En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 51.
En tiempos necesitados de tanta solidaridad, dada la pandemia de la COVID-19 y sus consecuencias –como pérdidas humanas, aislamiento, reconfiguración de la vida diaria, economías derrumbadas–, la cultura ha sido un refugio para salir adelante. Un ejemplo es el de los grafiteros, artistas plásticos callejeros, muralistas, que durante las primeras semanas de la cuarentena dieron a conocer sus trabajos en las redes sociales. Ocurrió en algunas ciudades del extranjero, pero también en la ciudad de México, y en todas coincidió una temática: el reconocimiento a la labor, muchas veces vilipendiada, del personal médico, asistentes, enfermeras, camilleros y, en general, de quienes trabajan en el sector salud, que se han convertido, a costa de sus propias vidas, en el frente de lucha contra el virus. Tanto coraje y valentía, desplegados en centros hospitalarios y visibilizados en sus paredes exteriores por el grafiti –actividad que también suele ser discriminada–, hemos querido traer a nuestra página de apertura como un homenaje y conmemoración que ya forma parte de nuestra historia.
Cuántas veces no hemos escuchado que desde alguna autoridad federal, estatal o municipal se habla de proyectos o iniciativas para profesionalizar, modernizar y hasta moralizar los cuerpos policiales. Esta estrategia, más discursiva que real, a la vista de los resultados que vemos en nuestro quehacer cotidiano, lleva repitiéndose por casi 100 años. Sí, un siglo. En 1923, fundada la Escuela Técnica de Policía de la ciudad de México, se pretendió generar profesionales idóneos para la seguridad pública, dado que los cuadros reclutados por la Inspección General de Policía, hombres analfabetas e incluso criminales, no ofrecían los resultados esperados. La policía ya contaba con una pésima imagen pública. La gran mayoría de sus integrantes se valían de su posición para medrar fuera de los marcos legales. El robo, el soborno, la extorsión, la prostitución y la venta de drogas formaban parte de sus negocios habituales.
Establecer métodos científicos de investigación y así uniformar los procedimientos policiales era una de las metas que se planteaba el proyecto de Iván Menéndez Mena, director de la escuela. Todo fue bien al menos durante tres años, a pesar del rechazo de los gendarmes. El proyecto tendría una vida corta. Era el primer antecedente de los esfuerzos que se harían en el transcurso del tiempo, circunstanciales antes que estratégicos y constantes. Pereció por un problema que se ha hecho endémico: la falta de presupuesto.
Un problema como el de la seguridad de aquel convulsionado principio del siglo XX pervive con una realidad aún acuciante en la actualidad como la violencia producto del crimen organizado. Dejamos en estas páginas, y para su análisis, los datos que nos arroja la fallida política de la lucha contra el narcotráfico entre 2012 y 2018. Ya no hablamos de un problema de dimensiones formativas y local, sino de escala geopolítica que envuelve el tráfico de un negocio ilícito que traspasa fronteras, militariza la seguridad, y provoca violencia sin resolución y alto impacto para la ciudadanía del país.
Tiempos agitados los hemos tenido a lo largo de nuestra historia. Las confrontaciones fratricidas parecían no acabar a principios del siglo XX. Después de la Decena Trágica, Victoriano Huerta pretendió sin éxito, durante el poco tiempo que duró en el poder, reestablecer la normalidad en el país. Y aunque posteriormente fue exiliado, tendría impaciencia por volver al país y retomar el puesto que sentía le habían arrebatado. Desde España, como nos cuenta en su artículo Guadalupe Villa, comenzó a moverse para un regreso que no sería triunfal. En 1915 llegó hasta Texas para emprender su última aventura política: una conspiración contrarrevolucionaria que lo llevaría a la cárcel y a una pronta muerte.
Y hablando de fracasos en la historia del país, te proponemos en este número acercarte a los recuerdos del general Félix María Zuloaga, aquel que también tuvo un periodo muy corto en la presidencia –casi un año– en 1858, y que de regreso del exilio cubano, después de fracasar en su confrontación con Benito Juárez, dio cuenta en El Diario del Hogar, de Filomeno Mata, su versión sobre uno de sus socios de luchas antiliberales, el controvertido general Leonardo Márquez. Sin querer saber ya nada de política, desde la tranquilidad de un estanquillo en el centro de la ciudad de México, Zuloaga revela con detalle al escritor Ángel Pola Moreno las acciones sanguinarias de Márquez y sus intentos traicioneros de fusilarlo por negarse a respaldar a los invasores franceses.
Este BiCentenario, tanto de ayer como de hoy, trae de tiempos más contemporáneos algunas perlas para disfrutar. Una de ellas son los orígenes sinuosos de las artes marciales en el país. Precedidas por sus primeros pasos durante el porfiriato, el desarrollo en los años cincuenta y sesenta del siglo pasado de la mano de especialistas japoneses y coreanos traídos tanto de oriente como de Estados Unidos, hasta los primeros medallistas olímpicos en taekwondo.
En casi un centenar de páginas que integran este nuevo número de la revista, descubrirás historias como estas y otras de idéntica riqueza. Hasta la próxima.
Darío Fritz.