Gerardo Gurza Lavalle / Instituto Mora
BiCentenario # 8
Las guerras siempre cambian la vida de la gente. En la mayoría de los casos, las más afectadas son las poblaciones directamente involucradas en el conflicto. Sin embargo, los choques armados muchas veces tienen repercusiones capaces de alterar la forma de vida de poblaciones situadas a una distancia lejana de los lugares donde luchan los ejércitos. Eso fue lo que sucedió en Nuevo León, Coahuila y Tamaulipas durante la Guerra Civil en Estados Unidos (1861-1865). Es bien sabido que los estados del norte y del sur de la Unión americana libraron una guerra larga y sangrienta en torno al problema de la esclavitud, pero el hecho de que este conflicto afectara tan hondo la región noreste de México es menos conocido.
La lucha entre el Sur esclavista y el Norte libre empezó en abril de 1861. En noviembre del año anterior, Abraham Lincoln había resultado vencedor en las elecciones presidenciales y los estados sureños no quisieron vivir bajo un gobierno dirigido por un miembro del partido Republicano, el cual estaba decidido a evitar la expansión de la esclavitud hacia los territorios adquiridos como resultado de la guerra del 47. Así, como en una hilera de fichas de dominó, entre diciembre de 1860 y abril de 1861 once de los quince estados esclavistas declararon disuelto el pacto federal y establecieron una nueva organización política: los Estados Confederados de América, según su título oficial, o sólo “la Confederación” como suele llamársele.
Al empezar la Guerra Civil, el gobierno de la Unión ordenó un bloqueo marítimo a la recién fundada Confederación. La finalidad era impedir su comercio con el exterior. Los estados del Sur eran muy inferiores al norte en cuanto a su capacidad industrial y resultaba claro que se verían en la necesidad de importar gran parte de sus armas y pertrechos. Asimismo, la mayor fuente de riqueza en el Sur eran sus enormes exportaciones de algodón a Europa, de modo que el bloqueo también tenía por objeto privar al Sur de esa fuente de ingresos. En este contexto, los líderes confederados no tardaron en darse cuenta de la posibilidad de mantener abierta una avenida para el comercio exterior en la frontera sur de Texas. A través del río Bravo y los estados del norte de México era posible introducir todo tipo de mercancías y abastecimientos, y por supuesto también exportar el algodón. De este modo dio inicio un comercio que significó una transformación del entorno económico de los estados ribereños, especialmente de Tamaulipas, Nuevo León y Coahuila.
El gobierno confederado decidió enviar un agente especial a Monterrey y eligió para esta misión a José Agustín Quintero, un periodista y poeta cubano exiliado en Texas, debido a sus simpatías por la causa independentista de la isla. Quintero demostró ser un diplomático hábil y también un diligente promotor del comercio. En esa época, Monterrey era la cabecera del gran cacicazgo regional de Santiago Vidaurri, el cual incluía a Coahuila, unificada con Nuevo León como un solo estado desde 1857. La influencia de Vidaurri también se dejaba sentir en Tamaulipas y otros estados del norte. En los hechos, Quintero se convirtió en una especie de embajador ante Vidaurri, quien a su vez había aprovechado el creciente flujo comercial para aumentar sus ingresos aduanales, los que manejaba y gastaba con toda independencia, pese a las protestas del gobierno federal, que constantemente le solicitaba la remisión de los ingresos.
Quintero, Vidaurri y muchos empresarios del A?rea, como Evaristo Madero y Patricio Milmo, lograron poner en marcha un comercio enorme (generador de fortunas que duran hasta nuestros días). Desde mediados de 1861, cientos de carretas llevaban pólvora, plomo, cobre, hoja de lata, salitre, azufre, tela cruda de algodón, cobijas, cueros y también toneladas de harina de trigo y maíz, café y azúcar, a lo que se sumaban muchos otros productos llevados por buques europeos a Matamoros en tránsito para ser importados en Texas. La atracción del insaciable mercado texano se sintió en todos los estados limítrofes y más allá, alcanzando incluso a Durango y Zacatecas.
Los confederados texanos, por su parte, pagaban todos estos abastecimientos con algodón, el cual tenía un precio alto en el mercado internacional debido a la escasez provocada por el bloqueo. Los principales centros de almacenamiento para el algodón texano fueron Matamoros y Brownsville. El trayecto desde las plantaciones hasta estos pueblos ribereños distaba de ser fácil: Texas era un estado con pocos ferrocarriles (la extensión total de las vías no sumaba más de 550 km), y ninguna de las líneas existentes llegaba al límite con México. Fue preciso transportar en carretas el algodón y las mercancías con las que se compraba, por grandes extensiones de tierra desértica. Una viajera que hizo el recorrido lo describió “tan árido que lo único que crecía eran cactus y mezquite”, mientras que otro dejó testimonio de haber observado “centenares de animales muertos, con la piel seca sobre los huesos” a lo largo del trayecto. El transporte por tierra de algodón y demás mercancías involucró cientos de carretas, miles de mulas y otras bestias de tiro y cientos de arrieros, muchos de ellos mexicanos.
