En la huerta de la casa de Don Valentín. El bullicio de la Colmena

En la huerta de la casa de Don Valentín. El bullicio de la Colmena

Ana Buriano
Instituto Mora

En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 44.

La ex coordinadora de la Biblioteca del Instituto Mora, fallecida en 2019, fue una destacada maestra de la historia latinoamericana del siglo XIX. Con este texto que publicara en 2001 recuperamos su mirada pionera en la que trazaba casi dos décadas atrás las líneas que habría de seguir el centro bibliográfico de esta institución.

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A Ana Buriano Castro
Muy querida amiga y colega (1945-2019)

Nacida en Uruguay, destacó como investigadora del pensamiento político latinoamericano y el conservador ecuatoriano, del exilio uruguayo, los golpes de estado en Uruguay y Argentina y la antropología forense y los derechos humanos. Historiadora egresada de la UNAM fue maestra destacada de la historia de América Latina en el siglo XIX. Quienes convivieron con ella coinciden en destacar, además de su inteligencia, su compromiso con una sólida ética social, política e intelectual. Sobresalió en su gestión como coordinadora de la biblioteca del Instituto Mora, al punto que ésta fue conocida como la “biblioteca de Ana”; sin exagerar, durante este tiempo, supo llevar a esta a la mayoría de edad.

Una biblioteca es un mundo, encierra en su aparente recogimiento una vida bulliciosa que emana de las páginas de los ejemplares contenidos dentro de ella, de las mujeres y los hombres que se encargan de poner la información al servicio de la comunidad, de los usuarios que la requieren, en fin, guarda algún parecido con el ajetreo de la colmena. Y más aún cuando pertenece a una institución activa, como es el Instituto Mora, que en su segunda década rebasó la mayoría de edad y que utiliza su biblioteca como el laboratorio en el que funda sus investigaciones.

A incrementar, albergar, calificar y especializar esta biblioteca dedicó la institución importantes esfuerzos de su corta vida. Cierto es que a la Biblioteca del Mora le tocó nacer en cuna de oro pues, sucedánea del proyecto de Bibliotecas Mexicanas, recibió como colección de origen el fondo del bibliófilo poblano José Ignacio Conde, un magnífico conjunto de varios miles de impresos mexicanos provenientes de las bibliotecas de grandes personalidades de la vida intelectual, pública y política de México. Así lo testimonian los ex libris que acompañan los pergaminos y empastados antiguos que conforman el fondo reservado. De la marca de propiedad sobria de Lucas Alamán, a los duplicados de la colección de primeros impresos poblanos de Florencio Gavito, la lámpara del saber que adorna las obras que provienen de la colección de García Icazbalceta y su hijo, García Pimentel, a los garigoleados escudos de armas de la princesa Francesca Ruffo de Calabria, al lote de Intervención y Segundo Imperio de González de Cossío y muchos más, los ex libris contenidos en las contraportadas constituyen en sí mismos la historia de un fondo bibliográfico.

El desarrollo sostenido y calificado de las colecciones fue la preocupación y el anhelo de todas las direcciones de la institución. Así su estantería se fue enriqueciendo con ejemplares provenientes de las Bibliotecas Cervantes e Iberoamericana; el fondo San Román desarrolló los estudios latinoamericanos, las áreas geográficas se vieron beneficiadas por la incorporación de las bibliotecas de Ramón Alcorta y Jorge Vivó; los estudios sobre Estados Unidos recibieron donaciones y compras únicas en el medio nacional, como el Diario de los debates del Congreso desde la independencia hasta 1976 y la colección actualizada de microfichas e índices electrónicos de la documentación que manejan y generan las comisiones y comités que asesoran a los representantes, desde 1790 hasta el momento actual. Mucho más podríamos decir en cuanto a las fuentes básicas de investigación, las fuentes secundarias, los formatos magnéticos de consulta, la hemerografía de actualización y el marco de consulta, pero la tiranía del espacio nos impide una extensión mayor y deseamos que esta nota sirva como invitación para que los especialistas incursionen en el fondo bibliotecario, ya físicamente o por su catálogo en línea.

Afortunadamente pueden hacerlo, pues la Biblioteca del Mora no goza únicamente de un fondo con gran riqueza de investigación, sino que la documentación que alberga su acervo está totalmente puesta al servicio, con un criterio catalográfico lo suficientemente amplio, de las necesidades complejas que surgen en consultas especializadas, como las de un científico social contemporáneo. Y es que la evolución de dos décadas de la Biblioteca del Mora ha sido vanguardista en el plano de la automatización. En 1984, la maestra Gloria Escamilla y el Centro de Procesamiento Arturo Rosenblueth lograron, de forma totalmente pionera en el medio nacional, desarrollar el primer sistema automatizado bibliotecario. Así, la Biblioteca del Mora fue de las primeras en el país en abandonar las formas manuales de trabajo para disponer de una serie de módulos que contenían y posibilitaban la interacción de los datos.

Sala de lectura de la biblioteca Ernesto de la Torre Villar, ca. 1994. Biblioteca Ernesto de la Torre Villar–Instituto Mora.
Sala de lectura de la biblioteca Ernesto de la Torre Villar, ca. 1994. Biblioteca Ernesto de la Torre Villar–Instituto Mora.

En estas épocas, el equipo dificultaba mucho el manejo de la información pero, con el paso del tiempo y a partir de los apoyos que recibió de CONACyT, la biblioteca obtuvo la infraestructura de cómputo necesaria. De las viejas cajas de bernoulli pasó a los servidores de mediano tamaño y luego a los mayores; actualizó su sistema de cómputo, al adquirir uno de mercado de segunda generación que fue capaz de recoger los ricos contenidos de la base de datos Bibliomora y que satisface de manera adecuada las necesidades de información de la investigación social. Desde su primitivo y precario emplazamiento en el casco original de la antigua casona de don Valentín hasta las bellas y funcionales instalaciones actuales construidas en 1984 para albergarla, desde la máquina de escribir y los esténciles reproductores de tarjetas, pasando por las cajas de bernoulli que mal almacenaban la información a los actuales servidores, ha transcurrido mucho tiempo; varias generaciones de científicos sociales han cruzado sus puertas; miles de ejemplares han transitado por las manos de los bibliotecarios para ir a dormir un sueño de anaqueles, frecuentemente interrumpido por los usuarios que los solicitan. Sus horarios se han extendido aun a los sábados; los servicios públicos han incrementado su eficiencia; se ha optimizado el aprovechamiento del espacio de almacenamiento por medio de la incorporación de mobiliario compacto y por el desplazamiento y compactación de los espacios internos; los servicios de análisis informático se han especializado y han incursionado en la indización de publicaciones periódicas especializadas de actualización o muy antiguas, que no son recogidas por los índices internacionales; una constante política de extensión bibliotecaria posibilita que los especialistas y estudiantes conozcan y recurran a sus fondos. El taller de encuadernación y restauración de la biblioteca mantiene las áreas de almacenamiento y los materiales en las condiciones adecuadas y optimiza la vida útil de los documentos a través de técnicas de restauración y conservación de alta complejidad.

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