Darío Fritz
Revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 28.
La mano mece la cuna. La mano dispara. La mano callosa. La mano que toma el pico. La mano quemada. La mano del niño, de la adolescente, del anciano. La mano que sostiene el libro. La mano de Dios. La mano sudorosa. La mano que mata. La mano del pobre y la del rico. La mano que calma el dolor del enfermo. La mano que toma el bisturí, la pluma, el arma. La mano con cigarrillo. La mano que pasea al perro, esconde la piedra, pinta el cabello. La mano del gobernante que decreta la guerra. La mano que atrapa el balón, pinta el cuadro, saluda a la multitud, abofetea. La mano tierna, la mano húmeda, la mano tiesa del fallecido. La mano en el pecho. La mano exhumada. La mano que ora. La mano temblorosa, que se cierra en puño, que cruza sus dedos, que acuchilla al toro. La mano que lleva agua a la boca, se tapa la cara, se estrecha con la de su adversario.
La mano escondida en el guante, entumecida por el frío, que mide el calor del fuego. Mano carnosa, delgada, ensangrentada. La mano que toma el alimento, acomoda el zapato, escenifica el silencio. La mano que abraza, se protege del golpe, sostiene la cabeza. Las manos que se entrelazan, se guardan en el bolsillo, tapan el sexo. Manos con anillos, manos con tatuaje, manos esposadas. La mano que escribe, señala al acusado. La mano que acaricia. Las líneas de la mano. Las líneas de la vida, de la cabeza, del corazón, del sol, de Mercurio. La línea del anillo de Venus. La línea de la suerte. Si cada una de las líneas de esa mano se pueden leer en la foto, habrá que preguntárselo a un “brujo” de estos tiempos. Y de paso que le lea las cartas del tarot. Perseguida en tiempos de la Santa Inquisición –¿qué no perseguían en esas épocas los dueños de la fe?–, retratada por Caravaggio en La buenaventura, tanto en el pasado como en la actualidad la quiromancia ha sido socorrida por una variopinta fauna de supersticiosos en la política, los negocios, los espectáculos y hasta por los desdichados sin la varita mágica de la fortuna. Esta mano derecha –la izquierda sí es un cero a la izquierda para estas prácticas–, perteneció a Flavio Trinidad Guillén Ancheyta. Y se la hizo en 1907 en la ciudad de México. Flavio Guillén fue un catedrático chiapaneco, historiador y escritor que supo entablar amistad con Francisco I. Madero durante su estadía de una década en la capital. Madero lo designó gobernador interino de su estado entre enero de 1912 y febrero de 1913. Acabado el maderismo por los huertistas tuvo que exiliarse en Guatemala, donde había estudiado en su juventud, y así salvó el pellejo y el de su familia. Allí moriría. La rareza de la foto –¿quién se toma fotografías de su mano?–, tiene su razón: don Flavio, inventor, espiritista y masón, también practicaba la quiromancia.