Berenice Ramírez Lago
Instituto Mora
Revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 60
Una llegó de la mano de la otra. Creada la Sociedad Filarmónica por el esfuerzo de músicos, profesores y profesionistas en 1866, para el mismo año constituirían el Conservatorio. La sobrevivencia económica de ambas fue el mayor dolor de cabeza de sus fundadores. Once años después, el gobierno de Porfirio Díaz se hizo cargo del Conservatorio y la Sociedad desapareció.
Cuando acudimos a un concierto de una orquesta sinfónica o a un recital de música de cámara, recreamos una práctica social y cultural de reciente aparición. En el siglo XIX, las personas se reunían en tertulias que tenían lugar en los salones del hogar para conversar, para escuchar música y para sociabilizar. También acudían a bailes o al teatro lírico para presenciar representaciones de ópera. En México, el público estaba muy familiarizado con la ópera italiana de compositores como Rossini, Bellini, Donizetti y Verdi. Pero acudir a una sala de conciertos para escuchar música de una función de ópera no era tan frecuente.
La puesta en escena de una ópera corría, en muchas ocasiones, por parte de empresarios que dirigían compañías de ópera. Un empresario podía obtener grandes ganancias en una temporada y los artistas principales, a su vez, tenían ingresos superiores al común de la población. En cambio, la organización de un concierto necesitaba la participación de solistas virtuosos que también fungían como hombres de negocios, razón por la cual contaban con un representante. Los conciertos también fueron impulsados por sociedades musicales, mismas que comenzaron a proliferar en Europa y en América desde finales del siglo XVIII.
Las sociedades musicales tenían como propósito promover el quehacer musical en su comunidad o ciudad. Asimismo, procuraron establecer escuelas, academias de música o conservatorios y cultivaban prácticas de sociabilidad entre sus miembros. Las sociedades musicales se proponían fomentar la música entre sus socios, educar a niños y jóvenes y llevar la música de la tradición europea a la población. Una manera de hacerlo era mediante la organización de conciertos privados para los socios, por un lado, y de conciertos públicos para el público en general, por el otro. De este modo, reconocemos que una de las funciones de las sociedades musicales decimonónicas era la democratización del arte musical. Se proponían fomentar la difusión de la música pues seguían un ideal de progreso y civilización.
La asociación musical
En México existieron tres grandes sociedades musicales durante el siglo XIX. La primera Sociedad Filarmónica fue fundada en 1824 por el compositor michoacano Mariano Elízaga y su Academia Filarmónica comenzó sus labores en 1825. Este proyecto contó con el apoyo del ministro Lucas Alamán y de Francisco Victoria, hermano del presidente Guadalupe Victoria. Elízaga estableció también la primera imprenta de música profana en México en 1826. En muchos aspectos fue un innovador, fue un músico novohispano que vivió la transición al México independiente y contribuyó al proceso de secularización del arte musical. Ofreció conciertos en su domicilio particular, en la calle de las Escalerillas número 12 (hoy República de Guatemala), escribió dos tratados teóricos de música y publicó piezas para piano. No obstante, la iniciativa no logró prosperar y la primera sociedad filarmónica y su academia de música terminaron cuando Mariano Elízaga aceptó el nombramiento de maestro de capilla de la catedral de Guadalajara en 1827.
La segunda sociedad de música, llamada la Gran Sociedad Filarmónica vio la luz en 1839 y fue fundada por José Antonio Gómez, otro músico que había nacido durante el Virreinato. Gómez también publicó tratados teóricos, periódicos musicales y piezas para piano. Su Conservatorio Mexicano de Ciencias y Bellas Artes inició sus labores ese mismo año. Para Gómez, la música era “un arte capaz de suavizar el carácter de las naciones y de los individuos”. Con el fin de promover el quehacer musical, se había propuesto ofrecer dos conciertos al mes e impartir las siguientes materias en el conservatorio: instrumentos, solfeo, vocalización, canto llano, composición, gramática, geografía, teneduría de libros, dibujo, pintura, escritura, declamación, francés e inglés. La Academia era privada, pero si un niño o niña mostraba necesidad pecuniaria, se le brindaría una ayuda económica. La falta de recursos también puso fin a aquel proyecto educativo.
