Rodolfo Casillas. La educación de un militar

Rodolfo Casillas. La educación de un militar

Gustavo Javier Helguera Salas
Facultad de Filosofía y Letras

Revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 46.

Durante el Porfiriato, el Colegio Militar formaba a cuerpos de élite, en contraste con el resto del ejército, cuyos integrantes, conocidos como consignados, eran enviados desde los pueblos, a la fuerza, por los presidentes municipales y los jefes políticos.

251

Con el triunfo de Juárez y la república sobre el imperio de Maximiliano en 1867 se reanudaron los cursos en el Colegio Militar, institución que ofrecía a los jóvenes de clase media una formación a lo largo de siete años y, además, les proporcionaba una educación científica en ingeniería o arquitectura. Sin embargo, uno de los inconvenientes del programa era lo tortuoso del escalafón, ya que si un oficial especializado en infantería, artillería o caballería quería convertirse en coronel debía seguir dentro de las fuerzas armadas unos 25 o 30 años más, con una paga insuficiente.

El general Bernardo Reyes, ministro de Guerra y Marina durante los últimos años del Porfiriato, implementó el 1 de enero de 1901 un nuevo reglamento para el Colegio Militar con el fin de erradicar sus problemas. Los cambios más notorios de este reglamento eran las nuevas materias que entraron al programa, como inglés, hipología, aerostación militar, fabricación de explosivos, ingeniería, geografía, entre otras. Esto permitió que el conocimiento científico diera a sus egresados más oportunidades laborales una vez que dejaran el ejército.

Además, se introdujeron prácticas de campo, que ayudaban a los cadetes a poner en uso los conocimientos obtenidos. La primera práctica consistía en salir de “campaña” durante 40 días, en brigadas formadas solamente por alumnos del colegio. La segunda consistía en la construcción de un cuartel, donde los cadetes se alojarían con el objetivo de recrear la vida diaria del ejército al proteger su acantonamiento.

Ahora bien, los cambios en el reglamento no lograron solucionar el problema del escaso número de oficiales que necesitaba el ejército en aquel momento, ni se consiguió que un nutrido número de jóvenes ingresaran a los estudios militares. Por ello, el 7 de diciembre de 1904 se decretó la creación de la Escuela Militar de Aspirantes, inaugurándose el 29 de enero siguiente. El objetivo consistía en la formación de oficiales subalternos e incluso permitía que los sargentos ingresaran en ella para ascender a oficiales. Además, si los alumnos conseguían demostrar en un año su vocación por las armas, se normó que podrían ingresar de forma directa al ejército permanente.

????????????????????????????????????????????????????????????????????????

Cabe señalar que los alumnos que asistían a la Escuela de Aspirantes eran en su mayoría civiles sin antecedentes militares o soldados rasos. De ellos, pocos lograban sobrellevar las exigencias y la mayoría desertaba a las primeras semanas. Todos estos cambios son narrados en el testimonio del general Rodolfo Casillas, quien nació en Puebla el 9 de junio de 1884 e ingresó al Colegio Militar el 7 de enero de 1901; más adelante realizó estudios de equitación militar en colegios de Europa y Estados Unidos y, a su regreso en 1910, ingresó a la Escuela de Aspirantes. Junto con otros militares como Jacinto B. Treviño y José Alessio Robles, fue uno de los pocos cadetes que cumplió con los objetivos del reglamento y logró ascender en dos años a coronel de caballería.

En esta entrevista ubicada en el Archivo de la Palabra del Instituto Mora y realizada por el doctor Alexis Arroyo en marzo de 1961 en la ciudad de México (PHO/1/104), es posible conocer la carrera de un militar que podría ser la de una generación de cadetes de aquella época. Se aprecian, además, las virtudes de la escuela, sus deficiencias y alcances como centro formativo de los escalafones más altos de las fuerzas armadas. Asimismo, se advierte cómo era admirada la figura contradictoria de Porfirio Díaz, ya que para los cadetes constituía una figura paternal y protectora durante su estancia en la institución, pero cuando salieron a campaña durante la revolución mexicana, pudieron darse cuenta de la situación real del país y de cuán “opresivo” había sido el régimen del general Díaz.


Historia Oral (pho/1/104)

ENTREVISTA CON RODOLFO CASILLAS

La educación de un militar. Alexis Arroyo

Antes de ingresar al Colegio Militar yo ya tenía vocación; será porque el medio en que yo vivía era militar dada la profesión de mi padre y de sus compañeros, de la carrera de las armas […] hice mi solicitud para entrar al Colegio Militar, eso fue a fines de 1900, en que presenté examen de admisión con buen resultado, puesto que fui de los primeros asignados a ingresar.

Estuve seis años. Sobre el Colegio Militar yo podría extenderme mucho porque… seis años de vida en ese plantel glorioso y con esa ubicación que tenía en Chapultepec, en el Castillo de Chapultepec y la vida diaria de cadete, con los compañeros, los oficiales, los jefes y los directores que hubo en el curso de los seis años que yo estuve en el Colegio Militar. Podría hacerle yo una relación muy larga y hasta anecdótica de mi vida ahí, lo único que le puedo decir a usted es que el 7 de enero de 1901 ingresamos al Colegio Militar 140 alumnos, entre los cuales recuerdo al general Jacinto B. Treviño, general de división actual y al general José Alessio Robles.

