Luciano Ramírez
Universidad Autónoma de Aguascalientes
En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 44.
En su corta vida, el pintor hidrocálido, para algunos iniciador de la escuela mexicana de pintura, dejó una obra fundacional por su estilo. Se inspiró en la vida cotidiana, las tradiciones y rituales y los personajes del pueblo para resignificarlos, cuando en los primeros años del siglo XX no generaban interés en sus colegas, más institucionales y conservadores.
José Saturnino Efrén de Jesús Herrán Güinchard fue llamado por Ramón López Velarde “El poeta de la figura humana” y por Federico E. Mariscal “El más pintor de los mexicanos y el más mexicano de los pintores”. Mejor conocido simplemente como Saturnino Herrán, nació en 1887 en pleno período del porfiriato, en la calle del Codo, hoy centro histórico de la ciudad de Aguascalientes, al sexto año de haberse casado sus progenitores. Fueron sus padres José Herrán y Bolado (1851-1903), descendiente de españoles, y Josefa Güinchard Medina (1856-19¿?), de abuelo materno nacido en Suiza.
El padre era una persona instruida: catedrático, dramaturgo e inventor, estudioso y de un talento nada común. Fue político y funcionario público. Por varios años se desempeñó como tesorero General del Gobierno del Estado de Aguascalientes (de 1881 a 1887 y de nuevo en 1891), diputado en la legislatura local, redactor del periódico El Instructor, dirigido por su primo político el doctor Jesús Díaz de León, por una década. También enseñó matemáticas y teneduría de libros en el Instituto Científico y Literario (luego llamado Instituto de Ciencias) desde 1885, donde además fungió como jurado en numerosos exámenes, hasta 1895. Sostenía respetables conocimientos en torno al arte, la creación artística y los colores, temas de discusión que tenía con su prima, la artista plástica Ángela Bolado de Díaz de León. Esas pláticas pudieron haber ejercido algún tipo de influencia en el pequeño Saturnino; es decir, padre y tía fueron capaces de procurarle un ambiente propicio para la sensibilidad artística y animarle a realizar sus primeros dibujos.
La madre, Josefa Güinchard (hermana de un gobernador de Aguascalientes), se dedicó al hogar, a cuidarlo.
La infancia de Saturnino Herrán fue tranquila, feliz, cobijada por un entorno familiar que gozaba de prestigio social, rodeado además de amigos como Ramón López Velarde, Enrique Fernández Ledesma, los hermanos Arturo y Alberto J. Pani, entre otros, todos ellos futuros poetas, hombres de letras, escritores, políticos y diplomáticos destacados.
Dice Víctor Muñoz, estudioso del tema: “La vida cotidiana de los Herrán-Güinchard, el cariño y una libertad lúcida deben haber generado un cálido espacio para las actividades creativas del niño Saturnino Herrán. Se sabe que dibujaba desde muy pequeño. Dibujaba la plaza bulliciosa de los domingos o las corridas de toros de la Feria de San Marcos a las que era llevado por su padre, amante de las ancestrales costumbres peninsulares”.
Por indagaciones de Alejandro Topete del Valle (1908-1999), nombrado cronista vitalicio de la ciudad en 1944, el párvulo Saturnino Herrán fue inscrito en el Instituto San Francisco Javier, escuelita fundada por el presbítero Francisco Ruiz y Guzmán, quien contrató los servicios del ameritado profesor Eugenio Alcalá. Comenta A. Topete: “A este centro fue llevado en edad propicia, el niño primero y joven después, José Saturnino Efrén de Jesús. Allí formó lo que había de constituir su grupo de amigos, con jóvenes pertenecientes a las más recomendables familias de la ciudad.” Saturnino, entonces, perteneció a la élite: “El medio social de la familia Herrán-Güinchard fue siempre el que correspondía a las familias distinguidas por su honorabilidad y buen trato, rodeado de parientes altamente apreciados por sus reconocidas cualidades.”
