Norberto Nava Bonilla
Instituto Mora
Revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 60
Su insistencia permitió a Leonardo Márquez Araujo ingresar al ejército mexicano a los 16 años. Fiel apoyo de Antonio López de Santa Anna, fue derrotado en todas las batallas contra las invasoras tropas estadunidenses. Caído Santa Anna, encabezó una rebelión armada por redimirlo, pero fracasó. Por esta osadía se le dio de baja del ejército con deshonra y fue sentenciado a pena capital.
Leonardo Márquez Araujo (1820-1913) es recordado como un destacado militar conservador que participó en los principales acontecimientos de armas ocurridos en México en el siglo XIX, desde la Guerra de Reforma hasta el imperio de Maximiliano (1857-1867), momento en el que obtuvo el grado de General de División y el empleo de Lugarteniente del Imperio, el militar con mayor autoridad después del emperador. Asimismo, la historiografía lo recuerda como un oficial sanguinario, caprichoso, traicionero y de dudosa calidad moral. Ejemplo de esto es su muy particular mote: el Tigre de Tacubaya, bautizado así por ser el responsable del fusilamiento de varios practicantes de medicina el 11 de abril de 1859 durante la Guerra de Reforma.
No obstante, casi nada se sabe de la manera en que Márquez entró a la milicia y las astucias de las que se valió para subir en el escalafón. Como veremos, todo esto está íntimamente relacionado con el Antonio López de Santa Anna militar, el expansionismo estadunidense que atacó a México en 1836 y 1847 e, incluso, con la propia historia del ejército como institución.
La coyuntura
Cuando el vicepresidente Valentín Gómez Farías estuvo al frente del ejecutivo (1833-1834), no vaciló en aplicar medidas que afectaban cada vez más los privilegios que importantes instituciones, como la Iglesia y el ejército, habían gozado durante años, con el fin de buscar la igualdad ante la ley de los mexicanos y resolver la deuda pública.
Una medida particular que nos interesa señalar fue la disminución del ejército permanente. Generales y altos mandos serían despedidos, degradados y privados de sus pensiones. Por el contrario, a través de reglamentos y dictámenes expedidos por diputados de diversas partes del país, se buscó el incremento, fortalecimiento y coalición de las milicias cívicas, cuerpos locales armados a los que se llamaría para mantener el orden al interior de cada estado de la federación.
Por su parte, los sectores afectados comenzaron a cerrar filas en contra de Gómez Farías y pedían la vuelta del presidente Antonio López de Santa Anna, quien se encontraba en su hacienda de Veracruz. Cuando el veracruzano volvió a la capital, echó para atrás la mayoría de las reformas expedidas por su vicepresidente y la idea de cambiar el sistema federal por uno central se hizo latente. Esto provocó que los todavía estados de la federación reaccionaran en contra del ejecutivo. Los dos rebeldes fueron el estado de Zacatecas y el enorme estado de Coahuila, además de Tejas.
La provincia de Tejas era un caso particular. Su cercanía con Estados Unidos y su lejanía con el centro del país, e incluso de su propia capital estatal (Saltillo), habían ocasionado una situación distinta a la del resto de la república. Llevaba más de diez años de una difícil colonización, que ocasionó que sus habitantes fueran en su mayoría estadunidenses, quienes se sentían más cómodos con el idioma inglés, el protestantismo y la práctica de la esclavitud, prohibida por las leyes mexicanas.
La violencia estalló en septiembre de 1835; después de negociaciones y mucha política, el gobierno estatal asentado en Saltillo firmó la paz con el gobierno de Santa Anna; no así la provincia de Tejas. Pronto la llama de la insurrección se esparció hasta llegar a San Antonio de Bejar, sede del ayuntamiento tejano.
A la par de estos acontecimientos, el Congreso mexicano se declaró “Constituyente”, siendo su primera resolución la de suspender la vigencia de la Constitución de 1824. Se disolvieron las legislaturas locales y se sustituyeron por Juntas Departamentales marcadas con un fuerte carácter militarizado. Las milicias cívicas fueron restringidas y todos los cuerpos armados serían comandados por oficiales del ejército permanente. Al fin, el 23 de octubre de 1835 se emitieron las Bases Constitucionales Expedidas por el Congreso Constituyente que instauraban la República Centralista.
Los tejanos aprovecharon el cambio de régimen como pretexto para buscar la “Texan freedom” pues afirmaron que el centralismo impulsaba el autoritarismo sobre ellos. Crearon un gobierno provisional y más adelante proclamaron su independencia el 2 de marzo de 1836.
