En revista BiCentenario. El ayer y hoy de México, núm. 32.
A?QuAi?? nos puede unir mA?s a los ciudadanos fuera de las fronteras de nacionalidades y cultura? La religiA?n puede ser un motivo para los que profesan una misma creencia, aunque en su nombre se han levantado las espadas tambiAi??n. El cuidado del medio ambiente adquiere poco a poco ese interAi??s comA?n, a pesar de los intereses econA?micos que se desentienden de propugnar una vida sana. La globalizaciA?n del celular, si hablamos de avances tecnolA?gicos, nos une podrAi??an decir otros, aunque hasta por sus marcas hay seguidores y detractores. Las Olimpiadas parecen resumir una mayor confluencia de acuerdos y aceptaciones de los seres humanos sobre lo que es el respeto por las virtudes de los otros y la dignidad tanto en el triunfo como en la derrota. La confraternidad no encuentra rivales, como nos dice el símbolo tan lúcido de cinco continentes unificado por anillos que identifica a las Olimpiadas. En este año de Juegos Olímpicos, en que tocaron las competencias de Río de Janeiro, BiCentenario recupera para su tercera edición varios momentos históricos que relatan cómo el deporte se ha ido construyendo durante más de un siglo en México y es parte de esa fiesta mundial donde hasta las banderas se diluyen a un plano secundario.
La popularidad de los deportes y su ejercicio tardaría algunas décadas del siglo XX en establecerse, pero algunos primeros pasos, nos explica María José Garrido, se dieron hacia mediados del siglo XIX, como consecuencia de la invasión de Estados Unidos. Una de las lecciones de la confrontación bélica fue que ya no se podía ir a la batalla con militares mal entrenados físicamente. Así fue que nació la necesidad de utilizar la escuela francesa de gimnasia, que algunos profesores ya venían aplicando en la enseñanza privada.
En 1924 autoridades y deportistas mexicanos discutían y se sacaban chispas por ir a París. La invitación del vicepresidente del Comité Olímpico Internacional, el conde Henry Baillet Latour, dividía aguas por determinar quiénes asistirían. Una delegación marcada por el sedentarismo del viaje en barco y la falta de preparación, no pudo alcanzar posiciones destacadas, pero sirvió para sentar las bases de lo que sería la organización del deporte amateur de cara a la competencia internacional.
Cuatro décadas más tarde, México organizaba sus olimpiadas, las primeras en Latinoamérica, en el contexto de un país con alta conflictividad social, que octubre de 1968, unos días antes de los juegos, alcanzó en Tlaltelolco su punto de quiebre. Las Olimpiadas Culturales, con eventos esparcidos a lo largo del año, fueron una contribución paralela a los juegos que no se había visto en otro conflicto. Parte de su esfuerzo que aún perdura fueron las 19 esculturas desplegadas sobre Anillo Periférico en un recorrido cercano a la zona de competiciones. La Ruta de la Amistad sobrevive 48 años después a pesar del descuido, el abandono y el traslado a nuevos emplazamientos, nos dice el texto que recupera el presente de las obras monumentales de escultores de los cinco continentes.
Fuera de las ilusiones y aspiraciones deportivas, este número 32 de BiCentenario hace también su habitual recorrido por distintos momentos de nuestra historia. Uno de ellos se enfoca en confrontar dos versiones que retoman el fusilamiento de José María Morelos y Pavón por órdenes del virrey Félix María Calleja. ¿Cómo fue que vivió aquellos minutos finales el cura de Carácuaro que acompañó a Hidalgo en la lucha insurgente? Por un lado, Carlos María Bustamante centra la atención en el hombre que no le teme a la muerte; mientras que Lucas Alamán va de la mano del testimonio del padre confesor que acompaña al estratega militar y político.
De los tiempos revolucionarios nos centramos en la aún controvertida incursión de Francisco Villa en Columbus, Estados Unidos, que sigue arrojando abundantes preguntas y respuestas incompletas. De los años del Porfiriato, revisamos la iconografía del bello Palacio de Correos que ideó hacia 1907 el italiano Adamo Boari, el mismo arquitecto que diseñó el Palacio de Bellas Artes. También por entonces, el ilusionismo aterrizaba en tierras mexicanas. Desde encumbrados hombres y mujeres porfiristas, como la propia esposa del dictador, hasta amplias capas sociales, se entusiasmaban en querer saber sobre su futuro, nos dice el texto de Ana Rosa Suárez.
Vicente Riva Palacio recorre estas páginas con una rememoración de su paso por el Colegio de San Gregorio, donde no sólo atendía su formación personal, que lo llevaría a conformar su ideario liberal como uno de los partícipes destacados de la reforma, sino que acompañaba la de su hermano Carlos, un joven poco apegado a los estudios y por lo tanto prejuiciado por los padres de ambos.
El cine regresa a BiCentenario de la mano de las remembranzas del actor y director Ramón Pereda, quien llegó a trabajar en Hollywood, pero se destacó por sus películas fast track, de escaso presupuesto, y alto impacto comercial. Educar, formar, orientar, esa es la función del cine, decía Pereda en una entrevista que le hicieron en 1975.
La conversión de la imaginaria lucha revolucionaria a la burocratización sindical en el magisterio, llega en forma de inquietante cuento, pero bien podría parecerse a la actualidad de nuestros días. De eso trata esta edición de BiCentenario 32. Un número olímpico.
Darío Fritz
BiCentenario