Fue por diferentes cuestiones que yo solicité mi cambio a la Fundición Nacional de Artillería. Le explicaré por qué pasa esto, es una cosa que tengo que decirle con franqueza. Había un profesor al que apodamos “La foca Valdez”, y ese profesor arrestaba cuando no sabía uno la clase, y luego lo arrestaba a uno ya indefinidamente, cada domingo estaba uno arrestado, no salía uno. Y entonces yo, de capricho, como todos los muchachos, tenía una novia en Tacubaya; sufrí mucho con aquel arresto, y entonces pedí mi pase a las filas del ejército, porque en esa época […] había tres años en que tenía uno que sacar calificaciones buenas en matemáticas y en materias militares, y si no sacaba uno muy buenas calificaciones, entonces salía uno a las filas del ejército; es decir, como se acostumbraba a decir en aquella época, lo “tactificaban” a uno, salía uno de oficial táctico; pero cuando tenía uno buenas calificaciones podía salir como oficial de Estado Mayor, como oficial de Ingenieros o como oficial de Artillería Facultativa. A mí me habían destinado a seguir la carrera de ingeniero, estaba yo en el sexto año, pero también, de acuerdo con el reglamento del Colegio, después del cuarto año, ya tenía uno derecho, en el momento que uno quisiera, a solicitar pasar a las filas […] además, el privilegio, o como quiera llamarle de escoger arma; yo escogí el arma de artillería y que me mandaran a la Fundición Nacional de Artillería, porque ahí en la Fundición Nacional de Artillería yo tenía medios, modo de continuar mi carrera; si yo no terminé mi carrera de los siete años por la circunstancia que me referí antes, y faltándome nada más un año, naturalmente yo ambicionaba, era mi ilusión, terminar mi carrera de ingeniero y yo sabía que ahí en la Fundición Nacional, por ser un establecimiento que no era de filas, sino, como su nombre lo dice, como la Fundición Nacional, como la maestranza, como la fábrica de armas; como otros muchos establecimientos de aquella época, que todavía ahora subsisten bajo el nombre de industria militar […].

Estando ahí, el gobierno de los Estados Unidos solicitó o pidió al gobierno mexicano, es decir, a la secretaría que se llamaba entonces de Guerra y Marina, oficiales para que fueran a hacer estudios a sus escuelas de Infantería, de Caballería y de Artillería; naturalmente la Secretaría de la Defensa se fijó en oficiales que tuvieran ciertos conocimientos; como yo había estudiado en el Colegio Militar hasta el sexto año. Conocía yo todo el programa y todo lo que se estudió, se estudiaba hasta el sexto año; entonces me nombraron a mí en unión de otros oficiales; fuimos dos a la Escuela de Infantería en Fort Leavenworth, dos a la Escuela de Caballería de Fort Raleigh, Kansas, y dos, entre los cuales estaba yo, de Artillería a la misma escuela de Fort Raleigh, Kansas. Ahí por circunstancias de buena suerte duramos tres años, por uno o por otra causa, el caso es que ahí fue donde yo me confirmé en la cuestión de oficial de Caballería; tan fue así que ya después al regresar a México pedí mi pase como oficial de Artillería a la arma de caballería. Tengo yo la satisfacción de que en Fort Raleigh, Kansas, en la Escuela de Caballería, saqué buenas calificaciones, y después de los tres años que estuvimos allá regresamos entonces a México […] Luego, al regresar, el general Ruelas era el director de la Escuela de Aspirantes, en la buena época, no en la época del cuartelazo de 1913, en la época buena; supo de mis estudios en la escuela de Fort Raleigh, que me había yo distinguido por mis calificaciones, por mis facultades ecuestres, y pidió a la Secretaría de Guerra y Marina que yo causara alta en la Escuela de Aspirantes. Yo salí en 1906 del Colegio Militar, estuve tres años en Estados Unidos y regresé a México, estuve dos años en la Escuela de Aspirantes 1910-1911.

Posteriormente me fui a Europa a estudiar caballería, este fue un premio que recibí en la Escuela de Aspirantes. Hubo la inauguración de un picadero en la escuela de tiro, y ahí se pidió la cooperación de distintas corporaciones […], es decir, pidió a la Escuela de Aspirantes un número ecuestre, un número de equitación y yo había educado a un caballo que se llamaba Létsel a saltar, y con una incipiente alta escuela; así es que yo presenté ese caballo que les gustó mucho. […] En suma, de todos los números que se presentaron ahí en el picadero de la escuela de tiro, que estaba en San Lázaro, y a la que fue invitado el señor presidente de la república, don Porfirio Díaz, y el jefe del departamento de Artillería, porque ese picadero lo construyó lo que entonces se llamaba Departamento de Artillería, así es que el general Manuel Mondragón era el jefe del Departamento de Artillería y lo que más gustó ahí, modestia aparte, de los números presentados, fue el presentado por mí, es decir, representando a la Escuela de Aspirantes. Tan fue así que, unos días después el señor presidente de la república, don Porfirio Díaz, mandó por conducto del director de la escuela, el general Ruelas, decirme que qué quería yo como recompensa o como premio a la aplicación que yo había demostrado […] Yo reflexioné bien, lo pensé bien; no pedí ascenso, ni gratificación, ni cosa por el estilo. Mi ideal había sido siempre ir a la Escuela de Caballería, famosísima en el mundo, la escuela de Someour. […] Le mandé decir que mi ambición era esa y que ya que el señor presidente, el general Díaz, me pedía qué cosa quería yo, pues me permitía yo pedirle me mandara a la Escuela de Caballería de Someour.

