Un secretario discreto y poderoso

Un secretario discreto y poderoso

Marisa Pérez Domínguez
Instituto Mora

En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 66

Detrás de las decisiones que adoptaba Porfirio Díaz, hubo un hombre que operaba, informaba y transmitía las órdenes del expresidente. Se llamaba Rafael Chousal y Rivera Melo. Lo acompañó durante sus tres décadas en el poder. Pero no fue un personaje únicamente tras bambalinas. Varias veces diputados, supo hacer negocios, formó parte de las elites de entonces y recibió condecoraciones.

En 1943 fue filmada México de mis recuerdos, una de las más sobresalientes películas de la llamada “Época de Oro del Cine Mexicano”. La cinta, ambientada en los años del cambio del siglo xix al xx en la ciudad de México, cuenta las peripecias de don Susanito Peñafiel y Somellera, representado por el inolvidable actor Joaquín Pardavé, quien aparece como “secretario indirecto, de compras” de Porfirio Díaz, pero que se hacía pasar en distintos círculos por el secretario particular del presidente, Rafael Chousal y Rivera Melo. La película es una deliciosa comedia de enredos que, más allá del entramado anecdótico, nos permite evocar una época histórica, relatada con la nostalgia por un país que vivía en una calma y aparente prosperidad que preludiaron la marea histórica que significó la revolución mexicana.

A propósito de la anécdota de esta joya del cine nacional nos acercaremos a algunas de las actividades realizadas por quien “conoció todos los secretos menores…y mayores” de la oficina de la presidencia de la República; se trata del secretario particular del general Porfirio Díaz a lo largo de toda su gestión en el ejecutivo federal y por cuyas manos transitó valiosa y calificada información confidencial proveniente de las distintas instancias de gobierno, actores políticos locales, estatales, regionales y nacionales, así como de representantes de otras naciones en nuestro país. En esta aproximación, difícilmente puede realizarse un perfil certero sobre la personalidad del secretario, ya que, por su propio carácter como funcionario, su discreción le impedía emitir opiniones que nos pudieran llevar a conocer mejor su forma de ser.

¿Quién fue?

Nació en la ciudad de México en 1855 y bautizado como José María Teodoro Rafael Sabino en la parroquia del Sagrario Metropolitano, fue uno de los cinco hijos de Juan de Dios Chousal y Centeno, de raíces gallegas, y de Carmen Rivera Melo y Velásquez, proveniente de León, Guanajuato, aunque sus orígenes se ubican en el estado de Oaxaca.

Estudió en las aulas de la Escuela Nacional de Comercio, donde se distinguió por su buen desempeño y de la cual egresó como administrador. En 1880, cuando era presidente Manuel González, y Porfirio Díaz estaba a cargo de la secretaría de Fomento, Chousal que ya laboraba en las oficinas, fue distinguido como su secretario particular. Su servicio debió ser del agrado del expresidente, pues cuando Díaz resultó electo gobernador de Oaxaca, le pidió continuar en su posición y desde entonces no se separaría del “Héroe de la Paz” hasta los días del destierro, aún cuando no dejaron de escribirse correspondencia después de su salida del país. Al inicio del movimiento revolucionario, el secretario particular se trasladó a España, donde fallecería un año después que su jefe y fue sepultado en la Villa de Mondragón, en San Sebastián.

Rafael Chousal contrajo nupcias con María Dolores Gómez-Gallardo Martínez de Navarrete, quien murió sin dejar descendencia. En segunda ocasión se casó con María Garay y Céspedes, con la que tuvo un hijo llamado Rafael.

Si bien los demandantes trabajos realizados en la secretaría particular de la Presidencia le ocupaban la mayoría de su tiempo, como muchos de los miembros de la elite política de la época, Chousal fue diputado federal en varias ocasiones hasta el final del régimen, fungiendo como miembro de la Comisión Inspectora de la Contaduría Mayor de Hacienda, dependiente de la Cámara de Diputados.

