En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 44.
Los desencuentros del Estado mexicano con la Iglesia católica tuvieron su punto de inflexión en la primera mitad del siglo pasado, pero no fueron los únicos. Hacia 1865 Maximiliano intentaba acercarse al clero, que lo veía con absoluto recelo. El emperador propugnaba la identificación del régimen con la imagen de la Virgen de Guadalupe ya incorporada por los sectores populares como parte de la identidad mexicana. Necesitaba una manera de encontrar un punto de unión, a pesar de los conflictos internos, y ese pretendía que fuera su estandarte. La peregrinación del 12 de diciembre de ese año y la ceremonia religiosa en la que participó fueron parte de los intentos de convertir a la virgen en insignia de la corona y elemento legitimador en el plano religioso. Lo simbólico, que siempre ha formado parte de las acciones políticas, lo entendió el clero mexicano, y su cabeza papal en Roma, a tal punto que ante la reforma liberal que encarnaba el emperador prefirieron, desde su visión conservadora del mundo, que la relación declinara, aunque sin llegar a confrontarse. Esto se decantó desde el momento en que comprendieron que tampoco recuperarían los bienes eclesiásticos ni mucho menos los fueros. La alianza frustrada terminaría por dar la razón a los hombres del clero cuando dos años después comprobaban cómo se derrumbaba aquel emperador sin aliados.
Queremos abrir este nuevo número de BiCentenario con las desavenencias que hacen al ejercicio del poder y que tocan en el plano de la política otros dos momentos intensos en las conflictivas décadas del siglo XIX.
Para que Maximiliano pudiera hacerse del poder político, el ejército francés consiguió en 1863 arrollar en sólo dos meses las resistencias poblanas con base en un ejército preparado, superior en número y equipamiento. Enfrente tenía a un contingente local sin entrenamiento, ni dinero y hasta con sectores monárquicos que no lo respaldaban. Sin embargo, estos hombres derrotados y que lograron sobrevivir continuaron batallando, como se relata en el texto, y en los años siguientes participarían en las resistencias para acabar con el imperio francés en 1867.
La siguiente discrepancia que aborda este número refiere a cómo se legitima un triunfo político. Se sabe que Agustín de Iturbide presentó en sus memorias de 1823 como un paseo triunfal la conquista final de la independencia. Según este relato no hubo sangre, ni incendios, ni robos, se trató de un comportamiento ejemplar de los soldados. Los hechos que aquí presentamos nos indican que la historia fue otra. O que al menos se puede mirar con otra óptica. Y sin bien esa revisión del ingreso de las tropas a la ciudad de México no está en las antípodas de lo que decía el líder del ejército trigarante, la sangre sí se derramó, los muertos y heridos sí los hubo, y la población padeció una crisis en algún momento por la escasez de alimentos.
Esta edición de la revista se alimenta también del detallado proceso por el cual los jóvenes adolescentes se fueron incorporando a la educación en los albores del siglo XX. El objetivo planteado era reconfigurar a México entre las naciones modernas, y para ello retomaron el trabajo de las organizaciones protestantes que estaban influenciadas por los trabajos de psicólogos, pedagogos y médicos provenientes de escuelas estadounidenses. Porfiristas, revolucionarios y hasta el cardenismo, posteriormente, fueron incorporando a la educación a estos jóvenes con su visión particular. Fueron contextos sociales y políticos diferentes en los que fueron incorporados, y que como dice la autora de este texto, nos llevan a reflexionar sobre el papel de los determinantes culturales en la configuración de las modernas nociones de adolescencia.
Dos personajes de la cultura recuperamos en esta oportunidad en BiCentenario. Primero, Saturnino Herrán. El pintor que abrió la escuela mexicana de pintura en los inicios del siglo XX y que consolidarían más adelante los renombrados artistas del muralismo. Una jovencísima muerte truncó la posibilidad de que su obra plástica cumpliera la proyección que ya se le esperaba dentro de las figuras más destacadas del mundo artístico. En segundo lugar, presentamos la vida en el teatro de María Conesa. Una artista española idolatrada tanto por porfiristas como por revolucionarios. Que por lo mismo sufría intimidaciones y debía ausentarse del país. Era vitoreada aquí como en Cuba o Estados Unidos. Sólo la aparición del cine puso freno a su creatividad.
Cerramos esta descripción de la rica variedad de textos que se encuentran en esta edición de BiCentenario con una entrevista al general Antonio López de Santa Anna, en su último exilio en Colombia. Encontrado por un periodista estadounidense, el exdictador vivía un momento de tranquilidad, dedicado a la agricultura y a confraternizar con sus vecinos, pero que en el plano de la política era reacio a la autocrítica, si acaso condescendiente con sus errores de juventud, y de lenguaje antiestadounidense.
En estas páginas hay más relatos por descubrir de las historias siempre estimulantes del país. Las de ayer, principalmente, y las que se construyen en el día a día. Hasta la próxima.
Darío Fritz