La Serpiente Emplumada. Una novela para revolucionar conciencias

La Serpiente Emplumada. Una novela para revolucionar conciencias

Héctor Javier Pérez Monter

En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 41

David Herbert Lawrence quería hacer una novela por continente. Cuando llegó a vivir a Nuevo México aprendió español y se interesó por la cultura de América. Luego se asentó en Guadalajara. Allí redactó a velocidad inusitada una de sus grandes obras que daría a conocer, no exenta de exaltaciones, a México y su cultura prehispánica.

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Escrita en 1923 en México por un autor “mejor-vendedor”, y publicada en Londres en 1926, en una lengua que significaba el mercado editorial más importante del mundo, la novela La serpiente emplumada pudo dar un fuerte impulso a México y su cultura ancestral.

Si bien hoy son deleznables sus conceptos racistas, estos son acordes con una época donde eran comunes las corrientes nacionalistas y escuelas como la “eugenesia” estadounidense, predecesora del nazismo. A pesar de este contexto, su autor, David Herbert Lawrence (DHL), muestra un enorme deseo, casi hasta el delirio, para que la cultura mexicana, en sus estratos indígenas, a los que mira como “bellos”, se emancipe ante su sociedad y el mundo, se sacuda el sometimiento que guarda ante la Iglesia católica y reviva sus raíces religiosas autóctonas.

En ese entonces, el poder de la industria editorial apenas competía contra la radio y el cine mudo, que comenzaría su fase sonora hasta 1929. Una buena novela rondaría los cientos de miles de ejemplares, y si era exitosa, posiblemente fueran millones, en apenas pocos meses. En 1920, la prensa dominical de Inglaterra, unos 20 periódicos, alcanzaban 13 500 000 de ejemplares.

Dueño de una gran profundidad, un estilo muy depurado e inscrito en la escuela novelística inglesa más tradicional, DHL sería reconocido mucho tiempo después como un referente obligado y uno de los autores más emblemáticos del siglo XX. Su mejor publicidad en el momento fue ser acusado de “obsceno” por su gobierno.

Nacido en 1885, en Eastwood, Gran Bretaña, DHL fue marcado por el puritanismo  la alta cultura de su madre, contrastando con el alcoholismo de su padre minero. Su primera gran amistad no fue un hombre, sino una mujer, Jessie. La profunda psicología femenina que practicó DHL en sus novelas, a menudo lo llevaron a ser interpretado como un homosexual en ciernes. Pero aunque desde niño supo leer a las mujeres y escribir como ellas, lo que nunca hizo fue enamorarse de una figura masculina, a las cuales aborrecía como a su padre.

Fue precisamente su amiga Jessie quien lo dio a conocer como poeta y escritor, al mandar a una revista algunos trabajos suyos que fueron impresos en 1909; luego ganó algunos concursos y para 1910 escribió su primera novela, El Pavo Real Blanco. Poco antes, en 1908, logró graduarse como profesor de literatura, lo que significaba para su madre alcanzar un estatus totalmente fuera de su origen minero. Sin embargo, en un sistema educativo pedante, la docencia no era una aspiración de DHL y resultó un profesor desmotivado y poco exitoso.

Cuando tenía 23 años murió su madre y una pulmonía mal cuidada dejó sembrada la tuberculosis en él, destino que lo llevó a trabajar con denuedo por el resto de su breve vida.

Después de una tercia de novelas, acudió al llamado de la romántica Alemania (de moda entre los escritores) donde conoció a la enigmática Frieda von Richtoffen, hermana del célebre “barón rojo”, seis años mayor que él y madre de tres hijos. La baronesa abandonó patria, hijos, título, matrimonio y sustento por huir con él a Gran Bretaña, donde tendría apuros económicos y persecución política, pero también lo que más apreciaba: riqueza espiritual.

La primera guerra mundial no lo llevó al frente, debido a sus débiles pulmones; en cambio enfrentó el acoso de críticos y multas de las autoridades por “obscenidad” en sus novelas. Ambos huyeron de Inglaterra en 1919 y en los confines del mundo, DHL adoró y honró a Australia hasta el delirio, para luego aborrecerla en su novela Kangooro (1922), ya escrita en Estados Unidos. Aquí, aconsejados por la escritora Mabel Luhan, adquirió un rancho en Nuevo México, a cambio del manuscrito de su novela Hijos y amantes, la más leída y que tuviera la mejor adaptación cinematográfica que haya logrado Hollywood de este escritor, cuando la moral del cine lo permitió en 1960.

Establecido en el rancho llamado “DH Lawrence”, el escritor cultivó su gusto por las culturas originarias de América y reescribió varios proyectos de novela, poesía y viaje y cubrió compromisos académicos. Su libro Estudios sobre literatura clásica estadounidense es un pilar fundamental en las universidades de ese país.

