Iván Lópezgallo
Instituto Mora
Revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 54.
Manuel Mondragón y Kalb relata su vida en las artes marciales. Hechos y anécdotas que lo han tenido como protagonista estelar por más de medio siglo.
Las artes marciales orientales llegaron a México durante el porfiriato. El jiu jitsu –sistema de combate sin armas de los samuráis– y el judo –una versión más sistematizada y deportiva de aquel– fueron las primeras en ser practicadas regularmente en nuestro país, y en 1958 los judokas mexicanos debutaron en un evento internacional: el III Campeonato Panamericano de Judo. Ese mismo año llegó a México el japonés Nobuyoshi Murata para trabajar en los laboratorios farmacéuticos Takeda. Murata era cinta negra segundo dan de karate do porla escuela Shito Ryu. Aunque no tenía la intención de enseñar este arte marcial, en 1959 fue convencido por un grupo de jóvenes mexicanos, entre ellos Manuel Mondragón y Kalb, de hacerlo. Este último estableció y administró la primera escuela de esta disciplina en territorio nacional, convirtiéndose en una figura trascendental para el karate mexicano. Diez años después, Mondragón y Kalb trajo a México al coreano Dai Won Moon, un hombre fundamental para el desarrollo de la disciplina olímpica más exitosa para nuestro país en los últimos 30 años: el tae kwon do.
Descendiente de un general que participó en el golpe de Estado contra el presidente Madero, Manuel Mondragón y Kalb – médico cirujano por la unam y contralmirante médico naval- no es sólo una de las figuras más importantes de las artes marciales en nuestro país, sino que cuenta con una trayectoria de más de 40 años en la administración pública en la que ha ocupado puestos como los de secretario de Salud y secretario de Seguridad Pública del Distrito Federal, Comisionado Nacional de Seguridad y Comisionado Nacional contra las Adicciones.
Las siguientes líneas forman parte de la entrevista realizada en marzo pasado en su casa en el Pedregal de San Ángel. Agradezco a mi maestro y amigo Sergio Pérezgrovas por haberla hecho posible.
Mondragón y Kalb en primera persona
A mí me dio clase el profesor Nobuyoshi Murata. Al maestro lo tengo deificado –ya murió– no tanto por la técnica, que era un técnico extraordinario, aunque no tenía más allá de segundo dan [en la escuela de karate Shito Ryu]. Nosotros lo convencimos de darnos clase y así se graduó hasta el octavo dan o noveno. Lo que tenía él acendrado era ese misticismo, un misticismo propio de la escuela que él estudió y de su propia personalidad.
Con el profesor Murata aprendimos un “karate-do”, el “do” del karate, importantísimo. El “do” es el propósito, el objeto, el para qué, el hacia dónde. Y nos enseñó eso en forma precisa, cumplida, clara, adecuada, transparente. Y eso nos significaba una gran disciplina, un gran orden y un gran sentido del honor, del cumplimiento y del aprendizaje. Esto, desde el primer día, desde nuestra primera pisada en un dojo […] Desde pisar la madera, pisar el piso cualquiera que fuera, en este caso era [de] madera el dojo, se hacía ya con un sentido de disciplina, de ver las cosas de una manera diferente: el trato al maestro, el trato al compañero, el trato al lugar y el trato a uno mismo y a la enseñanza propiamente de lo que está uno aprendiendo.
Esto cayó en un grupo de doce alumnos, que fueron de los primeros alumnos de artes marciales, vamos a llamarle karate; aunque por ahí estaba un [Guillermo] Hoffner, estaba algún otro que por algún lado había aprendido y después lo llegamos a conocer, muy amigo, muy respetable, pero que no fue nuestro alumno. Después fue compañero de estudios, sí, compañero de combate, pero esos… prácticamente podemos decir que fueron los doce primeros alumnos de las artes marciales en México. Eran tan iniciales los que ahí estábamos, que cuando nos dijeron: “Vamos a aprender karate” no sabíamos qué era karate, si un producto medicinal, si una parte de un proverbio oriental. No, karate es, como ya lo repetimos y lo sabemos hasta los más iletrados, un arte marcial muy importante que hace grupo con todo el árbol del budo, del bujutsu, en donde están judo, karate do, aikido y todo lo demás que termina en el arte del manejo de la espada y la arquería, que digamos es lo más alto, lo más fino de toda la genealogía de las artes marciales. Por eso en la vida hablamos de karate, pero hablamos de karate do, el porqué del hacer el uso de la mano: karate [significa] mano vacía; do, camino. El camino del guerrero dentro del arte marcial karate.
