Taxi Libre(ría). Biblioteca sobre ruedas

Taxi Libre(ría). Biblioteca sobre ruedas
Juan Manuel Landeros en su taxi libre(rAi??a)
Juan Manuel Landeros en su taxi libre(ría)

En los años 20, cuando José Vasconcelos fungió como secretario de Educación Pública, inició un proyecto alfabetizador a través de las Misiones Culturales Rurales cuyo propósito subrayaba el papel de la educación en el cambio social. El flamante funcionario consideró que el trabajo desarrollado no tendría ningún sentido sin dotar de lecturas a los ya alfabetizados y concibió un plan editorial masivo de literatura universal destinado a promover el crecimiento personal de los lectores.

Obras de Romain Rolland, Goethe, Rabindranath Tagore, Dante, Tolstoi, Esquilo, Eurípides, Homero y Plutarco, entre otros, se destinaron mayoritariamente a las bibliotecas públicas y la intención fue que llegaran hasta los más apartados lugares en los que hubiera escuelas rurales. El costo de la producción fue de 94 centavos y el precio final de venta al público un peso.

La selección bibliográfica del señor secretario fue celebrada por unos y criticada por otros al considerar que gente no avezada en la lectura difícilmente podría entender y concluir cualquiera de dichas lecturas. Sin instrumentos confiables de medición, difícilmente podremos saber, más allá del mítico proyecto educativo vasconcelista, el impacto real que tuvo. El año pasado, como parte de las conmemoraciones por el nonagésimo aniversario de la Secretaría de Educación Pública (SEP), se reeditaron aquellos clásicos “popularizados” por Vasconcelos.

Desde aquel entonces, no han cesado los esfuerzos por convertir a México en un país de lectores, como lo demuestran los gobiernos de las últimas tres décadas, encabezados por Miguel de la Madrid, Carlos Salinas de Gortari, Ernesto Zedillo, Vicente Fox y Felipe Calderón. Este último mandatario afirmó que la falta de lectura en nuestro país es un problema crónico. ¿En dónde radica el fracaso de casi treinta años de intentos fallidos, para que los mexicanos leamos más y mejor? La Ley de Fomento para la Lectura y el Libro correró con buena fortuna.

En un pasado reportaje sobre “¿Qué se lee en México?” la premiada escritora y periodista cultural Magali Tercero señaló que los mexicanos sí leen y mucho, pero lo que eligen está lejos de la literatura. El ejemplo puesto por ella muestra que anualmente se venden casi 42 millones de ejemplares de El libro vaquero, mientras que el 60 por ciento del tiraje de autores como el escritor brasileño Rubem Fonseca tiene como destino la trituración.

La pregunta obvia es ¿por qué en lugar de hacer “picadillo de libros” las editoriales no donan sus excedentes a las bibliotecas? La respuesta es porque es tan engorroso el procedimiento legal que prefieren pasarlos por la guillotina. Los libros tienen una dualidad contradictoria: son bienes culturales y a la vez mercancías que tienen como todo producto industrial un ciclo comercial de vida: después de sus diversas ediciones, experimentan distintos precios de descuento, saldos y remates, y es muy costoso almacenar los ejemplares invendidos; la ley fiscal permite su destrucción.

Volvemos al punto de partida ¿qué lee la gente? A?Se puede cuantificar la lectura? La respuesta es A?no! Se pueden cuantificar los libros más no la lectura ni los lectores. Tenemos que considerar que hay obras cuya circulación es casi infinita, va de mano en mano. Los libros se recomiendan y se compran o se prestan. La primera forma es medible, la segunda imposible.

La Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) recomienda para el sano desarrollo de la sociedad leer mínimo cuatro libros al año, pero la misma Magali Tercero refiere mucha gente prefiere adquirir revistas de lectura rápida porque están llenas de ilustraciones o imágenes que las hacen más atractivas, sin importar su calidad.

Otro aspecto que se ha destacado es que los libros buenos no siempre son los que se venden. El éxito comercial depende, en estos tiempos, de la promoción o la publicidad que se le de en los medios: radio, televisión, internet, prensa. Lo único cierto es que desconocemos cuáles libros se leen, cuántos, cómo y con qué frecuencia. Son muchos los fenómenos que ocurren alrededor de las publicaciones que, además, cuentan en su haber con mala distribución, mal que aqueja a editoriales comerciales, gubernamentales y universitarias.

Una de las personas entrevistadas por Magali Tercero, señala que es difícil decir qué se debe leer, de acuerdo a los cánones culturales. Para lo que necesita la industria editorial, hay muy pocos compradores: “te lo demuestran nuestras deplorables librerías. Hay millones de mexicanos que no consideran que la librería sea algo tan importante como cualquier otro lugar de esparcimiento”.

¿Será esa una de las razones por las que varias librerías han cerrado? En el Distrito Federal, dicen las estadísticas, hay un 70 por ciento menos de las que había hace 30 años. En Estados Unidos, Barnes & Noble, prestigiosa cadena de librerías, clausuró uno de sus mayores locales en la ciudad de Nueva York. Aparentemente el fenómeno es debido al impacto del libro electrónico. ¿Está destinado a desaparecer el libro impreso? ¿Será acaso una combinación de nuevas tecnologías y piratería? En México, de acuerdo a la Cámara Nacional de la Industria Editorial Mexicana (CANIEM), dos de cada diez libros son pirateados o reprografíados. ¿Cuáles son las obras pirateadas? ¿Cuál es su nicho de lectores?