Una vez en Matamoros o Brownsville, el algodón se cargaba en pequeños barcos de vapor adecuados para la navegación fluvial y era llevado hasta el puerto de Bagdad, localizado en la costa tamaulipeca, al sur de la desembocadura del río. El algodón esperaría allí su embarque en buques que lo llevarían a Europa o al norte de Estados Unidos, donde existía una demanda enorme de la fibra. Bagdad, casi sobra decirlo, no era un puerto adecuado para este volumen de comercio. La desembocadura del Bravo estaba surcada por una barra de arena, por lo que los navíos grandes no podían acercarse mucho. Más aún, los vapores que transportaban el algodón sólo podían salir al golfo cuando la marea era alta, cosa que no sucedía todos los días. Debido a esto, los buques mercantes anclados frente a la costa tenían que esperar con frecuencia varios días, incluso semanas, antes de desembarcar todos sus efectos y recibir su carga de algodón. Así, según algunos testigos, en ocasiones se llegaron a juntar 180 o hasta 200 barcos en la desembocadura del río, esperando por el cotizado insumo textil. Pese a estos problemas, el comercio siguió siendo redituable gracias a los altos precios del algodón en el mercado internacional y a la enorme demanda de pertrechos y mercancías por parte de la Confederación.
Los efectos de este intercambio transformaron queñas y aletargadas, no estaban preparadas para recibir. La población de Matamoros pronto saltó a más de 40,000 habitantes, mientras que la de Bagdad aumentó a 15,000. Los precios de las rentas se dispararon, a la vez que fue necesario construir con rapidez nuevas viviendas y bodegas. Tal como señal un viajero contemporáneo, Matamoros se había convertido en una especie de Nueva York para “los rebeldes al oeste del Mississippi, su gran centro financiero y comercial, que los alimenta y viste, los arma y equipa”. El comercio fue importante para el esfuerzo de guerra confederado, aunque hay que señalar que la ausencia de líneas ferroviarias que conectaran adecuadamente a Texas con el resto de los estados rebeldes hizo que los efectos de las provisiones abundantes tuvieran un radio limitado. A simple vista, el volumen de las importaciones parecía tan grande como “para aprovisionar a todo el ejército rebelde”. Sin embargo, según opinó el cónsul estadounidense en Monterrey, la mayor parte de los pertrechos no rebasó, en realidad, los límites de Texas, más algunas zonas de Luisiana y Arkansas.
La colindancia con la Confederación no sólo llevó actividad y abundancia inusitadas al noreste mexicano, sino que también provocó movimientos insólitos de población. Prácticamente desde el inicio de la guerra, un flujo considerable de texanos empezó a cruzar el río Bravo hacia Tamaulipas y Nuevo León en busca de refugio. Se trataba de personas que se mantenían fieles a la Unión y temían ser perseguidas por sus opiniones políticas. Muchos eran inmigrantes alemanes que deseaban mantener una actitud neutral en el conflicto civil y preferían dejar sus hogares y comunidades antes que verse obligados a servir en el ejército confederado, en especial después de que el gobierno sureño aprobó una ley de conscripción muy estricta en 1862. No contamos con cifras, ni siquiera aproximadas, pero al parecer los refugiados llegaron a ser más de 1,000. Los cónsules de la Unión en México hicieron lo posible por ayudarlo, pues muchas veces llegaron hambrientos, sin dinero y sin más pertenencias que la ropa que vestían. Como la gran mayoría de estos expatriados permaneció cerca de la línea fronteriza, la zona se convirtió en escenario de vivas tensiones. Tal como informó el cónsul de la Unión en Monterrey a su gobierno, estos hombres deseaban estar a una distancia conveniente de Texas y no con intenciones pacíficas: “En estos momentos la población de americanos en esta ciudad es muy grande y aumenta a diario. Sucede lo mismo en cada pueblo y villa de estos estados fronterizos. La mayoría de ellos son hombres fieles a la Unión que han sido sacados de Texas contra su voluntad y que esperan aquí calladamente una invasión de ese estado para regresar a sus casas y, si es necesario, ayudar al gobierno federal de la manera que sea.”