Asimismo, como numerosos personajes cercanos al régimen, también incursionó en el ámbito de los negocios. Su posición cercana a la figura presidencial le permitió obtener la concesión del abastecimiento de aguas en la ciudad de México, motivo por el cual fundó la sociedad Rafael Chousal y Compañía. En esta empresa se sirvió de las amplias relaciones políticas cultivadas desde su cargo, como puede constatarse cuando le comunicó al abogado y banquero Pablo Macedo que acababa de presentar al Ayuntamiento unas “posiciones” sobre venta de aguas, y como entendía que estas pasarían a las Comisiones Unidas de Aguas y Hacienda, en donde su hermano Miguel tenía gran prestigio, le solicitaba fuera “favorecido en lo posible, pero sin exageraciones”. Además, fue miembro del Consejo Administrativo de la Fábrica de Papel San Rafael y Anexas y participó en actividades mineras; fue socio de la Beneficiadora de Metales de El Moral en el Estado de México y fundó una fábrica de ladrillos y arcilla en el pueblo de La Magdalena.

Durante los años en que ocupó la secretaría particular, Chousal recibió varias condecoraciones, entre ellas la Legión de Honor en grado de Caballero de la República Francesa y la de Francisco José de Austria, en grado de Caballero Oficial.

En la secretaría particular.

No resulta difícil adivinar las cualidades que el funcionario debió haber poseído para permanecer tantos años al servicio del general Díaz. Indudablemente, además de su capacidad y destreza en la labor desempeñada, como la celosa discreción en el trabajo cotidiano, debió haber reunido valiosos atributos que facilitaron el despacho de los asuntos que dependían de sus facultades.

El secretario acostumbraba a reunirse periódicamente en Palacio Nacional con Porfirio Díaz. Primero clasificaba por orden de importancia la profusa correspondencia y telegramas recibidos, la presentaba al mandatario para su conocimiento y después realizaba a lápiz una síntesis de la respuesta a cada uno de los asuntos que debían despacharse, ya fueran solicitudes de audiencia, favores de diversa índole, recomendaciones de variado contenido, agradecimientos, felicitaciones, documentos de procesos jurídicos, informes de las instancias gubernamentales, oficios y cartas de los miembros del gabinete, jefes políticos, gobernadores de los estados, embajadores de los países acreditados, la jerarquía eclesiástica y altos jefes militares, entre otras.

En este cotidiano quehacer, don Rafael se convirtió en puente primordial entre las múltiples instancias del régimen y la figura presidencial. Tenía, además, la delicada encomienda de administrar y operar los esquemas cifrados dirigidos a los gobernadores y jefes militares; de ser consejero y portavoz oficial del dignatario; manejar el tiempo de las audiencias e informar de los asuntos que a su juicio eran de mayor relevancia, despachando por su cuenta aquellos que no lo eran tanto. En ese sentido, su función adquirió vital cuantía, ya fuese para fungir como intermediario entre el general Díaz y los distintos actores de la vida política, como de consulta en temas relevantes de figuras que se servían de su posición para tener acceso a la presidencia.

En este orden de ideas, el general Bernardo Reyes solía escribir a Chousal solicitándole que, en virtud de sus largas epístolas a don Porfirio y con la intención de “no fastidiarlo” directamente, diera cuenta resumida de sus contenidos. Otros casos confirman que la secretaría particular fue el conducto más seguro para hacer llegar información discreta, como por ejemplo cuando el senador Federico Méndez le envió, por petición del gobernador de Chiapas, una carta para que el ejecutivo se enterara que el administrador de la aduana de Tapachula era uno de los más importantes contrabandistas de la república y pretendía separar de su cargo a los empleados honrados, sorprendiendo al ministro de Hacienda. La respuesta, como en este caso, solía ser casi inmediata, a veces de forma vaga y en otras con instrucciones precisas.

Los gobernadores también se valieron del conducto de Chousal, sobre todo cuando se avecinaban elecciones. Así, Luis E. Torres, ejecutivo de Sonora, envió al despacho particular el primer número de un periódico que había comenzado a publicarse en Guaymas, y que postulaba a José María Maytorena como candidato a la gubernatura en las elecciones locales de 1888. La intención era que, a través del secretario, el general Díaz tuviera conocimiento de los trabajos de la oposición, que eran los que estaban “tirando la primera piedra”. Torres manifestaba a Chousal que tenía profundo interés en que “su mutuo jefe” estuviera al corriente hasta de los menores detalles de lo que ocurría en materia electoral, por lo que continuó remitiendo publicaciones en las que los “insultos” que se expresaban, justificaban el haber consignado ante la autoridad judicial competente a algunas de las personas que habían dirigido tan graves ofensas.

