Graziella Altamirano / Instituto Mora
Revista BiCentenario # 19
La historia resolverá serenamente sobre mi actitud;
estimo demostrar con ella mi lealtad a quien me
honró con su confianza, y mi amor a mi patria.
Nunca olvidaría aquel 19 de febrero de 1913, cuando fue presidente de México por unos minutos, y tuvo prácticamente en sus manos, no sólo la vida del mandatario que acababa de renunciar, sino el destino del país y no pudo hacer nada para evitar el desenlace fatal. Poco antes de morir, a sus lúcidos 93 años, accedió a dar su última entrevista a la prensa, pese a que no le gustaba recordar aquellos tiempos, y repitió, como lo hizo siempre, que su único propósito “había sido obtener garantías que pusieran a salvo la vida del señor Madero, el apóstol de la revolución. Fue el malvado engaño, porque muy pocas horas después de serme garantizada la vida del presidente, era asesinado. No quiero añadir más…”
Desde los lejanos días de 1913, Pedro Lascurain vivió el estigma de una dudosa lealtad hacia el presidente Madero y su complicidad con quienes lo traicionaron. Pese a que confió en un veredicto sereno e imparcial de la historia, ha sido un personaje controvertido por el papel que le tocó desempeñar en aquellos sucesos y, por mucho tiempo, objeto de prejuicios recogidos de la imagen histórica que le formaron sus detractores.
A cien años de la Decena Trágica, recordamos ese día en la vida del hombre que ha sido llamado el presidente relámpago por los escasos minutos que, por razón de su cargo, ocupó en la presidencia de la república entre el gobierno democrático de Francisco I. Madero y la dictadura del general Victoriano Huerta.
Lascurain fue uno de los personajes centrales de ese episodio. Pero más allá de los minutos que permaneció en la presidencia, único hecho con el que se le asocia, habría que conocer su desempeño al frente de Relaciones exteriores en el gobierno maderista y examinar el telón de fondo en el que se desarrolló la trama de aquella dramática historia.
Pedro Lascurain fue un conocido abogado y próspero empresario del porfiriato. Perteneció a la generación que presenció la consolidación y el derrumbe del régimen de Díaz y figuró entre los hombres de transición que se comprometieron a colaborar con el primer gobierno de la revolución. Nombrado por Madero como secretario de Relaciones exteriores en abril de 1912, asumió su puesto defendiendo la legalidad, procurando la pacificación del país y figurando como un elemento mediador de los desacuerdos existentes entre los miembros del gabinete. Al frente de la cancillería le tocó resolver los problemas derivados de las delicadas relaciones con el gobierno de Estados Unidos cuando peligraban los grandes intereses estadounidenses por la inestable situación del país, y fue víctima de la política hostil del embajador Henry Lane Wilson, de su animadversión hacia el gobierno mexicano y su personal antipatía contra el presidente Madero.
A lo largo de 1912 y hasta febrero de 1913, Estados Unidos llevó a cabo una sinuosa y contradictoria política hacia México, que osciló entre amenazas de intervención y declaraciones amistosas, junto con el envío de agresivas notas que exigían la protección de los ciudadanos estadounidenses residentes en nuestro país y de sus propiedades. El canciller respondió en tono firme y categórico, rechazando los cargos contra el gobierno mexicano.
Desde la cancillería, Lascurain fue testigo de las dificultades internas del gobierno maderista, de las conspiraciones y levantamientos armados que surgieron en su contra. Fue partícipe de la crisis política ocasionada, en gran parte, por los errores del mandatario y sus colaboradores; fue blanco de las críticas de una implacable prensa de oposición que contribuyó decididamente al desprestigio del gobierno y sería uno de los actores principales en el fatal desenlace de la Decena Trágica, con el cambio de poderes y la caída del régimen.
