Revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 60
La portada de este número de BiCentenario huele a pan fresco. Fresco en términos históricos. Si en nuestras ediciones hemos apostado a historias que han marcado capítulos de época, en este caso nos adentramos a un pasado mucho más cercano, de tan sólo once años. El movimiento estudiantil #YoSoy132 irrumpió en mayo de 2012 como una bocanada de aire revitalizado para la política del país, apuntando a las elecciones presidenciales de julio de ese año. Parido en las redes sociales, fue una muestra de cambio de tiempos en todo sentido. En el siglo de la era digital, el poder era interpelado en la figura del candidato del establishment, y lo hacía desde el interior de una universidad privada, a diferencia de lo que fue en décadas anteriores la protesta estudiantil surgida en los claustros de la universidad pública. Y si bien no alcanzó la magnitud de las luchas espontáneas que se daban en otros países bajo regímenes dictatoriales, donde las convocatorias como aquí nacían de los megáfonos del universo digital, en su amplitud de demandas democráticas que incluían 16 puntos, desde mejor educación hasta establecer un proyecto de nación, su gran logro fue abrir las cadenas televisivas privadas a los debates electorales y que se realizara una tercera discusión de los problemas del país –asistieron tres de los cuatro aspirantes presidenciales–, a pesar en este último caso de la negativa del INE. El triunfo electoral de Enrique Peña Nieto y los desacuerdos internos fueron sellando hacia fines de ese año la debacle del movimiento, pero dejó una huella dentro de otros procesos de lucha, explica Diana Guillén, y la semilla para un futuro de protestas organizadas.
Continuando con momentos que marcaron época, del porfiriato traemos una reveladora declaración del propio Porfirio Díaz quien, en 1878, cuando había logrado el reconocimiento de Estados Unidos, cumplía con los pagos de la deuda y se vislumbraba la unión por ferrocarril entre la ciudad de México y la frontera norte del país, comentaba a un periódico neoyorquino su aspiración a que los capitales estadunidenses invirtieran en el país, así como a alcanzar un tratado comercial ventajoso para ambas partes, reducir los aranceles de importación y mantener la frontera bajo control.
Muchas veces nos preguntamos, y no sólo es el planteamiento que se hacen los creadores de la multipremiada película “Todo a la vez en todas partes”, ¿qué hubiese pasado si…? A veces ni lo alcanzamos a imaginar: un México sin Hidalgo y Guerrero, un Porfirio Díaz de sólo tres años en Palacio Nacional o un México con Francisco Villa victorioso. ¿Qué hubiese sido de Benito Juárez sin Margarita Maza?, ¿qué imperio pudo haber tenido Maximiliano sin la presencia de Carlota de Bélgica a su lado? No fueron estas mujeres que sólo acompañaran, como nos dice el texto de Guadalupe C. Gómez-Aguado de Alba. Margarita partió sola al exilio, cuidó los hijos sin dinero y sufrió en soledad por ver morir a algunos de ellos, pero también fue una tenaz filántropa y recaudadora de fondos para causas sociales; Carlota, más recordada por su muerte entre el aislamiento y la locura, se formó para el ejercicio del poder y a su manera lo desempeñó. Ambas son ejemplo de mujeres sobresalientes, nunca eclipsadas, siempre dispuestas, a su manera, a trascender.
Otros dos textos de esta edición de BiCentenario dan cuenta de la ópera, el género musical que disfrutaban las clases altas de la ciudad de México del siglo XIX y servía de pretexto para sociabilizar, ya fuera en tertulias privadas o en salas de teatro. Su lado formativo lo llevaban a cabo las sociedades filarmónicas –entonces existieron tres–, creadas para fomentar la música entre sus socios y educar a niños y jóvenes. Con el tiempo, su desarrollo comenzó a evidenciar la falta de financiamiento privado –las actividades eran gratuitas– y fue el gobierno porfirista quien salió a su rescate en 1877. Durante las siguientes décadas mantuvo su porte, incluso tras el triunfo revolucionario. Pero llegado 1922 sobrevino un abrupto eclipse. José Vasconcelos instauró un nuevo proyecto cultural que colocaba el acento en expandirlo a los sectores populares, y por supuesto, por origen y boato, la ópera recibió una atención secundaria, lo cual también se explicaba por las manifestaciones de nuevos fenómenos culturales.
El cine y la literatura tienen su aporte en esta sexagésima edición de la revista. De la mano del género de la lucha libre dentro del arte de consumo popular en los barrios, la cinematografía pasó a mitificar a sus personajes con sus triunfos, fracasos y amoríos, relata Efraím Guízar Castelo. Lo que en la arena no se veía, la pantalla lo contaba. También retratamos la vida de Manuel Acuña, el poeta del romanticismo y la modernidad, que a un siglo y medio de su muerte permanece vigente.
Hay más historias que ya no te adelantamos y las dejamos a la mano de tu curiosidad. Hasta la próxima.
Darío Fritz