Graziella Altamirano
Instituto Mora
Revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 47.
Roberto Gavaldón es considerado como uno de los mejores directores de la época de oro del cine mexicano y su mayor representante en certámenes internacionales.
El cine mexicano vivió el mayor esplendor de su época dorada en la década de 1940, alcanzando una significativa proyección y una gran relevancia a nivel internacional a través del reconocimiento de sus películas y de sus actores, así como por su amplia distribución y comercialización en varios países. Los avatares de la segunda guerra mundial acotaron la producción fílmica en Europa y Estados Unidos, lo que coadyuvó al florecimiento del cine mexicano con la aparición de nuevas producciones nacionales que ingresaron al mercado internacional, convirtiéndose en una de las principales industrias del país.
La llamada época de oro del cine nacional descolló por su amplia variedad de contenidos y nuevas líneas temáticas a través de la adaptación literaria, la comedia musical, la exaltación nacionalista, las historias rurales y los melodramas citadinos y de los barrios bajos. De ella salió una pléyade de realizadores y figuras emblemáticas que obtuvieron fama internacional. En la década de 1950, la producción nacional sufrió una caída con la reincorporación al mercado de filmes europeos y estadunidenses que avivaron la competencia, lo cual condujo a la realización de producciones más baratas y afectó, en muchos casos, la calidad alcanzada en los años anteriores.
Entre los realizadores de aquellos años dorados de nuestro cine destaca Roberto Gavaldón (1909-1986), quien ha sido considerado como uno de los mejores directores mexicanos de todos los tiempos y uno de los principales exponentes de lo que se ha llamado “melodrama social” en la cinematografía nacional. Este prolífico director, autor de 48 largometrajes, incursionó en el cine escalando todos los peldaños que le dieron experiencia y le enseñaron los diferentes oficios del quehacer fílmico hasta llegar a dirigir su primera película, La barraca (1945), ópera prima basada en un texto de Vicente Blasco Ibáñez, con la que despuntó su carrera y por la que recibió un Ariel, siendo el primer director mexicano galardonado con ese premio, reconocimiento que se repetiría en varias ocasiones a lo largo de toda su trayectoria filmográfica.
Las películas más conocidas de Roberto Gavaldón las realizó junto a grandes personalidades del séptimo arte, como los cinefotógrafos Alex Phillips y Gabriel Figueroa, el escritor y guionista José Revueltas, el músico Raúl Lavista, y estrellas de la gran pantalla como María Félix, Dolores del Río, Pedro Armendáriz y Arturo de Córdova, con quienes el cine mexicano alcanzó niveles internacionales.
Si bien su cine apuntó hacia el melodrama, Gavaldón trabajó diversos géneros como el policiaco, el musical, el fantástico y el drama rural. También realizó un ciclo de western-ranchero con el actor Antonio Aguilar. Entre sus películas destacan títulos como La otra, (1946); La diosa arrodillada (1947); En la palma de tu mano (1951); El rebozo de Soledad (1952); Sombra verde (1954); Camelia (1954); La escondida (1956), y Miércoles de ceniza (1958).
Fue estimado en su tiempo como “el mayor representante” del cine mexicano en los grandes certámenes internacionales de Cannes, Venecia y Berlín, siendo su película Macario (1959), protagonizada por Ignacio López Tarso y Pina Pellicer, ganadora del premio a la mejor fotografía en Cannes y la primera en ser nominada al premio Oscar de la Academia, en la categoría de mejor película en lengua extranjera. Por esta actuación, López Tarso fue premiado como mejor actor en el San Francisco International Film Festival. Se ha dicho que esta cinta, basada en un texto de Bruno Traven, es probablemente la mejor obra fantástica de esa época, ocupando el lugar 59 dentro de la lista de las 100 mejores películas del cine mexicano, publicada por la revista Somos en 1994, según la opinión de 25 críticos y especialistas del cine en México.
