Grazziela Altamirano Cozzi
Instituto Mora
En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 45
Hoy recordamos a la primera generación de exiliados con una selección de las entrevistas hechas por Elena Aub y Enriqueta Tuñón al Sr. Manuel Andújar el 26 de diciembre de 1979, 16 de enero de 1980 y 27 de noviembre de 1981, en el marco del Proyecto de Historia Oral “Refugiados Españoles en México” (PHO/10/Esp. 8).”
México ha sido escenario de asilos y refugios. Su política hospitalaria se reflejó durante gran parte del siglo XX al recibir a diferentes exilios de países en conflicto, que encontraron en el nuestro un lugar temporal privilegiado. El primero y, sin duda el más significativo –por el apoyo que le brindó el gobierno mexicano–, fue el de los refugiados republicanos, obligados a salir de España por motivos esencialmente políticos, luego de tres años de guerra civil, de la derrota de la República y la instauración del régimen de Francisco Franco. Debido a las represalias del franquismo, miles de republicanos huyeron con sus familias hacia el sur de Francia y fueron colocados por el gobierno francés en campos de concentración, donde permanecieron por un tiempo en condiciones muy difíciles.
El gobierno de la República española organizó en París el Servicio de Evacuación de Refugiados Españoles (SERE) para ayudar a los que habían salido de España a causa de la guerra. Este organismo se encargó de preparar las listas de los que deseaban dejar Francia con el fin de dirigirse a otros países. La lista de los que presentaron su solicitud para viajar a México fue enviada a la embajada de nuestro país en la capital francesa, donde se hizo la selección correspondiente.
El 23 de mayo de 1939 partió del puerto francés Sète el célebre Sinaia, el primer barco fletado por el gobierno republicano español exclusivamente para el transporte de refugiados, en el que viajaron cerca de 300 familias, las cuales aceptaron la oferta del presidente de México, general Lázaro Cárdenas, de ser acogidos por el gobierno mexicano. Poco después llegarían a nuestro país más barcos con los españoles que buscaban refugio.
El exilio español completaría una cifra aproximada de 30 000 almas, entre las que había profesionales, intelectuales, hombres de ciencia, escritores, maestros, artistas de diversos géneros, periodistas y obreros calificados. Todos ellos llegaban a un mundo desconocido en el que tendrían que rehacer su vida. Se encontraban con una nueva realidad que, aunque ligada a la propia por la misma lengua, tenía rasgos culturales muy distintos. Sin embargo, se fueron vinculando a la vida mexicana. Muchos se insertaron en el mundo académico, cultural y científico; otros, durante el proceso de adaptación, participaron en diversas ramas productivas dando pie, a la larga, a la fundación de empresas industriales. Su llegada coincidió con el inicio de un importante desarrollo económico, social y cultural de México en el que de alguna manera estuvieron presentes.
Los “transterrados” –bautizados así por el filósofo español José Gaos–, si bien en un principio vivieron de cara a España con la esperanza de volver, se fueron asimilando a la vida mexicana y echaron raíces en esta tierra. Otros regresaron cuando las condiciones políticas lo permitieron, aunque encontraron una España diferente a la imagen que la nostalgia les dibujó durante muchos años.
Son ya varias las generaciones que el exilio español dejó en México. La primera, siempre con la esperanza de volver, condicionó a sus hijos para el retorno. Escuelas, maestros, conversaciones, tradiciones, comida, todo giraba en torno a la patria perdida. Con el tiempo, muchos se fueron desligando de la realidad española y se asimilaron a la mexicana. Los que se quedaron tuvieron hijos en México y formaron familias mexicanas que, pese al paso de los años y a la completa integración de las nuevas generaciones, no han querido dejar el aire español de sus ancestros.
Manuel Andújar Muñoz, escritor y editor, nació en la Provincia de Jaén, norte de Andalucía, el 4 de enero de 1913. Cursó la carrera de Comercio en el Colegio Alemán de Málaga. Fue periodista en Lérida y Barcelona donde perteneció a las Juventudes Socialistas. Durante los años que vivió en nuestro país como refugiado escribió crónicas y novelas relacionadas con el exilio español, participó en la fundación de editoriales y varias revistas junto con escritores españoles y mexicanos. Romance, España Peregrina, Cuadernos Americanos, Las Españas, son algunos títulos en los que estuvieron su mano y su pluma. Fue de los que la añoranza hizo volver a España y dejó en México una numerosa familia, quedando marcado para siempre por esa dualidad que le imprimió el exilio.
