Héctor L. Zarauz López
Instituto Mora
En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 35.
Los beisbolistas negros estadounidenses encontraron en México un refugio ante la segregación racial que vivieron en su país durante la primera mitad del siglo XX. La década de los años cuarenta fue de antología, por aquí pasaron grandes figuras deportivas que supieron reconocer la tolerancia de una sociedad que los acogía y en la que se movían con libertad y sintiéndose iguales a cualquier persona.
En el mes de julio del 2005 se imprimieron varias estampillas postales con la figura de Memín Pinguín, el comic del niño negro de la ciudad de México creado por la escritora Yolanda Vargas Dulché. Este hecho, que pretendía ser un reconocimiento a la popularidad de este personaje y sus creadores, generó enorme polémica pues la comunidad afroamericana de Estados Unidos señaló que las estampillas y su personaje denigraban en realidad a la gente de raza negra. En general, la sociedad mexicana reaccionó reivindicando a Memín como un personaje entrañable, que en nada atacaba a los negros y se señaló, por el contrario, que la sociedad estadounidense sí que practicaba el racismo, no sólo contra negros sino también contra mexicanos. Tales argumentos han tenido el día de hoy una prueba irrefutable en los resultados de las últimas elecciones presidenciales de ese país, cuyo candidato vencedor, Donald Trump, impulsó su campaña política con base en ideas racistas y de exclusión.
Volviendo al incidente de Memín después de las aclaraciones pertinentes, se generó una cierta reflexión en el seno de la sociedad mexicana: ¿somos racistas los mexicanos?, ¿contra quién ejercemos nuestro racismo?, ¿qué tan tolerante es el mexicano común y corriente? El resultado no ha sido del todo alentador pues es claro que los mexicanos hemos excluido a grupos indígenas de la vida nacional y que persiste la descalificación contra grupos étnicos, sociales, nacionalidades o por preferencias sexuales y religiosas consideradas como minoritarias.
Un ámbito aparentemente neutral a tales eventos, como el deporte, y en este caso el béisbol, puede ejemplificar el significado del racismo, pero también el de la tolerancia.
Desde su llegada a nuestro país, el llamado “Rey de los Deportes” ha sido un espacio de encuentro de nacionalidades, razas y clases. En los albores del béisbol mexicano se dio la intensa llegada de jugadores cubanos, estadounidenses, venezolanos y de otros países que, por ser negros, no podían jugar en las Ligas Mayores de Estados Unidos.
Como es sabido, la barrera del color que se dio en el béisbol era el resultado de la política segregacionista que imperó en la sociedad estadounidense hasta bien entrado el siglo XX. De acuerdo con ello, los jugadores negros y blancos no podían jugar mezclados en las Grandes Ligas, lo cual propició que se fundaran las llamadas Ligas Negras. Se trataba de agrupaciones beisbolísticas, organizadas por la comunidad afroamericana, con equipos integrados sólo por jugadores negros, que se establecieron en algunas de las ciudades más grandes de Estados Unidos.
La primera Liga Negra estable se fundó hacia 1920 por Andrew Rube Foster, con el nombre de Negro National League y con equipos en los estados sureños de la Unión Americana operando de manera exitosa hasta 1931.
En los años subsecuentes se organizaron varias ligas más: The Negro Southern League, también en 1920, The Eastern Colored League, en 1923, y seis años más tarde la American Negro League. Para 1933 la Negro National League se reorganizó y operó hasta 1937, incluyendo equipos del Este y Medio Oeste. Finalmente, en 1937 se organizó la Negro American League hasta su cierre en 1960.
Los jugadores de estas ligas se convirtieron en ídolos de la comunidad afroamericana, aunque no tenían oportunidad de medir su talento con los jugadores blancos de la Grandes Ligas, considerados de mayor nivel; ello sin contar que sus salarios eran notablemente inferiores. La deleznable segregación racial y las condiciones económicas propiciaron que estos jugadores migraran con frecuencia a los campeonatos que se jugaban en Canadá, Cuba, Venezuela, Puerto Rico y desde luego también en México.