El escenario del crimen
La mañana del 9 de febrero de 1913, el zócalo de la ciudad de México amaneció envuelto en un espeso humo de pólvora del nutrido tiroteo desatado entre miembros del ejército federal y un grupo de militares insurrectos que disparaban desde las azoteas del palacio nacional, los portales y las torres de la catedral. Esa madrugada, según el plan concebido por los conspiradores, los generales Bernardo Reyes y Félix Díaz, encarcelados en distintas prisiones de la capital por haberse sublevado contra el gobierno, fueron liberados por el general Manuel Mondragón y sus seguidores para atacar juntos el palacio. Reyes murió en el acto y los rebeldes al mando de Félix Díaz se retiraron para atrincherarse en el edificio de la Ciudadela, que era cuartel y almacén de armas. Después del fallido ataque, el zócalo quedó sembrado de cadáveres y escombros. Había comenzado la Decena Trágica.
El presidente Madero escoltado desde el castillo de Chapultepec por cadetes del Colegio Militar se dirigió al palacio y en vista de que el comandante de la plaza había resultado herido en el ataque, nombró en su lugar al general Victoriano Huerta, quien quedó como jefe de las operaciones contra los rebeldes de la Ciudadela. El presidente nunca se imaginó que al otorgar ese nombramiento empezaba a escribir su sentencia de muerte, ya que a los pocos días Huerta se sumaría a la traición.
Siguieron días de zozobra y terror. La ciudad se paralizó, las calles se transformaron en campo de batalla y sus habitantes presenciaron atónitos la destrucción y muerte ocasionada por el bombardeo indiscriminado que se desató en las avenidas más céntricas.
Desde la cancillería, Lascurain recibió las quejas y reclamos de los diplomáticos que, alarmados por la situación, exigieron las seguridades necesarias para la protección de sus connacionales y, encabezados por el embajador estadounidense, pidieron la renuncia del presidente Madero como única solución para evitar la intervención armada. Esto provocó la alarma y ocasionó desacuerdos y divisiones entre los integrantes del gobierno.
La amenaza de intervención propagada por Henry Lane Wilson terminó por enredar a Lascurain en el imbricado tejido de las intrigas del embajador y la presión que éste ejerció para lograr la renuncia del presidente influyó en la conducta del canciller, quien llegó a sentirse indirectamente responsable del peligro que amenazaba a México, los mexicanos y el propio presidente. Según declaró el ministro cubano Manuel Márquez Sterling, a Lascurain le toco desempeñar el papel más difícil en aquellos trances, obligado a entenderse con un cuerpo diplomático en su mayor parte hostil y, sobre todo, con el embajador Wilson “que tramaba, y hacía cuestión de amor propio, la ruina del gobierno”.
Los problemas de Madero no sólo venían del exterior, internamente su gobierno se tambaleaba. Los días pasaban y la situación se complicaba. Los rebeldes permanecían en la Ciudadela, los tiroteos continuaban en las principales calles, y Huerta, pese a sus promesas, no definía la estrategia que lo llevara a hacer un ataque formal, hecho que empezó a revelar su complicidad con los traidores y su entendimiento con el embajador Wilson. Finalmente, el 18 de febrero se desenmascaró y descubrió su traición dando el golpe final al gobierno maderista, al mandar aprehender y encerrar al presidente Madero y al vicepresidente Pino Suárez en la intendencia de palacio nacional. Esa misma noche, se reunía en la embajada de Estados Unidos con el general Félix Díaz, a invitación del mismo Wilson, para firmar el pacto que desconocía al poder ejecutivo y determinaba que antes de 72 horas él asumiría la presidencia provisional de la república con un nuevo gabinete. Era el principio del fin.
Las vicisitudes de un día difícil
El día 19, muy temprano en la mañana, Huerta envió a un comisionado a la intendencia de Palacio para conminar a los prisioneros a presentar sus renuncias y, con ello, garantizar sus vidas, de lo contrario, quedarían expuestos a todas las consecuencias. Ante la crítica situación, Madero y Pino Suárez resolvieron dimitir de sus cargos, pero con ciertas condiciones que debían ser aceptadas en una carta firmada por el general Huerta.