DHL viajó a México dos veces, donde quiso escribir “la gran novela americana”, por lo que aprendió español antes de llegar ya que, como decía a su editor, Seltzer, pretendía hacer una novela por cada continente. Luego haría una en Rusia y otra en Groenlandia. Ya llevaba una australiana.

Terminado su periplo mexicano y escrita La serpiente emplumada, la pareja sintió el llamado del viejo mundo, donde la baronesa aprovechó para ver a sus hijos y DHL quiso retomar a sus amistades londinenses. En 1928 escribe su novela más reconocida El amante de Lady Chatterley, por la cual volvió a recibir cargos de obscenidad. La muerte lo sorprendió en los Alpes franceses, junto a sus nuevos amigos, los novelistas H. G. Wells y Aldous Huxley. Su cuerpo regresó al rancho de Nuevo México, donde descansa entre las montañas de Taos.

El periplo mexicano

Acompañado de dos amigos de Santa Fe, Nuevo México, Witter Binner y Willard Johnson, DHL cumplió uno de sus sueños el 23 de marzo de 1923, al aterrizar en la ciudad de México. Encontró un clima que sólo había conocido en el sur de Italia y que tanto bien hacía a su dañada salud. Primero recorrió el Museo Nacional y Teotihuacan, donde el poeta Binner lo recordaba viendo el templo de Quetzalcóatl detenidamente, como si las serpientes de piedra y “los búhos” (Tláloc) fueran rivales para él.

En todas las serpientes, sus enormes colmillos blancos y puros hoy en día, como hace siglos, cuando sus creadores estaban vivos, muestran que Quetzalcóatl no ha muerto; no está muerto como las iglesias españolas, este dragón encarna el horror de México, decía el inglés al estadunidense. Según este, aquí nació la idea original de La serpiente emplumada, que deriva de la visión que DHL se hizo de la Iglesia establecida, la cual mantiene a México deprimido, tanto como la pesada fatalidad negra mexicana, tanto como el peso de su obsidiana, que se sentía desde su silencio, como una serpiente que acecha en la pesada oscuridad dentro de las masas de los nativos.

En los años 1920, México vivía su propia historia de reconstrucción posrevolucionaria, llena de reivindicaciones en todos los renglones: educación rural, reparto agrario, industrialización, movimiento obrero; el arte del muralismo. DHL fue presentado con Diego Rivera, José Clemente Orozco y otros muralistas; se hizo buen amigo de Miguel Covarrubias, Manuel Gamio y trató de conocer a José Vasconcelos.

La antropóloga estadunidense Zellia Nutall lo invitó a establecerse en Coyoacán, pero a él le pareció un sitio muy urbano y con sus dos amigos se dirigió a Guadalajara y terminó en una casa a las orillas del lago de Chapala. Allí, después de dos falsos arranques, comenzó la escritura de su novela, que primero quiso llamar Quetzalcóatl, pero a instancias de Seltzer nombraría La serpiente emplumada, título que a él le parecía un poco simple.

Ya reunidos él y la baronesa, ella narraría lo mucho que escribía su esposo bajo los árboles de Chapala, llegando a hacer 2 500 palabras por día. El 30 de mayo tenía más de 300 páginas y a fines de junio 480. DHL declaraba haber querido escribir esa obra toda su vida. “Pero no la puedo terminar ahora –decía–, lo tengo que hacer cuando mi alma se calme un poco”.

El siguiente invierno en Oaxaca sería la oportunidad de terminarla, además de darle el nombre definitivo y un final más adecuado al personaje protagónico, que interiormente admira esta cultura, pero que actúa como si la despreciara.

La novela

Desde el interior de una irlandesa regordeta, muy blanca, a punto de cumplir los 40 años, llamada Kate, DHL escribe en tercera persona desde una perspectiva asqueada, agobiada por el calor y los mercados y fascinada por la misteriosa oscuridad de los ojos negros de su gente. Sin explicar muy claramente por qué llega a México, la sombra de su difunto marido, un heroico activista irlandés, permite a Kate entrar en las altas esferas intelectuales de una sociedad que acoge a los extranjeros y desprecia a sus indígenas.

Su enamorado, el general Cipriano Viedma, es quien le presenta a su gran amigo, el acaudalado Ramón Carrasco, historiador y arqueólogo, amigo personal del presidente de la república, y cabeza de un nuevo movimiento religioso, el culto a Quetzalcóatl, que tiene como base Sayula, Jalisco (en verdad Chapala). Ahí, Kate decide radicar, rentando una modesta casa, gracias a una pensión procedente del “primer mundo”.

La protagonista es testigo de los fundamentos y el florecimiento de este nuevo culto, que crece hasta expulsar los símbolos católicos de los altares y cambia las campanas de las torres por tambores. Carrasco escribe los “himnos”, que son relatos y poemas sobre la llegada de Quetzalcóatl. Cada uno es publicado en periódicos afines de todo el país, además de ser leído en las plazas públicas por los iniciadores del rito, acompañados de huehuetls y bailes prehispánicos.

Al final, después de pasiones y balaceras al estilo wild West, Ramón se convierte en el mismísimo Quetzalcóatl vivo, Cipriano en Huitzilopochtli y a Kate no le queda otra que personificar a Malintzin; si bien sorprende que DHL ignorara el significado real de esta figura. Ambos son “casados” bajo el rito de Quetzalcóatl, sin llegar a consumarse el matrimonio por falta de pasión y exceso de razón por parte de Kate. Pero cuando ella se disponía a marcharse, Cipriano se humilla y llorando le dice que la quiere “mucho, mucho, mucho”. A lo que ella responde: “Tú no me dejarás partir”.

En la obra DHL plasma una idea totalmente suya, de ningún otro mexicano o extranjero de la vida real, amigo o conocido suyo: la de que los dioses prehispánicos retornarán para vigorizar la cultura mexicana, justo en la etapa más importante de su historia, la reconstrucción.

¡Los nombres de los dioses!… ¿No le parece que los nombres, al igual que los granos, encierran en sí el encanto, la magia desconocida? Huitzilopochtli… ¡Qué maravilla! Tláloc… Los adoro… Lo repito constantemente como los tibetanos repiten Mani-padma-om. Creo en la fertilidad del sonido. Itzpapálotl… la mariposa de obsidiana. Itzapapálotl… repítalo y verá cómo siente un alivio. Itzapapálotl… Tezcatlipoca… Ya eran viejos cuando vinieron los españoles, necesitaban ya de un nuevo baño de vida. Pero ahora, con nuevo baño de juventud serían maravillosos. Piense en Jehová, en Jesucristo. Nombres sin sonoridad, nombres muertos, sin irradiar vida. Ya es tiempo de que Jesús se retire al cementerio de los dioses para sumergirse en el baño que los regenera. Es un dios joven muy viejo ¿no le parece?

A través de Ramón, David Herbert Lawrence evoca al mexicano que más admiraba en la vida real, José Vasconcelos, el innegable pilar cultural del resurgimiento de México, al que sólo pudo conocer a través de La raza cósmica. Inspirado en su lectura, construye los poemas de Ramón, como cuando se convierte en Quetzalcóatl:

Soy el Quetzalcóatl vivo. / Desnudo salgo del abismo. / De ese lugar que llamó mi padre, / Desnudo he recorrido una larga jornada / Desde el cielo hasta los hijos de dios dormidos. / Desde las profundidades del cielo vengo como un águila, / De las entrañas de la tierra igual que una serpiente. / Todo lo que se eleva en las elevaciones de la vida entre la tierra y el cielo me conoce. / Pero soy la invisible estrella interior. / Y la estrella es la lámpara en la mano del Señor Desconocido…

Son evidentes el vigor y la exaltación por la cultura antigua de México, la cual era llamada a ser la salvación, no sólo de este país, sino de las viejas potencias de Europa. La repentina muerte de DHL también contribuyó a mitificar su producción literaria. Podríamos preguntarnos, entonces, si fue a partir de La serpiente emplumada. ¿Cuántos lectores se acercarían a México y su historia prehispánica, atraídos por su legado misterioso?

En su esperanza por la humanidad, Lawrence tal vez de verdad creyó que la solución era una nueva religión: “La liberación a través de un nuevo sistema de creencias mesiánicas donde para los propios dioses es necesario nacer de nuevo”. En efecto, para él la verdadera revolución no era económica o política, sino religiosa, una religión de la conciencia, que reviviera a los dioses originales, no sólo de México, sino de todas las culturas.

PARA SABER MÁS

  • Gamio, Manuel, Forjando Patria, México, Librería de Porrúa Hermanos, 1916, https://bit.ly/2MRTIzZ
  • Lawrence, D. H., La serpiente emplumada, España, Montesinos, 2009.
  • Tobio Alonso, Carmen, “David Herbert Lawrence, La serpiente emplumada y México”, tesis de licenciatura, Facultad de Filosofía y Letras, UNAM, 1968.
  • Vasconcelos, José, La raza cósmica, misión de la raza iberoamericana, Barcelona, s. e., 1925, https://bit.ly/2KdLWlQ