En Matamoros, en particular, una concentración numerosa de refugiados estaba separada tan sólo por unas cuantas decenas de metros de la guarnición confederada de Brownsville, lo cual aumentaba la probabilidad de que se produjeran incidentes. Leonard Pierce, el cónsul de la Unión en Matamoros, aprovechó su llegada para formar una pequeña milicia, la cual ansiaba un ataque del ejército de la Unión al sur de Texas para salvar el río y asistir en el desalojo de las fuerzas confederadas (Pierce había insistido con frecuencia en sus informes al departamento de Estado sobre la necesidad de un ataque que cortara el comercio). Esta situación originó varios incidentes limítrofes que arriesgaron la paz y también la continuación del negocio. A fines de 1862, algunos grupos armados cruzaron el río desde el lado mexicano para realizar depredaciones en Texas. Aunque en mucho se trataba de incursiones de rapiña comunes y corrientes, las autoridades mexicanas y los confederados sospechaban que los refugiados estaban involucrados, especialmente aquellos reclutados por el cónsul. Después de una de estas incursiones, tropas confederadas cruzaron al lado mexicano sin autorización para perseguir a los salteadores, matando a varios de ellos en un combate. Otro grupo de soldados confederados cruzó más tarde a la ribera sur y secuestró a un colaborador cercano de Pierce, provocando una airada protesta de las autoridades tamaulipecas. De modo que la presencia de los refugiados estuvo a punto de inducir una situación de violencia en la región, la cual podía terminar con el comercio y el buen entendimiento de Vidaurri y la Confederación.
En estas circunstancias, Quintero, el agente confederado en Monterrey, viajó a Matamoros para entrevistarse con el gobernador de Tamaulipas, Albino LA?pez, y con el comandante de las tropas confederadas acantonadas en Brownsville, Hamilton P. Bee, y logró reunir a ambos personajes en varias ocasiones durante febrero de 1863 para negociar un arreglo encaminado a preservar el orden y la tranquilidad. El resultado fue un acuerdo general dirigido a eliminar la impunidad ofrecida por la línea divisoria y a evitar que los refugiados abusaran del asilo que les concedían las autoridades mexicanas. El convenio estipulaba la extradición de criminales comunes, asegurando así que los culpables de delitos fueran remitidos a las autoridades del lugar en donde los hubiesen cometido. También se establecía un principio de reciprocidad en la persecución de criminales; es decir, las autoridades de cada país tendrían la facultad de cruzar la frontera para apresarlos, siempre que se encontraran muy cerca de la línea. Estos convenios carecían de validez legal, pues eran fruto de un acuerdo entre funcionarios locales, sin ninguna autorización para hacerlo y que por tanto operaran con base en la buena voluntad de las partes. Pero, aunque no cortaron de tajo los desórdenes fronterizos, sí los redujeron y coadyuvaron a la continuación del comercio.
Conviene subrayar que el espacio fronterizo no estaba aislado de los procesos que tenían lugar en el plano nacional, tanto del lado estadounidense como del mexicano. En el primer caso, el comercio mismo era resultado de la Guerra Civil y estaba sujeto a lo que sucediera en los campos de batalla; en el caso de México, de manera simultánea al desarrollo del intercambio, el gobierno de Benito Juárez enfrentaba una dura crisis, tanto en el ámbito interno como en el internacional. La victoria militar de los liberales sobre el bando conservador a fines de 1860 no había sido definitiva ni mucho menos. Por el contrario, aunque desplazados del poder, los conservadores continuaban en pie de lucha, si bien con una capacidad militar muy reducida. El Ejecutivo, por su parte, carecía de recursos económicos suficientes para consolidar su posición, pues sus magros ingresos provenían de la recaudación aduanal y en su mayor parte ésta se encontraba comprometida en el servicio de la deuda contraída con varias naciones europeas. Estos hechos llevaron al gobierno federal a suspender el pago de intereses hasta nuevo aviso en julio de 1861, lo cual fue el disparador de una intervención a cargo de Inglaterra, Francia y España, principales acreedores del Estado mexicano. Las tres potencias firmaron un acuerdo para exigir al deudor el complimiento de sus obligaciones y en diciembre del mismo año enviaron buques de guerra y fuerzas de desembarco a Veracruz. Como es bien sabido, al cabo de unos meses Inglaterra y España se retiraron, mientras que Francia intentó fundar una monarquía con ayuda del partido conservador.