No fue sino hasta la aparición de la tercera Sociedad Filarmónica Mexicana, en 1866, que México logró contar con un conservatorio que perduró en el tiempo. Desde luego, se habían llevado a cabo numerosos intentos por establecer una escuela de música en la ciudad de México. En 1838, los músicos mexicanos Agustín Caballero y Joaquín Beristáin fundaron una Academia de música particular y el gobierno de Antonio López de Santa Anna, a través del Ministerio de Fomento, había lanzado una convocatoria para crear un Conservatorio Nacional en 1854, año del concurso del Himno Nacional Mexicano, en el que resultaron ganadores la letra de Francisco González Bocanegra y la música de Jaime Nunó.
La Sociedad Filarmónica Mexicana se distingue de sus predecesoras por el hecho de que el conservatorio que fundó en 1866 es el antecedente directo del actual Conservatorio Nacional de Música. Asimismo, logró ofrecer conciertos públicos y privados a lo largo de su existencia. Aquella agrupación comenzó sus labores en 1866 y se disolvió en 1877, cuando el conservatorio se nacionalizó por decreto presidencial. Sus orígenes se remontan a las tertulias que reunían a músicos, abogados y médicos, entre otros profesionistas en la casa del pianista Tomás León. El “salón de Tomás León” era frecuentado por Aniceto Ortega, Melesio Morales, Julio Ituarte, Francisco Ortega, José Ignacio Durán, Eduardo Liceaga, José Urbano Fonseca, Agustín Siliceo, Antonio García Cubas, Francisco Villalobos, Ramón Terreros y Jesús Dueñas, principalmente.
El círculo de amigos hubiera permanecido en formas de sociabilidad informales de no ser porque aquellos amantes de la música decidieron luchar por una causa común: que la compañía de ópera de Aníbal Biacchi pusiera en escena la ópera Ildegonda de Melesio Morales. El empresario consideraba que la ópera de un compositor mexicano no sería redituable para su compañía, la cual tenía funciones regulares en el Teatro Nacional. Para entablar negociaciones con el empresario, los amigos se presentaron como el “Club Filarmónico” pero al no llegar a un acuerdo, filarmónicos, estudiantes y personas que compartían la causa, armaron “un alboroto” en el teatro durante la representación de una ópera de Verdi por parte de la compañía.
Biacchi accedió a poner en escena Ildegonda a condición de que el gobierno de Maximiliano pagara por adelantado las funciones. El emperador facilitó los recursos y también intervino Manuel Payno, como regidor del Ayuntamiento de la ciudad de México en 1865. Así, tanto el gobierno imperial como el municipal apoyaron la causa de ver en escena la ópera de un compositor mexicano, que en todo sentido seguía los cánones de la ópera italiana. Ildegonda se estrenó el 27 de enero de 1866 en el Teatro Nacional. El argumento de la ópera recoge una leyenda medieval que se desarrolla durante las cruzadas en la ciudad de Milán en el siglo XII.
El Club Filarmónico ya se había organizado y había redactado y mandado imprimir los estatutos para formar la Sociedad Filarmónica Mexicana. Todo aquel que estuviera interesado podía adherirse a ésta bajo la condición de aceptar el reglamento. Puesto que los filarmónicos no contaban con un espacio propio y muchos de sus socios eran médicos, la Sociedad Filarmónica Mexicana se estableció solemnemente el 14 de enero de 1866 con 72 socios en el salón de actos de la Escuela de Medicina, que se encontraba alojada en el edificio de la Antigua Inquisición, en la plaza de Santo Domingo.
La Sociedad Filarmónica Mexicana estaba dividida en cuatro clases de socios: protectores, aficionados, poetas y literatos y, por último, profesores. La agrupación tenía tres grandes objetivos. En primer lugar, contribuir con el adelantamiento del arte musical en México. En segundo lugar, procurar recursos económicos a los profesores que se dedicaran a la música y estuvieran en desgracia económica y, en tercer lugar, mejorar la educación de sus hijos. Sus actividades más importantes fueron el establecimiento del Conservatorio de Música; la organización de conciertos públicos y privados; la formación de orfeones de artesanos, es decir, coros de voces masculinas integrados por los trabajadores de la ciudad de México; la protección mutualista de profesores y músicos; la fusión de distintos ensambles musicales en una misma asociación y la publicación del periódico musical La Armonía, el cual iba acompañádode piezas para piano de los compositores de la Sociedad Filarmónica Mexicana y de algunas lecciones de historia de la música, dictadas por Luis Muñoz Ledo.