En décadas posteriores, Gavaldón cambió el tipo de temas tratados y se interesó más por asuntos políticos y sociales. Destacan La rosa blanca (1961), con el tema de la expropiación petrolera en México, obra que fue prohibida y por fin estrenada en 1972; Días de otoño (1962); El gallo de oro (1964), obra de Juan Rulfo, cuya adaptación la realizó junto a Carlos Fuentes y Gabriel García Márquez, y Doña macabra (1971), entre otras. En España realizó tres películas: Don Quijote cabalga de nuevo (1973); La madrastra (1974), y La playa vacía (1977). Su último film fue Cuando tejen las arañas (1979).
Roberto Gavaldón fue reconocido por sus cualidades técnicas y artísticas, siendo sus películas apreciadas por la refinada calidad de sus imágenes y el impecable manejo de la cámara, así como por una marcada inclinación hacia temáticas oscuras de crimen y misterio y personajes complejos y atormentados con un destino fatal. Se han considerado como características más definidas de sus películas la narrativa y los visuales del noir film: fuertes contrastes del blanco y negro y el juego con las sombras.
La filmografía de Gavaldón ha sido reconocida en diferentes foros internacionales; en 2011 la Cinemateca de París exhibió varias de sus películas. Este año, The Museum of Modern Art (MoMA) de la ciudad de Nueva York realizó una retrospectiva titulada Roberto Gavaldón: Night Falls in Mexico, teniendo como objetivo presentar la dualidad de la sociedad mexicana: Por un lado, el campo y las zonas rurales y, por el otro, el caos de las grandes ciudades, como la capital del país. El Festival de Cine de San Sebastián también dedicó su 67 edición al cineasta mexicano proyectando una veintena de sus películas.
El texto que ahora presentamos es una edición de la entrevista con Roberto Gavaldón, realizada por Ximena Sepúlveda, los días 16 de agosto y 9 de septiembre de 1976 (PHO/2/81), en la que el cineasta, con una mirada retrospectiva, nos relata su larga trayectoria y su experiencia como director en el cine mexicano.
Nací el siete de junio de 1909 en la ciudad de Jiménez, Chihuahua, de donde salimos muy chicos durante la revolución, y nos trasladamos a Torreón, Coahuila. Ahí vivimos ocho años y después nos fuimos a la ciudad de México. Cuando ya iba en la preparatoria me fui a vivir a Estados Unidos. Empezaba a estudiar odontología, pero tenía que estudiar y trabajar al mismo tiempo, entonces ya me dediqué exclusivamente a trabajar. Trabajé por curiosidad, sin ningún interés en la industria de Hollywood, nada más por saber cómo eran los estudios por dentro, pero por tener amigos dentro de ella, trabajé como extra en algunas películas de Estados Unidos en esa época, eso fue por el año de 1926… Regresé a México en 1932 y encontré ya aquí el cine sonoro. Pretendían que yo fuera actor, pero nunca me interesó ser actor, no me gustaba la actuación, para nada. Me sentía yo un poco ridículo actuando. Me interesaba más bien la parte técnica y empecé desde abajo, como utilero, luego como anotador, o sea script clerk, luego fui ayudante de edición y pasé a ser asistente de director durante doce años. En los últimos tres años llegué a ser codirector, o sea, iniciaba yo a directores nuevos y llevaba el crédito de la codirección en esa película.
Yo empecé a ser asistente de director con Gabriel Soria, que fue un director muy famoso de esa época; hizo películas muy importantes y le aprendí mucho. También aprendí mucho de Chano Urueta, de Fernando de Fuentes, y de muchos otros directores a los que asistí; entonces tuve una gran práctica en materia de dirección y la compenetración de toda la parte técnica, de toda la aportación de los técnicos, que es tan importante como el reparto mismo, como el libro. Esas personas, esos técnicos, y trabajadores manuales son realmente los que ayudan a hacer la película y colaboran en una forma muy amplia y eficaz a hacerlo.
