Frenesí

Frenesí

Eduardo Celaya Díaz
Instituto Mora

En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 63.

Pan dulce, azúcares, el clavel y un gato huidizo. El amor puede llegar demasiado tarde.

Panadería clásica de la ciudad de México.

Personajes

Doña Martina

Don Eladio

ACTO ÚNICO

Escena única

Ciudad de México, 1941. Una salita decorada con cierto gusto anticuado: platos en la pared, figuritas de porcelana, carpetitas tejidas debajo de cada uno de los adornos. Cuadros y fotografías de familiares repartidos por cada superficie en un bello tono sepia. Una mesa con dos sillas con descansabrazos, carpetitas sobre ellos también. Algunos álbumes de fotos en las repisas de los libreros; la pintura de un gato, colgada en la pared, domina la escena. Por toda la habitación pueden verse platones tapados con cubiertas de cristal, su interior no es claro. Doña Martina, de unos 55 años, vestida con un pequeñísimo delantal viejo y una pañoleta en la cabeza, hace la limpieza con un pequeño trapo ligeramente húmedo. Toma cada figura de porcelana con cuidado, limpia de forma meticulosa y las deja en su lugar de nuevo. Cada vez que se acerca a un platón, levanta la cubierta, toma un pequeño pastelillo o chocolate y lo come, sonriente, mientras tararea alegremente Frenesí. Habla hacia el cuadro del gato.

Martina       ¿Sabe, don Chispitas? Mi madre me enseñó a hacer estos pequeños dulcecillos de almendra. Ella los espolvoreaba con un poco de canela molida, pero creo que el azúcar glass queda mejor. (Come otro) Mi madre fue una mujer muy sabia. Nunca salía de la cocina, sabía que el amor entra por la boca, y así es como siempre lo he creído. El amor entra por la boca.

Alguien llama a la puerta.

Martina       ¡Válgame el Señor! Ya se hizo tarde y yo en estas fachas. Ya ve, Don Chispita, siempre que me entretengo hablando con usted se me va el tiempo. Seguro que don Eladio ya llegó a nuestra cita semanal.

Doña Martina, apresurada, se quita el delantal y la pañoleta, revelando unos tubos en el cabello con unas esponjillas húmedas de un vivo color rosa. Vuelven a tocar a la puerta.

Martina       ¡Santo niño de Atocha! ¡Se me olvidó quitarme estos! Bueno, pues ni modo, la pañoleta viste mejor.

doña martina se pone con dificultad la pañoleta. Se nota que tiene prisa, los nervios le impiden manejar bien las manos. Vuelven a tocar.

Martina       ¡Un momento! Que no estoy decente.

doña martina termina de ponerse la pañoleta que queda un poco suelta de un lado y corre a abrir la puerta. Entra Don Eladio con un viejo traje café, pantalones demasiado pequeños para su estatura, zapatos negros algo sucios. En el saco lleva un pañuelo mal doblado y en la mano un clavel rojo y una bolsita de estraza que se nota llena. En la bolsa se lee “La Pilarica”.

Eladio          Mi muy estimada y adorada doña Martina.

Martina       Don Eladio, que gusto verle por acá. (Don Eladio le ofrece la flor pero doña martina toma la bolsa.) ¿Qué me trae en esta bolsita?

Eladio          Ah, es sólo un detallito. Ya sabe, pasaba por la calle de Madero y he entrado en La Pilarica, como sé que le gusta tanto…

Martina       (Abre la bolsa:) Ay, don Eladio, no se hubiera molestado. (Saca un panecillo y lo muerde con evidente placer.) ¡Un garibaldi! Qué maravilla. Con lo que me gustan los garibaldis.

Eladio          (Se acerca a Doña Martina y trata de tomarla de la cintura, ella lo esquiva con sorprendente agilidad.) Sabe usted, yo la conozco muy bien, y esperaba que en esta ocasión… (se acerca a su rostro, dando la impresión de querer besar su mejilla.)

Martina       (Se aleja un poco más.) ¡Ah, que don Eladio tan juguetón! Permítame que guarde estas delicias, no vaya a ser que se mosqueen.