El Conservatorio
Fue la Sociedad Filarmónica Mexicana la que estableció el Conservatorio de Música, el primero de julio de 1866, en el salón de actos del Colegio de San Juan de Letrán. Los cursos eran públicos y gratuitos. Con el fin de facilitar las labores de instalación del conservatorio, los filarmónicos propusieron al presbítero Agustín Caballero que su academia de música particular se fusionara a la nueva escuela. Esta academia había sido fundada por Agustín Caballero y por Joaquín Beristaín en 1838, como se mencionó anteriormente y se encontraba en la primera calle del Factor número 2 (hoy Allende). Esta fue la primera sede del Conservatorio y el padre Caballero fue nombrado director de la nueva escuela. La búsqueda de un plantel para que se impartieran las clases de música y se efectuaran las reuniones y los conciertos privados de los socios da cuenta de cómo los mecanismos de sociabilidad dieron pie a procesos de institucionalización. Asimismo, visibiliza que la Sociedad Filarmónica Mexicana no contaba con muchos recursos económicos y enfrentaba numerosas dificultades para obtener sus propósitos.
El 30 de diciembre de 1866 se incorporó al Conservatorio la Academia Municipal de Música y Dibujo, una escuela sostenida por el Ayuntamiento de la ciudad de México, bajo la dirección de Luz Oropeza. La Sociedad Filarmónica Mexicana y el Conservatorio de Música lograron tener una relación directa con el Ayuntamiento. De este modo, los filarmónicos aseguraban que el Conservatorio también recibiera recursos de la municipalidad. Por otro lado, se cercioraban de contar con el respaldo del Cabildo en cuestiones educativas para la ciudad de México a través de la Comisión de Instrucción Pública del Ayuntamiento.
Los recursos que el Ayuntamiento podía otorgar a cada una de sus escuelas eran limitados. La Sociedad Filarmónica Mexicana había estipulado en su reglamento de 1866 que los socios protectores debían aportar una cuota de dos pesos mensuales. La asociación también recibía donaciones de amigos acaudalados y, como se verá más adelante, los conciertos proporcionaban otra importante fuente de ingresos. El gobierno federal no subvencionó al Conservatorio sino hasta la República Restaurada en 1867.
Como los alumnos del Conservatorio aumentaban cada año, las sedes de la calle del Factor y de Betlemitas eran insuficientes para sus necesidades. A la caída del imperio y el triunfo de Juárez, la Sociedad Filarmónica Mexicana consideró que era necesario declarar al nuevo régimen su filiación republicana. También era la ocasión de pedir al presidente algún tipo de apoyo del gobierno para salvaguardar su sostenimiento. Con tal fin, la Sociedad Filarmónica organizó su segundo concierto público, llamado “Segundo gran concierto vocal, instrumental y de orfeonismo”.
El presidente y su esposa estaban invitados y, en un momento dado, unos niños, alumnos del Conservatorio, se dirigieron a Juárez para pedirle cediera a la Sociedad Filarmónica Mexicana el edificio de la Antigua Universidad, a lo que accedió e incluyó al Conservatorio en la Ley de Instrucción Pública de 1867 y decretó que debía recibir una subvención del gobierno federal. Por ley federal, el Conservatorio impartía educación musical libre y gratuita. El 29 de septiembre de 1868 se llevó a cabo una ceremonia para inaugurar la sección dramática del Conservatorio, mismo que adquirió el nombre de Conservatorio de Música y Declamación. De este modo, la música y el teatro se enseñaron en una misma institución educativa.
Así las cosas, los ingresos de la Sociedad Filarmónica Mexicana –la cual contaba hacia 1873 con 441 socios, mientras el Conservatorio estaba formado por 763 alumnos, 260 alumnas y cerca de 300 artesanos que integraban el Orfeón Popular– eran los siguientes: la cuota mensual de dos pesos de los socios protectores, los recursos limitados del Ayuntamiento, la subvención del gobierno de Juárez y más tarde la de Lerdo de Tejada (cerca de 2 400 pesos anuales), renta de las accesorias de la antigua Universidad, donaciones particulares y, por último, los ingresos líquidos de los conciertos públicos que ofreció la Sociedad en el Teatro Nacional, ubicado en la calle de Vergara (hoy Bolívar).
En 1873, la junta directiva de la Sociedad Filarmónica Mexicana encomendó a Antonio García Cubas la construcción de un teatro propio en las instalaciones de la ex Universidad. Este teatro se pudo construir gracias a una suscripción formada por personalidades acaudaladas de la ciudad, incluyendo al presidente Sebastián Lerdo de Tejada. El teatro del Conservatorio se inauguró con toda solemnidad el 27 de enero de 1874 con un concierto público.