En otra ocasión, a propósito de los intentos reeleccionistas del gobernador de Yucatán en 1897, Carlos Peón Machado, el mismo Luis E. Torres, entonces agente electoral de Díaz en esa entidad, pidió a Chousal que consultara con el presidente sobre el asunto y le girara instrucciones sobre cómo conducirse en el proceso. En esta “mediación” con el secretario, señalaba que los partidarios del mandatario local estaban “confundiendo las ideas y el orden de ellas”, pues pensaban que podían ejercer alguna influencia con Díaz para que “autorizara” la reforma de la Constitución yucateca. La información anterior corrobora la delicada labor en manos de Chousal, pues se trataba de un asunto que requería gran discreción.

También fue el vínculo con los jefes políticos, pues era el encargado de hacerles llegar las claves para tratar asuntos reservados que hubiera que comunicar al presidente. La relación directa que algunos de estos protagonistas tuvieron con Porfirio Díaz puede confirmarse en el caso del jefe político de Texcoco, quien, a través de la secretaría particular, solicitó se recomendara al gobernador del Estado de México, José Vicente Villada, las listas para la elección del ayuntamientos en ese distrito y en Tepetlaxco, pues con ello se ahorrarían “multitud de dificultades”, de lo contrario, saldrían los candidatos impuestos por Guillermo Pérez, recomendado de Manuel Romero Rubio. El asunto denota el juego de contrapesos porfiriano, ya que el jefe político negociaba por encima del gobernador y del secretario de Gobernación, con la intención de hacer valer el peso de la decisión presidencial.

Con relación a los asuntos electorales de 1888, también la secretaría fue la encargada de transmitir al presidente Díaz las listas de candidatos propuestos para las elecciones de magistrados, senadores y diputados al Congreso de la Unión, con la advertencia de que, si se presentaba alguna modificación, fuera comunicada de inmediato para avisar oportunamente a los colegios electorales respectivos, como fueron los casos de Sonora y Puebla.

Conflictos entre pueblos fueron temas que también tocó a la secretaría particular transmitir al general Díaz, como sucedió con la segregación de Jilotepec y Las Lomas, llevada a cabo por administraciones anteriores y que ahora pretendían volver a su antigua cabecera, de Zacapoaxtla, Puebla, pero, debido a que la resolución se había ido retrasando, se solicitaba la recomendación presidencial. En el asunto se advertía a Chousal que la desmembración se realizó por cuestiones políticas, las cuales no tenían ya razón de ser, pero que perjudicaron grandemente los intereses del distrito de Zacapoaxtla, sobre todo porque el pueblo de Las Lomas era una parte considerable del municipio. Le manifestaban que el pueblo les había sido arrebatado por la fuerza, porque, de hecho, no existía disposición legal que justificara su anexión al distrito de Tetela. En este asunto, los oficios del secretario tuvieron buenos resultados, pues anunció al interesado que, si bien el presidente no conocía a fondo el conflicto, le había pedido enviar una carta al general Rosendo Márquez, recomendándole que la resolución del gobierno del estado se determinara cuanto antes y de la mejor manera posible. La gestión resultó de gran eficacia, pues a las pocas semanas, don Rafael recibió noticias en el sentido de que se habían dictado las órdenes correspondientes para que Las Lomas volviera a su antigua cabecera y se decretara su segregación de Jilotepec.

La primera reelección gubernamental del coronel José Vicente Villada en 1892 y la candidatura del yerno de Porfirio Díaz, Ignacio de la Torre y Mier, apoyado por un sector de hacendados y comerciantes del Estado de México, también fue motivo para que se recibiera correspondencia en la secretaría particular. El gobernador solicitaba a Chousal hiciera del conocimiento del Ejecutivo que en el periódico Estado de México no cesaban los ataques virulentos a su administración; que por recomendación de Díaz había estado observando su marcha, pero que José Zubieta, quien se había desempeñado como gobernante al principio del régimen porfirista, continuaba con sus ataques. Sin embargo, la candidatura de De la Torre no prosperó, en parte por no gozar de buena reputación, lo que permitió la reelección de Villada.