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En la última etapa de la guerra, cuando era todo huir… crucé la frontera y estuve en el campo de concentración de Saint Cyprien, en Francia… Cuando me llaman para hacer la solicitud [de salida], yo era muy reacio a suscribir solicitudes para ir a determinados países. Sin embargo, me convenció un amigo y rellené un tarjetón donde pedían los datos personales, la significación ideológica y los cargos políticos que había tenido. En la tarjeta uno especificaba los países a los que deseaba ir y yo recuerdo que hice constar en primer término, México. Envié mi solicitud a París y me vino aprobada. Me incluyeron en la expedición del Sinaia…
Las condiciones del barco eran bastante ajustadas, éramos mil doscientos o mil trescientos los que veníamos allí y dentro de eso se procuró hacer una vida colectiva, había grupos de intelectuales, había conciertos con la Banda de Madrid, teníamos un periódico, en fin. El primer periódico del exilio se hace a bordo el Sinia, ahí se redactaban noticias, se hacían entrevistas, yo hice varias, recuerdo que le hice una al capitán del barco. Me pasé todo el viaje, prácticamente en el periódico. Para mí la experiencia de poder hacer el periódico fue muy satisfactoria…
Cuando salí de España, la única que quedó de la familia, fue mi madre, que al cabo del tiempo conseguimos llevarla a México. Mi hermana también vino en el mismo barco, todos estábamos implicados, no geográficamente, sino por conciencia, en la guerra del mismo lado, de la República. En México, mi hermana se ganó muy duramente la vida, hacía tortas, en un carrito y las vendía por el rumbo de La Lagunilla.
Llegamos a Veracruz el 13 de junio de 1939. Esa fecha la tengo muy grabada y entonces empezó esta nueva vida… Mi verdadera vida de experiencia y conciencia da comienzo en México… el doloroso y tardío cumplimiento pleno de mi vocación de escritor.
La primera impresión fue el recibimiento, verdaderamente cordial, verdaderamente entusiasta, que nos dispensó Veracruz, tanto el veracruzano como el antiguo residente, seguramente el puerto, el mar, les da otro aire. Tengo muy viva en la memoria la actitud de un asturiano que tenía una tienda, entre abarrotes y cantina, que nos abrió sus puertas… La impresión fue muy distinta al llegar al Distrito Federal. En una ciudad grande la relación hay que hacerla más despacio. En el puerto uno iba a tomarse un café a La Parroquia y tenía enseguida amigos ¿no? Pesa mucho el carácter del veracruzano, además, nos va muy bien a nosotros los andaluces, creo que el veracruzano tiene acento andaluz…
Llegué al Distrito Federal al mes de desembarcar en Veracruz. Fue una circunstancia personal muy dolorosa. Yo iba con mi mujer y con nuestra primera hija, que tenía entonces quince meses. La pequeña resintió mucho el cambio del clima, se puso enferma y mi esposa se fue con ella al Distrito Federal para tener una mejor atención y yo permanecí allí, y cuando ya me avisaron que estaba muy grave tuve que irme sin que estuviera destinado especialmente, por esta razón, que me parece muy fuerte: a la niña la enterramos pocos días después en el cementerio de Dolores, ésta fue mi entrada… Fue una cosa muy fuerte, muy perdurable, muy honda…
En el recibimiento de los capitalinos hubo de todo. Hubo gente muy acogedora de inmediato y muy hospitalaria pero, promovido por un sector de la vieja colonia española, se realizó contra nosotros una campaña en cierta prensa reaccionaria; no olvidemos que era la época del presidente Cárdenas, en todos los aspectos. Entonces, hubo una ola de calumnias y al mismo tiempo de hostigamiento, de un cierto chauvinismo que a veces subyace contra nosotros, en ciertas capas, naturalmente, que no es México una excepción, ciertas capas impreparadas. Esto se venció lentamente…
Nosotros teníamos una pequeña subvención para comida del Sere, se nos daba, en la primera semana, una habitación en un hotel, allí en Villalongín. A mí no me gustaba esa situación y busqué colocación lo antes que pude. En el propio Sere anunciaban como oferta de trabajo una corresponsalía y además, en francés, en una casa judía, importadora de relojes suizos. Y entonces solicité esta plaza y me la dieron… Trabajé ahí como doce o trece años. Estaba en la calle Motolinía frente a un restorán vegetariano, entre Madero y 16 de Septiembre… Hoy tiene un edificio en la calle de Madero, el edificio Kesse. Concretamente llevaba yo la correspondencia con Suiza, en alemán y en francés, básicamente en alemán. El alemán yo lo tenía un poco oxidado y sin embargo me atreví –era mejor mi alemán que el del dueño-. Luego me hice cargo de la auxiliaría de contabilidad dentro de la misma casa e inicié en ella una tarea de publicidad. Creo que entré ganando cinco pesos diarios, ciento cincuenta al mes, al cabo de tres o cuatro meses, yo ganaba ya quinientos. Mi mujer entonces trabajaba también como secretaria taquimecanógrafa en una fábrica de camisas, allá por La Lagunilla, entre los dos teníamos naturalmente un desenvolvimiento decoroso, estrecho pero decoroso…
Mi primera casa en México, me parece que era en la calle Guatemala, en La Lagunilla. ¡La Lagunilla! Era una colonia muy pintoresca. Primero alquilamos un pequeño piso que tenía apenas dos piezas, la cocina y una pequeña duchita. En realidad era una vecindad. No me acuerdo cuánto pagaba, pero no creo que fuera superior a treinta o cuarenta pesos. Allí, eran tiendas básicamente de ropa de confección, el clásico café de chinos inmediato y los domingos, naturalmente yo me iba siempre a recorrer todo aquello, Yo conocí mucho toda esa zona, de la Universidad y de la preparatoria, de Santo Domingo, con los evangelistas, estampa típica de México. Recuerdo que en el mercado de La Lagunilla pude adquirir, a precios verdaderamente irrisorios hoy, una serie de obras que para mí eran muy deseadas. Pude comprar una edición de las obras completas de Schiller que creo que tenía diez tomos, creo que me lo compré por unos treinta pesos.