Lascurain llegó poco después llevando un mensaje confidencial de los padres y la esposa del presidente aconsejándole renunciar y encontró la noticia de que ya había resuelto hacerlo. Fue entonces que el presidente lo comisionó para tramitar personalmente todos los asuntos relacionados con su dimisión y salida del país. Conforme a su costumbre, Madero consignó por escrito, de su puño y letra, en el reverso de una de sus tarjetas personales, las palabras con las instrucciones de lo que debía hacer Lascurain. Indicaba que los oficiales y jefes de su Estado Mayor así como el general Felipe Ángeles fueran puestos en libertad, igual que su hermano Gustavo y el intendente Adolfo Bassó (Gustavo ya había sido asesinado por órdenes de Huerta y el presidente aún no lo sabía). Señalaba que preparara todo para que esa noche saliera un tren especial a Veracruz, en el que pudieran viajar él, su hermano Gustavo, Ángeles y Pino Suárez, con sus respectivas familias. Que se ordenara al pagador que fueran entregados sus sueldos a él y a Pino Suárez y que se elaborara una carta en la que Huerta ofrecería conservar el orden constitucional en los estados, no perseguir a los amigos de Madero y proporcionar toda clase de seguridades en su viaje a Veracruz.
Lascurain trabajó toda la mañana de ese día para cumplir las disposiciones del presidente. Arregló que el general Ángeles fuera trasladado a la intendencia de Palacio con Madero, para ser jefe de su escolta en el viaje a Veracruz. Logró el compromiso de que algunos ministros extranjeros acompañaran al presidente y al vicepresidente y que fuera colocado un tren especial en la estación de Buenavista, donde serían llevadas sus familias.
Al mediodía, regresó a Palacio, acompañado de Ernesto Madero, tío del presidente, para informarle sobre todas sus gestiones. En ese momento, Madero redactó de su puño y letra varios borradores de su renuncia, misma que fue pasada en limpio en un solo pliego, en nombre suyo y del vicepresidente y firmado por ambos. Los hechos posteriores demostrarían que estaban firmando su sentencia de muerte:
En vista de los acontecimientos que se han desarrollado de ayer acá en la nación y para mayor tranquilidad de ella, hacemos formal renuncia de nuestros cargos de presidente y vicepresidente respectivamente, para los que fuimos elegidos. Protestamos lo necesario. México 19 de febrero de 1913.
La tarde de ese día, Lascurain, Madero y Jaime Gurza, secretario de Comunicaciones, se ocuparon de arreglar los detalles del viaje a Veracruz. Fueron varias veces a ver a Huerta, llevando y trayendo proposiciones para preparar la partida. Gestionaron juntos las garantías de seguridad para los ministros que acompañarían a los ex mandatarios, así como a sus respectivas familias. En varias ocasiones, Lascurain preguntó a Huerta la hora de la partida del tren, y el general le contestó indistintamente “que le tuviera confianza, que los militares nunca decían la hora de la salida y que convenía guardar el secreto para que no trataran de matar a Madero en el camino”. Llegó a decirle que “cuando llevé al general Díaz a Veracruz rumbo al exilio, sólo don Porfirio y él sabían la hora de la partida”.
Las horas pasaban, algunas gestiones se concretaban, pero pese a la insistencia de Lascurain, no aparecía por ninguna parte la carta prometida con las garantías estipuladas. En uno de los momentos en que se encontraban hablando Lascurain y Gurza con Huerta, se presentó una comisión de diputados anunciando que la Cámara esperaba impacientemente la presentación de la renuncia, cuya tardanza podía traer mayores dificultades políticas. Huerta se dirigió a Lascurain urgiendo la necesidad de que Madero enviara su renuncia a la Cámara, asegurando, de nuevo, que tanto el presidente como el vicepresidente y sus acompañantes no tendrían ningún obstáculo para llegar a Veracruz.
Lascurain y Gurza regresaron con Madero, quien informado de lo anterior, autorizó, sin saber que la carta de garantías aún no existía, que la renuncia fuera llevada a la Cámara por Lascurain, creyendo que éste la conservaría hasta que hubiera salido el tren. Poco después, algunos ministros extranjeros llegaron a la intendencia a manifestar su apoyo a los prisioneros y el presidente aceptó la oferta del cubano Márquez Sterling, de acompañarlo hasta la estación de ferrocarril para partir a Veracruz y embarcarse en el crucero Cuba.
