Cuando Hidalgo e Iturbide convivieron como héroes

Cuando Hidalgo e Iturbide convivieron como héroes

Horacio Cruz García
Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México

En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 62.

El culto por el cura de Dolores en la reivindicación institucional de los hombres que lograron la independencia se ha impuesto desde hace siglo y medio, pero hubo al menos tres décadas en que el trono de la heroicidad lo compartió con el coronel realista. La división del país entre conservadores y liberales atizaría las diferencias.

Anónimo, Alegoría de Hidalgo, la Patria e Iturbide, óleo sobre tela, 1834. Museo Casa de Hidalgo. Secretaría de Cultura-INAH-MÉX.

Miguel Hidalgo y Agustín de Iturbide son dos figuras trascendentales en la historia de nuestro país, pues fueron actores primordiales del dilatado proceso de once años en el que cada uno buscó la independencia de Nueva España. Sin embargo, muchas generaciones de mexicanos hemos crecido con una noción muy particular sobre los héroes de la independencia, pues el coronel realista nacido en Valladolid ha sido excluido del panteón cívico nacional. Esto ha llevado a una especie de encono entre los partidarios del párroco y los del militar, con la reivindicación de las acciones de uno y el menosprecio hacia el otro. Sin embargo, durante casi tres décadas del siglo xix, Hidalgo e Iturbide fueron los dos héroes por excelencia de la novel patria independiente, y una de las maneras en las que se instauraron sus cultos fue a través de los discursos septembrinos, alocuciones que se pronunciaban durante las celebraciones del 16 y 27 de septiembre. Con esto en mente, recorramos a través de fragmentos de diferentes arengas patrias la manera en que se formó, evolucionó y finalmente terminó el culto heroico compartido entre Miguel Hidalgo y Agustín de Iturbide, en un periodo tan caótico pero definitorio de nuestra nación como lo fue el siglo XIX.

Los orígenes

El culto al cura de Dolores comenzó en una época muy temprana. En 1812 se celebró el 16 de septiembre por primera vez en Huichapan, actual estado de Hidalgo, por disposición de Ignacio López Rayón, quien asentó en los Elementos Constitucionales, promulgados en marzo de ese año, el festejo de ese día, de los onomásticos del párroco y de Ignacio Allende, así como el 12 de diciembre. Un año después, José María Morelos y Pavón pronunció el discurso inaugural del Congreso de Anáhuac, el cual, a juicio de Carlos Herrejón, es uno de los textos fundacionales de la oratoria patriótica en su forma y fondo, como puede apreciarse en el siguiente fragmento:

¡Manes de Hidalgo y de Allende, que apenas acierto a pronunciar, y que jamás pronunciaré sin respeto, vosotros sois testigos de nuestros llantos! ¡Vosotros que sin duda presidís esta augusta asamblea meciéndoos plácidos en derredor de ella… recibid a par que nuestras lágrimas, el más solemne voto que a presencia vuestra hacemos en este día de morir o salvar a la patria…!

Por el curso de la guerra, los insurgentes realizaron pocos eventos conmemorativos, pero no dejaron caer en el olvido la figura del Miguel Hidalgo. Por su parte, tras la consumación de la independencia, Agustín de Iturbide fue el personaje estelar en el imaginario político mexicano, como se puede apreciar en el sermón panegírico pronunciado por fray Tomás Blasco y Navarro en Guadalajara, un mes después de la entrada del ejército trigarante a la ciudad de México: “Es Iturbide el héroe verdadero de la religión, y que nadie permite dudar que ha sido elegido por el padre de las misericordias, para libertarnos como Moisés a su pueblo, de la tiranía de nuestros enemigos.” A mediados de 1822, después de una discusión acalorada en el Congreso respecto a qué fechas debían estar en el calendario cívico, se incluyeron los días 15 y 27 de septiembre, 24 de febrero y 2 de marzo. La primera fecha refería al inicio de la independencia, mientras que las demás estaban relacionadas al movimiento comandado por Iturbide: la entrada del ejército trigarante a la ciudad de México, la proclamación del Plan de Iguala, y la jura de este por parte del ejército que defendería las Tres Garantías, respectivamente. La inclusión del 15 de septiembre no agradó al emperador ni a sus partidarios, quienes veían con recelo la conmemoración de una fecha ligada a los primeros caudillos de la insurgencia.