A principios del siglo XX, el joven Saturnino Herrán fue alumno de José Inés Tovilla (1884-1921), formado en la Escuela Nacional de Bellas Artes y a la sazón director de la Academia Municipal de Dibujo, quien además daba clase en el Instituto Científico y Literario. En este establecimiento educativo, Herrán aparece en la lista de alumnos examinados el 12 de septiembre de 1901 y 13 de septiembre de 1902 en la clase de dibujo lineal y dibujo de ornato, sacando la nota más alta. De este período se conservan dos dibujos: David, pedestal y ánfora (en realidad Ganimedes), fechado en febrero de 1902, y Adonis de enero de 1903. Ambos acusan un entrenamiento bien orientado y sistemático. Años más tarde, Tovilla y Herrán se volverían a encontrar en la Escuela Nacional de Bellas Artes, ambos como profesores en la institución en la materia de dibujo de imitación.
Al parecer, Saturnino Herrán también fue discípulo de Severo Amador Sandoval (1879-1931), artista egresado de la Escuela Nacional de Bellas Artes y discípulo de Jesús F. Contreras, quien a principios del siglo XX puso una escuela particular en la ciudad de Aguascalientes. Amador fue un dibujante, impresor y grabador de fino trazo –también músico, novelista y escritor–, adscrito a las corrientes simbolista y decadentista propias del modernismo. Había una comunidad de artistas e intelectuales aguascalentenses que radicaba en la capital del país. Por ejemplo, al sepelio del escultor aguascalentense Jesús F. Contreras Chávez, acaecido en la ciudad de México en julio de 1902, acudieron varios de sus paisanos y parientes, entre ellos el escritor, actor y dramaturgo José F. Elizondo, el arquitecto Samuel Chávez, el licenciado, filósofo y educador Ezequiel A. Chávez y el padre de Saturnino, en ese entonces diputado suplente ante el Congreso de la Unión.
Lamentablemente, medio año después, también en la capital del país, falleció José Herrán y Bolado, el 19 de enero de 1903. El desconcierto, el desaliento y las penurias morales y económicas, debieron de crear una situación de zozobra en los ánimos de madre e hijo, quienes se establecieron en la capital del país ese mismo año. El joven Saturnino se vio precisado a buscar un empleo para ayudar con los gastos.
Ezequiel A. Chávez, cercano colaborador de Justo Sierra, en ese momento subsecretario de Instrucción Pública y Bellas Artes, gestionó para que se le otorgase “una ayuda oficial para cursar sus estudios” e ingresara a la Escuela Nacional de Bellas Artes “como alumno numerario”, pues antes había estado como alumno asistente.
Del 20 de noviembre al 20 de diciembre de 1904 el maestro Antonio Fabrés organizó una exposición de sus alumnos en cuatro salas de la antigua Academia de San Carlos, que inauguró el general Porfirio Díaz entre vigilancia policiaca especial y guardias de lujo elegantemente vestidos. Dirigía entonces la Escuela Nacional de Bellas Artes el arquitecto Antonio Rivas Mercado. Se entregaron premios a los mejores trabajos, entre ellos de Saturnino Herrán, Diego Rivera, Roberto Montenegro, los hermanos Antonio y Alberto Garduño, Francisco de la Torre, Antonio Gómez. Acerca del trabajo artístico de Herrán el jurado conformado por el propio Fabrés, José María Velasco y Antonio E. Ruiz, expresó:
Es sin disputa notable este expositor por los resultados positivos de su adelanto y pasta de artista, sobre todo hábil, cuyo conjunto de dibujos es por la rapidez de sus progresos muy desigual. Unos cuatro o cinco en el grupo de desnudo y otros tantos en el del traje, casi de maestro en su género, dan claras muestras de un porvenir de artista notable, si se perfecciona y adquiere la cultura adecuada: merece una mención con sus 20 pesos.
Ezequiel A. Chávez influyó posiblemente para que la Secretaría de Instrucción Pública y Bellas Artes comprara al joven Herrán el cuadro “Labor” en 500 pesos, para la galería de la Academia de San Carlos. Una nota publicada en Aguascalientes, que reproducía a su vez otra del diario capitalino El Imparcial, apuntó:
Saturnino Herrán, autor de “Labor”, es originario de Aguascalientes, se encuentra en México desde hace cinco años e ingresó a la Academia de Bellas Artes hace cuatro, durante los cuales ha estudiado y trabajado con todo afán.
