Adriana Catarí Castillo Morales
Facultad de Filosofía y Letras, UNAM
En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 26.
Hijo de la seguidilla y el fandango, danzas zapateadas que trajeron los españoles, en algún momento llegó a estar prohibido y fue considerado obsceno. Pero rápidamente comenzó a popularizarse en Jalisco donde tomó mayor fuerza durante el primer tercio del siglo XIX. Si en la etapa independentista del país el jarabe sirvió como identificador de la identidad, hoy es un símbolo de la tradición musical mexicana.
Uno de los elementos más recurrentes en las creaciones vernáculas mexicanas es el azúcar y sus derivados. El jarabe tapatío recibió su nombre debido a la relación con este producto de la naturaleza y le hace gran honor porque este bello baile represen- ta un festín para los sentidos del espectador. Actualmente constituye un estereotipo de la nación mexicana gracias al cuadro de características que presenta y que definen el ser mexicano ante la mirada del foráneo. En el cuadro se aprecian dos personajes típicos del folclore nacional: la china y el charro, que con sus motivos y colores patrióticos realzan el sentir nacional. Con el tiempo el jarabe tapatío fue empleado como un símbolo nacionalista, convirtiéndose en una referencia del carácter festivo mexicano.
Fue así que en el bello estado de Jalisco surgió este baile tan particular que desde los principios del siglo XIX sirvió para identificar a las culturas criolla y mestiza que habrían de devenir la mexicana. A pesar de no ser el único jarabe dentro del saber popular, el tapatío llegó a ser el más representativo de todos pues tanto música como baile y personajes hablan del folclore nacional de una manera única. Sin embargo, antes de llegar a formarse como tal, tuvo lugar un proceso de asimilación de algunas danzas zapateadas y del mismo género en nuestro territorio. De manera que se entiende que el jarabe jalisciense fue parte de una evolución de otros modos bailables y musicales, mismos que veremos a continuación.
Los principios
El género del jarabe surgió como un derivado de las danzas zapateadas españolas, como la seguidilla y el fandango. Los albores de estas danzas datan del siglo XVI cuando fueron traídas al territorio americano por los colonizadores. Con el tiempo, las clases media y baja de la sociedad novohispana las adoptaron debido a su alegre música así como a las coplas y versos que develaban mucho ingenio y picardía. Con la adopción de estos bailables españoles se dio también su incorporación a la tradición popular y sufrieron modificaciones, de manera que para finales del siglo XVIII comenzaron a surgir nuevas composiciones de este estilo en el pueblo, las cuales pasó a denominar como jarabe.
Los primeros jarabes de los que se sabe y que son considerados los antecedentes del tapatío son los mencionados en los documentos del Santo Oficio por haber sido denunciados ante esta autoridad debido a su obscenidad tanto lírica como coreográfica. Y es que debe tomarse en cuenta que el ritmo de la música invitaba a que el baile estuviera compuesto por movimientos muy marcados, además de que esta cuestión atendía a la tradición de los zapateados españoles. Las prohibiciones continuaron hasta principios del siglo XIX cuando las denuncias ya hacían referencia a diversos jarabes de los que el pueblo gozaba y entre los cuales los más conocidos eran el jarabe gatuno y el pan de jarabe. Del primero se extrae un verso que dice así:
Veinte reales he de dar
Contados uno por uno,
Sólo por verte bailar
El jarabito gatuno.