El exilio de un villista en Estados Unidos

El exilio de un villista en Estados Unidos

Ignacio Emerio Anaya Minjarez
Universidad Iberoamericana

Revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 54.

El mayor de caballería Antonio Ochoa Insunza optó por el exilio en Arizona a los 23 años, luego de la derrota de las fuerzas villistas en Agua Prieta (1915). Allí trabajó como obrero minero y supo de la discriminación, la vigilancia y los peligros de la persecución por ser un militar enfrentado al carrancismo.

Antonio Ochoa (tercer hombre de izquierda a derecha) en las minas de Gleeson, Arizona, 1918. Archivo particular de la familia Ochoa.

En México, la segunda década del siglo XX estuvo marcada por una lucha política y social en todo el territorio: la revolución mexicana. Como en cualquier contienda, hubo ganadores y perdedores durante las distintas fases del conflicto. Estos últimos los podemos dividir en distintas facciones, como porfiristas, maderistas, huertistas, villistas, etc. Una característica que compartieron dichos grupos, con sus respectivas variaciones, fue el exilio hacia distintos países, siendo uno de ellos Estados Unidos. Desde los inicios de la revolución, a la medida que un bando era derrotado o se debilitaba, sus miembros emprendían la huida. Algunos con el objetivo de armar una contrarrevolución; otros, con la idea de regresar en lo que se calmaba la contienda. Los grupos contaban con sus propias particularidades entre sus miembros; por ejemplo, dentro del villismo estaban los maytorenistas, seguidores del gobernador de Sonora y exiliado, José María Maytorena.

Centrándonos en el bando villista, cuyo destierro se llevó a cabo de 1915 a 1916, su proceso estuvo marcado por elementos que muestran la complejidad del exilio en general: el espionaje mexicano y estadunidense, la vigilancia por la nación receptora, los intentos de varios de sus miembros por armar un movimiento contrarrevolucionario, el uso de propaganda en la prensa y las consecuencias derivadas de las acciones de Francisco Villa en el territorio estadunidense. Sin embargo, la heterogeneidad dentro de sus miembros mostraba que el exilio no fue el mismo para todos. Este es el caso de uno de ellos. “Se dice que unos cien desertores villistas han cruzado al lado americano en Naco, y que les están siguiendo más todas las noches… Las deserciones de villistas continúan a razón de unos cien diariamente.” Con esas palabras, el periódico El Paso Morning Times daba la noticia de las deserciones de soldados villistas a territorio estadunidense, el 12 de noviembre. Los números pueden generar sospecha, pero anunciaban en su tiempo el proceso de huida de combatientes del bando seguidor de Francisco Villa hacia el otro lado de la frontera. Pocos de aquellos

“Se dice que unos cien desertores villistas han cruzado al lado americano en Naco, y que les están siguiendo más todas las noches… Las deserciones de villistas continúan a razón de unos cien diariamente.” Con esas palabras, el periódico El Paso Morning Times daba la noticia de las deserciones de soldados villistas a territorio estadunidense, el 12 de noviembre. Los números pueden generar sospecha, pero anunciaban en su tiempo el proceso de huida de combatientes del bando seguidor de Francisco Villa hacia el otro lado de la frontera. Pocos de aquellos que decidieron irse a Estados Unidos dejaron registro sobre su estancia. No obstante, entender cómo fue su vida ayuda a dar una visión sobre el destierro revolucionario.

Esta es la historia de un villista que se vio obligado a cruzar la frontera. Difícilmente, podría establecerse que su experiencia pueda servir para entender cómo fue huir hacia Estados Unidos, en términos generales, pero permite realizar una aproximación a partir de su ejemplo.

