La Academia de San Carlos resurge en 1840

La Academia de San Carlos resurge en 1840

María Esther Pérez Salas
Instituto Mora

En revista  BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 37.

La alicaída vida cultural de la ciudad de México tuvo su rejuvenecimiento a la par de que Mariano Otero llegaba a la capital a distinguirse como uno de los políticos mas originales de la Época. El abogado jalisciense tuvo, por ejemplo, un fuerte compromiso con el ateneo mexicano, dedicado a la literatura, pero el nexo entre sus ideales y la cultura se da en el plano de su lucha y convicción por alcanzar una sociedad más igualitaria, ya no elitista, donde el acceso a las artes debía alcanzar a amplios sectores.

Academia de San C arlos Atlas pintoresco Orozco y Berra.2

A Mariano Otero le tocó ser testigo de la renovación de la Academia de San Carlos, institución dedicada a la enseñanza del arte fundada a finales del siglo XVIII, que después del movimiento de independencia había enfrentado varios problemas, al grado que se llegó a pensar en cerrarla. Pero al igual que el país pasaba por momentos difíciles y buscaba la manera de resurgir, el máximo centro cultural y del arte también intentó salir del bache en el que había caído.

En 1817, año en que nació Otero, la Academia de San Carlos pasaba por una de sus peores etapas. Para ese entonces ya habían muerto dos de los principales maestros: en 1805 Joaquín Fabregat, director de Grabado; y en 1816, Manuel Tolsá, director de Arquitectura y Escultura. El director de pintura, Rafael Ximeno y Planes era el Único que continuaba en su puesto, pero murió unos años después, en 1825. El resto del profesorado, en su mayoría españoles, habían abandonado el país. Si a eso añadimos la falta de apoyo económico por parte del gobierno virreinal, ya que la mayor parte de las rentas con las que contaba la Academia se destinaron para apoyar las fuerzas realistas, es claro que su situación era cada vez más apremiante.

Una vez consumada la independencia en 1821 las cosas no fueron mejor. El nuevo gobierno independiente no solicitó los servicios de la Academia, por lo que los escasos alumnos y maestros que aún trabajaban en ella se vieron relegados como los máximos exponentes artísticos con los que contaba el país. Económicamente pasó a depender del subsidio del nuevo gobierno, lo cual representó para la institución artística quedar en completo desamparo, en la medida en que para ese entonces había demasiadas necesidades que atender, entre ellas no se encontraban precisamente las artísticas y culturales.

Reestructuración

Con la intención de sacar adelante a la Academia, desde 1824 empezaron a buscarse soluciones. Una de ellas fue el nombramiento de Académicos de Honor con la finalidad de que aportaran recursos económicos. A la muerte de Ximeno y Planes se nombró Director General a Pedro Patiño Ixtolinque, alumno de Tolsá, quien propuso una reorganización de carácter académico con nuevos planes de estudio inspirados en la Escuela Politécnica de París, a la vez que promovió la adquisición de obras de arte provenientes de algunos conventos suprimidos o de particulares que habían abandonado el país, con la finalidad de que sirvieran de modelos para los estudiantes. Pero estas tentativas aisladas resultaron vanas, se necesitaba que de manera orgánica se reestructurara la Academia de San Carlos, tanto a nivel económico como educativo. Para lograrlo tuvieron que pasar casi 20 años, periodo en el que Mariano Otero se formó como abogado, se casó con Andrea Arce, se inició en su vida profesional y se trasladó de su natal Guadalajara a la capital de la república, primero como delegado de Jalisco ante la Junta de representantes de los Departamentos y ya en 1842 como diputado constituyente.

