En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 40.
Remar a contracorriente requiere de fortalezas inusitadas, vehemencia, templanza y un compromiso imperturbable con la razón que lo mueve. Algo así atesoraron una serie de hombres de las letras que en 1920, en pleno proceso de afirmación posrevolucionaria y de creación del discurso nacionalista que legitimaba al nuevo régimen y cohesionaba al país, se propusieron integrar a México al mundo con apertura de pensamientos e ideas, en un afán cosmopolita. Jaime Torres Bodet, Bernardo Ortiz de Montellano, Enrique González Rojo, José y Celestino Gorostiza, Salvador Novo, Xavier Villaurrutia, Jorge Cuesta y Gilberto Owen fueron algunos de esos intelectuales que plantaron cara a una estructura simbólica del pensamiento oficial que justamente hacía hincapié en la frontera entre lo mexicano y las demás culturas.
Los Contemporáneos, como se hicieron llamar, no recalaron en manifiestos que los pudieran definir ni legislaciones que fueran a romper un orden, sino que intentaron convencer tanto a sus audiencias como a las autoridades, y sí que lo lograron si nos atenemos a sus nombres aún vigentes y necesarios para definir la historia de las letras y la intelectualidad en el país. Se aceptaron como parte de su sociedad, para promover la cultura, las artes y la literatura local. Las publicaciones impresas fueron el motor del grupo. Ulises. Revista de curiosidad y crítica y más tarde Contemporáneos, sirvieron para dar a conocer textos de Federico García Lorca, Juan Bautista Alberdi, Pablo Neruda, Jorge Luis Borges o T.S. Eliot y Paul Valery, pero también las pinturas de Salvador Dalí, Pablo Picasso, Joan Miró o la fotografía de Sergei Eisenstein. Incluso el teatro, bajo el mecenazgo de Antonieta Rivas Mercado, tuvo en la impronta de los Contemporáneos la exposición de autores desconocidos por entonces.
Nacido como un grupo de amigos, y con una formación educativa similar, supieron combinar la difusión de la cultura mexicana con la incorporación de aquellos autores extranjeros de alta calidad, pero también gracias a una combinación de relaciones en el gobierno –varios de ellos participaron en la diplomacia, la política y la educación-, que les permitió convertirse en referencia intelectual. Son justificadas razones, sin duda, como para que la cuadragésima portada de BiCentenario esté dedicada a estos verdaderos referentes de una mirada contracultural como pocas veces se ha visto en el país.
La identidad, que no es otra cosa que el sentido de pertenencia, en el caso de la cultura entre la decada de 1920 y 1930 la supieron dar aquellos escritores, dramaturgos, poetas, editores, pero también la encontramos, con otros rasgos y en diferentes tiempos. Como aquella que supieron forjar lo cinco hermanos Rousset Montoya como hombres y mujeres arrojados a la causa revolucionaria de 1910, o más atrás en siglos, las pinturas de castas en Nueva España.
¿Por qué decimos esto? La toma de conciencia social y política de los Rousset en Puebla, al igual que la de sus vecinos, los Serdán Alatriste, fue la de miles de mexicanos que cansados de atropellos se sumaron a la lucha antirreeleccionista, y aunque terminaron sus vidas de forma sencilla y con carencias económicas, optaron por dar su aportación para un mejor futuro de igualdad para todos.
Otros verdaderos documentos para moldear la identidad fueron las mezclas raciales de mestizos, indígenas, blancos y negros durante el siglo XVIII en la América española expresados en las pinturas de castas. Aquí lo traemos a colación en las obras de Miguel Cabrera o Juan Patricio Morlete, entre otros, los primeros quizá en darle forma y color a los rostros de una nueva sociedad en formación y dejar así constancia. De aquellos días a los presentes, se ha ido conformado la pluriculturalidad mexicana, como pocas en el mundo.
Estos trazos culturales que podrán encontrar como lectores en este número 40 de BiCentenario, tienen también referencias en la recuperación de los años exitosos de la televisión, la radio, el cine, a partir de los años ‘50 del siglo pasado con los retratos de las celebridades del mundo del espectáculo en la fotografía de Humberto Zendejas.
Por su parte, Kathryn Blair, la autora de A la sombra del Ángel, la biografía novelada sobre su suegra Antonieta Rivas Mercado –sí, la misma que alentó las obras teatrales de los Contemporáneos–, hace un recorrido por su vida personal hasta adentrarse en un tardío éxito en la literatura.
Esta edición se involucra en el análisis de las complejas relaciones bilaterales México-estadunidenses, en esa simbiosis permanente y necesaria, entre pasado y presente, y plantea la pregunta acerca de Donald Trump y su discurso xenófobo y antimexicano: ¿la responsabilidad sólo recae en él?
Hay mucho más por descubrir en este BiCentenario, incluso un Benito Juárez desconocido, de identidad simulada, que perdió su clásico traje negro. Hasta la próxima.
Darío Fritz