José Ángel Beristáin Cardoso
Universidad Abierta y a Distancia de México
Revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 54.
Nadie como el intelectual oaxaqueño fue capaz de interpretar la necesidad de integrar educación y cultura dentro de un proyecto federal de largo plazo para México. Su propuesta, que llevaría a cabo con tanto éxito, está enraizada con las definiciones que había establecido en Pitágoras: una teoría del ritmo, libro que escribió en su exilio en Nueva York.
A cien años de la fundación de la Secretaría de Educación Pública (SEP), vale la pena rescatar que la política cultural emprendida desde 1920 por José Vasconcelos, designado como jefe del Departamento Universitario y de Bellas Artes, gestó sus principales ideas sobre el papel de la educación y la cultura en México, proyectó la federalización de la educación pública y la creación de una secretaría de Estado que se ocupara de todos los asuntos educativos y culturales. Vasconcelos, el hombre de libros y preocupaciones inteligentes, el único intelectual de primera fila en quien confió el régimen revolucionario, aquel que pobló a México de objetos y estímulos estéticos, selló un binomio entre la educación y la cultura, el cual se volvería indisoluble hasta el siglo XXI.
Originario de Oaxaca, José Vasconcelos (1882-1959) se formó en las aulas de la Escuela Nacional Preparatoria y la Escuela Nacional de Jurisprudencia. Participó en la Sociedad de Conferencias (1907-1909) la cual fundó, junto con Alfonso Reyes, Pedro Henríquez Ureña y otros jóvenes inquietos en propagar el “amor a las ideas nobles y bellas”. Con este mismo grupo creó el Ateneo de la Juventud (1909-1912), espacio intelectual en donde se libró una batalla filosófica contra el positivismo, que predominaba como ideología del Estado y que se erigió como una especie de agencia activa, alterna al gobierno, caracterizándose por sus conferencias de corte nacionalista.
Como miembro del Ateneo, Vasconcelos participó en la Universidad Popular (1912-1920), cuyo propósito consistió en llevar a cabo la tarea de “extensión universitaria” que, por distintos motivos, la Universidad Nacional no había podido realizar, y por el cual los ateneístas apoyaron a Justo Sierra en el proceso de su fundación. Cabe recordar que Carranza había derogado en 1914 la “extensión universitaria” de la ley de la Universidad Nacional. Sin embargo, los ateneístas tenían muy claro que “el educado debía compartir su cultura con el ignorante”, de acuerdo con la influencia del extensionismo de la Universidad de Oviedo difundida en México por Rafael Altamira (1866-1951), intelectual español que visitó nuestro país en su gira americana en 1909. Esta universidad, localizada entre las montañas de Cantabria y la bahía de Vizcaya, había comenzado a dirigir programas de educación popular a los obreros desde 1898.
Eulalio Gutiérrez, presidente provisional de la república (1914-1915), nombró a Vasconcelos secretario de Instrucción Pública, pero una vez derrotado su gobierno el maestro se vio obligado a huir a Nueva York. En esta ciudad escribió Pitágoras: una teoría del ritmo (1916), en donde nutrido por las bibliotecas locales preludiaba el monismo estético, una propuesta de educación basada en los principios de la belleza, la emoción estética y el universo, la cual serviría de soporte en su visión educativa y cultural en sus posteriores ensayos y gestión pública.
En la nota periodística del diario Excélsior titulada “Deben volver los mexicanos expatriados” (jueves 3 de junio de 1920), José Vasconcelos se mostró contundente al declarar: “La patria es de todos y el que regrese debe ser ejercitando un derecho legítimo y no solicitando una gracia que rebaja la dignidad”. Ya en el país, en agosto de 1920, durante el breve mandato presidencial de Adolfo de la Huerta, fue nombrado jefe del Departamento Universitario y de Bellas Artes, el cual aglutinaba instituciones y actividades de la antigua Secretaría de Instrucción Pública y Bellas Artes. Desde este cargo puso en práctica el programa del Ateneo de la Juventud (sin ateneístas). Se perfilaron dos vertientes educativas: una, la federalización de la educación pública, y otra, la creación de una secretaría de Estado que tratara todos los asuntos de la educación y cultura en México.
Durante su breve estancia en la rectoría de la Universidad Nacional (1920-1921), Vasconcelos impulsó una campaña de alfabetización y la creación del Departamento de Intercambio y Extensión Universitaria. “En estos momentos yo no vengo a trabajar por la Universidad, sino a pedirle a la Universidad que trabaje por el pueblo”, había dicho en su toma de posesión.