Es en la década de los años 1840 cuando Otero desarrolló su mayor actividad dentro de la política nacional, que se precipitarían los sucesos que favorecieron el resurgimiento de la Academia de San Carlos. El gobierno centralista que se estableció en el país con la proclamación de las Bases Orgánicas en 1843, y que disolvió la Asamblea Constituyente en la que participaba Otero, dio tratamiento especial a la Academia. En efecto, mediante el Decreto del 2 de octubre del mismo año estableció las bases para su reorganización y el 16 de diciembre se le dotó con las rentas de la Lotería Nacional, que a partir de ese momento se conocería como Lotería de San Carlos. Era lo que la Academia necesitaba, el reconocimiento y apoyo oficial para llevar a cabo su reestructuración así como recursos económicos que pudiera manejar de manera interna para solventar sus necesidades.

Mientras esto se llevaba a cabo, Mariano Otero, además de su desempeño político, se involucraba cada vez más en las actividades culturales del país, ya que fue también en 1843 cuando se integró al Ateneo Mexicano, institución literaria fundada dos años antes, cuyo objetivo era la difusión de las ideas y el desarrollo intelectual. Fue su vicepresidente durante dos años, se hizo cargo de la sección de legislación e inclusive dio clases sobre esta temática. A la par, como Alcalde de la ciudad de México, su compromiso con las actividades culturales de la capital era cada vez más sólido.

En cuanto a la reorganización de la Academia, la nueva Junta de Gobierno consideró que el objetivo primordial de la Lotería de San Carlos sería el sostén y engrandecimiento de las bellas artes en México. Para lograrlo, se consideró indispensable pagar puntualmente los premios e incrementar el monto de los mismos. De esta manera recobrarían la confianza del público a la vez que sus ganancias serían mayores. Aunque debemos señalar que junto con la renta de la Lotería, la Academia no descuidó los compromisos que esta tenía con las tareas de beneficencia.

Para llevar a cabo la reestructuración de la Academia de San Carlos, dadas las lamentables circunstancias en que se encontraba, era necesaria la contratación de nuevos maestros así como la adquisición y remozamiento del edificio que ocupaba desde el siglo xviii y antiguamente había sido el Hospital del Amor de Dios. Los primeros maestros en llegar fueron el pintor Pelegrín Clavé y el escultor Manuel Vilar, ambos catalanes que se habían formado en la Escuela de La Lonja de Barcelona, y posteriormente se perfeccionaron en la Academia de San Lucas de Roma. En cuanto tocaron tierras mexicanas, en 1846, se dieron a la tarea de revisar los planes de estudio a la vez que llevaron a cabo una exposición abierta para el público, en la que mostraron algunas de sus obras, esto último con la finalidad de ganar apoyos para la Academia. Cabe señalar que dicha exposición fue la primera en su género que se llevaba a cabo en el país y que fue muy bien aceptada por los asistentes, sobre todo porque la mayor parte de las obras expuestas fueron retratos de la elite capitalina realizados por Clavé, excelente artista en este género.

Una vez que los planes de estudio respondieron a las nuevas corrientes de enseñanza y a los estilos artísticos en boga, en especial el neoclasicismo que se trabajaba en las principales academias europeas, el 6 de enero de 1847 se dio inicio a las clases en la Academia de San Carlos, justo cuando Otero ocupaba de nueva cuenta el cargo de diputado constituyente y el ejército mexicano hacía frente a las fuerzas estadunidenses. Fue ese año cuando llegó un nuevo maestro, el inglés Santiago Baggally, quien se hizo cargo de las clases de grabado en hueco. Aunque todavía faltaban otros profesores para las clases de grabado en lámina y de arquitectura, la reorganizada Academia inició, no sólo sus actividades, sino que dio el arranque a una época de bonanza para las artes y la cultura en general.

Infraestructura y enseñanza

Pero a fin de dar impulso a sus actividades, no era suficiente con la contratación de maestros europeos y la renovación de los planes de estudio, sino que también era necesario que se incrementaran y enriquecieran las colecciones de arte que servían de modelo para los alumnos, así como la adaptación del edificio para sus funciones de enseñanza y exhibición pues, como hemos señalado, en sus orígenes había sido un hospital. De ahí que la Junta de Gobierno de la Academia centrara sus labores en solventar estas necesidades. Gracias a la buena administración de la Lotería de San Carlos, en 1848 se contó con el monto necesario para adquirir el edificio, con lo cual se emprendieron las modificaciones pertinentes. Por otro lado, también pudo financiarse la estancia en el extranjero de algunos alumnos aventajados para que llevaran a cabo estudios de perfeccionamiento.