El golpe final
Mientras tanto, Lascurain se dirigió a la Cámara en donde los diputados reunidos en sesión extraordinaria lo instaron a entregar las renuncias. La admisión de la renuncia de Madero se aprobó por 119 votos contra ocho. La de Pino Suárez por 123 contra cuatro. Inmediatamente después se suspendió la sesión de la Cámara de Diputados e inició la sesión extraordinaria del XXVI Congreso general, con el objeto de recibir la protesta constitucional del ciudadano licenciado Pedro Lascurain, a quien por ser secretario de Relaciones exteriores, le correspondía por ley. Acto seguido, éste llegó al salón acompañado por una comisión de diputados y protestó como presidente interino. El acta fue aprobada sin discusión y después se recibió el oficio en el que el presidente recién nombrado, en ejercicio de la facultad que le concedía la Constitución, nombraba a Huerta secretario de Gobernación. Esto no había terminado de ser aprobado por la cámara cuando se recibió el oficio que contenía la renuncia de Lascurain.
Según la crónica de los debates de aquella sesión parlamentaria, habían transcurrido tan solo 45 minutos, tiempo suficiente para revestir de legalidad el trámite impuesto por Huerta, quien con el respaldo del ejército, el apoyo extranjero y el temor de los que tomaron parte en aquel acto oficial consiguió cristalizar sus planes. La de Lascurain sería la presidencia más breve, malograda y controvertida de la historia. En su renuncia escribió que los acontecimientos lo habían colocado en el caso de facilitar los medios para que dentro de la ley se pudiera resolver una situación que de otro modo acabaría con la existencia nacional y apelaba al juicio sereno de la historia tras reconocer que había aceptado con toda conciencia ese papel, ya que de rehusarse hubiera cooperado a futuras desgracias. Sin embargo, Huerta ocupaba ya la presidencia de la república y Madero continuaba prisionero, dependiendo su libertad sólo de promesas.
Márquez Sterling, quien se encontraba en la intendencia con los prisioneros, escribió, años más tarde, que cuando Lascurain salió con la renuncia, Madero preguntó por la carta de Huerta. Su tío Ernesto, que estaba con ellos y a quien también se le había encomendado conseguir la carta, le informó que aún no estaba firmada. Madero se dio cuenta de que estaba perdido, que había mantenido falsas expectativas con respecto a las garantías de Huerta y ordenó que se tratara de impedir que su renuncia llegara a la Cámara, lo que no se consiguió, pues Lascurain ya la había entregado. Aun cuando giró nuevas instrucciones para que sus enviados regresaran y dijeran a Lascurain que no renunciara a la presidencia interina hasta que él se hubiera embarcado en Veracruz, esa orden también llegó demasiado tarde. Todo había terminado. Los ex mandatarios sin sus investiduras no serían respetados, Madero sabía que Huerta no cumpliría con su palabra y Lascurain, quien al fin de cuentas quedó envuelto en la estrategia de los golpistas, había terminado, sin quererlo, colaborando con ellos en el último acto de la caída del gobierno maderista.
La tan esperada carta quedó convertida en promesas. Aún al salir de la cámara, Huerta pidió repetidas veces a Lascurain que le tuviera confianza, que ya le avisar a con su ayudante la hora de salida del tren, nunca lo hizo. En la intendencia de Palacio, Madero, Pino Suárez, Ángeles y Márquez Sterling se quedaron esperando la orden de salida. A media noche, Madero estaba convencido de que el tren no saldría a ninguna hora; en tanto, en la estación, envueltos en la mayor zozobra, parientes y amigos aguardaron vanamente hasta las 2 am, cuando les notificaron que la partida se había cancelado. Era un mal presagio.