Como respuesta Antonio López de Santa Anna emprendió una campaña militar sobre la provincia rebelde el 5 de diciembre de 1835. Aunque el ejército mexicano consiguió algunas victorias y avances importantes, el resultado fue desastroso. Santa Anna fue capturado en abril de 1836 mientras dormía y el ejército derrotado tuvo que retroceder al sur del río Bravo.
La oportunidad
Las noticias de la aprehensión de Santa Anna llegaron de forma rápida a la ciudad de México. El 20 de mayo se realizó una reunión secreta por parte de la “Comisión Especial sobre Tejas”, donde se aprobó una ley que excitaba el patriotismo de los mexicanos, se autorizaba al gobierno para continuar “vigorosamente” la guerra sobre Tejas y se declaraba nulo y de ningún valor y efecto cualquier tratado convenido por Santa Anna con sus captores.
Fue entonces y ante tales noticias que el joven Leonardo Márquez envió una carta a José María Tornel, secretario de Guerra, solicitando su entrada a las milicias activas, pues se sentía “deseoso de contribuir por su parte del modo que sea más positivo al restablecimiento de la libertad del E. S. general presidente D. Antonio López de Santa Anna, [y] suplicando a V. E. tenga la bondad de emplearme en las filas de la división que sea nombrada para la salvación del S. E.”
Más adelante, Leonardo refiere que había acompañado a su padre Cayetano Márquez, capitán del extinguido 1° Batallón Permanente, en las campañas de Chiapas, la de la reconquista española de 1829 en Tampico y la del sur como cadete de batallón. Afirma que, a raíz de estas tres campañas, se le ofreció el puesto de subteniente en el batallón activo de Querétaro en 1831 ¡a la edad de 11 años!, ascenso que no se verificó. Por tal motivo solicitaba que se le respetara esa clase. Sin recibir todavía la respuesta, volvió a enviar otra carta el 7 de julio siguiente insistiendo en su nombramiento para “tener el honor de batirme con los ingratos y pérfidos colonos en defensa de nuestro territorio”.
En un ir y venir de cartas Leonardo Márquez fue admitido desde el 1 de octubre de 1836 con el empleo de subteniente miliciano de fusileros de la 5° compañía en el Batallón Activo de Mextitlán. Cabe señalar que sí se le respetó la categoría que él deseaba, a pesar de que el Reglamento de la milicia activa decía: “Para ser oficial miliciano se necesita tener veintiún años cumplidos”. Los documentos de ese momento apuntaban que Márquez tenía 17 años, aunque en realidad era un año menor.
La urgencia para continuar “vigorosamente” la guerra contra Tejas hizo que se aceptará a un muchachito delgado, enfermizo y bajo de estatura (tal como lo indica su hoja de servicio) al frente de una sección del ejército compuesta de 30 a 40 soldados.
Con todo, el Batallón de Mextitlán fue enviado a Matamoros a la campaña “de rescate” formando parte de la División que comandaba el general Nicolás Bravo. No obstante, los esfuerzos del gobierno central para someter a la provincia rebelde fueron inútiles. Santa Anna no fue liberado por los texanos sino hasta noviembre de 1836 y las operaciones militares se detuvieron en espera de mejores tiempos.
Leonardo Márquez permaneció en Matamoros sin entrar en combate hasta el 2 de mayo de 1837, cuando marchó a Zacatecas para someter movimientos que buscaban la vuelta del federalismo
Podemos observar cómo el joven Leonardo Márquez buscó un proyecto de vida dentro del ejército a los 16 años. Con un padre ausente, el primogénito tenía que buscar una forma de ganarse la vida para ayudar a su madre y a sus dos hermanas menores. Cabe decir que, en esa época, las relaciones familiares, de amistad y de compadrazgo dentro del ejército servían para formar nexos y redes de apoyo. Esto se vio traducido en ascensos, posiciones políticas, ocupación de empleo y, en el caso de Márquez, la entrada al ejército. No dudó en utilizar sus contactos, creados a partir de la experiencia de acompañar a su padre en campaña, para subir un escalafón importante en la carrera de las armas. La ley del 20 de mayo de 1836 creó la coyuntura ideal para que Márquez fuera aceptado como subteniente 5°, el nivel más bajo, pero ya en la categoría de oficiales. No está por demás señalar que Leonardo sabía leer y escribir, cualidades poco frecuentes y muy valiosas en aquella época.