A mediados de 1893, a propósito de un rumor sobre el relevo de Porfirio Díaz en la presidencia, Bernardo Reyes, visiblemente preocupado, se dirigió en varias ocasiones al secretario particular con relación a una nota publicada en El Continental, periódico de oposición en Guadalajara, que bajo el título “El sucesor del General Díaz” hacía referencias relativas a su persona, las cuales juzgaba lo ponían en ridículo. Reyes manifestó a don Rafael encontrarse herido y decidió telegrafiar a José López Portillo y Rojas para que se encargara discretamente de tal rumor. No obstante, lo explícito de su solicitud, decía, López Portillo no sólo habló del asunto que se desmentía, sino que “malamente” hizo comentarios donde sacaba a colación al presidente y se refería a la “grandiosa figura” de Reyes, réplica que, como expresó al secretario, “me tuesta”. El asunto preocupó de tal manera a Reyes que días después comunicó a Chousal que, a propósito de esta nota, se había levantado “la polvareda” en La Federación, El siglo XIX, La Patria y el San Antonio Daily Express, razón por la cual se había visto en la obligación de desmentir lo publicado pues, de lo contrario, su silencio podría dar motivo a suspicacias de los periodistas de oposición que lo pondrían más en evidencia.

En suma, conocer someramente los trabajos de la secretaría particular de Porfirio Díaz, marca la pauta para redimensionar la complejidad de la mecánica política ejercida durante el régimen. “Chousalito” o “Rafaelito”, como solía llamarlo cariñosamente Guillermo Prieto en sus cartas, entre otros muchos que también lo hacían cuando se dirigían a él, ocupó un lugar donde se manejó información privilegiada, de primer orden, un espacio en el que no tenían cabida la deslealtad ni la indiscreción. Lo anterior parece haberlo cumplido de forma cabal el secretario, quien sin lugar a duda gozó de un alto grado de confianza por parte del presidente, sobre todo porque hasta ahora no se conoce que haya utilizado la información para obtener beneficios que fueran más allá de los permitidos por el propio mandatario. Esto, a pesar de que su vida laboral transcurrió en el ámbito más íntimo, el de la cercanía a los secretos del personaje que dominó el escenario del país por más de tres décadas.

La labor cotidiana de Rafael Chousal no se ciñó estrictamente a los trabajos propios de un secretario particular, pues además de los resúmenes de la correspondencia recibida en Palacio Nacional y la elaboración de las respuestas de don Porfirio, por su capacidad trascendió y fue partícipe de muchas de las complejas problemáticas del ámbito político nacional.

Si bien Chousal no ocupó una posición vistosa dentro de la estructura formal del régimen, no por ello dejó de ser un personaje con capacidad de influir en algunas de las decisiones tomadas en el despacho de la presidencia, lo que le permitió relacionarse con los personajes más importantes del régimen y establecer vínculos personales, permitiéndole poseer una fuerza política propia que ejerció de manera amistosa y de complicidad con sus allegados. Sin embargo, hasta ahora, a Rafael Chousal no se le liga estrechamente con ninguna de las corrientes más representativas del régimen, lo cual podría significar un rasgo de su personalidad, aunque es probable que fuera una de las características que Porfirio Díaz demandó para su permanencia en el puesto.

Es indudable que aún queda mucho material que requiere ser trabajado. Dentro de esta tarea falta, por ejemplo, sacar de la penumbra a múltiples personajes de la historia del régimen que han sido eclipsados por otros más visibles y atractivos.

Para saber más…

  • Ceballos, Ciro B., Panorama mexicano, 1890-1910 (Memorias), México, UNAM, 2006.
  • Tovar y de Teresa, Rafael, De la paz al olvido. Porfirio Díaz y el final de un mundo, México, Taurus, 2015.
  • México de mis recuerdos, 1943, Dir. Juan Bustillo Oro, en https://goo.su/xgOu0R