Doña Martina sale por una pequeña puerta, la cocina, y regresa con dos delicadas tacitas de café.

Martina       Espero le guste sin azúcar, ya sabe, hay que cuidar la salud. He oído decir que el azúcar es peligrosísima.

Eladio          Bueno, usted sabe que disfruto su café, pero por esta ocasión quisiera al menos una cucharadita…

Martina       No sea absurdo, don Eladio, yo jamás pondría en peligro su salud. (Muerde el garibaldi que mantiene en la mano.)

Eladio          De acuerdo doña Martina, usted debe saber más que yo de esos temas.

Martina       Pero siéntese, don Eladio, que debe estar exhausto. Caminar desde La Merced hasta aquí… ¡hasta parece que le gusta sufrir!

Eladio          Usted sabe que para mí no es sufrimiento si al final del camino puedo compartir con usted…

Martina       ¿Le he hablado ya de mi pequeño don Chispitas? Era el gato más maravilloso del mundo. Todavía no entiendo cómo pudo haber huido. (Toma asiento pero inmediatamente se vuelve a levantar, destapa otro platón y muerde de un gran bocado un panquecito que saca de él.)

Eladio          Sí, lo conozco. Peludito, cariñoso, huía de sus brazos siempre que intentaba abrazarlo, claro. Disculpe, sabe, quisiera probar un poco de ese panqué que siempre come…

Martina       ¿Este viejo pan? No, don Eladio, no podría hacerle eso, si está ya todo viejo, ya está mosqueado.

Eladio          Pero, es que…

Martina       No, no, mire, mejor le convido uno de los garibaldis que me trajo. Se ven frescos, frescos. Le acompañaré comiendo uno. (Sale a la cocina llevando la bolsa de pan entre las manos, no sin antes tomar otro garibaldi y llevarlo a su boca.)

Eladio          Bueno, pero… (Silencio, Don Eladio se levanta y recorre la mano por uno de los platones, con cuidado lo levanta y es sorprendido por Doña Martina que regresa con dos platitos cubiertos con servilletas de papel.)

Martina       ¡¿Pero qué está haciendo?! ¡Estos hombres! Una no puede salir un momento porque de inmediato se ponen a husmear.

Eladio          No, doña Martina. Mire, bueno, lo que pasa…

Martina       No sea necio, ese pan viejo no es para las visitas. Mire, le traje un regalito. (Coloca los platos sobre la mesa.)

Eladio          Es que… es que estos garibaldis ya los conozco. Verá, probé uno en La Pilarica. (Levanta la servilleta y descubre su garibaldi con una gran mordida, casi la mitad del pan, mientras que el de Doña Martina está completo.)

Martina       Vamos, disfrútelo, que aún está fresco, no se ha mosqueado.

Eladio          Pero doña Martina, este garibaldi ya está mordido.

Martina       Ay, usted disculpe. ¿Sabe? Pocas veces puedo resistirme a una rica pieza de pan dulce, incluso antes de servirla en un plato.

Eladio          Pero… ¡el suyo está completo! (Doña Martina lo muerde con pasión.) Bueno, estaba.

Al fondo se escucha levemente un organillo tocando Frenesí.

Martina       Vamos, don Eladio, no me va a decir que es usted poco compartido. Si me acaba de decir que ya comió uno, no hay que ser tan goloso. Tampoco podemos comer tanto pan, ya sabe lo que dicen, ni una pieza después de medio día. Y ya ve, ya casi es de noche.