Antonio Ochoa Insunza no fue un personaje de tan alto grado militar dentro del ejército villista, a diferencia de otras figuras, como Felipe Ángeles, que llegó a ser general. Su grado más alto en esta corporación lo consiguió a la edad de 23 años: mayor de caballería. Sin embargo, ambos compartieron una experiencia junto con otros combatientes: el destierro o exilio a Estados Unidos. Tras las derrotas de Francisco Villa en 1915, el villismo entró en una fase de declive de la cual nunca se recuperó. Eso ocasionó que seguidores del Centauro del Norte terminaran desertando del ejército. Unos se cambiaron al bando constitucionalista; otros, abandonaron el país. De los que salieron, varios, como Ochoa, cruzaron la frontera para radicar en Estados Unidos durante un tiempo determinado.

¿Quién fue Antonio Ochoa?

Antonio Ochoa Insunza nació el 20 de julio de 1892 en el poblado de Ahome, Sinaloa. En 1901 quedó huérfano de su padre, lo cual lo obligó a encargarse de mantener al resto de su familia. Desde pequeño tuvo presente en su vida el ámbito militar debido a sus abuelos, ambos coroneles juaristas y liberales ya retirados.

Al estallar la revolución, Ochoa fue de los sonorenses que a los 18 años apoyó el movimiento maderista en el estado. Después del asesinato del presidente Madero, se unió a los constitucionalistas junto con su tío, el coronel José María Ochoa. Ahí formaron la columna Ochoa, bajo las órdenes del general Benjamín Hill y en la que Antonio consiguió el grado de teniente. Participó en varias batallas, siendo una de las más famosas el sitio de Guaymas, Sonora, en 1913. Poco tiempo después se trasladó a Chihuahua junto con su tío y algunos de sus hombres debido a diferencias que tenían con Álvaro Obregón. Al llegar al estado se unieron al villismo e ingresaron a la brigada Benito Juárez. Antonio se mantuvo en la División del Norte, donde alcanzó el rango de mayor de caballería, a los 23 años. En ambos bandos luchó en un total de trece batallas y escaramuzas, siendo Agua Prieta en 1915, la última.

Antonio Ochoa, 8 de abril de 1943. Archivo particular de la familia Ochoa.

El destierro

Tras la derrota de las fuerzas villistas en la batalla de Agua Prieta, a principios de noviembre de 1915, muchos de sus seguidores optaron por el exilio al otro lado de la frontera. Dicho proceso ya había comenzado desde el verano del mismo año. Antonio Ochoa combatió en la mencionada contienda, pero ante el fracaso de tomar la plaza se decidió por el destierro en Estados Unidos, poco tiempo después de la batalla.

Cruzar la línea divisoria no generaba mayores dificultades por entonces. Una guardia montada estadunidense se encargaba del patrullaje, aunque lo hacía de manera irregular –la patrulla fronteriza fue creada en 1924. Sin embargo, ante el reconocimiento de Woodrow Wilson a Venustiano Carranza, la frontera se volvió más hostil a los villistas, elemento que empeoró posteriormente con el ataque de Francisco Villa al poblado de Columbus, Nuevo México. Cabe mencionar que en 1917 se implantaron mayores restricciones para el cruce fronterizo, como el uso del pasaporte y presentar un examen donde se demostrara que quien cruzaba sabía leer y escribir.

El acceso a Estados Unidos se llevó a cabo de distintas formas. Algunos pocos con conexiones en el gobierno de ese país podían entrar con un permiso para exiliarse, mientras que otros, como Antonio Ochoa, entraron sin dicho documento, exponiéndose de esa manera a la persecución por las autoridades tanto estadunidenses como mexicanas. En ambos casos, cruzaban solos o en grupos. Los destinos de llegada variaban según distintos factores, siendo uno de ellos el punto desde donde salían de México. En el caso de Ochoa, cruzó desde Sonora a la vecina Arizona.

Una de las primeras cosas que hizo Ochoa en Estados Unidos fue buscarse trabajo. Ya fuera por su condición socioeconómica, o por mantenerse bajo la sospecha de las autoridades, terminó laborando en las minas de Gleeson, Arizona. En ese entonces, la minería era una industria importante debido a la exportación de materia prima ante la demanda de la primera guerra mundial. Allí se encontró con otros mexicanos y convivió con obreros locales.