Dos héroes

A finales de marzo de 1823, Iturbide salió desterrado con rumbo a Italia; con esto, también su figura quedó proscrita del imaginario nacional. Durante los primeros años de la república, la única celebración patria fue la del 16 de septiembre, tradición que comenzó en 1825, al igual que los discursos cívicos. Esto fue iniciativa de Juan Wenceslao Sánchez de la Barquera, abogado queretano y antiguo miembro de la organización secreta “Los Guadalupes”, quien además fue el primer orador cívico, del que recuperamos una parte de su alocución pronunciada enfrente de Palacio Nacional: “Si héroes bienaventurados, Hidalgo, Allende, Aldama, Abasolo, Balleza y vosotros todos los que en este mismo momento deliberabais hace quince años en el pueblo de Dolores sobre la suerte de nuestra patria para sacarla del fango de la servidumbre. ¡Salve mil veces…!” A partir de 1828, con el discurso de Pablo de la Llave, un religioso que apoyó el movimiento insurgente y colaboró en el gobierno de Guadalupe Victoria, los discursos pusieron en el centro de la narración de la independencia únicamente a Hidalgo y al día en que arengó a los habitantes de Dolores.

Santiago Hernández, Hidalgo entrando a Celaya, litografía en Vicente Riva Palacio, Manuel Payno, El libro rojo, T. 2, México Díaz de León y White Editores, 1870. Biblioteca Ernesto de la Torre Villar – Instituto Mora.

En estos primeros años, las menciones sobre Agustín de Iturbide fueron mínimas e implícitas, así como a hechos relacionados con él. El orador de la ciudad de México en 1827, José María Tornel –secretario del presidente Victoria y antiguo gobernador del Distrito Federal–, se limitó a señalar que “[el] 27 de septiembre de 1821 es el complemento del gran día, objeto de júbilo intenso de los mexicanos”. Tornel, uno de los personajes más importantes de la primera mitad del siglo xix y fiel colaborador de Antonio López de Santa Anna, había tenido un breve paso en las filas de José María Morelos. De todos modos, al igual que el caudillo de Xalapa, se acoplaba a los vientos políticos y, en su momento, procuró ganarse el favor del jefe trigarante. La primera mención explícita sobre el antiguo emperador fue en 1831. El año no era casual, pues fue durante el primer gobierno de Anastasio Bustamante, un antiguo militar realista que sirvió activamente en el movimiento trigarante. El orador de ese año en la capital nacional, Francisco Molinos del Campo, otrora senador, además de connotado masón escocés, expresó ante el pueblo reunido en la Alameda de México: “los genios del error y la discordia han hecho perecer [a Iturbide]; sus restos yacen muy lejos de nosotros, y el reconocimiento, la justicia y la patria nos mandan a regar con flores y llantos la tumba del Héroe”. Fue hasta la segunda administración de Bustamante, en 1837, que el 27 de septiembre se incluyó en el calendario cívico, por lo que el malhadado emperador tendría su día de fiesta y conmemoración.

Durante las décadas de 1830 y 1840, los cultos a Hidalgo e Iturbide fueron complementarios. Del párroco de Dolores se resaltaba la sabiduría y el valor de enfrentarse contra la opresión, si bien estos y muchas otras cualidades surgieron como acusaciones de los fidelistas durante la guerra de independencia y fueron reconfiguradas como virtudes del prohombre en el México del siglo xix. Por su parte, del coronel oriundo de Valladolid se reconocía su capacidad para concluir con el movimiento independentista en pocos meses, después de casi once años de guerra, además de la relativa tranquilidad, en cuanto a efusión de sangre se refiere, con la que se obtuvo la libertad. Es de llamar la atención que Iturbide fuera considerado una figura heroica en una nación republicana, además de que la monarquía como forma de gobierno quedó muy desprestigiada y asociada a la tiranía, por su decisión, como emperador, de clausurar el Constituyente en octubre de 1822. Ante esta paradoja, en los discursos se deslindaba de responsabilidad al haber asumido la corona mexicana, ya fuera porque no era consciente, o el pueblo no supo hasta dónde honrar a su héroe, o sus enemigos lo convencieron de nombrarse emperador. De la misma manera, los diferentes oradores aseguraron que Iturbide tuvo la capacidad y sensibilidad políticas para dar un paso al costado y abdicar la corona.

Un ejemplo lo encontramos en el discurso del general de brigada Manuel Micheltorena del 27 de septiembre de 1840, pronunciado en la ciudad de México. El orador, después de alabar “el sapientísimo Plan de Iguala” y enumerar “todas estas cualidades que en todos los tiempos han formado a los héroes las reunía, como sabéis vosotros, con grado sublime el mexicano Iturbide”, aseveró lo siguiente: “si él prestó su cabeza al óleo santo y a la corona, también tuvo el heroísmo de prestarla al cadalso, porque en ambos casos creyó hacer un servicio a este país que era su adorado objeto; más llamo la atención sobre la notable diferencia de que a la diadema la prestó alucinado, y al cadalso la dio, y voluntariamente”. Once días antes, Luis de la Rosa y José María Tornel fueron los oradores cívicos, y en sus arengas realizaron feroces críticas a la monarquía, así como una apasionada defensa de la república, en el contexto de la propuesta del otrora ministro José María Gutiérrez de Estrada de establecer un gobierno imperial en nuestro país. Incluso en esa coyuntura tan complicada, en la que la república por primera vez era cuestionada en su eficacia y en su conveniencia para el país, el coronel de Valladolid gozó íntegro del culto a su persona.