Eladio          Bueno, es, yo… Está bien. (Come en silencio.) Doña Martina… ya son cinco meses los que llevo visitándola. Le traigo pan dulce…

Martina       (Ha terminado de comer su pan, se levanta y discretamente toma otro de un platón y lo pone en su plato.) ¡Y no sabe cómo se lo agradezco! Aunque me hace romper mi dieta, yo que tanto hago por mantenerme delgada. Hace unas semanas he visto unos hermosos vestidos en El Puerto de Liverpool. Hermosos de verdad, aunque tal vez un poco demasiado ajustados. Estas nuevas modas no terminan de encantarme, ¿sabe? Fui a pasear con mi amiga Carmela, tan coqueta ella. Le he dicho que debe moderarse un poco, no fuera a ser que los hombres no la tomen en serio. Me dijo que debíamos ver de nuevo esas escaleras eléctricas. Ya las conozco tan bien pero bueno, es difícil resistirse a lo que mi buena amiga Carmela me pide. Es que ella es tan coqueta…

Eladio          Sí, pero… Bueno, usted sabe… Yo quisiera hablarle de lo que siento. Cuando la conocí, supe que deseaba… ¿Y ese pan?

Martina       (Sorprendida metiendo el nuevo pan a su boca y masticando rápidamente.) ¿Esto? Oh, no es nada, un viejo pan que tenía por ahí. Ya sabe, si ya he roto la dieta, pues a romperla bien. Pero no se preocupe, que ahorita me lo termino. Además ya es pan viejo, está mosqueado, no podría ofrecerle a usted un pan mosqueado.

Eladio          No, no podría, claro. En fin… (mira con deseo el pan que Doña Martina come), le decía que son ya cinco meses los que vengo caminando cada sábado por la tarde, sólo para visitarla y para traerle una golosina, pero realmente es que… bueno… es que yo tengo otras intenciones…

Martina       (Aterrada por la confesión, pero sin dejar de masticar.) ¿Otras… intenciones? ¿De qué habla usted don Eladio? (Otra mordida.)

El organillo que interpreta Frenesí se escucha más fuerte, al parecer se acerca.

Eladio          No es nada pecaminoso mi estimada doña Martina. Realmente, verá usted, es que yo la he visto, he visto su pasión cuando come mientras camina por la calle, la he observado cuando compra ricos panecillos en La Pilarica o cuando está sentada en esta mesa comiendo su pan, y verá, el brillo de sus ojos me ha hecho enloquecer.

Panadería clásica de la ciudad de México.

Martina       ¡Don Eladio! Me sonroja. Esas no son conversaciones adecuadas en la casa de una señorita decente. ¿Ni siquiera la mirada de mi querido don Chispitas le inspira temor de Dios?

Eladio          Disculpe, disculpe doña Martina, no es mi intención ofenderla ni mucho menos, es sólo que…

Martina       No es ofensa mi querido don Eladio, es que esas palabras no se profieren en una casa decente, al menos no mientras esté presente una dama…

Eladio          (Se levanta y se acerca lentamente a Doña Martina.) No puedo soportarlo más, doña Martina. ¡Es que yo la amo! La amo cuando sostiene una pequeña trenza y la remoja en su café sin azúcar, porque es peligrosísima. La amo cuando carga su bolsa con churros rellenos de La Pilarica. La amo cuando su regordeta mano sostiene una rebanada de pastel de fresa y la mete a su boca. La amo…

Martina       Disculpe, don Eladio. Creo que está usted equivocado. (Amplia mordida a otro pan que, sin saber cómo, ha aparecido en la mano de Doña Martina.)

Eladio          (Rodea la mesa persiguiendo a Doña Martina, quien camina de espaldas, dejando caer de su mano el pan, mientras con la otra mano toma el garibaldi mordido del plato de Don Eladio.) No, no es una equivocación. Ese brillo en sus ojos cuando da una mordida, cuando abre una bolsa de pan… es, es tan… tan lleno de vida.

Martina       (Engulle el garibaldi de un bocado.) Don Eladio, no le negaré que he pensado en usted desde esa vez que me regaló una chilindrina cuando la mía cayó al suelo. Era una chilindrina deliciosa, como nunca había probado una.

Eladio          Tal vez fue el amor a primera vista el que endulzó esa pieza de pan.

Martina       Cómo saberlo don Eladio, cómo saberlo. Y no negaré que el verlo llegar con bolsas de La Pilarica me hace sentir emoción. Pero no sé, sabe… No conozco hombre aún… (pausa, voltea el resto en pudoroso gesto para inmediatamente verificar la reacción de Don Eladio) y usted es tan… tan… (lo observa de pie, con sus pantalones demasiado cortos, sus parches en los codos del saco y la corbata de moño chueca) bueno, tan, ya sabe… ¿formal?