Cruzar la frontera conllevaba a la transformación de uno mismo. Antonio Ochoa ya no era ya el soldado de la revolución; su carrera militar y sus rangos quedaron suspendidos durante los cinco años que estuvo en Estados Unidos. Pasó del uniforme militar y el peinado y bigote bien arreglados, a la barba larga y atuendo de obrero minero. No fue el único entre los villistas. Felipe Ángeles, por ejemplo, fue mesero en un restaurante de Nueva York.

El cruce al otro lado implicaba el sometimiento a las reglas de la nación estadunidense. La frontera era un espacio de segregación del mexicano, desde la anexión de gran parte del territorio por Estados Unidos. A pesar de la presencia allí de una población mayoritariamente mexicana, la lógica de discriminación aplicó contra ella, considerada inferior, como parte de distintos mecanismos de poder empleados por los “anglos”. Los desterrados, en su mayoría, sufrieron las consecuencias. Es por eso que las opciones y oportunidades laborales se vieron reducidas, sobre todo para los militares, cuyas especialidades no se podían aplicar para buscar trabajo, a diferencia de otros grupos de desterrados, como los periodistas.

No era una vida fácil. Los villistas se convirtieron en enemigos del gobierno estadunidense a partir de 1915. Aquellos que lograban cruzar la frontera mantenía un perfil bajo. Más allá de la discriminación, la colaboración entre distintas instancias de los carrancistas con las autoridades del país generó un ambiente de persecución. Los cónsules mexicanos en poblaciones como Phoenix y Tucson sirvieron de vigilantes y espías para el gobierno de Carranza, checando los movimientos de los desterrados. Era un sistema que se heredó del porfiriato.

Las incursiones de Francisco Villa en territorio estadunidense, marcadas principalmente por el ataque en Columbus, Nuevo México, el 9 de marzo de 1916, agravaron la situación. El periódico The Winslow Mail dio a conocer el paradero de algunos villistas implicados en dicho acontecimiento, el 28 de abril de 1916: “Siete villistas capturados después de la redada mexicana en Columbus hace varias semanas, han sido juzgados y acusados del delito de homicidio en la corte de Deming, y sentenciados a la horca. Es una lástima que Villa no fuera capturado y juzgado al mismo tiempo.” El rechazo al villismo, generado a partir de tales sucesos, aumentaba las razones para que los desterrados se cuidaran más y tomasen mayores precauciones.

La experiencia de Antonio Ochoa, por su parte, mostraba que la situación del destierro lo obligaba a moverse ante un ambiente de persecución y hostilidad. Las fotografías de su estancia en Estados Unidos lo muestran en distintos poblados de Arizona: Gleeson, Bisbee y Tucson. De la misma manera, en tales fotos aparece con apariencias distintas; en algunas con traje de minero y barba larga, mientras que en otras con saco, pantalón y peinado.

A diferencia de otros grupos de villistas en el destierro, especialmente aquellos que radicaron en Texas, Nuevo México o California, donde el villismo tuvo otra importancia, Antonio Ochoa no se involucró en movimientos revolucionarios. En ciudades como El Paso y Los Ángeles tuvo una fuerte presencia el Partido Legalista, organización política de corte villista creada en 1916 para derrocar a Venustiano Carranza, y que en algunas ocasiones envió expediciones armadas hacia México. Otros sectores, más diplomáticos, llevaron a cabo negociaciones con el Partido Republicano. Las experiencias de varios desterrados y exiliados de la revolución mexicana mostraban que tales actos estaban lejos de ser considerados como el fin de una facción, sino la apertura a un nuevo espacio de acción revolucionaria.