La publicidad que realizaba en la casa de relojes consistía en anuncios de periódicos, en programas de radio, lo cual me conectó con el mundo de la radio de entonces, en programas vivos, especialmente en la XEW. Al final, estuve consagrado casi por entero a la publicidad, lo que me permitió conocer un mundo singular de la vida mexicana, el mundo de las radioemisoras, las potentes, la época de Azcárraga, de gran fuerza en la W, la época en que la XEB todavía tenía solera como portavoz de la fábrica de Buentono, la fábrica de cigarrillos, en la época en que yo fumaba “Elegantes” y “Soberbios”… Conocí a muchos artistas y aprecié al doctor en música por Viena, Ernesto Roemer, que dirigía la orquesta en los programas vivos que presentábamos en la W; recuerdo uno de nuestros programas con una orquesta de jazz sinfónico, que dirigía Noel Fajardo. Tuvimos un programa en XEW para el que se contrató por la terrible cantidad de setenta y cinco pesos la actuación de Miguel Aceves Mejía… En la XEB teníamos un programa de aficionados, en concursos, en uno de los cuales fue presidente de jurado el maestro [Manuel M.] Ponce, era todo un caballero, aparte de ser un magnífico músico. Allí hicimos también un programa de zarzuelas, en la cual se destacó y luego pasó a la W, con mucha categoría, el tenor yucateco Nicolás Urselay.
En aquella época yo estaba en contacto inmediato con muchos refugiados, pero apuntando ya a los que me eran más afines, es decir, a los hombres de letras y artes, pero lógicamente, me relacioné con muchos mexicanos; si yo tenía una publicidad, era natural que de ahí surgieran también amistades… Se fue formando una especie de noción, de conocimiento, de lo que eran varios años de la vida mexicana, desde los locutores, los cantantes y directores de orquesta…
Dejé la Casa Kesse por incompatibilidad. Hubo un momento en que yo exigí más tiempo libre para dedicarme a mis cosas literarias y me marché porque el ambiente era muy asfixiante y poco estimulante. Yo tenía un buen sueldo, pero no era sólo cuestión económica. Además, en aquella época mi mujer había dejado lo de la fábrica de camisas y había emprendido con mis suegros, que vinieron de Francia, una pequeña industria y comercio, que era la confección de alpargatas. Un poco movidos por la nueva actividad, nos fuimos a la calle de Venezuela, que está frente al mercado Abelardo Rodríguez, por San Ildefonso. Era una casa mayor, era un bajo entre vivienda y tienda…
Fue cuando Almendros me encargó la gerencia de la Librería Juárez. Inmediatamente, como estaba la avenida Juárez frente al Caballito, cerca de los periódicos, lógicamente me relacioné con muchos periodistas y con muchos escritores mexicanos… Hay una cosa que me parece que es importante: yo le propuse a Almendros que iniciáramos una campaña en pro del libro mexicano; hablo del año 1952, una campaña que valorizase la calidad de las ediciones mexicanas… La primera editorial que figuró en ello fue el Fondo de Cultura Económica, se celebró un acto inaugural en que pronunció unas palabras muy interesantes, muy fosforescentes, Juan José Arreola, que para entonces estrenó su chaleco de terciopelo verde. ¡Simpatiquísimo! Después fueron las publicaciones de la Universidad; la Prensa Médica Mexicana y Porrúa Hermanos. Consistía en un despliegue, un montaje de aparadores, de escaparates, de los libros más afamados y de pequeñas conferencias, pequeñas charlas… Mucha gente. Y creo que eso llamó la atención públicamente sobre la industria editorial mexicana.