¿Cómo llegó el maestro Murata a dar clases? Un buen día Carlos Vila y yo, que éramos muy amigos, compañeros, ya murió él. Por cierto, antes de morir él venía aquí, a mi casa a hacer ejercicio conmigo. Él era compañero del Deportivo Chapultepec de pesas, hacíamos pesas juntos […] él fue el que conoció al profesor Murata y el que me dijo a mí.
Fuimos a verlo. La respuesta, como en el libro El arte de los arqueros japoneses, en donde va un muchacho joven y le pide al maestro que le enseñe, el maestro le dice: “No, ustedes no saben guardar el orden que exige el arte marcial del arco.” Y va diario, a las cinco de la mañana le barre la calle, hasta que un día le dice: “Te voy a enseñar; estos son los requisitos”. Y lo pone naturalmente a barrer, a coser, a todo lo que quiera y le empieza a enseñar. Y un día le dice: “Lo único que no quiero que hagas, fíjate bien, cuando tires, [es] que veas al blanco con el ánimo de pegarle al blanco. Tú sigue la técnica, el instinto que te estoy enseñando.” Así lo hace y no le da al blanco, y un día afina viendo el blanco, tira y hace un blanco perfecto y el maestro le dice: “Deja tus cosas y retírate, no te quiero ver nunca”. “¡Maestro!”. “Hiciste lo que te dije que no hicieras, viste el blanco. Y te voy a decir la razón por la cual: porque viendo el blanco, de cada cien tiros vas a atinar noventa y nueve, pero uno no vas a atinar, y ese uno va a significar tu muerte, de manera que… fuera.”
Otros seis meses de solicitar, hasta que lo acepta, y obviamente se convierte en un alumno especial, en donde el chiste del arco japonés es que, como uno tire, el instinto lo lleva a hacer blanco contra el enemigo. Nunca tira uno viendo el blanco, tira uno al instinto. El karate tiene algo parecido, yo nunca golpeé una quijada o una cabeza intentando golpear la cabeza o la quijada, sino el hueco que instintivamente se me presentaba. Y eso era exactamente donde llegaba el golpe que mata, el golpe de karate. Cuando dicen: “Cuidado con el karate porque mata”, no, no, todos los que dicen eso no matan, mata el que adquiere esta situación. Yo diría que yo la tengo ahora, a pesar de estar enfermo, limitado, etcétera, todavía tengo exactamente el instinto del hueco, el punto; o lo retomaría muy pronto si lo ensayo.
Fuimos a ver al profesor Murata y nos bateó, nos dijo lo mismo, sin haber leído el libro ni nada; no nos lo recomendó [ríe], el libro, ni menos lo copió: “Los mexicanos no tienen capacidad.” Obviamente estamos hablando de 1959, hace muchos, muchos años de esto. Entonces, este… “no pueden”. Y fuimos y fuimos, hasta que un día nos dijo: “Les voy a enseñar” y se formó este grupo al que me refiero.
Empezamos en un departamento antiguo de mi padre en la calle de Nuevo León. Un día le dije: “Papá, pues estamos por inaugurar una escuela de esta naturaleza y yo quisiera ver si nos rentas un departamento.” Dice: “Tenemos uno en la planta baja que se está desocupando, úsenlo.” Y como buen tipo que era mi padre, dijo: “No me cobren… ni paguen renta ni nada”, no nos cobró renta. Entonces solamente era pagar el sueldo del maestro.
Al principio éramos doce, después veinte, después cincuenta, después dos grupos, después… y un buen día dijimos: “Aquí ya no cabemos” y nos cambiamos a Insurgentes y Hermosillo, en donde al principio tomamos la mitad del piso y después el piso completo. Hicimos un gimnasio precioso, tenía unas escaleras que llegaban al mezzanine y ahí había un espacio muy agradable, que era una sala pequeña para los maestros, un lugar donde nos podíamos cambiar los maestros, y del otro lado era un lugar especial para… eh, el vestidor de los alumnos. Directamente salíamos a un gimnasio que tenía la forma de “L”, una [parte] era paralela a Hermosillo y otra era perpendicular a Insurgentes. No tenía columnas, entonces teníamos la posibilidad de trabajar, de hacer muy buen ejercicio simultáneamente todos, muchos […] fue una escuela primorosa. Ahí hubo, se dieron muchas generaciones, porque estuvimos ahí muchos años.