Retorno del exilio

Antonio Ochoa radicó en Estados Unidos durante casi cinco años. Regresó en 1920, un año que representa el retorno de varios desterrados por diversos factores. El primero fue la adhesión al Plan de Agua Prieta, proclamado por los sonorenses el 23 de abril de 1920, y al que se sumó. De hecho, resulta interesante que entre las 107 firmas de dicho documento se encuentre la de su tío José María. El segundo factor se puede dividir en dos partes, altamente ligadas una con la otra: por un lado, la rendición de Francisco Villa de manera oficial, el 28 de julio del mismo año, y, por el otro, la política conciliadora que llevó el presidente interino Adolfo de la Huerta. Ahora bien, aunque tal fecha haya representado una oportunidad de retorno al país, algunos villistas permanecieron más tiempo en Estados Unidos por distintas razones, hasta la década de 1940, inclusive. Un ejemplo lo encontramos con José María Maytorena, quien lo hizo en 1938.

Al llegar a México, Ochoa recuperó sus rangos militares y, por órdenes de Álvaro Obregón (ambos se conocieron en el ejército del Noroeste), se le confirió el grado de teniente coronel y en 1924 ascendió a coronel. Pasó a radicar en Sonora en 1929, donde desempeñó distintas funciones, de las cuales la más relevante fue la reconstrucción de la comunidad yaqui de Pótam, como parte del proceso de paz entre el gobierno y dicho grupo originario. En 1950 obtuvo su último rango, general brigadier, y al poco tiempo solicitó su retiro.

Antonio Ochoa en Tucson, Arizona, 1918. Archivo particular de la familia Ochoa.

El 13 de noviembre de 1968, Ochoa falleció a los 76 años, en Ciudad Obregón. Su hijo, Héctor Antonio Ochoa Robles, se encargó de escribir una biografía sobre su padre en conmemoración de los 50 años del cambio de nombre de la ciudad. En la actualidad, una calle lleva su nombre en esa población, la cual cruza las colonias Oscar Russo Voguel y Aves del Castillo.

La revolución mexicana provocó, entre los varios de sus efectos, el exilio y destierro de distintos grupos: militares, intelectuales, grupos religiosos e incluso civiles buscando refugio; por diversos motivos y como resultado del conflicto, hubo movilizaciones fuera de México. Entre los puntos de llegada destacó Estados Unidos, aunque no fue el único país que recibió mexicanos; Europa y Cuba fueron otros receptores con su respectiva importancia.

El caso de Antonio Ochoa Insunza muestra un acercamiento al exilio, desde la perspectiva de un villista que tuvo que abandonar el país como resultado de la derrota de su movimiento. Su estancia en Estados Unidos se vio reflejada por los cambios entre poblaciones, la minería y la mutabilidad en apariencia. Todos estos son elementos propios de su experiencia, como lo han sido de otros villistas de cuyas vidas en el destierro no quedan registros. El esfuerzo de su familia (incluido el de quien escribe este artículo, su tataranieto) por conservar su memoria, permiten saber más sobre estos personajes, cuya derrota se vio conectada con el destierro.

PARA SABER MÁS

  • Lerner, Victoria, “Exiliados de la revolución mexicana: el caso de los villistas (1915-1921)”, Mexican/Studies,2001, vol.17, núm.1, pp. 109-141.
  • Lerner, Victoria, “Estados Unidos frente a las conspiraciones fraguadas en su territorio por exiliados de la época de la revolución: el caso huertista frente al villista (1914-1915)”, Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, 2000, en: https://cutt.ly/RmmSajO
  • Lomnitz, Claudio, “Por mi raza hablará el nacionalismo revolucionario: breve arqueología de la unidad nacional” en Javier Garcíadiego y Emilio Kouri (comps.), Revolución y exilio en la historia de México. Del amor de un historiador a su patria adoptiva, México, COLMEX/Era/Centro Katz-The University of Chicago, 2010, pp. 129-142.
  • Ramírez Rancaño, Mario. La reacción mexicana y su exilio durante la revolución de 1910, Ciudad de México, Instituto de Investigaciones Históricas- UNAM, 2002.

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