Ahí me profesionalicé como librero y lo tengo a mucha gala y honra, me contrató [Arnaldo] Orfila para el Fondo de Cultura Económica, para el Departamento de Promoción y Publicación y ya el contrato se hizo de la base de mi instalación en el edificio de avenida de la Universidad… entonces, sobrevino la caza de brujas del Fondo, la famosa cuestión de Los hijos de Sánchez, cuando se desata la campaña contra Orfila y su equipo, la campaña reaccionaria, vil, en la que no todos tienen la conciencia tranquila. Después vino el licenciado Azuela, el director del Fondo, y naturalmente, yo tengo que saltar…
En esa época nos trasladamos a un piso en la calle Yucatán, cerca de Insurgentes. Ahí nos quedamos hasta que yo me trasladé a España. La casa era relativamente grande, pagábamos evidentemente mucho más, pero era una casa económica… Para entonces ya tenía cuatro hijas, puras mujeres. Unas estuvieron en el Colegio Madrid y otras en el Instituto Luis Vives. Entraron a estas escuelas porque me parecía que no había una discontinuidad de lo que pudiéramos llamar nuestra educación y de la que ellas podían recibir allí. Esto no significaba un criterio excluyente, pero sí, hay que tener en cuenta nuestra conciencia de provisionalidad… es una etapa intermedia, hasta que terminara la guerra y un poco después había todavía en nosotros la esperanza de un retorno digno, de una recuperación democrática de España. Después todo eso se tambalea y naturalmente si uno pensaba volver, le interesaba, le importaba que la educación de los hijos estuviera en función del retorno. Quizá entonces no lo teníamos tan claro, como lo podemos tener hoy, pero evidentemente eso fue lo que nos movió. Aparte de que hay que reconocer y ensalzar la amistad hispano-mexicana, ya que ha habido un contingente grande de alumnos mexicanos, y que el nivel pedagógico de estas instituciones es de primer orden con maestros de gran calidad que provenían de la mentalidad de la República, especialmente de la gran pasión e ilusión educativa que tuvo la República y que yo creo que es lo más importante que hizo.
Yo me casé por segunda vez. Mi esposa actual era viuda de un militar republicano y tenía un chico de cinco o seis años cuando nos casamos. Tuvimos una hija que nació en Chile donde vivimos quince meses, y se ha educado en España. En México yo tengo cinco hijos, cuatro hijas y un hijo, doce nietos; y mi hermano allí casado, con dos hijos, con sobrinos-nietos y por parte de mi mujer, su hermana también me da un sobrino nieto; es decir, el grueso de mi familia está en México. Yo no he hecho ninguna insinuación, ni siquiera lo creo conveniente, en el sentido de que ellos alteren su modo de vivir, ellos son mexicanos, se sienten mexicanos y se han casado con mexicanos, quieren las cosas de España, pero en un terreno que pudiéramos llamar subordinado; lo principal para ellos en comida, en inflexiones de voz, definitivamente es lo mexicano…
Yo tomé la decisión de volver a España porque quería hacer la permanente vida común de los españoles, conocer por mí mismo el cambio de las viejas generaciones y de las nuevas, y procurar entroncar con el idioma vivo y reanudar así cotejada mi escritura. Con la pequeña indemnización que me dieron en el Fondo, llegué a Madrid el 30 de marzo de 1967 y me trasladé a Barcelona a fundar una editorial… Mi mujer vino contrariada, vino por seguirme a mí, nada más. Ella se siente muy vinculada a los hijos y a los nietos de allá; yo también, pero de otra manera. A ella le costó trabajo, porque en ella sí era fuerte la nostalgia de los mexicanos, más fuerte que en mí. Tuvimos que adaptarnos a determinados estilos de vida, aquí estamos siempre un poco en plan de adaptación constante. Cuando fui a vivir a México tuve que adaptarme allá, pero ahora… la cuestión se remite a edades. Yo estoy bordeando ya los setenta años y cuando fui a México tenía veintitantos. Es decir, el periodo decisivo de mi vida ha transcurrido en México, y fue muy movido. Entonces, sí me ha influido México y me ha configurado en cierta manera, hasta para permitirme ser español en México. Fue la etapa más importante de mi vida y lo digo sin ninguna vacilación… pero después de la experiencia de España, me hubiera sido difícil, la verdad, volver a vivir en México. Hubiera estado de nuevo entre dos mundos, en dos orillas que llamo yo. Entonces, yo estoy desde esta orilla mirando a la otra.
La doble nacionalidad es lo que nos caracteriza a los que yo llamo los hispanoamericanos, especialmente a los que fuimos a México y a América, no por motivos económicos, sino por motivos ideológicos, por motivos patrióticos y además con una preocupación y una formación cultural, es decir, creo que somos, no me canso de repetirlo en todas las circunstancias que se me brinda, somos los primeros hispanoamericanos de la historia.