Ariadna Guerrero Medina
Instituto Mora
En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 34.
La Asociación Católica de la Juventud Mexicana (ACJM) se creó como una elite que se oponía a la secularización de la sociedad mexicana. De papel destacado durante la guerra cristera, con el paso de los años tuvo que abandonar su combatividad por la tarea de evangelización integral de nuevas generaciones de jóvenes.
La historia de la Asociación Católica de la Juventud Mexicana (ACJM) es una muestra de la pluralidad de actores que participan en la Iglesia, así como de los constantes conflictos que tienen lugar dentro de sus organizaciones. La ACJM surgió en la confluencia de dos procesos: el vuelco de los revolucionarios en contra del huertismo y el desarrollo, al mismo tiempo, de las ideas del catolicismo social, las cuales habían empezado a discutirse en México poco después de la publicación de la encíclica Rerum Novarum del papa León XIII, en 1891.
La ACJM fue fundada en agosto de 1913 por el sacerdote jesuita Bernardo Bergöend, quien tomó como modelo la estructura y el funcionamiento de la Acción Católica de la Juventud Francesa. El objetivo de Bergöend era infundir entre los jóvenes varones el deseo de servir a la nación y devolver a la Iglesia su influencia en la sociedad. En sus Estatutos, la ACJM fue definida como una organización que lucharía por la restauración del orden social cristiano. Para ello, su principal tarea sería la formación de élites que se opusieran a la secularización de la sociedad mexicana. En el adiestramiento de los jóvenes acejotaemeros se fomentaban la práctica de la piedad, el estudio y la acción. Poco después, la acjm adoptó el lema “Por Dios y por la Patria”.
En sus inicios, se trató de una organización citadina, formada por jóvenes de clase media; su núcleo era el Centro de Estudiantes Católicos Mexicanos, ubicado en la Ciudad de México. Durante el gobierno de Victoriano Huerta, uno de los acontecimientos más sonados fue la procesión que la ACJM dedicó a Cristo Rey, símbolo del reinado espiritual y temporal de la Iglesia. Aun en los momentos más violentos de la revolución, los acejotaemeros continuaron recibiendo clases de historia, filosofía, religión y doctrina social cristiana en los llamados círculos de estudio. La ACJM organizaba matinés para contrarrestar las “diversiones inmorales” de la época y colaboraba en las escuelas nocturnas para trabajadores que habían sido instaladas por la agrupación de las Damas Católicas.
En la Constitución de 1917, los revolucionarios plasmaron una serie de disposiciones que limitaban la libertad y la acción de la Iglesia; por esta razón la ACJM manifestó su oposición a la nueva Carta Magna. Los acejotaemeros se movilizaron para impedir su aplicación en Jalisco y evitaron la suspensión de dos colegios confesionales, uno en Morelia y el otro en Puebla.
A lo largo de la década de 1920, los grupos de la ACJM continuaron multiplicándose en diferentes diócesis y parroquias del país. Durante su cuarto congreso federal, en septiembre de 1925, la ACJM decidió unirse a los trabajos de la Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa (LNDLR). En julio de 1926, el episcopado mexicano decretó la suspensión de cultos en rechazo a la Ley Calles, llamada así en referencia al presidente Plutarco Elías Calles, la cual reglamentaba el artículo 130 de la Constitución y establecía que todos los ministros religiosos debían registrarse ante las autoridades correspondientes, sólo se permitía el servicio de un sacerdote por cada 6 000 habitantes y se facultaba a las legislaturas de los estados para definir nuevamente el número de sacerdotes tolerados en su jurisdicción. Ante esta situación, la Liga se aprestó a lanzar un boicot económico en contra del gobierno, el cual consistió en invitar a la población a no pagar impuestos, reducir sus consumos en el comercio evitar la asistencia a cines y teatros.
La ACJM se convirtió en “el brazo derecho de la Liga”. Los jóvenes repartían propaganda a favor de los derechos de la Iglesia y daban conferencias dentro de las parroquias para explicar a los creyentes las causas de la persecución religiosa. Además, se encargaron de recolectar varios miles de firmas que fueron presentadas al Congreso de la Unión junto con una petición para que se suprimieran los artículos anticlericales de la Constitución. A finales de 1926, una vez iniciada la rebelión cristera, la Liga decidió tomar las armas y trató de unificar el movimiento en términos políticos y militares.
Durante la guerra, los acejotaemeros trasladaron municiones, recaudaron dinero y ocuparon puestos militares de relativa importancia. Sin embargo, el conflicto armado haría evidentes la distancia y las tensiones entre los cristeros (hombres del campo con poca o nula instrucción) y los acejotaemeros (jóvenes con estudios), provenientes en su mayoría de ciudades. Es interesante que los tres únicos acejotaemeros que alcanzaron el rango de generales y obtuvieron mayor éxito militar, fuesen originarios de provincia: Luis Navarro Origel, de Pénjamo, Guanajuato; Dionisio Eduardo Ochoa, de Colima; y Jesús Degollado Guízar, de Atotonilco El Alto, Jalisco. Estos jóvenes carecían de preparación militar, por lo tanto, su desempeño durante la cristiada fue poco halagüeño. No obstante, desde la mística de la ACJM, su participación en la guerra se convirtió en la apoteosis de la lucha “por Dios y por la Patria”, en la oportunidad de hacer realidad las palabras de Tertuliano: “La sangre de los mártires es semilla de cristianos”.
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