Una dentista pionera en el medio militar

Una dentista pionera en el medio militar

María Eugenia Arias Gómez
Instituto Mora

Revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 52.

Estela Gracia García y Martínez fue la primera mujer ascendida a teniente coronel en el ejército mexicano, y una adelantada de su época en la protección bucal. Odontóloga, obtenía su lugar con base en estudios, conocimiento y trabajo por encima de sus pares hombres, y aun así padecía discriminación y amenazas por ser mujer. El ejército mexicano está compuesto por hombres virtuosos, pero con grandes defectos, dice en esta entrevista de 2015.

Teniente coronel cirujano dentista Estela Gracia-García y Martínez. Archivo fotográfico de la Comisión de Estudios Históricos de la Escuela Médico Militar.
Teniente coronel cirujano dentista Estela Gracia-García y Martínez. Archivo fotográfico de la Comisión de Estudios Históricos de la Escuela Médico Militar.

Ser hija de uno de los dos fundadores y primer director de la Escuela Médico Militar, además de hermana y sobrina de egresados de esa institución, motivaron a Estela Gracia García y Martínez a causar alta en el ejército en 1947, después de graduarse con mención honorífica en la Escuela Nacional de Odontología de la UNAM, una vez entregado el informe de su servicio social en Chalco. Sus padres, quienes curiosamente eran tocayos, fueron la farmacéutica Guadalupe Martínez Barragán y el general médico cirujano Guadalupe Gracia García Cumplido.

Coronel médico cirujano Guadalupe Gracia-García Cumplido. Archivo Fotográfico de la Comisión de Estudios Históricos de la Escuela Médico Militar.

Nacida el 22 de abril de 1924 en el centro histórico de la ciudad de México, donde estudió en escuelas oficiales y en la Nacional Preparatoria, Estelita, como la conocían todos, siempre se destacó en sus estudios. Hablaba francés, inglés y esperanto. En la niñez le encantaba nadar, patinar en ruedas, pasear en bici y comprar juguetes para su casa de muñecas. Conforme iba creciendo, le ayudaba a Plinio, su único hermano, en las reparaciones en la casa, así aprendió nociones, “pequeños detalles”, de plomería, carpintería y electricidad. Con él disfrutaba ir a los bailes de la Escuela Médico Militar. Se hizo coleccionista de timbres postales y monedas de México y de otros países, y adquirió un espíritu de viajera que la llevó por las capitales de los estados y pueblos mexicanos, y otros lugares de América, Europa y Asia.

En el medio castrense no recibió instrucción; compró los reglamentos militares y se preparó por su cuenta. Fue asignada a la sala de Exodoncia y Cirugía Bucal del Hospital Central Militar. Tras tomar el curso de Odontología Infantil en la Escuela de Graduados de la UNAM, se le comisionó para atender a niños y niñas derechohabientes dentro del nosocomio militar. Luego, en distintos momentos, prestó servicios en la Fuerza Aérea Mexicana. Además de ser estudiante pionera en el área de especialización en la Clínica Dental Infantil, aportó la aplicación de fluoruro de sodio como preventivo contra la caries dental, la cual se adoptó en los centros de salud del país. En 1979 se retiró del ejército con el grado de teniente coronel cirujano dentista, siendo la primera mujer mexicana que alcanzó este nivel. Buena parte de su carrera profesional la desempeñó en el Hospital Central Militar, donde murió de un mal cardiaco el 6 de septiembre de 2015.

Poco a poco la conocí, cuando asistimos a las reuniones de la Comisión de Estudios Históricos de la Escuela Médico Militar, en la cual, entre otros, ella y su hermano fueron pioneros. Estela nunca se casó. Era bajita de estatura, muy valiente, generosa y simpática; de tendencia ideológica izquierdista; rígida de carácter, sobre todo al hacer las cuentas del dinero y al escribir. Perteneció, además de la comisión, a varias asociaciones médicas y culturales. Destacó como autora de artículos sobre odontología, así como textos históricos; de libros en torno a la historia de la Escuela Médico Militar, algo que parece lógico por la influencia de su padre, quien fue historiador empírico, además de médico y militar.