La prueba
Al joven Márquez le tocó sofocar varias sublevaciones en distintos puntos del país. Como se mencionó, ordenaba a una sección de entre 30 y 40 hombres con muchos problemas de disciplina; incluso él mismo fue arrestado en un par de ocasiones por desobedecer a sus superiores. Más adelante, participó en la defensa del país durante la llamada Guerra de los Pasteles en contra de la marina francesa y en 1842 obtuvo el grado de capitán por apoyar un pronunciamiento dirigido por López de Santa Anna.
Después llegó el fatídico año de 1846 a México. Estados Unidos, que ya se perfilaba como un país poderoso, nos declaraba la guerra. En términos muy generales, el motivo era la necesidad de incorporar más territorio a la nación del norte; un gobierno mexicano debilitado y en crisis fue el campo de cultivo idóneo de esta guerra injusta. Así, el 25 de abril de 1846 fuerzas mexicanas asentadas al norte del río Bravo dispararon en contra de un puñado de soldados estadunidenses que, a decir de ellos, habían invadido ilegalmente el territorio mexicano. Al recibir la noticia, el presidente de los Estados Unidos, James K. Polk, declaró la guerra el 10 de mayo y expresó que “México ha derramado sangre norteamericana en suelo norteamericano”. A la brevedad, el general Zachary Taylor invadía el norte del país al frente de un numeroso contingente y, un año más tarde, Winfield Scott hacía lo propio al bombardear el puerto de Veracruz para iniciar su camino a la capital de nuestro país.
El ejército mexicano tuvo que reorganizarse a la brevedad. Hacia San Luis Potosí se dirigieron Santa Anna y el capitán Leonardo Márquez al frente de su compañía de tiradores. En septiembre de 1846 iniciaron los primeros combates de Márquez en diversos puntos del norte del país; en calidad de guerrillero, se le encomendó hostilizar al enemigo sin presentar un combate formal.
Para febrero del siguiente año, Márquez participó en la batalla de La Angostura, donde por poco el ejército mexicano pudo haber conseguido su único triunfo en esta guerra. Sin esperanza de victorias en el norte, se le ordenó a Márquez viajar a Veracruz para combatir al general Scott que ya había ocupado el puerto jarocho.
Márquez lidió en todas las derrotas del ejército mexicano: Cerro Gordo (17-18 de abril), Padierna (19-20 de agosto), Contreras y Churubusco (20 de agosto), Casa Mata y Molino del Rey (8 de septiembre), y en Chapultepec (13 de septiembre). Ocupada la ciudad de México por los invasores, el capitán marchó con los restos del derrotado ejército a la villa de Guadalupe y después a Querétaro, sede provisional del gobierno mexicano. A finales de 1847 se le ordenó patrullar la zona colindante entre Puebla y Veracruz y más adelante a la villa de León en el Bajío.
El ejército mexicano no pasó la prueba; generales, jefes y oficiales no supieron organizar a la tropa para hacer frente al enemigo extranjero. Doce mil soldados estadunidenses, en su mayoría voluntarios, dominaron un país de casi 8 000 000 de habitantes. Santa Anna, presidente interino durante la guerra, renunció al ejecutivo y se dirigió a Puebla, lugar en el que permaneció por poco tiempo para después viajar a Colombia. Su incompetencia le había costado el exilio.
El Tratado de Paz, Amistad, Límites y Arreglos Definitivos entre los Estados Unidos Mexicanos y los Estados Unidos de América se había firmado a principios de 1848, este documento daba fin a la guerra iniciada en 1846 entre ambos países. La consecuencia más evidente fue la pérdida de la mitad del territorio y, podemos destacar, la desmembración del ejército y el vacío de poder que trajo la derrota.
Desenlace
El año de 1848 comenzó con un ejército mermado, derrotado, empobrecido y disperso. El grueso de los soldados, que habían sido reclutados de manera forzosa mediante la leva para hacer frente a la guerra, ya había escapado a sus lugares de origen y las autoridades militares tenían poco interés en perseguirlos. Entre la ciudad de México y Querétaro quedaron los últimos desertores de la guerra. Quienes no pudieron regresar a sus casas, asolaban los caminos; muchos de ellos, empobrecidos, buscaban el sustento diario mediante el bandidaje con las armas que el propio gobierno les había dado.
El ejército regular, al que pertenecía Leonardo Márquez, había quedado sin su dirigente moral, Santa Anna. En él veían al líder natural, con carisma y autoridad. Una vez firmada la paz con Estados Unidos, vieron cómo sus adversarios lo culparon abiertamente de las derrotas en el campo de batalla. Y no sólo eso, mostraron la completa ineficacia e inutilidad del ejército permanente. Sobre todo, cuestionaron si en verdad era necesario gastar los escasos recursos de la nación en esta institución.