A partir de la reestructuración se obtuvieron en poco tiempo buenos resultados. Los esfuerzos de maestros y administradores favorecieron la formación de las primeras generaciones de pintores, escultores, grabadores y arquitectos que satisfarían las necesidades plásticas de la sociedad en su conjunto. Las enseñanzas de Clavé, Vilar y Cavallari proporcionaron al alumnado las herramientas necesarias para la producción plástica académica decimonónica mexicana, que se caracterizó por la perfección del dibujo y el equilibrio armónico. Pintores de la talla de Felipe S. Gutiérrez, Rafael Flores, Santiago Rebull o José Salomé Pina; escultores como Tomás Pérez, Juan Bellido o Felipe Sojo, así como los grabadores Ventura Enciso y Luis G. Campa, estuvieron en condiciones de producir obras que representarían al país en las Exposiciones Internacionales en que participaría México, dando a conocer los avances artísticos de nuestra nación.

Otra de las actividades de la Academia de San Carlos y que significó un fuerte impacto en la vida cultural del país fue la organización de exposiciones periódicas. Si bien el objetivo era presentar cada año los avances de los alumnos en cada una de las clases y talleres de la institución, también servía para otorgar premios y pensiones a los alumnos más adelantados.

Asimismo, estas exhibiciones sirvieron de escaparate para conocer el trabajo de otros artistas, ya que había un salón que se llamaba de remitidos, en el cual se exhibían las obras de quienes no estudiaban en la academia, nacionales o extranjeros, o las provenientes de colecciones privadas. Estos eventos, que por lo general se llevaban a cabo a finales de año, se empezaron a convertir en todo un acontecimiento pues era la primera vez que los habitantes de la ciudad de México tenían la oportunidad de asistir a exhibiciones de arte. La primera que se llevó a cabo fue en 1848 y de ahí en adelante se realizarían anualmente.

Tal fue la aceptación por parte del público asistente a tales eventos, que se empezaron a editar catálogos con las listas de las obras expuestas, información sobre las mismas y paulatinamente se incluyeron comentarios.

De igual forma se estableció un sistema de apoyo económico mediante suscriptores, es decir a aquellos particulares que compraran una o más acciones, se les hacía acreedores a la colección de reproducciones litográficas de trabajos selectos expuestos y, de igual manera, tenían la posibilidad de ganar alguna de las obras que se sorteaban en cada exposición. De esta manera, la población se integró cada vez más al quehacer artístico nacional.

Difusión

No obstante que estas exposiciones se desarrollaban en la capital de la república, la reseña en los diarios de mayor circulación, así como en las revistas literarias de mediados de siglo, hizo que en el interior del país tuvieran conocimiento de lo que sucedía en el principal centro artístico del país. De hecho, en algunas revistas locales se reproducían los artículos y reseñas de las exposiciones de San Carlos, en especial en aquellas ciudades en las que no existían Academias de arte al nivel de la capitalina. En el caso de Puebla o Guadalajara, que contaban con instituciones de enseñanza del arte consolidadas, se llevaban a cabo exposiciones y se publicaban catálogos y reseñas en los diarios regionales a semejanza de lo que sucedía en la ciudad de México. Seguramente esta información serviría para que los viajeros que visitaban la capital se acercaran a la Academia de San Carlos, sobre todo en época de exposiciones.

El interés por conocer y reseñar las actividades de la Academia de San Carlos daría pie a otra actividad hasta ese momento desconocida: la de los críticos de arte, pues en la mayoría de las reseñas se incluían apreciaciones de carácter estético o formal sobre el material expuesto. Los primeros que empezaron a desempeñar dicha función, además de los propios maestros que externaban sus puntos de vista, fueron literatos como Guillermo Prieto y algunos más, aunque de igual manera se publicaron muchos comentarios que no siempre aparecían firmados.

