María Guadalupe Rodríguez López – Universidad Juárez del Estado de Durango.
En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México / Durango 450 años de historia, edición especial.
El aporte de los inmigrantes franceses, alemanes, estadounidenses, ingleses y chinos con nuevas ideas, negocios y tecnologías desconocidas contribuyó a transformar las costumbres de la élite durangueña durante el siglo XIX. Fue una influencia recíproca que se extendió a todas las capas de la sociedad.
De los países más lejanos, llegaron pausadamente a Durango las habilidades, gustos, saberes y fantasías que, como un exótico equipaje, los extranjeros parecían ir sacando del interior de sus bailes. Franceses, alemanes, estadounidenses, ingleses y chinos, entre otros, arribaron a Durango a lo largo del siglo XIX dejando sentir su extranjería en el diario convivir con una cultura receptora que, al contacto, los obligaba a una recíproca comparación e implicaba una mutua transformación.
A partir del acercamiento con lo ajeno, lugareños y extranjeros transformaron sus costumbres, tanto en el plano material como en el de las ideas y las sensibilidades. Con el tiempo, aquella lenta fusión fue propiciando los momentos en que las ideas y conocimientos llegados del exterior dejaban de ser algo ajeno para pasar a ser parte de lo propio.
Durante la presidencia de Porfirio Díaz, las úlites norteñas no quedaron exentas del influjo europeizante que se irradiaba desde el centro del país, con el apremio de un gobierno que buscaba hacer de México un país moderno. Con esta ambición, que llevaba implícito un sentimiento de atraso, el valor de las cosas y de las personas empezaría a medirse con la vara de la modernidad. Particularmente en los tiempos del Porfiriato, decir moderno era decir francés. Libros, migrantes, viajeros y artistas llegaron a Durango a nutrir la idea del afrancesamiento como el modelo civilizador. Vale decir que una buena parte de los galos llegados al estado no eran propiamente miembros de la élite ilustrada en sus respectivas regiones, sabemos que muchos provenían de pequeños pueblos agricultores o borregueros, lo que no fue obstáculo para que sus patrones culturales fuesen adoptados, con orgullo, por los durangueños, impactados por el halo de civilización que rodeaba a todo lo francés.
Al lado de los galos, alemanes y estadounidenses, entre otros, aportaron lo propio para la reconstrucción de un mundo expuesto a la transformación. Entre las ideas que circulaban sobre el bien vivir, algún espacio llegaron a ocupar la rigidez, la disciplina mercantil y la laboriosidad hortícola de los alemanes; la noción estática de los escultores italianos; la ambición y audacia de los gringos; el tesón de los ambulantes libaneses, y el afanoso empeño de los chinos que “a contracorriente”, abrieron lavanderías, cafés, restaurantes y garitos. De todos modos, vale decir que estas influencias fueron, aparentemente durante todo el siglo XIX, a la zaga de lo francés.
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