Eladio          Siempre he querido lucir bien para usted. (Se acerca a ella, buscando el contacto, ella se quita.)

Martina       Pero no puedo darle una respuesta, al menos no en este momento.

Eladio          Sólo pido que me deje besar su tierna mejilla. (Lo intenta pero Doña Martina lo rechaza y se sienta.)

Martina       Creo que me siento un poco mal, ¿sabe? Debe ser el azúcar, se me ha bajado. Esta dieta hace estragos conmigo. Necesito algo de azúcar.

Eladio          (Tomando uno de los platones.) Tome, aquí debe haber.

Martina       No, no. Ese pan mosqueado sólo me hará más mal. (Imperativa.) No.

Eladio          Entonces tal vez el dulce azúcar del amor le caiga bien.

Martina       Don Eladio, ¿de qué está hablando usted?

Eladio          Ya sabe, hombre y mujer, luz del paraíso que ilumina nuestra vereda en busca del complemento para la vida, hermoso néctar digno de dioses que emana de su dulce boca.

Martina       (Se levanta, rodea la mesa escapando de Don Eladio.) Me está usted espantando, don Eladio.

Eladio          El amor puro, la pasión no debe producir temor, sino alegría, éxtasis puro.

Martina       Gobiérnese por favor, piense en mi reputación. En la suya. ¿Qué diría mi amiga Carmela?

Eladio          Así como usted ve sus frescas campechanas al sacarlas de la bolsa, así me pierdo yo en sus ojos de azúcar caramelizada.

Panadería clásica de la ciudad de México.

Martina       Don Eladio, usted… (Don Eladio le da un beso fugaz en la mejilla, doña martina le suelta una sonora cachetada que lo sienta.)

El organillo suena con más intensidad. Las notas de Frenesí provocan un incómodo silencio entre ambos personajes.

Martina       ¿Es que ese organillero no conoce otra tonada?

Eladio          Disculpe… disculpe doña Martina, no sé qué se apoderó de mí.

Martina       (Sonrojada, ansiosa de repetir la experiencia, pero recatada, fingiendo cierto enojo.) Procure que no vuelva a pasar, don Eladio. Yo soy una señorita decente que no ha conocido hombre aún. (De nuevo gesto pudoroso, voltea a ver la reacción.) Mejor olvidamos este desliz de su furor masculino, pero… pero debe reparar su error. Debe… debe traer pan nuevo don Eladio, pan nuevo. ¿Por qué no va a La Pilarica y me trae otra bolsa de pan?

Eladio          (Desconcertado) ¿Otra bolsa de pan?

Martina       Sí, y tráigalo variado. Ya sabe, si es del mismo tipo siempre termina mosqueado.

Eladio          No, si el que va a acabar mosqueado es otro.

Martina       ¿Cómo dice usted?

Eladio          Que enseguida voy, mi estimada doña Martina. No se preocupe, que regreso inmediatamente con otra bolsa de pan. Espero con eso pueda perdonar mi desdichado actuar.

Don Eladio comienza a salir.

Martina       ¿Sabe? No nos haría daño que trajera también un pequeño pastel. He visto que esta es la semana del chocolate en La Pilarica. ¿Por qué no me sorprende y me trae algo con mucho chocolate? Tal vez eso me haga sentir mejor.

Eladio          Sí, semana del chocolate. Claro, como usted guste, mi querida, querida doña Martina.

Sale Don Eladio.

Martina       (Mira el cuadro del gato.) ¿Será posible, don Chispitas? Una señorita decente no puede ya recibir a un hombre en su casa porque inmediatamente surgen las bajas pasiones. Mejor será comer un poco de pan para bajar el susto, no vaya a ser que me desmaye o algo peor.

Sale, va a la cocina y se le escucha abrir otra bolsa de pan que guardaba celosamente de la vista de las visitas. Tararea nuevamente Frenesí al ritmo del organillo.

TELÓN

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