El fin del consenso

Los cultos heroicos no escaparon a las consecuencias de la catástrofe que siguió a la invasión estadounidense de 1846-1848. Con el reacomodo político originado por la crisis del pensamiento mexicano, como la denominó el historiador Charles Hale, se terminaron por definir los partidos conservador y liberal. Así como en la década de 1840 podemos encontrar indicios más o menos claros sobre las diferentes filiaciones y grupos políticos, lo mismo sucede con la “partidización” de los héroes. Aun cuando en aquella década todavía era muy sutil, incluso en el primer lustro de 1850, los últimos años fueron de ruptura total.

Santiago Hernández, Hidalgo entrando a Celaya, litografía en Vicente Riva Palacio, Manuel Payno, El libro rojo, T. 2, México Díaz de León y White Editores, 1870. Biblioteca Ernesto de la Torre Villar – Instituto Mora.

Los oradores de signo conservador revaloraron la garantía de la religión suscrita en el Plan de Iguala, como único elemento de unión. Francisco González Bocanegra, ganador del concurso para la letra del himno nacional y orador en 1854 ante el público reunido en el Teatro Santa Anna de la capital, aseguró que en México existía “el germen de la verdadera civilización, el cristianismo, y los antiguos pobladores convertidos a él, y los conquistadores mismos, fueron los ascendientes de una generación que para salvar a su patria debía grabar más tarde en sus banderas, Religión, Unión, Independencia”. Un año después, el liberal oaxaqueño José María del Castillo Velasco acusó, ya triunfante la revolución de Ayutla, que “la religión que a fuerza de proteger con su poder moral al ejército y a la nobleza, había llegado a ser el símbolo de los intereses de todas las clases privilegiadas”.

Por otro lado, Guillermo Prieto, también liberal, aseveró ese mismo año:

“[l]a revolución de Hidalgo fue la revolución por excelencia, la revolución democrática sin ligaduras ni contemporizaciones traidoras. […] Hidalgo quiso destruir ese trono, trozar la raíz de ese árbol cargado de frutos de maldición; y su voz era libertad y reformas, es decir, el triunfo completo, decidido, del principio democrático. ¿Se parece en algo a las transacciones de después? ¿Se parece a los acomodamientos de las clases? ¿Se parece a los cambios de tiranías fraguados en el Plan de Casa Mata y los Tratados de Córdoba?”

En plena guerra de Reforma, tanto liberales como conservadores continuaron con las celebraciones septembrinas. Sin embargo, los primeros emitieron una ley, el 11 de agosto de 1859, sobre el calendario cívico, donde dejaba de aparecer el día de la consumación de independencia, además de prohibir cualquier participación o alusión religiosa en los festejos. Cabe destacar que, pocos años antes, realizaron esfuerzos por cambiar el sentido conmemorativo del 27 de septiembre para desapegarlo del recuerdo de Iturbide. En cuanto al bando conservador, mantuvo esa celebración, así como la misa de acción de gracias. Melchor Ocampo, en ese entonces ministro de Gobernación del gobierno juarista asentado en Veracruz, pronunció un discurso el 16 de septiembre de 1858 en aquel puerto. El michoacano fue tajante al criticar a los conservadores, a quienes llamó “maniquíes ignorantes, pero accidentalmente poderosos”, así como sus esfuerzos por “robar al pueblo sus libertades y a exhumar el Plan de Iguala, creyendo o aparentando creer, que nada hemos aprendido en los últimos siete lustros”.

Por otra parte, llamó a Miguel Hidalgo, José María Morelos, Ignacio López Rayón, Vicente Guerrero y Guadalupe Victoria, “dignos modelos de fe y esperanza”. En contraposición, tenemos el discurso de Rafael Carranza pronunciado el 27 de septiembre de 1859 en Xochimilco, cuando el Distrito Federal todavía se hallaba bajo dominio conservador. En su discurso, mencionó a Hidalgo, Allende, Rayón Morelos, Guerrero y Bravo, a quienes llamó “glorioso mártires de la patria”; empero, los principales encomios estuvieron dedicados a Agustín de Iturbide: “¡Augusto y soberano señor, yo os saludo con toda la efusión de mi gratitud!… ¡Vos sois mi padre social, que a costa de vuestra existencia me legasteis una patria libre, en la que a poco tiempo se esplendente luz debía herir mi infantil pupila!”. Si bien los conservadores no abandonaron la figura heroica de Hidalgo ni de los demás caudillos de la primera insurgencia, la de Iturbide todavía tenía un peso considerable en su concepción histórica. Por el contrario, los liberales vieron en él y su legado, el Plan de Iguala, algo que no se podía sostener a mediados del siglo xix, por lo que su importancia en el proceso independentista disminuyó, así como la valoración de su figura. Por supuesto, la situación no mejoró durante el Segundo Imperio, cuando la ruptura fue definitiva.

