Revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 54.
El segundo centenario de la consumación de la independencia del país se presagia gélido e intrascendente. La distancia temporal, la agitación del presente, la corrosiva conmoción de una pandemia sin atenuantes a mediano plazo, ilustran un panorama reacio a las conmemoraciones. Los números redondos suelen ser una buena excusa tanto para celebrar como para repensar, tañer las campanas o revisar aquello que fue, romper el cochinito para empalagarnos de fastuosidad o reescribir una historia que el tiempo permite escrutar con otros ojos.
En BiCentenario nos propusimos analizar cómo fue aquella gesta final de un proceso que llevó poco más de una década, tan incruenta como expeditiva desde el momento en que nace el Plan de Iguala. Y también sorpresiva en el liderazgo: un militar realista que combatió a los insurgentes y que de pronto se vuelca por la causa contra la cual combatió. Y, aun así, resulta aceptado por quienes bregaban desde mucho antes que él por liberarse de la corona española.
¿Fue Agustín de Iturbide, un conciliador del momento, ganador de aplausos y reconocimientos en 1821, que pretendía un cambio de figuras en el poder a base de intrigas y contubernios, para perpetuarse en el naciente imperio? ¿Fue el hombre que prometía ser servicial a la patria y acabar con la anarquía, según su Manifiesto póstumo escrito en el exilio (se reproduce parte de él en estas páginas)? o, ¿fue una víctima de su tiempo, de los pensamientos e ideas de la época, incapaz de ver a futuro una emancipación auténtica más que una continuidad de la desgastada monarquía hispánica?
Hace un siglo, con la primera conmemoración centenaria, su figura comenzó a ser eclipsada y vilipendiada, bajo argumentos que se mantienen hasta el presente. El Plan de Iguala y el propio Iturbide eran considerados como reaccionarios, conservadores y contrarrevolucionarios, opuestos a todo progreso y defensores de los privilegios corporativos. Se rescataba entonces el proceso de emancipación, y se rechazaba al personaje, pero acababan derrotados los matices.
Como bien se señala en las páginas de esta edición, la brevedad de la experiencia imperial inaugurada en 1821, así como su fracaso, no deberían llevarnos a minimizar la importancia de Iturbide en el proceso de independencia. El final, incluso, bien pudo haber sido distinto. Por ello, se trata de comprender en su tiempo y desde los valores propios del periodo los hechos que entonces tuvieron lugar y las actuaciones de los actores, incluidas sus contradicciones.
Revisar quién fue Iturbide y sus motivaciones, intereses e intrigas, así como el convulsionado México previo e inmediato a la emancipación, es parte de esta propuesta de lecturas. Hay otros personajes, situaciones y acontecimientos que se requieren desmenuzar para entender la complejidad de un momento fundacional.
Así, la maquinaria estratégica y política-militar que urdió el Plan de Iguala nos permite asomarnos a los resultados –su aceptación no escrita por otros líderes militares regionales– que dan lugar a la legitimación del liderazgo iturbidista. A todos convenía, aunque el temor al fracaso hacía tímidos los apoyos. Que fuera Vicente Guerrero, insurgente desde las primeras horas –dedicamos un amplio perfil sobre su participación–, el único que otorgara un apoyo escrito, da cuenta de las desconfianzas que parecían hacer endeble el proyecto. Iturbide, estratégico en sus movimientos, supo al mismo tiempo granjearse el apoyo de dos militares como él, Ramón Rayón y Vicente Filisola, que fortalecerían al Ejército Trigarante. Aquí te contamos por qué. Sin embargo, otras zonas del país, ya sea por la distancia, el olvido y la escasa población, permanecerían ajenas. Son los casos de los territorios del norte, sumados casi por inercia a la independencia, y a los cuales la emancipación les supo a más de lo mismo: el abandono persistió hasta que en unos pocos años la ocupación estadunidense selló tanta desidia.
Aquellos días de revuelta incipiente dan cuenta también de acontecimientos marcados por la suerte, como la detención del secretario de Iturbide, de quien podemos ver en su confesión la entrega de información valiosa, aunque el virreinato no lo valorara en su verdadera dimensión.
Un acercamiento a la necesidad de rediscutir a Iturbide nos puede aportar también la obra pictórica Alegoría de la Independencia, realizada en el siglo XIX, donde el militar vallisoletano comparte el óleo con Miguel Hidalgo y Costilla, en una proclamación que los presenta juntos, con actitudes y presencias diferentes, aunque parte de un mismo proceso histórico. Ambos tienen el mérito de haber dado libertad a la patria.
En esto se resume la edición especial de BiCentenario que dejamos en tus manos. El debate sigue abierto, la necesidad de revisar esos tiempos, como tantos otros, es parte de nuestro compromiso con el presente.
Darío Fritz.