Guadalupe Villa G.
Instituto Mora
En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 45
El satélite del planeta Tierra ha ejercido siempre fascinación en el ser humano. Millones de personas en el mundo gozan de la luminosidad de la luna llena, de sus cuartos menguantes o sus cuartos crecientes, cuando parece que ella les sonríe. Su influjo incide en las emociones de los seres humanos, es provocativa, hace suspirar a las parejas que se prometen amor eterno, o baña con su luz la desnudez de los amantes cuando, indiscreta, penetra por la ventana de la habitación que los cobija. El dicho, “estar en la luna”, ¿tendrá que ver con el alejamiento de la realidad de los enamorados que viven como “fuera de este mundo”? Es posible. Se dice que la luna llena eleva la libido y favorece las relaciones amorosas; también que ocurren entonces más nacimientos y, paradójicamente, más muertes porque la luna atrae con su gravedad a los espíritus que pugnan por desprenderse de sus cuerpos.
¿Será la luna de plata? ¿será la luna de oro?, se preguntaban generaciones anteriores a la nuestra. Musa de poetas como Federico García Lorca, Jorge Luis Borges, Pablo Neruda, Mario Benedetti, Jaime Sabines y de un sinfín de escritores. Amado Nervo escribió en 1917 un poema futurista catalogado en el género de la ciencia ficción y que hoy es, en parte, una realidad: El gran viaje.
“¿Quién será, en futuro no lejano, el Cristóbal Colón de algún planeta?/¿Quién logrará, con máquina potente, sondar el océano del éter, y llevarnos de la mano allí donde llegaron solamente los osados ensueños del poeta? […] ¿Quién será, en futuro no lejano, el Cristóbal Colón de algún planeta?”
El hombre llegaba a la luna y no al planeta imaginado por Nervo, el 20 de julio de 1969, cuando la misión Apolo 11, se concretó con éxito. Hazaña que, tras años de experimentos, en una competencia por conquistar el espacio alimentada por la “guerra fría” entre Estados Unidos y la Unión Soviética, unió a millones de personas en un solo punto focal. México, como el resto del mundo, se maravilló de ver coronado por primera vez el “sueño ancestral de salir de nuestro planeta”. Fue el acontecimiento científico más importante atestiguado por los habitantes de la tierra en esa década.
La imagen que tenemos frente a nosotros se publicó en la revista Hoy, de México, con el título: “Astronautas en paraje lunar simulado”. Lo que podemos apreciar es el ensayo realizado por dos de los tres astronautas encargados de la misión. La información menciona que el comandante Neil Armstrong (izquierda) y el piloto del módulo de mando lunar, Edwin E. Aldrin Jr., trabajan con herramientas especiales, para recoger muestras del suelo y rocas que guardan en una bolsa sostenida por Aldrin. En efecto, ese fue uno de sus trabajos importantes allá arriba, reunir muestras del suelo selenita y partículas de “viento solar” y llevarlas a la tierra para su estudio. En la luna quedarían aparatos para medir las variaciones de gravedad y obtener la distancia entre la Tierra y la luna.
A pesar de que el cuerpo celeste no resultó ser de plata ni de oro, sino una superficie cubierta por un fino polvo en el que Armstrong estampó la primera huella humana, la luna no decepcionó a enamorados ni a poetas que aún siguen y seguirán suspirando bajo su luz. Provocó, eso sí, que los escépticos dudaran de la veracidad de los hechos y difundieran la versión de que el cineasta Stanley Kubrick había preparado la escenografía. Lo cierto es que Armstrong, Collins y Aldrin, Jr. materializaron el sueño de Nervo, fueron ellos los que con “máquina potente” lograron “sondar el océano del éter”, y pasar a la historia como los primeros humanos en llegar a la luna.