En 1863, Juan N. Pastor, integrante de la famosa Junta de Notables que acordó que México fuera una monarquía, habló por parte de los partidarios de la corona. En su arenga, pronunciada en la ciudad de México, aseguró que “el éxito feliz de la atrevida empresa que acometiera Iturbide fue el resultado natural de la admirable combinación del célebre Plan de Iguala, cuyo experto autor supo elegir la mejor manera de satisfacer con él las exigencias todas de la situación, y de conciliar los intereses de americanos y españoles”. Al contrario de los liberales, aseguró que el comandante trigarante, “que unía a un conocimiento profundo del estado del país una prudencia altamente previsora, comprendía bien todos los inconvenientes que presentaba el cambio de sistema, y palpaba los funestos resultados que debía producir la adopción de la forma republicana”.

Por último, mencionamos el discurso que Ignacio Ramírez, El Nigromante, pronunció el 16 de septiembre de 1867 en la capital nacional, ya consumado el triunfo republicano. Presentó a un Hidalgo apoteósico, “un ciudadano, un legislador, un caudillo; pero ¿dónde estaba el pueblo? Su palabra creadora iba a formarlo; ocho millones de almas debían inflamarse en un sólo aliento”. En cuanto al exemperador Iturbide, se limitó a decir que “cambió su espada en cetro; nosotros para romper ese cetro y esa espada, y para derribar ese trono, hemos reproducido el grito de Dolores”, y advirtió que “[l]os héroes…, los gobernantes… las autoridades, no son sino estrellas que desaparecen de un horizonte donde sólo brilla constantemente un sol, el pueblo. Hidalgo, abandonado por esta deidad, no sería sino un oscuro sedicioso. Iturbide la desconoció y murió como Maximiliano”.

Pasado y presente

Miguel Hidalgo y Agustín de Iturbide, enfrentados en vida, convivieron como los padres de una joven patria que no escapó a las dificultades internas y amenazas externas; fueron dos cultos cuyos orígenes eran contrarios. Al final, las tensiones y contradicciones internas y las presiones extranjeras se solucionaron con sangre y pólvora y, en el proceso, terminó por definirse el culto heroico, algo fundamental para cualquier país. Sin embargo, hasta el día de hoy continúa la “partidización” que comenzó en la década de 1850 y cristalizó en 1860, en que cada bando reivindicó a su personaje. El surgimiento, los cambios y continuidades de los cultos heroicos son un excelente ejemplo de los usos públicos de la historia, además de la influencia que tienen en la sociedad actual. Sin retroceder tanto en el tiempo, podemos advertir la misma relación entre pensamiento político y las fiestas cívicas de naturaleza histórica, como las denomina María José Garrido, en las conmemoraciones de los bicentenarios de 2010 y 2021: cómo, qué y a quiénes se conmemora, o no, y por qué, así como la manera en que esto moldea el conocimiento de la sociedad sobre su pasado, su presente y su proyección a futuro. Queda abierta la invitación a las personas lectoras a indagar más sobre este y otros temas que, aunque nos parezcan lejanos, en realidad sigue presentes en nuestros días.

PARA SABER MÁS

  • Cruz García, Horacio, “Hemos jurado ser sublimes: legitimidad política e identidad nacional en los discursos septembrinos de la ciudad de México, 1825-1855”, Tesis de Licenciatura en Historia, UNAM, 2023. 132.248.9.195/ptd2023/marzo/0836146/Index.html
  • Florescano, Enrique, Imágenes de la patria a través de los siglos, México, Taurus, 2005.
  • Herrejón Peredo, Carlos, “Construcción del mito de Hidalgo”, en Federico Navarrete y Guilhem Olivier , coord., El héroe entre el mito y la historia, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas/Centro Francés de Estudios Mexicanos y Centroamericanos, 2000, pp. 235-250, en https://cutt.ly/ywcvIxpm
  • Pérez Vejo, Tomás, “Memoria e historia: debates en torno al significado de la independencia en México (1821-1867); Guadalupe C. GómezAguado de Alba, “Instantáneas de Agustín de Iturbide en el siglo xix”; y Verónica Zárate Toscano, “Agustín de Iturbide: recuerdos de la consumación de independencia durante el siglo XIX”, en Korpus 21, 2021, pp. 523-584, en https://cutt.ly/cwcvUO2n

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