Revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 46.
Durante la mayor parte del siglo XIX mexicano, la sociedad estuvo atenta al llamado de las armas, para responder con el fusil en la mano o esconderse del reclutamiento forzoso. Intervenciones extranjeras, guerras intestinas, pronunciamientos, asonadas y motines fueron el pan de cada día. El “mexicanos al grito de guerra” del himno nacional compuesto en esos años, nos representaba a la perfección; al mismo tiempo, nuestra historia patria se llenó de los héroes y villanos de las diversas batallas de aquel agitado siglo. La edición de BiCentenario que tiene en sus manos busca explicar y entender a esta sociedad armada, no sólo a las figuras preponderantes de los ejércitos en conflagración, sino también al soldado anónimo que dio su vida por la formación de este país.
Abrimos este número con el artículo de Eduardo Orozco, quien cuestiona que en la guerra de independencia se enfrentaran dos grupos bien definidos: realistas e insurgentes. Orozco nos demuestra que la ecuación no es tan simple, que los jefes y oficiales de cada bando tuvieron más en común de lo que a simple vista parece. Para sostenerlo, revisa los diversos cuerpos armados que la corona española organizó hacia fines del siglo XVIII para Nueva España. De ellos salieron los jefes que organizaron al “ejército” insurgente.
Omar Urbina continúa el análisis, ahora con los soldados que constituyeron los primeros contingentes armados del México independiente. Presenta la constante pugna entre las milicias locales y el ejército permanente, y cómo esta se intensificó con el cambio de sistema político, pues los federalistas apostaban por las milicias compactas y regionales, y los centralistas buscaron en el ejército profesional el baluarte que garantizara “la seguridad interior y la defensa exterior”; como veremos, todo quedó en buenas intenciones.
Entonces surge una pregunta: más allá de las leyes que buscaron uniformar y reglamentar a las fuerzas armadas, ¿cómo se comportaron en la práctica? Tres textos llevan al lector al campo de batalla sin el peligro que esto supone. Así, Francisco Vera estudia el intento de reconquista española de 1829, cuando las tropas mexicanas, mal vestidas y mal comidas pero bien comandadas, repelieron el ataque del brigadier español Isidro Barradas. Carlos Arellano hace lo propio con la guerra de Reforma, en que el ejército profesional, dirigido por generales conservadores, sitió la ciudad de Veracruz, sede del gobierno liberal encabezado por Benito Juárez. En ambos textos encontramos a los oficiales, la tropa, el armamento y los pertrechos bélicos y nos adentramos en los caminos y fortificaciones militares. En el tercer texto, seguiremos al guerrillero-bandido Antonio Rojas en sus andanzas por el occidente del país y veremos la importancia de su participación bélica en el triunfo de los republicanos sobre el imperio de Maximiliano.
El siguiente tema que aborda la presente edición es la educación castrense durante la llamada “pax porfiriana”. Sin guerras internacionales, ni el levantamiento y movilización de grandes contingentes armados, se atendió a la educación de jóvenes cadetes. La modernización del Colegio Militar en 1901 y la apertura de la Escuela Militar de Aspirantes en 1905 fueron acciones encaminadas con este fin. Gustavo Helguera presenta una entrevista hecha al general Rodolfo Casillas, quien en su juventud pasó por las aulas de ambas escuelas. La entrevista nos lleva de las elegantes cenas de fin de año con el general presidente Porfirio Díaz, a la división social que nutrió a la revolución mexicana. Podemos agregar que el general Casillas debió de tener en las manos la Revista del Ejército y Marina, surgida en 1906 para la enseñanza y difusión de los avances científicos del sector intelectual de la Secretaría de Guerra, y que es objeto del artículo de Víctor Salazar.
En la actualidad, las fuerzas armadas son parte de nuestra sociedad, ya no como una corporación escondida en los cuarteles, sino como una institución vigilada, hasta cierto punto, por la ciudadanía; pero esto no fue siempre así. César Valdez revisa las pruebas y retos que la institución ha enfrentado desde 1990 ante la opinión pública, así como las políticas de los distintos niveles de gobierno para hacerla más eficientes y eliminar la terrible corrupción que la ha envuelto durante años.
Si usted, lector, desea acercarse más al fenómeno militar desde el punto de vista académico, lo invitamos a leer el artículo del mayor retirado Antonio Campuzano sobre el Archivo Histórico de la SEDENA. Ahora, si lo que prefiere es el punto de vista artístico, el artículo de Samantha Pérez lo llevará a la guerra de los Pasteles (1839), a través de la interesante historia de un grabado que forma parte de la colección del Museo de Arte de Veracruz, y el cuento de Kenji Hernández lo pondrá al tanto de la historia de un militar que prefirió asistir a las fiestas de su pueblo que atender al llamado de sus superiores.
Así está edificado este número de BiCentenario. Sólo nos resta agradecer al Seminario de Historia Militar y Naval por sus valiosas aportaciones y esperar que, al terminar estas líneas, el lector interesado decida continúar con las demás páginas.
Hasta la próxima edición.
Norberto Nava B.