“Labor” es el primer cuadro que pinta, pues hasta hoy sólo había hecho estudios y bocetos de poca importancia. Tiene este joven pintor 21 años apenas y es ya uno de los más adelantados y talentosos de la Academia; no podría juzgársele con demasiada severidad por ser el primer trabajo serio que hace; pero sí desde luego revela grandes aptitudes, y aunque la obra está inspirada en las obras inglesas, en general tiene la personalidad del autor bastante marcada.
Las cualidades distintivas de su obra, son la buena composición y la justicia en las masas del claro oscuro, que están ajustadas a un criterio esencialmente decorativo.
El pintor se encuentra muy complacido de la distinción de que ha sido objeto, y más dispuesto que nunca a continuar trabajando con todo empeño.
Muy al pendiente de la trayectoria del joven pintor estaba su paisano Ezequiel A. Chávez, pues asistía a todas las exposiciones en que participaba. Por ejemplo, a la que se realizó en mayo de 1906 en la calle de Santa Clara, o bien a la celebrada en 1910 con motivo del centenario de la Independencia, en la que los artistas mexicanos solicitaron al gobierno apoyo para montarla.
A esta exposición no asistió el presidente, pero sí el ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes, Justo Sierra, y sus colaboradores cercanos, como el mismo Chávez y Alfonso Pruneda. En la lista de expositores, estuvieron Saturnino Herrán, Francisco de la Torre, Jorge Enciso, Francisco Romano Guillemín, Alberto Garduño, Roberto Montenegro, Germán Gedovius, Alfredo Ramos Martínez, José Clemente Orozco, entre otros.
De sus maestros en la Escuela Nacional de Bellas Artes, destacan dos de ellos por lo que le enseñaron. Del profesor catalán Antonio Fabrés –traído, por cierto, por Jesús F. Contreras en su viaje a Europa de 1900 a 1901–, aprendió a interesarse en la fidelidad verista, esto es, a reproducir fielmente la realidad. Del maestro potosino, con estudios en Alemania, Germán Gedovius, el gusto por una materia pictórica densa, pastosa, así como el interés por el tema del trabajo.
Saturnino Herrán fue uno de los artistas que representó el modernismo nacionalista. Fijó también su atención en lo cotidiano, inspirado en el humanismo, a través de personajes típicos y telones de fondo donde aparecen con frecuencia representados edificios religiosos construidos en el período del virreinato, así como en las tradiciones y rituales del pueblo mexicano plasmados con gran fuerza emotiva, pues retoma en sus obras las herencias indígena e hispánica, expresión del criollismo y del nacionalismo cultural mexicano. Se ocupó también de personajes del pueblo, típicamente mexicanos: trabajadores sufrientes, o bien en plena faena, así como en momentos de descanso, lo mismo que en sus celebraciones rituales. Viejos temas, vistos con nuevos ojos, resignificándolos.
Como acatando el sentido trágico de la vida, el joven pintor Saturnino Herrán moría en 1918 a los 31 años de edad, en plenas condiciones creativas, debido a severos problemas gástricos.
Su obra debe entenderse como un puente que abrió paso y posibilitó lo que unos años después se conocería como la escuela mexicana de pintura, propia del renacimiento artístico posrevolucionario. En 1998 fue declarada patrimonio artístico de la nación.
PARA SABER MÁS
- Emerich, Luis Carlos, Las edades de Saturnino Herrán. Colección Museo de Aguascalientes, Aguascalientes, Instituto Cultural de Aguascalientes, 2007.
- Ramírez, Luciano, “José Inés Tovilla. El maestro del dibujo y la pintura de Aguascalientes”, El ayer y hoy de México, Núm. 38, vol. 10, octubre-diciembre del 2017, pp. 70-79.
- VVAA, Saturnino Herrán. Instante subjetivo, México, Instituto Cultural de Aguascalientes/Fundación Cultural Saturnino Herrán/ Museo del Palacio de Bellas Artes/Instituto Nacional de Bellas Artes/Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 2010.
- Visitar el Museo Aguascalientes, en el centro histórico de la ciudad de Aguascalientes.
- Visitar el Museo Nacional de Arte, Ciudad de México.