Juárez se vio forzado a abandonar la ciudad de México en mayo de 1863, ante el avance de las tropas francesas y empezó la que sería una larga marcha hacia el norte, deteniéndose unos meses en San Luis Potosí, para proseguir después a Saltillo y por fin a Monterrey. En esta ciudad, Vidaurri vio su proximidad como una amenaza. Celoso de su autonomía, sin el menor deseo de ceder la facultad de retener los ingresos aduanales en las cajas del estado, el caudillo regiomontano se había negado con obstinación a ayudar en la defensa contra el invasor, ya fuera con hombres o dinero. La inminente llegada de Juárez lo puso en el dilema de plegarse, haciendo buenas sus declaraciones previas de lealtad o dejarse de disimulos y rebelarse, como ocurrió finalmente. Juárez fue muy mal recibido en Monterrey; tuvo a su llegada una breve y tensa conferencia con Vidaurri. Al poco uno de los hijos de éste se levantó en armas y el presidente debió huir a Saltillo, donde le aguardaba el grueso de las tropas federales. Consciente de la inferioridad de sus fuerzas, Vidaurri optó por dejar Monterrey y refugiarse en Texas. Regresó en septiembre de 1864, poco después de que los franceses ocuparan Monterrey, y se puso al servicio de Maximiliano. Cuando las fuerzas liberales reconquistaron la ciudad de México en 1867,
fue fusilado por su colaboración con el Imperio.
La llegada del gobierno federal a la zona limítrofe no implicó ningún cambio para el comercio entre la Confederación y el noreste de México. Pese a sus claras simpatías por la Unión desde el inicio de la Guerra Civil, el gobierno de Juárez dependía ahora de los ingresos aduanales derivados del intercambio para sostener su resistencia y, por tanto, no puso el menor obstáculo a su continuación. Por otra parte, aun antes de que Vidaurri saliera de escena, Quintero había obtenido seguridades en ese sentido por parte de su compatriota Pedro Santacilia, a quien conocía de tiempo atás. Santacilia era yerno de Don Benito y gozaba de gran influencia sobre él.
El comercio y sus efectos sobre los estados fronterizos se prolongaron después de la ocupación francesa de Matamoros a fines de 1864. Seguro de que los franceses serían los mejores vecinos de Texas, Quintero escribió jubiloso a su gobierno sobre la posibilidad de que las nuevas autoridades concedieran mayores ventajas al comercio, en especial una rebaja en el arancel que el algodón pagaba al pasar en tránsito por territorio mexicano, que él juzgaba oneroso y cuya disminución había tratado de obtener, sin éxito, de Vidaurri. Anticipaba también que el arribo francés allanara el camino para la entrada de más armas, municiones y pertrechos. A miles de kilómetros de las zonas en las que retrocedían los ejércitos confederados, él se mostraba todavía muy optimista, cuando la derrota era ya sólo cuestión de tiempo. El general Robert E. Lee se rindió en Virginia en abril de 1865, con lo cual se desvanecieron las esperanzas de que el Sur se convirtiera en una nación independiente. El fin de la Guerra Civil dio también término al auge comercial de los estados fronterizos. El comercio desarrollado durante la Guerra Civil estadounidense propició la creación de fortunas, negocios, movimientos de población y vínculos importantes entre el sur de Texas y el noreste de México. Las condiciones que lo nutrían desaparecieron con la guerra, pero perduraron varios vínculos de diverso tipo, que irían en aumento gradual a partir de 1870. En este sentido, el acercamiento vivido entre 1861 y 1865 prefiguró la gestación de un espacio más compacto y de intercambios intensos en las orillas del Bravo, en el que los principales actores no serían siempre los gobiernos, sino agentes privados como los comerciantes, los migrantes y aun los criminales. Así, el comercio y la diplomacia fronteriza de los años que van de 1860 a 1865 no sólo son un episodio importante en la formación de Estados Unidos y México por haber influido sobre sus respectivas guerras civiles, sino que constituyen una versión anticipada del surgimiento de un espacio binacional en el límite de Texas con el noreste mexicano.
PARA SABER MÁS:
- MANUEL CEBALLOS RAMÍREZ, Encuentro en la frontera: mexicanos y norteamericanos en un espacio común, México, El Colegio de México/Universidad Autónoma de Tamaulipas, 2001.
- GERARDO GURZA LAVALLE, Una vecindad efímera: Los Estados Confederados de América y su política exterior hacia México 1861-1865, México, Instituto Mora, 2001.
- JESÚS HERNÁNDEZ, Norte contra Sur: Historia de la guerra de Secesión, Barcelona, Inédita Editores, 2008.
- RONNIE C. TYLER, Santiago Vidaurri y la Confederación sureña, Monterrey, Archivo General del Estado de Nuevo León, 2002.