La mayor parte de los cineastas mexicanos se hicieron en el terreno del rodaje. Han surgido de ahí mismo grandes fotógrafos como Gabriel Figueroa, que al principio era un fotógrafo de fijas en un estudio. Luego, en esa época vino Alex Phillips. Alex, de hecho, fue el maestro de todos los fotógrafos de esa época. El propio Gabriel Figueroa fue asistente de Alex Phillips. En fin, todos nos hicimos en el terreno del rodaje. No teníamos ninguna escuela, ninguna academia que nos enseñara la filmación de películas, sino que fuimos aprendiendo sobre la marcha. En todo departamento de cine así fue. Yo seguí una especie de escalafón que me permitió poco a poco ir aprendiendo muchas cosas.
También colaboré en muchas ocasiones como coadaptador de películas. Uno se forma con el interés de estar en la industria y de aprender en los pocos medios que teníamos para aprender, y los muy personales, que era consultar libros de cine y analizar películas importantes. Con la adaptación comenzó mi relación con José Revueltas y con Jack Wagner, de Estados Unidos; hicimos una muy buena amistad los tres. De Revueltas ya tenía antecedentes hacía tiempo, por lo que leía de él, por sus inquietudes de tipo literario, y de toda clase de inquietudes ideológicas también. Siempre fui muy admirador de él. Hubo una gran amistad entre él y yo, hicimos juntos varias adaptaciones, afortunadamente con éxito. Él desconocía mucho de lo que era la técnica cinematográfica, cosa que yo ya tenía, por los años que había sido asistente de director, y ya había empezado a hacer algunas películas. En la adaptación el tema se visualiza cinematográficamente, con la medida y la técnica necesaria para llevarlo a la pantalla, porque el hecho de dirigir da una visión más amplia de lo que se debe hacer en el cine, en el orden técnico, en el orden artístico, en el orden literario. Se puede decir que es fácil adaptar una novela al cine si se sabe hacerlo, porque han fracasado muchos intentos de adaptaciones en donde casi con poca imaginación cinematográfica se someten demasiado a la novela misma, tratando de respetarla, o por imposición del autor. Es decir, el trasplantar una obra original, una novela al cine, en muchas ocasiones cambia mucho el original, porque ya se visualiza eso que el autor quiso decir en su novela en imágenes, y con otros recursos que son auxiliares para el cine, no para el teatro ni para la novela misma.
La primera película que dirigí fue La barraca, basada en la novela de Blasco Ibáñez. Me habían propuesto en varias ocasiones algunas historias para dirigir, pero nunca me interesaron, no me gustaron, no pensé que ninguna de ellas era la película con la que yo quería debutar como director. Cuando se me ofreció La barraca, pues incondicionalmente la acepté y afortunadamente tuve mucho éxito con ella…
En La barraca, el 90% era no solamente españoles, sino que eran valencianos; desde el músico, que era un gran músico en España, Samper, que hizo la música de la película. Tuve la asesoría, desde la adaptación misma, de Tito Davison, de la propia Libertad Blasco Ibáñez, la hija del autor. Estuve perfectamente documentado. Llegué a hacer una película que fue aceptada no solamente como mexicana, sino que en muchos casos se veía como hecha en España. Se produjo fielmente la huerta valenciana aquí en México, con toda la asesoría de gentes que conocían y dominaban el ambiente valenciano. El propio libro, la novela ilustrada de Blasco Ibáñez tiene maravillosas estampas que nos servían de guía en cuanto al vestuario, carruajes, la misma escenografía nos daba muchas luces en todo eso. Fue una película muy bien documentada.
En mis películas la elección del reparto siempre fue absolutamente bajo mi responsabilidad y elegido por mí mismo. Así lo he llevado en todas, aunque nunca desconociendo –en el tiempo en que había muchos productores– los intereses de algunos de ellos, que contrataban a la actriz o al actor como principio de un proyecto para hacerse en el cine. En esa parte sí interviene el productor, en el interés de invertir en una figura que siente que después puede recuperar la inversión. Caso concreto como lo hubo con Pedro Infante, con las grandes figuras de taquilla, pues ya el proyecto se enfocaba a esa figura que está garantizada en gran parte a la inversión…