El 7 de marzo de 2015 la entrevisté, tenía 91 años, y pocos meses después fallecería. En fragmentos que aquí comparto, Estelita recuerda aprendizajes y experiencias en el medio militar, algunos bastante desagradables por el simple hecho de ser mujer. Menciona sus actividades, aportaciones, ascensos militares y reconocimientos. Sentía un cariño muy especial hacia la Escuela Médico Militar y consideraba que como odontóloga militar mexicana fue “muy bien preparada”.


“Me festejaron con un arresto en el año de las mujeres”

Desde que yo estaba en la Escuela de Odontología, una de mis clases predilectas era la odontología infantil, sobre la cual tuve la oportunidad de hacer un curso de posgrado en la Escuela de Graduados de la UNAM. Cuando regresé al Hospital Militar, después de aquel curso, me comisionaron naturalmente para que atendiera a los niños. Atendía a los de consulta externa, consulta interna y a los de la guardería en un local improvisado. En la sala de exodoncia había tres sillones, entonces me dejaron uno.

Estuve en la Escuela de Adiestramiento Sanitario, que estaba por allá por la Normal, y atendiendo ahí únicamente a niños, y acá en el Hospital, pues tuve oportunidad de poner en práctica la aplicación tópica de cloruro de sodio, que es para evitar hasta cierto punto la frecuencia de la caries. Hice un trabajo relacionado al mismo y lo presenté en un congreso de odontología militar; también otro en el que proponía que, a todos los niños, al entrar a la primaria, así como se les exige el certificado de vacunaciones, se les exigiera un certificado de aplicación tópica de cloruro de sodio; eso fue en 1950. Pero apenas se aplicó 20 años después de que lo propuse. Me felicitó el jefe dental en Salubridad y el director del Colegio de Dentistas. En el Hospital Militar tomé un curso sobre técnica abrasiva, pero nunca prosperó; nos dieron un curso de prostodoncia, es decir hacer prótesis dentales; tomé un curso de hipnosis médica, con el hijo del doctor, del general [Luis] Benítez Soto.

Estuve en varias ocasiones arrestada. Resulta que yo tenía mi turno de nueve a once con el jefe de mi sala [en el Hospital Militar], que era mi sala de exodoncia; entonces terminaba el trabajo y el jefe dice: ¡vámonos! Nos salimos él y los de esa sala, y al otro día me encontré con que estaba arrestada porque me había salido diez minutos antes de la hora; pero me salí porque el jefe de la sala me dijo que nos saliéramos. Así que ese fue el motivo por el que me arrestaron. En aquel tiempo alguien me informó, yo todavía no estaba muy lista en materias militares, que la primera vez que le llaman a uno la atención no es con un arresto, se llama amonestación; si uno vuelve a cometer la misma falta, entonces ya es un arresto, y si reincide uno, entonces ya viene cambio de corporación [de ubicación].

En el año 1975, en el año internacional de las mujeres, fue cuando a mí me festejaron con un arresto en el campo militar número uno. La causa fue que yo había participado en la promoción para ascensos militares; como mayor me pedían para ascender 195 puntos, saqué 250, y participaba sola porque mis otros dos compañeros a los que citaron para la promoción me dijeron la palabra que se usaba entonces: “no, tú eres muy ʽmacheteraʼ y te lo vas a sacar, mejor renunciamos”. Y participé sola; sin embargo, no me ascendieron. Yo insistía en que había ganado el ascenso, que estaba esperando mi ascenso; la superioridad no me contestaba nada, teniendo obligación de contestarme en tres meses. Nunca me contestó, sino hasta el año, y la contestación que me dio fue que: “porque no había vacante”, lo cual es una cosa incongruente, porque si no había vacante para qué nos citaron a tres. Ese fue el motivo por el que me arrestaron, exigiendo mis derechos.