Aprender a golpear
Yo les quiero decir lo que hacíamos para aceptar un alumno: tenía que tener [una] entrevista con el presidente de la asociación, que era yo. Le explicaba de qué se trataba, cuál era el objeto, lo que se perseguía, lo que se exigía de él y… necesitaba presentar cartas de recomendación y después necesitaba ser aceptado por todos los alumnos que estábamos activos.
Le decía a los alumnos que entraban: “Todos los que vienen… a ver, ¿por qué quieres tú aprender karate?” “Yo, maestro, por la disciplina, que…”. Ya que se echaban su rollo les decía: “Mentiras, todos quieren aprender esto para salir a la calle y darse una buena madriza […] todos los que me han contestado me han dicho cosas que no son. Todos vienen para saber meter las manos y cuidado, están en su derecho, no es equivocado eso, no es que estén mal, tienen todo su derecho, el tiempo les va a quitar precisamente esta situación, el tiempo. El tiempo los va a llevar a entender cuál es el propósito de hacer el arte marcial.”
Al [sensei] Nishiyama yo le hice esta pregunta […] Era en Hollywood Boulevard donde él tenía su gimnasio y era un lugar muy, pero pinchón, eh, cuidado. Y veía usted adentro a los tipos que decía: “¡Yo no me quiero encontrar con uno de estos!, ¡eh!”, porque además buenos para moverse, ¡puf! Y me dijo: “Mire, doctor, todos vienen con ganas de aprender a golpear, con el tiempo se dan cuenta [de] que el que quiere nada más eso se va, se va, se aburre, deja de hacerlo. Y el que se queda, se queda para hacer el arte marcial.”
Crecimiento y ruptura
Pasaron los años y el karate tuvo un auge brutal. Tan es así que empezaron a darse escuelas de karate de muchos tipos. Alumnos de alumnos de alumnos que ponían sus escuelas […] A mí me vino bien ser director del deporte de la Ciudad de México, porque conjugué el permiso para abrir una escuela de karate con que la escuela tuviera baños, que estuviera limpia, que el maestro tuviera grado efectivo y que tuviera grado de maestro. Y entonces lo hice en positivo: a todo aquel que no pasaba el grado le daba yo instrucción para ser maestro y al hacerlo maestro ya podía [dar clases]. No necesariamente que fuera Shitu Ryo y Shotokan, no, que fuera lo que fuera, no iba a cortarle la capacidad de vivir del arte marcial si acaso estaba haciendo un buen esfuerzo, ¿no? Obviamente cuando me fui se acabó todo eso, pero por algo pasé a la historia también en eso, también en eso.
Un buen día el profesor Murata se va a Japón y nos manda en su lugar al profesor Matsura, con grandes calificaciones. Y Matsura ocupa el lugar de director técnico y desde que llega Matsura hace a un lado la técnica Shito Ruy, siendo él Shito Ryu y viniendo por el profesor Murata Shito Ryu. Y nos empieza a hablar del profesor Yatoh. “Yatoh”, “Yatoh”, “Yatoh”, que era [integrante de la escuela] Shotokan. Un buen día nos llama y nos dice: “Conseguí que el maestro Yatoh venga a México, pero vamos a tener que cambiar la técnica de Shito Ryu a Shotokan.” Nosotros, alumnos, no teníamos vela en esto, era algo técnico, ¿no? Y nosotros suponíamos que el profesor Murata estaba de acuerdo.
Viene el maestro Yatoh y nos damos cuenta [de] por qué el profesor Matsura busca a Yatoh, porque era verdaderamente una aplanadora el maestro Yatoh. ¡Guau! ¿Y quién se vuelve el consentido del profesor Yatoh, independientemente de ser ahí el grado más alto, etcétera? Yo. Y me convierto en el hombre, en el brazo derecho del profesor Yatoh.
Un día el profesor Yatoh y Matsura, como buenos japoneses cabrones –no estoy hablando de que todos los japoneses son buenos, aunque el profesor Murata era una maravilla– hicieron una simbiosis que acabó en un rompimiento. El profesor Matsura fue relegado por el profesor Yatoh y, después de dos años, uno de ellos le dijo al otro: “Vamos a hacernos ricos, ricos”. “Bueno”. Eso lo supe a trasmano. Y el profesor Yatoh empezó a hacerme a un lado.
