Darío Fritz
Revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 60
¿Quién dijo que el cambio climático es un fenómeno actual? En 1951 las lluvias torrenciales dejaban en la ciudad de México inundaciones como las de esta foto. El 15 de junio se registró “la más desastrosa” precipitación en la ciudad, enfatizaba una nota periodística. “Un lago de fango”, titularon. “Brotaba petróleo”. En la estación de bomberos se dieron por vencidos con soltura y rapidez: “muy poco lo que se puede hacer contra las inundaciones”, dijeron al día siguiente. Tamaña declaración quita hasta el aire. Dieciséis bombas extractoras de agua eran un barco en el mar para atender una ciudad de poco más de 3 000 000 de personas. A esta calle está claro no llegaron. Los rostros de sorpresa, hastío, desolación y hasta desesperanza reflejada en un par de sonrisas nerviosas, le murmuran al fotógrafo. Nadie se aparece por aquí para echarnos una mano, nos dicen. Así que posan. Si la imagen se publica mañana en el periódico, puede que anime a alguna autoridad, al menos por pudor, a asomarse por allí. Pero la rudimentaria pasarela de tablas y el agua que ha bajado a la altura de los tobillos desalientan la ilusión. Lo peor ya pasó y si necesitaron de ayuda fue cuando el agua le llegó al cuello y el instinto de escalar hasta las azoteas hizo que la tragedia no fuera mayor.
Los científicos datan como un punto de partida del calentamiento global a los tiempos de esas inundaciones: mediados del siglo XX. Por entonces como hoy, los menos arropados por la riqueza son los más perjudicados por la crisis climática, mientras los ricos –sean países o fortunas personales–, quienes más la exacerban. Un paliativo a la miseria consistía por aquellos días en ir al centro inundado de la ciudad de México. Con el agua cerca de las rodillas, hombres jóvenes socorrían a los transeúntes alzados en brazos para que salieran inmaculados de su travesía por las calles. A cambio se llevaban a los bolsillos húmedos de 50 centavos a un peso.