Uno de los trabajos más serios en cuanto a crítica de arte se refiere fue el realizado por el editor catalán Rafael de Rafael y Vilá, quien tenía formación artística además de ser grabador, de ahí que los catálogos que salieron de su imprenta se convirtieron en un excelente medio para conocer en la actualidad el arte académico mexicano de mediados de siglo. En su momento dichas publicaciones, que hoy consideraríamos catálogos razonados, se dieron a conocer en algunas revistas literarias por entregas, debido a lo extenso de las mismas. De esta manera, la población que no había tenido la oportunidad de visitar la exposición, podía darse una idea de lo que se exhibía, conocer a los artistas y corrientes del momento y, sobre todo, empezarse a formar un gusto artístico, que era otra de las finalidades de dichos eventos anuales.

Para 1850, año en que murió Mariano Otero, la vida cultural del país había registrado un gran avance, pues además de haberse consolidado las actividades de enseñanza de la Academia de San Carlos, la producción plástica era ya un elemento que formaba parte de la vida de la población mexicana. En la capital de la república, las exposiciones brindaron la oportunidad de un mayor acercamiento al arte, ya que durante dos semanas de exhibición sus habitantes podían asistir gratuitamente a las salas de la Academia acondicionadas como galerías de arte, en una actividad que para la mayoría resultaba una novedad. Para quienes no podían trasladarse a la ciudad capital, la prensa los enteraba de los eventos que se llevaban a cabo en la Academia convirtiéndola de esta manera en uno de los principales recintos culturales del momento.

El impacto que tuvo la reorganización de la Academia de San Carlos, de la cual Mariano Otero fue testigo, involucró a gran parte de la población a participar en la vida cultural nacional: ya fuera como alumnos, pues no había restricciones para el ingreso a las clases, o como espectadores de las exposiciones anuales, que familiarizaron a los mexicanos con las galerías, o como críticos de arte, al permitir a los letrados reflexionar sobre la producción plástica de mediados de siglo, o como protectores culturales, al participar como suscriptores de la Academia. El objetivo de mejorar la sociedad para lograr una nación libre, moderna y progresista parecía lograrse.

En este sentido, los ideales de Mariano Otero relativos a la igualdad de los ciudadanos establecida en el Acta Constitutiva de 1847, así como sus propuestas de reorganización de la sociedad mexicana a partir de la clase media, encontraron en la Academia de San Carlos un espacio en donde se podría llevar a cabo, en la medida en que en dicha institución se formó parte de los nuevos integrantes de este sector de la población. Pues no hay que olvidar que en la Academia, desde su fundación en 1785, entre sus objetivos destacaba la preparación de artistas y artesanos para competir profesionalmente, capacitar a los alumnos para realizar obras de infraestructura acordes con el desarrollo económico y otorgar un ascenso social al artista. De esta manera se reforzaba la clase media, en la que, de acuerdo a Otero, “constituía el verdadero carácter de la población que representaba la mayor suma de la riqueza y en la que se hallaban todas las profesiones que elevan la inteligencia”, entre ellas las artísticas.

PARA SABER MÁS:

  • Báez Macías, Eduardo, Historia de la Escuela Nacional de Bellas Artes (Antigua Academia de San Carlos) 1781-1910, México, UNAM/ENAP, 2009.
  • Visitar la Academia de San Carlos en la calle de Academia 22, Centro de la Ciudad de México.
  • Visitar el Museo de San Carlos, en la calle Puente de Alvarado 50, col. Tabacalera, a 6 cuadras de la Alameda Central, para conocer las obras de Clavé y Vilar, principales artífices de la reorganización de la Academia de San Carlos.
  • Visitar el Museo Nacional de Arte, en la calle de Tacuba 8, en el Centro de la Ciudad de México, donde se exhiben los trabajos de los principales alumnos de Clavé y Vilar.