Lascurain regresó de la estación en medio del mayor desaliento y escribió una carta que dejaba ver su desesperación, la cual al parecer dirigió al gobierno de Estados Unidos, solicitando su intervención a favor de los prisioneros. No sabemos si la carta llegó a su destino, el borrador lo conservó Lascurain. Decía:
Durante los trágicos acontecimientos que acaban de desarrollarse en mi país, me tocó el papel de mediador. Para evitar mayor efusión de sangre, logró renunciaran el señor presidente Madero y el vicepresidente Pino Suárez, mediante la condición de que inmediatamente se les trasladar a con sus amigos a un buque en el puerto de Veracruz […] No se ha cumplido con esto y yo que intervine con la mayor buena fe del mundo, paso ahora ante el señor Madero a quien tanto estimo, como un desleal que lo engañó […] Creyendo en la buena fe de Huerta que me hizo reiteradas promesas, presentó la renuncia creyéndome que los llevarían al tren que ya estaba esperándolos. Ahora, temen por sus vidas y no pueden ya fiarse en las promesas que se les hagan […] En vista de la dificilísima situación en que me encuentro de aparecer como que entregué a mis buenos amigos, imploro su ayuda para que se dirija por esta vía a Huerta recomendándole que cumpla su promesa […] Confío en los sentimientos humanitarios de su excelencia.
El secretario de Estado de Estados Unidos escribió al embajador Wilson que su gobierno esperaba saber que el expresidente había sido tratado en forma compatible con la paz y la humanidad y Wilson le contestó el día 20, diciendo que Huerta había asegurado que tomaría las precauciones necesarias para que Madero fuera tratado de acuerdo a principios humanitarios. Es sabido que Wilson no hizo nada por interceder en el asunto.
Los días siguientes, Lascurain trató por todos los medios que las vidas de Madero y Pino Suárez fueran respetadas. Quiso hablar con Huerta y no fue recibido, acudió a ministros extranjeros y miembros del gabinete del nuevo gobierno, pero fue inútil. Finalmente, reconoció que había sido una pieza clave en los planes del usurpador y sus buenas intenciones no fueron suficientes para resolver un asunto de tal envergadura. Tiempo después declaraba “inútil describir mi desengaño, mi tristeza y mi cólera por haber sido engañado vilmente”. Madero y Pino Suárez fueron asesina dos el 22 de febrero.
Lascurain se retiró a la vida privada. Retomó su bufete de abogado, sus cátedras en la recién fundada Escuela Libre de Derecho y su participación en la junta directiva del Colegio de las Vizcaínas. Tras la caída de Huerta y el triunfo del constitucionalismo, algunos carrancistas lo culparon de la muerte de Madero. Vivió exiliado en Nueva York con su numerosa familia de agosto de 1914 a septiembre de 1919 y, de regreso a México, volvió a sus antiguas actividades y negocios. Presidió la Barra de Abogados, fue miembro honorario de la Academia de Jurisprudencia y Legislación de Madrid y recibió del gobierno de Cuba la Orden del Mérito Carlos Manuel Céspedes en el grado de Gran Oficial, presea que en 1930 le entregó personalmente Márquez Sterling, de nuevo embajador en México.
Los años siguientes siguió declarando y respondiendo a las imputaciones que se le hacían de vez en cuando sobre los sucesos del 19 de febrero de 1913. El vínculo con el pasado que tanto le afectó nunca se rompió y conservó sus viejos papeles en espera de un veredicto posterior por su participación en aquel proceso.
La Revista Mexicana de San Antonio, Texas, publicó el 2 de noviembre de 1916 la “Calavera de Pedro Lascurain”:
Caricatura de M. Márquez Sterling
Ante esta tumba detente
Andante, inclina la frente
Y a un “grande” rinde culto,
Aquí yace un presidente
Que duró medio minuto.
PARA SABER MÁS:
- Graziella Altamirano, Pedro Lascurain. Un hombre en la encrucijada de la Revolución, México, Instituto Mora, 2004.
- “Diario de la Decena Trágica escrito por Kumaichi Horigoutchi, encargado de Negocios del Japón en México”, BiCentenario. El ayer y hoy en México, Instituto Mora, núm. 4, abril-junio, 2009, México, pp. 60-73 ó: http://revistabicentenario.com.mx/?s=embajador+japones&x=0&y=0
- Manuel Márquez Sterling, Los últimos días del presidente Madero, 1917 en: http://archive.org/stream/abe2976.0001.001.umich.edu#page/3/mode/2up
- * Pedro Lascurain. El presidente relámpago, Palmera Films-Euskal Telebizta, 2000, VHS.