Estuve pocos días, jueves y viernes santo, sábado de gloria, domingo y ya el lunes salí. Era un pequeño alojamiento; estuve con otras dos mujeres, una profesora que era educadora y que iba a dar clases al campo militar número uno, venía en su cochecito y un alambre que estaba en el piso, al enrollarse en las ruedas tiró una escalera y en esa escalera estaba un subteniente, arreglando la luz; se privó del golpe y la maestra quedó en observación de cómo evolucionaba el herido. También estuvo una enfermera de marina que, como yo, se sabía los reglamentos y exigía sus derechos, y a ella la mandaron ahí castigada, así que estábamos las tres. Ellas dos muy jóvenes, yo ya de más edad; ellas con el radio a todo volumen que me molestaba muchísimo, pero ni modo de tener dificultades con las compañeras; entonces cuando se dormían la siesta o en la noche, yo iba y apagaba el radio, en cuanto despertaban lo encendían a todo volumen.

Esa fue la aventura. Como éramos las únicas mujeres teníamos atenciones de los compañeros: nos mandaban revistas, libros, nos prestaban un radio, el radio famoso nos lo prestaron ellos. El jefe de la prisión militar nos iba a ver [por] si se nos ofrecía algo. [Fue] curioso cuando tocó la puerta; la enfermera, que era muy simpática, le dice: Avaaantiii! Y entra el general, el director de la prisión militar, “y entonces, pues: vengo a ver ¿cómo pasaron la noche?, ¿qué se les ofrece?, ¿están bien atendidas?” Sí como no, que esto que el otro, pero no nos dan fruta y entonces el general le dijo al teniente, cómpreles fruta y le dio dinero. “¿Qué otra cosa se les ofrece?” Ah, pues cigarros, una de ellas fumaba, ya le dio una cajetilla de cigarros. “¿Algo más?” Sí, en la noche pelea “Mantequilla Nápoles” y no vamos a poder ver la pelea. “Ah, pues consíganles un televisor.” Pero como el dueño del televisor era otro preso, “que vea con ellas, aquí, su televisión porque no se la vamos a quitar y para esto, que vengan unos veladores para estar presentes, por aquello de las dudas”. Cuando salí mi hermano me dijo: “no te preocupes, todos los grandes hombres han estado presos, eso fue para consolarme”.

Mis experienciasnon gratas fueron, por ejemplo, la muerte de mi hermano. Fui a Hacienda a que me pagaran los gastos de su funeral; llevaba toda mi documentación completa, pero al llegar me dijeron que tenía que llevar dos testigos. Como era en la mañana, pues estaba difícil conseguir testigos, porque unos trabajan, las señoras tienen que atender su casa y se me ocurrió ir a la primera zona militar que está ahí mismo en Palacio, ahí estaba Hacienda. Entonces, fui a la sección sanitaria para que el médico, la enfermera, el oficial de Sanidad me hicieran el favor de ir como testigos, pero encontré que todavía no llegaban; nada más estaba un soldado haciendo el aseo, entonces pensé en ir con el comandante de la zona. Llegué, solicité verlo; le extendí mi credencial, ya para entonces yo era mayor, y pasé inmediatamente porque el general estaba, no tenía ocupación. “Y ¿qué se le ofrece?”, le expliqué que necesitaba yo dos testigos y me dice el general: “¿Cómo quiere, si no la conocemos, que vayamos de testigos?” Y entonces me atreví a decirle: ¿qué esta credencial que me extendió la Secretaría de la Defensa Nacional no me sirve para identificarme ni siquiera entre los militares? Afortunadamente, el general reflexionó y entonces ya ordenó a dos militares que me acompañaran. Otra cosa molesta: estaba yo comisionada en el depósito general aéreo y haciendo antesala para hablar con el comandante, platicando mientras con su secretaria, llega el comandante saca la pistola y me amenaza, ¿razón? No sé cuál sería su objeto; tal vez ver mi reacción, permanecí impasible y pues ya, guardó la pistola.