Llegó a tal grado que quien habla, quien esto platica, decidió romper, no con Matsura, Matsura ya era muy chiquito, [sino] con el profesor Yatoh. Y una noche, terminando la clase, a la aplanadora esta la llamé y le dije: “Maestro, quiero hablar con usted.” “Sí, cómo no, grrr”, duro, “grrr”. Ya no había nadie y ahí en la sala, en la salita nuestra: “He notado que usted tenía una actitud que no me merezco, no estoy a gusto y deseo que nuestra relación termine. No tenemos nada firmado, si usted tiene algo que decir, dígalo. Sé que usted está dando clases particulares”, etcétera, “pero yo no estoy a gusto”.
Pues me quiso hablar fuerte. Ah, ah, ah, ah, ah, ah… cálmese. Yo le estoy hablando con razones y dando la salida para que usted siga dando clases y no tenga problemas. Yo voy a continuar dando clases de karate con los alumnos y los maestros que quieran quedarse conmigo, pero nadie me va a gritar y menos aquí que es mi casa, porque usted es el director técnico y yo soy el presidente. Y si usted cree que me va a gritar, ahorita, ahorita, no hay nadie, no hay nadie, el gimnasio está vacío o la calle está muy sola y usted decida qué quiere: o que terminemos bien o que nos demos una madriza aquí o afuera, usted escoja, yo estoy listo.
No quiso. No nada más no quiso, sino que se armó, andaba armado. No tuvo necesidad de sacar el arma, porque lo mato al hijo de la chingada, pero se armó el cabrón. Sí, andaba de 45. Sabía que yo tiraba, ¿no?
Tae kwon do
Ya había pasado una época en la que íbamos a combatir a Estados Unidos, a varios lugares, y todavía en esa época se competía todos con todos. Y en Estados Unidos el área del sureste de Estados Unidos, toda el área de South Carolina, North Carolina, Louisiana, Tennessee, Oklahoma, toda esa área había competidores extraordinarios, de ahí viene [el profesor Dai Won] Moon, de Lubbock, Texas. Y ahí me hice muy amigo del profesor Jack Hwang, gran maestro de tae kwon do. Nos hicimos íntimos amigos.
Y cuando se van Yatoh y Matsura, que se van, al día siguiente no volvieron a presentarse, les cerré las puertas a los dos, conmigo no jugaban –ya se imaginarán ustedes porque la policía andaba por la derecha, no jugaba–. Y le hablé al profesor Hwang, le dije: “Jack, pasó esto.” “No te preocupes, yo te voy a conseguir a alguien.” Y me escribe Jack del profesor Moon: “Hay un muchacho extraordinariamente bueno, muy buen competidor, un gran técnico y aquí lo tienen en Lubbock, muy abandonado.”
Lo invito a México al profesor Moon, me cae muy bien como persona, muy agradable, muy amable, y lo invito a venir. Y de Lubbock a México hay una diferencia, ¿no?, además le pongo todo. Y cambiamos al tae kwon do y a tener que hablar con los alumnos y a tener que decirles que había transiciones.
Llega Moon y la pasábamos muy bien hasta que [a] Moon, otra vez el dinero, le dicen: “Vamos a ser ricos, vas a vender toda la implementación y la parafernalia del full contact.” Viene el full contact, fue cuando Isaías [Dueñas, futuro campeón mundial de este sistema] empezó a hacer full contact y se van inclusive a Puerto Rico. Pelean allá, Ramiro [Guzmán, también campeón mundial] mata, sin querer obviamente, pero le da una patada y le truena las vísceras a un muchacho de allá, en Santo Domingo. No en Puerto Rico, en Santo Domingo. Yo me entero y le dije a Moon: “Tú nunca me avisaste que iban a combatir de esa manera y yo te contraté y nos hicimos vínculos y socios en tae kwon do.” “Es que, Manuel…”. “No, no, hasta aquí llegamos.”
Y se cortó todo, él se fue con todos los instructores, yo me quedé con el gimnasio y los instructores a su vez acabaron peleándose todos con él, Isaías, Ramiro, Fonseca…
José Luis Olivares fue el primero en irse. Todos acabaron peleados […] en cambio a mí me exaltó nuevamente Moon, me reconoce como el fundador y todo eso, cosa que me importa poco, ¿no? Yo sé quién soy, lo que fui y todo eso. [… Siento] una gran satisfacción que no ando gritando en la calle, como no grito nada de la policía ni nada de la parte médica [… y de] todo lo que de alguna manera, modestia aparte, realicé en la vida, ¿no? Y obviamente en las artes marciales, pues soy fundador de las artes marciales en México y mira a dónde llegaron.