Rodrigo Méndez Hernández
Facultad de Filosofía y Letras, UNAM
En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 20.
Las leyendas de los grandes nombres del pasado no necesariamente se gestan a partir de la rememoración de hazañas ambiciosas, sino gracias a acciones llevadas a cabo por el puro amor desinteresado hacia cosas tan sencillas como el conocimiento o la naturaleza, destinadas a quedar grabadas en los anales de la civilización y la cultura.
José Mariano Mociño fue uno de los máximos exponentes de la ciencia novohispana, quien sacrificó todo, incluso hasta el último céntimo de su humilde peculio, por velar la memoria de seres tan callados pero tan acostumbrados a nosotros que si pudieran hablarnos lo harían: las plantas y los animales.
Y es que la historia de la ciencia mexicana no sólo corresponde al periodo en el que las instituciones y las disciplinas básicas se profesionalizaron, es decir durante el siglo XIX y en adelante, sino también al cúmulo de conocimientos filosóficos y prácticos que desde tiempos prehispánicos empezaron a configurar una serie de observaciones empíricas y teóricas para describir todo tipo de fenómenos naturales: eclipses, huracanes, erupciones volcánicas, temblores, movimientos de los astros, reacciones químicas de los minerales, poder curativo de las plantas, etcétera.
Podemos decir, incluso, que la ciencia en México comenzó en el momento en que los antiguos mesoamericanos se preguntaron cómo el mundo material generaba un vínculo directo con las divinidades creadoras. Fray Bernardino de Sahagún, de hecho, ubicó a estos sabios mexicanos de la élite indígena como philosophos, depositarios honorarios de los misterios de la religión y la naturaleza, diferenciándolos de las costumbres idolátricas del vulgo. Ya en el siglo xx, el filósofo Eli de Gortari manifestó que estos sabios o sacerdotes náhuatl eran especialistas de las ciencias abstractas, es decir, capaces de articular a la naturaleza común en un modelo de cosmovisión con las divinidades más complejas, que son aquellas invisibles para los ojos. De ahí que la astrología y las matemáticas de entonces, si bien se mantenían como un conocimiento indudable y superior tuvieran relación directa con los ciclos mágicos y perceptibles de ciencias prácticas como la agricultura, la botánica y la medicina.
José Mariano Mociño no sólo fue heredero de la tradición cosmogónica devenida del mundo prehispánico, sino también un producto de la Ilustración, el movimiento político, social y cultural que, entre otras muchas cosas, promovía una comprensión del mundo basada en un orden divino preestablecido que ofrecía al hombre la oportunidad de maravillarse ante el libro abierto de la naturaleza legada por Dios. En sus palabras: ¡Qué divino creador, cuya sola presencia sostiene la naturaleza!
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PARA SABER MÁS:
- Zárate Méndez, Yassir, “Un científico novohispano: José Mariano Mociño”, El Faro, UNAM 2010, http://www.cic-ctic.unam. mx/download/elfaro/elfaro106.pdf
- Labastida, Jaime, “La Ilustración científica”, Revista de la Universidad de México, UNAM, 2009, http://www. revistadelauniversidad.unam. mx/6509/labastida/65labastida. html
- Valek, Gloria, “José Mariano Mociño, nuestro primer botánico moderno”, Revista ¿Cómo Ves?, Revista de Divulgación de la Ciencia de la UNAM núm. 142, 2010.
- Mociño, José Mariano y Martín de Sessí, La Real Expedición Botánica a Nueva España, UNAM, Siglo XXI, 2010, 12 tomos.