Y fue muy desagradable, cuando presenté mi examen, ya mencionado, para acceder a teniente coronel y no me ascendieron. El comandante de la base aérea militar número uno, en donde estaba, me dijo: “anda usted fuera de órbita, si por mi fuera, ni siquiera mayor sería”.

En cuanto a los ascensos y experiencia en el ejército, en 1947 ingresé como subteniente auxiliar enfermera; después me clasificaron como subteniente auxiliar, ayudante de dentista, siendo ya dentista titulada. Así estuve dos años. Luego, a todos los dentistas titulados nos ascendieron a capitanes segundos auxiliares, en 1959 fui capitán primero, cirujano dentista y en 1963 mayor cirujano dentista, hasta 1979 que obtuve mi retiro como teniente coronel cirujano dentista, siendo la primera mujer mexicana que obtuvo ese grado, abriendo con ella la posibilidad de ascenso en el escalón castrense a las mujeres. Condición que estaba vedada hasta esa fecha.

Impartí la materia de Higiene en la Escuela Médico Militar, en la Escuela de Enfermeras, en la Escuela de Oficiales de Sanidad Militar, en la Escuela de Tropa; aparte de eso, impartía conferencias de higiene bucal a personal paramilitar; conferencias en el Hospital Militar y en la base aérea militar número uno. Tenía películas que me proporcionaban la embajada de Estados Unidos, el Estado Mayor, la Secretaría de Educación Pública, y aparte tenía modelos de dentaduras o de dientes, pero también cartulinas con diversos dibujos. Y di consulta privada como dentista general, en la calle de Guerra y Marina 30, donde tengo mi domicilio.

Escribí anécdotas de la historia de mi colonia; algo sobre la Cruz Blanca; la Sociedad Mexicana de amistad con China; sobre el esperanto. He publicado algunos artículos, perteneciendo a la Comisión de Estudios Históricos de la Escuela Médico Militar, pues he presentado “La Fundación de la Escuela Médico Militar”; la “Biografía del doctor Guadalupe Gracia García”; “La Generación 1939-1944”, a la cual perteneció mi hermano.

Pertenezco a la Asociación Mexicana de Odontología; a la Asociación Mexicana Militar de Dentistas y otras asociaciones; a la Federación Mexicana de Esperanto; a la Asociación Mexicana de Amistad con China; a la de Los Colonos de la colonia Federal, que recuerde yo. Tuve las distinciones por mi antigüedad en el ejército de 15, 20, 25 años, la de 30 no me la quisieron dar porque se interrumpió, por el tiempo que estuve en el campo militar número uno en calidad de presa.

Me retiré del ejército en 1979, en parte porque el secretario de la Defensa, el general [Félix Galván] nos hacía ir hasta los domingos, y entonces pues el domingo era un día muy impropio para una mujer que le hicieran ir a trabajar, puesto que los domingos nos dedicamos a las labores propias de nuestro sexo, entonces perder el domingo en ir a las oficinas a no hacer nada, pues era muy, demasiado molesto, aparte la Navidad, el Año Nuevo, no teníamos ningún día festivo.

El ejército mexicano es una gran institución, en la que todo está previsto; pero desgraciadamente, está integrado lógico por seres humanos que tienen virtudes y grandes defectos. La Escuela Médico Militar fue fundada a iniciativa de mi padre, y naturalmente pues le tengo un gran cariño por ser una de “mis hermanitas”: la Escuela Médico Militar, la Cruz Blanca Neutral, la Colonia Federal, les llamo “mis hermanitas”, porque se fundaron por iniciativa de mi padre.

Considero que aporté más como odontóloga infantil; aunque también era yo radióloga y exodoncista. Ilusa, pensé que iba a acabar con la caries dental en mis corporaciones; citaba al personal por orden de lista para atenderlos a todos, pero desgraciadamente siempre había remisos, entre ellos los jefes.

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