En octubre de 1920 elaboró y envió a la Cámara de Diputados el proyecto de ley para la creación de una Secretaría de Educación Pública federal, en la cual no podía existir contradicción alguna entre la educación y cultura, a lo que denominaría “Cultura Estética”. En este proyecto, el Departamento Escolar se ligaba indisolublemente al de Bibliotecas y al de Bellas Artes. Para él, un verdadero ministerio no debería limitarse solamente a fundar escuelas. Finalmente, el 12 de octubre de 1921 Vasconcelos dejó la UNAM para asumir la titularidad de la Secretaría de Educación Pública.
Álvaro Obregón apoyó plenamente su proyecto, dando gran impulso a la alfabetización y actividades culturales: se impulsó la pintura en los edificios públicos, convocando a pintores a revivir en los muros el arte olvidado años atrás y, de esta manera, contar la historia de México a partir de los frescos; respaldó la publicación y difusión de los clásicos universales –imaginemos a Daniel Cosío Villegas, Eduardo Villaseñor y Samuel Ramos traduciendo a Plotino en el mismo salón donde despachaba Vasconcelos–; se fomentaron los orfeones de música y la salud física. En este sentido, es importante mencionar que, desde 1903, en la renovación de los planes de estudio del Conservatorio se habían comenzado a estimular los orfeones como una estrategia para alejar al pueblo de la taberna y el vicio, considerado en su época sinónimo de criminalidad.
Todas estas acciones se orientaron como propias de la revolución mexicana, las cuales Obregón no vaciló en proyectar hacia el extranjero, en un contexto en donde se buscaba establecer las condiciones precisas para obtener el reconocimiento del gobierno de Estados Unidos, la cual era una de sus tareas pendientes. A través de la SEP se fomentó la cultura estética, y, en los años subsecuentes, se construyeron escuelas rurales federales para disciplinar y canalizar las energías de los campesinos rebeldes en pos de su nacionalidad y modernidad.
Política cultural vasconcelista
Podemos definir a la política cultural como el conjunto de orientaciones y directrices que rigen la actuación de la sociedad en el campo de la cultura y, por supuesto, coincidir con acepciones como las de la investigadora Mary Kay Vaughan en su obra La política cultural en la revolución (2011), quien considera a esta como el proceso por el cual se articulan y disputan las definiciones de cultura, en un sentido estrecho de identidad y ciudadanía nacional, de la conducta y de los significados sociales. Esta investigadora encontró en las escuelas rurales verdaderas arenas de disputa de política cultural en los decenios de 1920 y 1930.
El proyecto de ley de Vasconcelos enviado al Congreso en 1920, gestado como una política pública mejor articulada que sus antecesoras, dio lugar en julio de 1921 a la puesta en marcha de la Secretaría de Educación Pública, integrando en sus arterias al Departamento de Bellas Artes, el cual quedaba dividido en dos secciones: la primera comprendía al Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnología –como antecedente, en 1913, la Inspección de Monumentos arqueológicos se había incorporado al Museo Nacional, y en 1914 fundó la Inspección de Monumentos Históricos–. Se incluyó también a la Escuela Nacional de Música (lo que es el Conservatorio), la cual había cambiado de nombre, y se insertaba tanto dentro de la Secretaría de Educación como de la Universidad Nacional hasta el conflicto por la autonomía de la última (1929), en donde el Conservatorio se separa de esta institución para quedar exclusivamente dentro de la sep, orillando a la máxima casa de estudios a fundar su propia facultad de música (hoy Escuela Nacional de Música). Además, se integró a la Academia de Bellas Artes la exposición de Monumentos Artísticos y la exposición permanente de Arte Popular.
La segunda sección incluyó a la dirección de Cultura Estética, la de Cultura Física y la de Dibujo y Trabajos Manuales. El año 1920 fue decisivo en la política cultural de los gobiernos posrevolucionarios mexicanos, gestándose un binomio entre educación y cultura. Respecto a la pintura, William P. Spratling, diseñador y artista especialista en la joyería de plata mexicana, en un artículo dedicado a Diego Rivera y publicado en la revista El Ilustrado del diario El Universal (23 de abril de 1931), no solamente describió las particularidades del talento y personalidad del pintor, sino también recalcó las huellas que plasmaron en su obra los alcances del periodo cultural que gestó el vasconcelismo:
En todo esto, Diego Rivera, puede decirse que pertenece no solamente a su época en México, sino que ha alcanzado una especie de internacionalismo […] Él no es oportunista y es más bien un pintor popular de moda. Es un resultado natural del pensamiento y sentimiento de su tiempo […] Los diez años de sus actividades en México, coinciden con el periodo cultural más fértil en aquel país. Cuando algún día se escriba la historia de Diego Rivera, será un registro íntimo de aquella época. La integración de una cultura indígena, el descubrimiento de valores aborígenes, la formación, los entusiasmos y aspiraciones del sindicato de pintores y escultores, el crecimiento del individualismo y la gradual desintegración de los grupos revolucionarios. Desintegración de la cual emergió Rivera, el pintor, una calidad sólida, inequívoca a pesar de las personalidades, y una de las pocas actualidades de la revolución.
