El primer químico
En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 66 Darío Fritz La descripción de Guillermo Prieto tuvo la sabiduría de la precisión. Alto, delgado hasta extralimitarse de flaco, piel amarilla, ojos hundidos, actitud doliente. Un obrero estimable de la ciencia definía el escritor al hombre de la imagen. Como científico, se daba lugar a ciertos deslices extravagantes: llegaba a sus clases de química envuelto en una larga capa española de cuello de nutria, que lo hacían ver como una figura austera y grave, sobre su cuerpo encorvado. Si a esto le adicionamos accesos de tos “prolongados y fatigosos”, según un exalumno, que le congestionaban el rostro y “sacudían cruelmente el organismo”, hallamos a un hombre de fragilidades físicas pero que no le coartarían la prolífica vida como científico, académico, funcionario —participó en planeación educativa, fue inspector y regidor del Ayuntamiento de la ciudad de México— y hasta empresario…