Fernando Aguayo
Instituto Mora
En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 50.
La fotografía ha permitido reconstruir la historia de los espacios públicos donde se lavaba ropa en el siglo XIX, y en los cuales los hombres, en número menor a las mujeres, realizaron esa tarea pese al hostigamiento social que sufrían.
En estas páginas se recuperan fotografías que registraron a personas que en el siglo XIX lavaban ropa, con el doble propósito de reconocer la importancia de esta labor y para revalorar estos documentos como parte fundamental de nuestra historia.
A lo largo del tiempo, mujeres y hombres han cuidado de su familia. Como parte de estas atenciones se lava la ropa propia y, al hacerlo, el miembro de la familia que realiza esta tarea no adquiere el título de lavandera, al igual que no se adquiere el título de cocinero cuando alguno de sus integrantes prepara los alimentos que colectivamente se consumen.
En los archivos se conservan fotografías de personas lavando su propia ropa a las que se les ha puesto genéricamente el título de “lavanderas”, a veces por falta de cuidado en la catalogación de los materiales, pero también porque quienes las comercializaron buscaban atraer clientes con la venta de imágenes costumbristas. Por eso es necesario explicar que, tanto los trabajos de lavar como los de hacer fotografía, se han realizado de formas distintas y con objetivos diferentes a lo largo del tiempo.
Además de mostrar imágenes de espléndida manufactura sobre lavanderas, en estas páginas se menciona apenas un tema que es importante profundizar, un aspecto clave de la construcción de la sociedad mexicana: la división genérica de responsabilidades y tareas.
Durante mucho tiempo, en el interior de las sociedades no se pensaba que “trabajar” y “hacer el quehacer” constituyeran términos para definir actividades completamente diferentes. Fue con el desarrollo de la economía de mercado, proceso acelerado a lo largo del siglo XIX, que se impuso la visión de que el hombre era quien, por su trabajo, debería recibir el salario del que dependería el resto de su familia, mientras que la mujer se dedicaba a los quehaceres del hogar. De esta forma, lavar, cocinar y limpiar, entre otras tareas, se impusieron como labores exclusivamente femeninas.
Por ello, los hombres que se ocuparon del lavado de ropa sufrieron hostigamiento social por asumir, supuestamente, una tarea que no les correspondía. Los documentos escritos del siglo XIX refieren la presencia de hombres lavando ropa e, incluso, algunos proyectos gubernamentales de construcción de lavaderos comunitarios contemplaron espacios para hombres, eso sí, separados de las mujeres. Sin embargo, ya que no era usual registrar imágenes de varones realizando esa actividad y las pocas que se hicieron no se comercializaron, solamente se ha encontrado una fotografía de esa época en la que se registra a un hombre lavando.
Por otro lado, la existencia de cuerpos de agua fue el factor fundamental para realizar el trabajo de limpieza de ropa. Aunque se piensa en ríos y lagos como los espacios para lavar, en realidad cualquier acequia, canal o estanque era empleado con este fin. También se acostumbraba que las mujeres llevaran agua en vasijas o cántaros hasta su casa, para lavar en palanganas de madera.
No fue sino hasta fines del siglo XIX que se iniciaron los trabajos de distribución de agua, tal y como hoy los conocemos. Así empezó a extenderse la presencia de tomas de agua en las casas y con ellas los lavaderos. Pero esto sucedió únicamente en los espacios con grandes concentraciones de personas y que contaban con la presencia de industrias. Allí aparecieron incluso las lavanderías y la industria mecanizada para la limpieza de ropa.
Las fotografías que se han titulado “lavaderos públicos” contienen información de relaciones sociales disímbolas. Si bien algunos son construcciones realizadas por los gobiernos de distinto nivel para que sus gobernados pudieran lavar con facilidad su ropa, en realidad, como en muchos otros temas, las noticias oficiales son desproporcionadas respecto a lo que construyeron. En cambio, se tienen informes precisos de que empresarios ambiciosos construían este tipo de establecimientos y cobraban para permitir el uso de ellos, aunque de manera más frecuente se contrataban lavanderas para realizar el trabajo.
Se han podido identificar cuatro formas en las que fueron capturadas la gran mayoría de las fotografías que se imprimieron para su comercialización. Por un lado, los fotógrafos llegaban a “integrarse” en los espacios para hacer registros de este trabajo. Este tipo de imágenes son las menos empleadas. La segunda consistía en hacer fotografías replicando el estilo costumbrista más convencional, ya fuera en un estudio fotográfico o en “escenarios naturales”. En la tercera, los fotógrafos hacían que mujeres muy jóvenes adoptaran diferentes poses ante la cámara, simulando realizar actividades cotidianas, entre ellas la de lavar la ropa. Finalmente, la cuarta técnica consistía en realizar registros sorpresivos de mujeres en sus actividades cotidianas, pero editando los negativos para crear imágenes donde el trabajo pasaba a segundo plano, con lo que los fotógrafos buscaban aislar a niñas y mujeres de su contexto.
Dado que esta última forma de crear fotografías ha sido muy extendida, debemos recordar que, si bien este medio nos ayuda a conocer espacios y costumbres de los pueblos, también ha sido un mecanismo utilizado para la comercialización y cosificación de las imágenes de la mujer. Por ello, rescatar y valorar fotografías no debe conducirnos a normalizar relaciones sociales que tienen mucho de dominación y control, pues el sistema patriarcal ha utilizado en no pocas ocasiones excelentes imágenes como las aquí presentadas para acentuar su dominio sobre el conjunto de la sociedad.
Lavar la ropa es una tarea que no debe considerarse exclusiva de mujeres, sino una responsabilidad colectiva. Es un trabajo pesado que ha carecido de una justa valoración, tanto social como monetaria; por esta razón, mucha gente que no cuenta con un empleo regular ni bien remunerado se ocupa en lavar ropa ajena para sobrevivir. Cuando modifiquemos este descrédito por una tarea tan necesaria, cuando sea una actividad valorada y bien remunerada, se hará realidad el que los lavaderos, sobre todo los públicos, se conviertan en verdaderos espacios de sociabilidad y no de reminiscencia de relaciones arcaicas de explotación.