La historia de la Sociedad Filarmónica Mexicana terminó en 1877 con el ascenso de Porfirio Díaz a la presidencia, pero no la de su Conservatorio. La legislación federal con fecha del 25 de enero de 1877, firmada por Ignacio Ramírez, ministro de Justicia e Instrucción Pública del gobierno federal decretaba que el Conservatorio de Música y Declamación ya no estaría a cargo de la Sociedad Filarmónica Mexicana puesto que se convertiría en un establecimiento nacional. El presupuesto designado de manera oficial para el Conservatorio fue de 19 464 pesos asentándose, asimismo, en la legislación, tanto las materias como los sueldos de cada uno de los profesores, directivos y trabajadores del mismo.
El Conservatorio, al convertirse en una escuela nacional, perdió su vínculo con el Ayuntamiento en el ámbito de instrucción pública y la Sociedad Filarmónica Mexicana se disolvió. García Cubas señala en El libro de mis recuerdos que Ignacio Ramírez pensó, de manera equivocada, que la asociación era un centro lerdista. Melesio Morales, el autor de Ildegonda, en cambio, celebró la nacionalización del Conservatorio pues consideraba que esa era la única manera de lograr su sostenimiento, además de que éste se había enfocado sobremanera en la educación de la mujer, para que tuviera una profesión digna y bien remunerada, al contrario de la costura, por ejemplo.
Esfuerzos y difusión
La Sociedad Filarmónica Mexicana fue una asociación que comenzó como un grupo de amigos que se reunía en tertulias para conversar, para escuchar música y para sociabilizar. En muchos sentidos, esta sociedad sintetizó los esfuerzos de las generaciones previas. Los mecanismos de sociabilidad de la agrupación permitieron que fuera reconocida por el imperio de Maximiliano y por los gobiernos de Juárez y de Lerdo. Los socios también supieron acercarse al Ayuntamiento de la ciudad de México y dar, de este modo, el primer paso para la fundación del Conservatorio de Música. La Sociedad Filarmónica Mexicana fue una asociación que supo diversificar sus intereses y conseguir los medios para conseguirlos. Sus primeros socios pertenecían a las clases altas de la ciudad de México; eran profesionistas, funcionarios, empresarios, artistas y escritores. Pero estas personas acomodadas se preocuparon también en dar cobijo a los músicos menos favorecidos de la capital.
La Sociedad Filarmónica Mexicana ofreció conciertos, inauguró el Conservatorio cuya enseñanza era libre y gratuita, publicó un periódico musical acompañado de partituras, aglutinó distintos ensambles en un solo cuerpo, buscó proteger a los profesores y músicos de la ciudad y se preocupó por la difusión del arte musical entre el público de la ciudad de México. En 1877, al disolverse la Sociedad Filarmónica Mexicana y nacionalizarse el Conservatorio, éste iniciaba una nueva etapa, en la que ya no sería una escuela municipal sino una federal. Sin embargo, sus cimientos fueron colocados por una agrupación entre pares entusiastas de la música.
PARA SABER MÁS:
- Miranda, Ricardo, “Historiografías. Musicología e Historia Cultural: a propósito de Los Papeles para Euterpe”, Historia Mexicana, 2016, en <https://cutt.ly/V8cCyEB>
- Ramírez Lago Berenice, “Gran concierto vocal, instrumental y de orfeonismo para la noche de este viernes: la Sociedad Filarmónica Mexicana como promotora de conciertos, ciudad de México, 1866-1877”, tesis para obtener el grado de Maestría en Historia Moderna y Contemporánea, México, Instituto Mora, 2022, en <https://cutt.ly/x8cXSki>
- Torres Medina, Raúl Heliodoro y Marcela Meza Rodríguez, “Un texto perdido. El Reglamento de la Primera Sociedad Filarmónica Mexicana”, El Artista, 2019, en <https://cutt.ly/i8cXCsj>
- Zárate Toscano, Verónica y Serge Gruzinski, “Ópera, imaginación y sociedad. México y Brasil, siglo XIX. Historias conectadas: Ildegonda de Melesio Morales e Il Guarany de Carlos Gomes”, Historia Mexicana, 2008, en <https://cutt.ly/I8cX2Lw>