Leonardo Márquez permaneció en el cuerpo armado. A diferencia de muchos de sus compañeros, él llevaba tras de sí una carrera de más de diez años y algunas medallas en el uniforme.
Los años siguientes a la derrota fueron difíciles. Para mediados de 1848 se originaron algunos levantamientos armados muy locales que buscaban eliminar las contribuciones forzosas que el gobierno nacional había impuesto durante la guerra. Márquez se dirigió con su compañía a la Sierra Gorda para combatir a un militar “rebelde” que conocía muy bien, pues habían peleado juntos en La Angostura, pero que en ese momento se había sublevado en su natal Querétaro: Tomás Mejía.
Los combates fueron breves y los sediciosos derrotados con cierta facilidad. Márquez, quien había quedado como el oficial de mayor nivel después de la victoria, aprovechó la coyuntura y se insurreccionó contra el gobierno nacional a principios de 1849, pidiendo la vuelta de Santa Anna y con él los anteriores brillos de la institución castrense. Una de sus proclamas decía que el veracruzano: “hará cesar nuestros males, labrará vuestra felicidad; porque sean cuales fueren sus errores políticos, nadie puede negarle el patriotismo que tiene tan comprobado. Levántese la nación, florezca, sea grande y dichosa”
Su movimiento duró unos cuantos días, pero al final fue derrotado. Se le dio de baja del ejército con deshonra como traidor, pues “había hecho las armas en contra del ejército nacional”; se le acusó de sedición y rebeldía y fue sentenciado a pena capital. Tuvo que escapar y esconderse, no sin antes robarse los fondos de la caja del primer cuerpo de infantería. Durante su fuga fue capturado por un sargento en compañía de una patrulla militar a las puertas de la ciudad de México, quien, se cuenta, le exigió catorce onzas de oro para dejarlo en libertad. Se dice que, después de entregar el dinero, echaba pestes de la institución que lo había cobijado desde 1836. Años más adelante, mencionó que en ese momento su deseo era olvidarse de las armas para siempre y vivir del trabajo de la tierra.
Epílogo
En estas líneas pudimos ver, a través de Leonardo Márquez, la vida que pudo ser la de muchos militares del México independiente. Vimos cómo, después de firmar su patente, le dieron un fusil y lo pusieron al frente de hombres mal vestidos y peor comidos para atravesar un país y luchar en contra del enemigo. A pesar del hambre, la pobreza que rodeaba a la soldadesca, de un gobierno mexicano con grandes deudas, corrupción y mal organizado, buscaron un ascenso social en esta institución sin importar las terribles condiciones que atravesaban.
Márquez, un militar con empeño, perseverancia, valentía y mucha suerte, logró desenvolverse en las filas castrenses durante trece años y ascender en el escalafón militar hasta conseguir el grado de capitán. En un principio, el contexto y el entorno lo favorecieron, pero también fueron estos los que lo llevaron hacia una caída estrepitosa. Si confiamos en sus escritos posteriores, con todo y la pena capital que giraba sobre su vida, había adquirido una pequeña parcela por el rumbo de Toluca que lo ayudó a mantenerse durante tres años.
Finalmente, las voces que pidieron la vuelta de Santa Anna en 1853 y que lo convirtieron en dictador, también fueron las que llamaron a Márquez de vuelta a la vida militar. El “premio” por volver a apoyar al veracruzano fue el grado de general de brigada que obtuvo en 1854 y con él pasaría a la historia como un militar valiente, intrépido, conservador, afrancesado, vendepatria y traidor del imperio de Maximiliano. Murió lejos de su país el 5 de julio de 1913 en La Habana, Cuba, lugar en el que permanecen sus restos.
Como se dijo, la vida del ejército está conectada con la vida del México independiente, conocerlo y estudiarlo, ayuda a comprender una de las facetas que conforman la historia mexicana del siglo xix.
PARA SABER MÁS:
- Cacho Torres, Angélica María, “Entre la utilidad y la coerción. Los desertores: una compleja realidad del México independiente, (1820-1842)” en Estudios de historia moderna y contemporánea de México, núm. 45, enero-junio, 2013.
- Guardino, Peter, La marcha fúnebre. Una historia de la guerra ente México y los Estados Unidos, México, UNAM, Grano de Sal, 2018, 536 p.
- Serrano Ortega, José Antonio, “Sobre la centralización de la república: estructura militar y sistema político en Guanajuato, 1835-1847” en Secuencia, núm. 83, mayo-junio de 2012, Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora. Payno, Manuel, Apuntes para la historia de la guerra ente México y los Estados Unidos, México, Secretaría de Cultura, 2016, 518 p.