Víctor Villavicencio Navarro / Facultad de Filosofía y Letras, UNAM
Revista BiCentenario #19
Durante el otoño de 1861, José Manuel Hidalgo y Esnaurrízar se encontraba acomodado plácidamente dentro de la alta sociedad de la capital francesa. Para entonces, habían pasado poco más de trece años desde que abandonó México, tras haber sido incorporado al servicio exterior como recompensa a su participación en la batalla del convento de Santa María de Churubusco, donde, según el presidente Manuel de la Peña y Peña, prestó “desinteresados servicios en la guardia nacional”, batiéndose con valor y bizarría frente a las tropas invasoras estadounidenses en aquel lejano 1847. Comenzó entonces una larga carrera diplomática, que se caracterizaría en buena medida por la fortuna y la casualidad.
“- ¿A dónde tan de prisa, paisano? -Voy en busca de una
nueva patria…” Caricatura de Escalante en La Orquesta, 1866.
Su primer nombramiento fue el de secretario en la legación mexicana que se encontraba en Londres. Tan pronto se halló en Europa, Pepe Hidalgo (como lo llamaban sus amigos más cercanos) se sintió maravillado. Pero tras apenas dos meses de trabajo, debió dejar la capital británica al ser promovido por el gobierno a oficial de la legación que residía en Roma, representando a México ante el Papa Pío IX, cuya corte se encontraba entonces refugiada en la fortaleza napolitana de Gaeta debido a los movimientos por la unidad italiana. Una vez establecido en tierras de la Campania, en el invierno de 1848, Pepe descubrió la comodidad con la que se desenvolvía dentro del cuerpo diplomático y la facilidad con la que su carácter le permitía hacer amigos entre las personas de la alta sociedad. Al mismo tiempo, el catolicismo férreo bajo el que había sido educado en la casa paterna no pudo sino acrecentarse cuando el propio pontífice lo distinguió con su amistad, mostrándole en reiteradas ocasiones su confianza y cariño. Una vez calmada la tempestad revolucionaria en Italia, la corte papal volvió a Roma en abril de 1850. Debieron ser años felices en la vida de Pepe Hidalgo. Como sus labores en la legación, ubicada en una calle muy cercana a los Foros Imperiales, no le representaban mucho trabajo, se dio tiempo para perfeccionar su italiano, aprender francés y también tomar lecciones de filosofía, mientras continuaba afinando sus maneras en medio de las familias más importantes de Roma, codeándose con personajes de la talla del monarca Luis I de Baviera y la princesa Carlota Bonaparte, sobrina, nada menos, que del Gran Corso.
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PARA SABER MÁS:
- Egon Caesar Conte Corti, Maximiliano y Carlota, México, FCE, 2004.
- Visitar el Castillo de Chapultepec (alcázar y habitaciones de Maximiliano y Carlota).
- Película: Mexicanos al grito de guerra. Dir.: Álvaro Gálvez y Fuentes, 1942, en http://www.youtube.com/watch?v=J7lVUvDccak