de que su enfermedad de usted no siga mejor para que, aunque no tenga, yo haré lo posible para ello, no más que sea luego lo que me contesten. También quiero saber si ya Antonio no está con usted, porque del no sé ni en [donde] está, nada. Quiero saber una realidad. Además tan luego reciban la carta me contestan antes que se vaya la familia para Mérida y nosotras nos separemos de. Luz no le dio a usted nada porque no sé en dónde se encuentra pues ya él está muy orgulloso, pues a Lupe mis amiga[s] la quieren tanto. Nos hizo favores, se ha manejado muy mal con ella y conmigo ni nos volvió.

[La carta está incompleta; sin despedida y sin rúbrica].

PARA SABER MÁS

  • Arrom, Silvia,“Las Señoras de la Caridad: pioneras olvidadas de la asistencia social en México, 1863-1910”, Historia Mexicana, 2007, en https://cutt.ly/SwqJZMP6
  • Knight, Alan, La Revolución mexicana. Del Porfiriato al nuevo régimen constitucional, México, fce, 2010.
  • Roselló Soberón, Estela; Susana Luisa Sosenski Correa y Valeria Sánchez Michel, “Cosa de todos los días. Historia de la vida cotidiana en México”, México en el siglo XIX, México, sm Ediciones, 2015, t. 3.
  • Tirado Villegas, Gloria, Hilos para bordar: mujeres poblanas en el Porfiriato, México, Ayuntamiento de Puebla, 2000.

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