Ana Suárez
Instituto Mora
En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 34.
Está ahí, en su despacho de Palacio Nacional, sentado en la silla que tanto trabajo le costó alcanzar, se dice que a lo mejor es cierto lo que afirman sus enemigos, y también sus amigos; ya es bastante, lleva 18 años de ser presidente y demasiados de beber de esa pócima que es el poder. Llegó el momento de retirarse. Se pone la mano sobre el corazón, susurra que ha de aceptar la realidad, está viejo y sobre todo enfermo y si no se cuida en cualquier momento la angina de pecho le dará un susto.
Benito piensa que si accede a tal petición requerirá de fuerza, mucha fuerza, pero él supo estar a la altura desde la infancia, ¡si por eso dejó Guelatao decidido a no pastorear a una oveja más! También lo estuvo más tarde: ¡tanto tiempo viviendo a salto de mata para salvar al gobierno liberal, primero de los reaccionarios, después de los franceses y las tropas imperiales! Sí, por supuesto que podría, debería entonces de pensar en alejarse ahora, cuando todos y todo le aconsejan guardarse para la historia. Su vida política ha de terminar dignamente, como la de un patricio, no tiene razón para exponerla en otra revolución, ¡si adivina el designio de don Sebastián, tan impaciente por sucederlo, y no se diga de don Porfirio, es casi tan ambicioso como él lo fue!
No es la primera vez que considera el retiro. Lo hizo cuando dudó entre permanecer en Oaxaca, ejerciendo como mero abogado, pero al lado de Margarita, criando junto a los hijos, y no tener que enviarlos a los Estados Unidos para protegerlos del enemigo. Lo hizo también más tarde, mientras peregrinaba por el norte con el ejército enemigo a sus espaldas, cuando pensó en desistir de todo, en alcanzar a la familia y que el país se las arreglará como fuese o se fuera al carajo pero sin arrastrarlos consigo. Lo ha pensado también últimamente: se le antoja hacer un largo viaje, ir a la ciudad de Nueva York de la que ella solía contarle tantas cosas, o siquiera volver a Veracruz, allí donde siempre fue bien recibido.
Pero no quiso entonces, esas ideas le parecieron absurdas, si él hizo lo que tenía que hacer, de él dependía el porvenir de la república y estaba dispuesto a pagar cualquier precio. Y tampoco lo desea ahora; se pregunta además qué haría de su vida si decidiera no reelegirse, si Margarita se fue y los hijos no lo necesitan. Además, retirarse con honores no es lo suyo; si bien puede dejar que otros administren y dispongan, a él le gusta pronunciar la última palabra, complacerse con la sumisión y las reverencias de los otros, sentir que él tiene el poder, que él lo encarna.