En la actualidad se producen volúmenes importantes con temas esotéricos, de superación personal, autoayuda, “exigencias del mercado creado por lectores”. Como bien señala Magali, los hábitos de lectura no son responsabilidad de la industria. Probablemente aquellos temas tengan que ver con la situación por la que está pasando nuestro país: ¿a quién invocar para superar la crisis económica, política y social? ¿Cómo superarnos para conseguir un mejor nivel de vida? ¿Cómo no caer en la depresión? Estos asuntos tienen que estar íntimamente ligados a requerimientos y necesidades muy puntuales.

Un diario español publicó que “uno de los grandes problemas actuales es la sobreoferta de lectura, lo que hace que el público se paralice y al final no escoja nada ni lea nada”. De ahí quizá que editoriales como Taurus orienten con libros como Todo lo que hay que leer.

La promoción de la lectura se está dando, en algunos casos, de manera ingeniosa. En algunos países de Latinoamérica se están desarrollando políticas públicas para promover la lectura y aunque no sabemos a ciencia cierta qué tan exitosas han sido, algunas se asemejan a las que se están efectuando en México, por ejemplo en Argentina existe el proyecto “Vagón Biblioteca del Subte Metrovías” y hay otro que es conmovedor, el de los abuelos lectores.

Cualquier esfuerzo que se haga en pro de la lectura es encomiable, pero desde luego convendría analizar de manera seria y profunda los porqués del reiterado fracaso de cuanta campaña se ha instrumentado.

Leer, sí. Pero ¿qué, para qué, por qué? Estas preguntas siguen buscando respuestas, no obstante las reiteradas campañas instrumentadas en pro de la lectura durante los últimos treinta años.

Pero lo que aquí quiero resaltar es que en México, además de las políticas educativas gubernamentales, hay esfuerzos paralelos que deben conocerse y reconocerse, como la muy original y creativa idea del “Taxi-Libre(ría)”, sobre la cual nos cuenta su promotor principal, Juan Manuel Landeros Romero.

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Guadalupe Villa Guerrero

Instituto Mora

Me llamo Juan Manuel Landeros Romero, soy originario de la Ciudad de México. Mi madre fue Rita Romero Rosales y mi padre es José Rosario Landeros Oria; provengo de una numerosa familia, somos diez hermanos.

A mí me surgió el gusto por la lectura desde que estaba cursando la secundaria. Las recomendaciones de los maestros fueron determinantes porque, en casa, mis padres no eran lectores, aunque mi papá solía llevarme a una biblioteca de Tlalpan, ubicada en San Fernando. Yo si les he inculcado a mis hijos el interés y gusto por la lectura. Prefiero sobre todo, como género, las novelas y los cuentos.

Cuando entró a la vocacional ya era un buen lector, porque compraba obras en una librería de viejo que estaba también en Tlalpan, en la calle de Once Mártires: Crimen y Castigo de Fedor Dostoievsky, Cien años de soledad de Gabriel García MA?rquez, Las batallas en el desierto de José Emilio Pacheco, son algunos de mis libros preferidos.

Estudié la licenciatura en contaduría en la Escuela Superior de Comercio y Administración (ESCA) de Tepepan, y ejercí mi carrera como contador público a nivel gerencial en una empresa, sin embargo luego de 35 años me liquidaron. Con el dinero obtenido intenté poner un negocio que no prosperé y entonces opté, desde 2006, dedicarme al taxi.

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La idea del Taxi Libre(ría) me surgió porque el tránsito y el estrés son frecuentes para quienes se transportan en la ciudad de México. Al prever la situación, decidí hacer placentero el trayecto de los pasajeros, por lo que instalé “Taxi Libre(ría)”. Pensé en agregarle un plus a mi servicio para que los pasajeros no se aburrieran y debido a que soy aficionado a la lectura, se me ocurrió compartir con ellos el gusto por los libros. De este modo interactúo con las personas y ayudo a que ambos, pasajero y chófer, tengamos una plática amena en donde aprendamos algo nuevo cada día.

Este proyecto, que también se denomina “textoservidores”, está integrado además por José Luis Landeros Romero, Ulises Landeros Enríquez, Iván Landeros Serván y Mauricio Sánchez Romero.

Muchas personas piensan que los pasajeros no cuentan con el tiempo suficiente “entre uno y otro trayecto” para “engancharse” en la lectura de una obra, pero están equivocados. En términos culturales mi idea ha sido un éxito, pues la mayoría de los pasajeros muestran interés por el cartel del Taxi Libre (ría) que está colocado en el respaldo del asiento del copiloto, ahí pueden ver la lista de títulos que recomiendo: El libro vacío, Un hilito de sangre, El frágil latido del corazón de un hombre, Los ojos de los hombres, 52 tips para escuchar a Mozart, La ira de Dios es mayor y Los tamaños del amor.

Entre los cinco integrantes del proyecto decidimos la selección de estos títulos, porque hemos leído a estos autores, nos pareció que tienen calidad en su escritura y no son tan conocidos como Octavio Paz, Carlos Fuentes o Elena Poniatowska.

La reacción de la gente cuando se da cuenta de que abordó una biblioteca ambulante es de sorpresa y de agrado. Recuerdo que el primer día, por la mañana, una señora de mediana edad abordó el taxi, observó el cartel y dijo:

“¿Esto lo traen todos los taxistas, o solamente usted?”

“Por el momento, sólo yo”, contesté.

“¡Oiga A?es una excelente idea!” exclamó. “Es la primera vez que veo en un taxi que el chófer trae libros. Lo había visto en el metro con el programa ‘Para leer de boleto’. ¡Qué bueno que se le ocurrió! Ojalá que haya más taxistas que hagan lo mismo, porque si algo nos hace falta es leer.”

[…]

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