Con el paso del tiempo tuve diferentes opiniones acerca de don Porfirio Díaz, en mi época de estudiante, para nosotros la figura del general Díaz era grandiosa; era además un protector decidido del heroico, del glorioso Colegio Militar. Él personalmente distribuía a fin de año los premios y los diplomas y las espadas a los que terminaban su carrera. Después de esa ceremonia que tenía lugar en el anfiteatro que está al pie del castillo, por tradición había después de la distribución de premios una comida, ahí en el Castillo de Chapultepec; y año por año, sin fallar uno solo, don Porfirio comía con todos los cadetes; y pues era de admirarse, su presencia, su porte distinguido, para todos nosotros. Después que llegaba ahí al comedor, se paseaba alrededor de las mesas, dándoles la mano a los jefes de mesa. Así que, para nosotros en esa época, era de admiración, de cariño, de afecto a don Porfirio, por el cariño que le tenía al ejército y más, en particular al heroico, glorioso Colegio Militar, al que siempre le prodigó sus atenciones, sus cuidados.

Pudimos percatarnos de la situación política nacional porque formábamos parte de la sangre nueva, de la juventud; en esa época yo debo haber tenido alrededor de 24, 25 años. Yo me estaba refiriendo nada más en el orden militar; pero, en la parte social, en la parte económica […] sí, desgraciadamente sí nos dábamos cuenta de los grandes latifundios, de las tiendas de raya, de las condiciones misérrimas del campesino, de esa aristocracia que se había formado en esos días, en esa época.

La opinión que teníamos los cadetes sobre Porfirio Díaz era otra cosa. Eso era como cadete. Vivíamos nuestra vida de cadetes, pero sin salirnos de ahí de ese medio, del ambiente de estudios, de esa casa de estudios, nos concentrábamos únicamente a nuestros estudios, a sacar buenas calificaciones. Los que alimentábamos alguna ambición a que nos tactificaran, a que siguiéramos las carreras facultativas, carreras científicas; pero ya después al salir del ejército, ya más en contacto con el medio social, entonces sí ya nos dimos cuenta de los errores, como quiera llamarse, de la situación del país, bajo el régimen de don Porfirio.

Fueron diferentes opiniones las que teníamos de don Porfirio Díaz […]. Había un factor, yendo a la cuestión militar, que ya nosotros, más en contacto con el mando exterior, no con el mundo interior, que era el Colegio Militar, no; entonces sí ya nos dimos cuenta de muchos errores. Por ejemplo, concretándome ya al ejército, el reclutamiento era lo peor que podía haber, era de lo que se llamaba “los consignados”; el ejército en su mayor parte estaba formado por los “consignados”, gente que los presidentes municipales, los jefes políticos de aquel entonces consignan por arbitrariedades, que ellos cometían en los pueblos, y de ahí los mandaban como presos, como de leva; así estaba formado el ejército, no era el ejército de ahora, voluntario, como está constituido actualmente; así que era una de las grandes lacras en el orden de reclutamiento del ejército, ¿Cómo estaban formadas las filas del ejército de entonces? Estaba formado de consignados, pero que ya después por costumbre, por afecto a sus corporaciones, por cariño al ejército y que ya no eran consignados y ya ellos mismos, por sus esfuerzos, por su aplicación, habían llegado a ser cabos, sargentos, sargentos segundos, sargentos primeros; pero, en lo que se refiere al personal de soldados, era lo peor que podía haber; eran consignados gente de leva, puede llamársele así.

En cuanto a los otros asuntos de orden social, pues sí, ya más en contacto con el mundo exterior, nos dábamos cuenta de todas las lacras, los defectos que tenía el régimen de don Porfirio, la república, el país en suma; en todos los órdenes, ya sea en las haciendas, en el comercio, controlado nada más por extranjeros; en la vieja aristocracia porfiriana; yo me acuerdo muy bien de este caso, ahí en Chapultepec, los domingos y entre semana sólo se veían carruajes de gente rica, no permitían la entrada como ahora, a gente del pueblo, a gente de clase media, que va a hacer sus días de campo, que va a divertirse, ellos, sus niños, sus familias; con jardines zoológicos, en fin, parte por parte nos dimos cuenta, cuenta ya y más en esa época, en que es uno joven, de los defectos, de los lacras, de la mala situación social del régimen de don Porfirio Díaz.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *