La educación femenina de la elite en el siglo XIX

La educación femenina de la elite en el siglo XIX

Laura Suárez de la Torre
Instituto Mora

En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 55.

La lectura de revistas fue un soporte relevante por el cual las hijas de matrimonios de la alta sociedad mexicana se fueron formando en sus casas en las décadas siguientes a la consumación de la independencia. Literatura, ciencia, tecnologías de la época, higiene y platillos a servir en una mesa moldeaban su instrucción como esposas y madres de familia.

Mujer con traje de campo, litografía en Calendario de las señoritas megicanas para el año 1839, México, Imprenta de Mariano Galván, 1839. Biblioteca Ernesto de la Torre Villar – Instituto Mora.

La educación de las niñas y de las señoritas fue un tema que estuvo presente en el espacio público a lo largo del siglo XIX. Al iniciar esa centuria, El Diario de México señalaba que únicamente las mujeres de los sectores altos y medios tenían acceso a la instrucción. El panorama educativo se reducía a aprender los rudimentos de la lectura, con el objetivo de poder leer las oraciones y los libros piadosos, y la escritura, que era un arte que sólo algunas pudieron practicar, pues no eran aprendizajes simultáneos.

Mejorar la educación de las mujeres quedó como una tarea pendiente a pesar del interés de las políticas borbónicas. Cobró mayor importancia después de la independencia del país, pues representaba una fórmula para incorporar a México en la clasificación de país moderno y civilizado. Pero la falta de establecimientos públicos, la escasez financiera de los gobiernos en turno, la carestía de maestros, espacios y textos convertían a la educación en un proyecto inviable que se quedó más en palabras que en hechos concretos. De allí que la realidad que enfrentaron las mexicanas no se apartó mucho de la visión educativa de las féminas coloniales.

José María Luis Mora, uno de los más importantes ideólogos del siglo xix mexicano, remarcó que la música, el dibujo y la lectura hasta fines del siglo xviii “eran enteramente desconocidas para la mayor parte de las damas, reputándose por un fenómeno el que alguna supiese las cuatro reglas de aritmética, tuviese tal o cual conocimiento de geografía, pulsase con alguna destreza las teclas de un piano”.

Si bien los proyectos gubernamentales educativos enfrentaron múltiples escollos, los padres de familias acomodadas coincidieron en que las mujeres debían y podían instruirse en casa y que las lecturas eran un medio eficaz. Los proyectos editoriales dirigidos a las señoritas mexicanas partieron del principio de considerarlas capaces de aprender y de interesarse en temáticas diversas, aunque siempre en el entendido de educarlas en beneficio de ellas, pero también de sus esposos y familia, de ser las compañeras ideales de los hombres.

De ahí que se pueda decir que uno de los rasgos distintivos de la cultura en el México posindependiente fue la importancia que adquirieron las lecturas, como una fórmula de educación y entretenimiento de las señoritas. Durante las décadas que siguieron a la proclamación de la independencia, diversas publicaciones vieron la luz en la ciudad de México. Los impresores-editores se inspiraron en impresos de “países civilizados” como Inglaterra y Francia, para ofrecer materiales que les resultaran atractivos, y también copiaron algunos textos de revistas españolas para introducir en el mercado nuevas lecturas.

Las publicaciones se ofrecían con elegantes presentaciones que combinaban la litografía y los grabados. Los contenidos misceláneos buscaban instruir y entretener a las señoritas, quienes muy pronto se hicieron aficionadas a estos, combinándolos con sus viejos acompañantes, los libros de rezos y de devociones diarias.

Las revistas literarias les ofrecían instrucción y les permitía adentrarse en materias y realidades que hasta entonces les habían quedado ajenas. Su contenido incorporaba distintos intereses adecuados para su espíritu. En las letras dedicadas a ellas estaba integrada la virtud. La literatura tenía que ser edificante para hacer mujeres instruidas y virtuosas. Las lecturas debían contribuir a su formación, ser comprensibles y estar vinculadas con su entorno.

A través de esos medios, fácilmente podrían propagarse los conocimientos y la mujer podría superar la ignorancia, como lo mencionaba el prospecto del Semanario de las Señoritas Mejicanas…, en 1841: “…Ilustrada la joven de nuestros días por medio de una educación esmerada, ella será sin duda sabia, modesta, recogida y amable como su edad, graciosa y verídica como la naturaleza, grave y profunda como el siglo á que pertenece, y capaz de seguir bajo la égida del hombre el movimiento de las luces y de avanzar y elevarse con él en la rápida carrera de los progresos.”

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