Respecto a la música, la orquesta del Conservatorio había pasado a depender de la Escuela Nacional de Música y Arte Teatral en 1916, por lo que quedó dentro de la Dirección General de las Bellas Artes adherida al Departamento Universitario, y con una nueva denominación: Sinfónica Nacional. En relación con esta orquesta y el impulso que obtuvo por parte de la política cultural vasconcelista, en la misma revista El Ilustrado (22 de diciembre de 1938) el maestro Estanislao Mejía (1882-1967), fundador de la Facultad de Música de la Universidad Nacional y también director del Conservatorio, realizó las siguientes precisiones:
Digna es de notarse la perspicacia artística del licenciado José Vasconcelos, que, como rector de la Universidad nombrado por el nuevo gobierno en 1920, determinó otra etapa de la Sinfónica Nacional, designando al maestro Julián Carrillo director de aquella agrupación. Eran los propósitos de Carrillo, despertar el gusto del pueblo por la música, llevándole el conocimiento de lo clásico. Desde mediados de 1920 hasta 1924 aproximadamente, la Nacional hizo temporadas de conciertos, ora en el Anfiteatro de la Preparatoria, ora en el Teatro Principal, ora en el Teatro Colón.
En 1921, Carrillo presentó con la Sinfónica Nacional la 9ª sinfonía de Beethoven en el patio de la Secretaría de Educación, con la parte coral interpretada por alumnos obreros del Departamento Nocturno de Música. Para 1923, la Sinfónica Nacional realizó una gira por el interior de la república con el fin de descentralizar los conciertos de la capital. La agrupación se disolvió en 1924 y sus integrantes continuaron tocando en la orquesta del Sindicato de Filarmónicos, reorganizada en 1928 por Carlos Chávez, con el nombre de Orquesta Sinfónica de México (osm), la cual terminó inserta en 1947 en las arterias del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (inbal) como Orquesta Sinfónica Nacional (osn), nombre que conserva hasta nuestros días.
El crítico musical “Demóstenes”, en la sección “La música y los músicos entre bastidores” de El Ilustrado, de quien se desconoce el nombre detrás del seudónimo y que causaba escozor en el ambiente musical con sus escandalosos artículos, en relación con el gobierno de Obregón y la labor de Vasconcelos, publicó el 13 de enero de 1938 lo siguiente:
No puede negarse que todos los gobiernos de la Revolución supieron reconocer la influencia dominante de la música en la multitud. Pero ninguno como el presidente Obregón: gracias a la visión amplísima de José Vasconcelos, su secretario de Educación Pública llegó a servirse de esa fuerza singular de persuasión con un programa claramente precisado. Obregón se sirvió de la música, en sus aspectos vocal e instrumental, con un sentido táctico de orden superior utilizándola, no solo en la escuela en sus diferentes grados, la Preparatoria inclusive, sino, en genial interpretación eufemizada del mito de Orfeo, hasta en las masas ignorantes, precisamente para despertar sus simpatías por la escuela, en aquella campaña sin precedentes de alfabetización magníficamente dirigida por su gobierno. ¡Había que ver en las plazas públicas aquellas enormes concurrencias de ignorantes atraídos por la música, gancho mágico para proceder a la alfabetización a cargo de los misioneros mejor remunerados que el país ha tenido!
El binomio educación-cultura, que tanto dio a México, se rompió en 2015 con la creación de la Secretaría de Cultura. José Vasconcelos había sabido leer los tiempos, y durante su gestión pública comprendió que no era más el momento de los prohombres, sino de las instituciones.
PARA SABER MÁS
- Beristaín Cardoso, José ángel, “Educación artística y autonomía universitaria en México: orígenes de la Orquesta Sinfónica de la Universidad Nacional (1929-1936)”, Revista Iberoamericana de Educación Superior, 2021, en https://cutt.ly/DmO6dX0.
- Beristaín Cardoso, José Ángel, “Política cultural en México. De la educación al entretenimiento” en Javier Tobar, Alberto Zárate y José Luis Grosso (comps.), El patrimonio cultural en tiempos globales, Popayán, Colombia, Universidad del Cauca, 2018.
- Cano Menoni, Agustín, Cultura, nación y pueblo. La extensión universitaria en la UNAM (1910-2015), México, IISUE-UNAM, 2019.
- Fell, Claude, Los años del águila, México, UNAM, 1989.