Darío Fritz
En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 65
“El trabajo dignifica” podría decir un eslogan que acompañe a la voceadora. Era normal ese tipo de frases hace casi siete décadas cuando se tomó esta foto. Hoy, los publicistas e ilustrados cazadores de clientes incautos y votantes desaprensivos no lo recomendarían. Aquello pasó al olvido. Las campañas propagandísticas, sean políticas o para el consumo, optan por el triunfalismo, el culto a la belleza efímera y la personalidad, o el vacío de las palabras. Hoy, Claudia Oston Melo tampoco podría ganarse la vida ofreciendo periódicos. Porque nadie se los compraría y porque en las calles la competencia es rabiosa entre limpiavidrios y franeleros, vendedores de dulces y baratijas, niños mendigantes, indígenas y migrantes que quieren su lugar. Una pobreza que, a decir de Jorge Luis Borges, como “el universo bruscamente usurpó las dimensiones ilimitadas de la esperanza”. Cuando la descubrieron bajo un techo de lámina y paredes de ladrillo y madera en Tacubaya, entre ollas y botes derruidos, dijo orgullosa haber sido alimentada de bebé por una leona, servido a Benito Juárez, Porfirio Díaz y Venustiano Carranza, que empuñó el fusil en batallas revolucionarias vestida de hombre y camuflada en la identidad de Laurio Oston Melo, haber residido en una propiedad amplia sobre Paseo de la Reforma que los agiotistas le quitaron y abandonada por la burocracia que ni pensión le otorgaba pese a un pasado militar sobresaliente. Al cabo de 102 años de vida que presumía, nadie le iba a cuestionar ni contradecir aquel pasado de humildades y gloria. Ella enaltecería su propio relato adosado a la palma de su brazo izquierdo y el bastón, una tarde de 1959, caminando entre Impalas, Plymouths y Lincolns, impreso en papel blanco y negro en la edición de la revista Mañana, bajo el título atractivo de “Generala de 5 estrellas” y su mirada indiferente para cada fotografía.